La elite absolutista tiene un modelo, los venezolanos otro

Los latinoamericanos podemos entender lo que ocurre contra Venezuela, uno de los países más democráticos del mundo, hoy día, aunque suene -para la gente con mentalidad esclavista- como un absurdo y como lo ha venido manejando una cierta banda integrada por gente capaz de ir en contra de la ley, obsesionados con el poder político y los dólares que estos suelen obtener por sus actuaciones.

Hay que poner las cosas en claro, como es decir que el modelo político, social, cultural, educativo, militar y económico en el cual la mayoría de los venezolanos en estos últimos dieciséis años cree y que está basado en la soberanía, en la libertad, en la justicia y en la paz.

¿Es acaso el de Venezuela un modelo injusto, que desfigura a sus habitantes, al ser humano, que lo pauperiza y lo destierra, que lo sumerge en las cavernas?

¡Simplemente no!

Es un modelo que se diferencia de un modo de vivir, exageradamente sumido en una piscina vacía de agua y llena de aparatos diversos, adquiridos en un mundo que también se hace diverso, constituido por negociantes diversos que venden una vida diversa muy promocionada.

Es un asunto de modelos, algo así como que algunos de otro espacio usan paltó y corbata, mientras nosotros, completamente tropicales andamos en camisas, sin que ello nos genere complicaciones mentales.

En una ocasión en que fuimos a entrevistar a un diputado –recordamos con claridad-, que un funcionario no nos dejaba entrar al extinto Congreso, hoy Asamblea Nacional, porque no teníamos una corbata puesta.

Se trata de 2 modelos, uno de mentiras y otro que se acerca a la gente en mangas de camisa, como libre se siente. El modelo de sujetos que mentalmente se considera que son europeos y el modelo de quienes nos sentimos como lo que somos, una gente especial mezcla de indios, blancos y negros, para mayor claridad, los marrones.

El modelo de la casta y el modelo de la unidad

Nadie puede dudar de lo que ha sido la elite de la "civilización" europea y su descendencia elite actual. El Libertador Simón Bolívar la conoció muy bien.

Se trató –y lo sigue siendo- de una casta heredera del mercantilismo español y a la que solo le importa el control del dinero, el poder político y el poder militar. Extremadamente racista que se cree superior al resto de la ciudadanía y a quienes no considera como tal.

Y esa descendencia elite, creyendo que llegó el tiempo de rescatar el absolutismo del pasado, promovió a que uno de sus líderes se atreviera a decir que había conversado con Dios (no olviden a Bush), como una vía para reiterar ante el mundo que ellos tenían un designio divino, de "gerenciar" al mundo y decidir cómo nos conviene vivir y de qué manera.

Para que los lectores puedan entender como esa elite nos aprecia, traigo acá unas líneas del prólogo que el escritor Orlando Zabaleta escribió para el libro Pueblo Protagónico, del profesor e investigador de la Universidad de Carabobo, José Manuel Hermoso González:

"Las clases dominantes quieren socializar al resto de la sociedad con sus valores. En la historia que construyen y utilizan, ellos, los de arriba, son los héroes, y están asentadas las razones por las cuales son las clases dominantes.

Neruda, el gran poeta latinoamericano y mundial, denunció hace décadas la división que habían establecido: "Hicieron una lista negra: <>/ "Allá vosotros, rotos, cholos, pelados de México, gauchos, amontonados en pocilgas, desamparados, andrajosos, piojentos, pililos, canalla, desbaratados, miserables, sucios, perezosos, pueblo".

Y más adelante, sigue Orlando Zabaleta y añade:

"Y las horas tardan, pero siempre llegan. En toda América Latina amaneció el siglo XXI con la "aparición" de los invisibles, los indígenas, los pobres, los olvidados de siglos".

Hay dos modelos: Inclemente el de la obsesión por el dinero y el poder uno y otro obsesivo por llevarle el bienestar a la mayoría de un pueblo que solo conoció el desprecio de las elites gobernantes. Una realidad que debe ser entendida porque no hay marcha atrás para los venezolanos y demás latinoamericanos.



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Pedro Estacio


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