Paz y lucha de clases

"La unidad de nuestros pueblos no es simple quimera

de los hombres, sino inexorable decreto del destino".

Simón Bolívar.

Por primera vez en la historia del conflicto armado se dan pasos serios y firmes hacia la consecución de un acuerdo que le ponga fin a la confrontación armada y privilegiar la confrontación ideológica y política entre quienes ostentan el poder y quienes aspiran a tomarlo, es un importantísimo logro hacia la racionalización de la vida nacional.

El bloque de poder que representa el gobierno Santos tiene intereses estratégicos en que se liberen de la influencia guerrillera grandes extensiones de tierra para dar rienda suelta a la "inversión extranjera" enfocada en el negocio extractivista, a cambio de lo cual están dispuestos a ceder algunas demandas de la insurgencia en cuanto a reformas y derechos políticos, sin tocar el andamiaje del modelo neoliberal reinante.

Esta apuesta ha desatado algunas contradicciones no antagónicas dentro de los sectores más regresivos y retrógrados de la élite, en cuanto que la pírrica Ley de Restitución de Tierras ha afectado a "propietarios de bien" que acumularon tierras a punta de despojo, esto es, mientras los paramilitares cortaban cabezas y jugaban fútbol con ellas, más atrás venían los "honrados" comerciantes legalizando los predios de los millones de desplazados que huían salvando el pellejo.

A raíz de ello se han redinamizado las lógicas de exterminio de los paramilitares, de una forma más sistemática y selectiva, sin mucho ruido pero con el mismo efecto de terror y silenciamiento de líderes de las bases que reclaman sus derechos y tierras. Este año asistimos a un paro armado organizado por los grupos paramilitares de Córdoba, Sucre y Antioquia, mal llamados "Bacrim, Los Úsuga, Autodefensas Gaitanistas de Colombia, etc".

Sin antes firmarse los acuerdos de La Habana, los terratenientes, narcotraficantes y sectores ultraderechistas de la sociedad se han dado a la tarea de "cuidar lo suyo", lo que con "tanto sudor han alcanzado". Es una seria advertencia y señal de lo que se viene, estos señores lo han demostrado con hechos contundentes, más bien aberrantes.

Estas contradicciones tienen al gobierno en silencio, bajo el entendido que provienen del mismo costal, pues, han trabajado, gobernado y hecho negocios juntos, entonces hagámonos pasito como dice el refrán.

Por otro lado, está la necesidad de firmar dichos acuerdos, lo que los obliga a hacer pronunciamientos tímidos sobre las garantías a la oposición y desde luego a la insurgencia una vez desmovilizada.

Pero el asunto va más allá. Si en realidad el bloque de poder, compuesto por los poderosos grupos económicos del país como los Santodomingo, Ardila Lulle, Luis Carlos Sarmiento, el Sindicato Antioqueño, los clanes endogámicos de las regiones incluyendo la élite santafereña, las Fuerzas Armadas, las multinacionales y desde luego la Casa Blanca están interesadas en ponerle punto final al conflicto armado tienen que tomar una decisión de fondo y es: acabar con el paramilitarismo.

El paramilitarismo no es otra cosa que el brazo armado, oscuro, criminal e ilegal de la élite para hacer el trabajo sucio que garantice la continuidad del status quo. Lo que abiertamente no puede hacer el ejército y la policía lo hace el paramilitarismo, eso sí, en connivencia con las fuerzas de la "legalidad".

El paramilitarismo es una política de estado que ha mutado en denominación, más no en funcionalidad y naturaleza. A lo largo de la historia se les ha conocido como pájaros, chulavitas, muerte a secuestradores, autodefensas y recientemente como Bacrim. Cuando al contradictor no se le puede encarcelar, los paramilitares hacen su trabajo, del machete pasaron a la motosierra, tremenda evolución…

Este bloque de poder ha sido el principal beneficiario de ese monstruo que se les ha salido de las manos, les corresponde a ellos darle cristiana sepultura, a nadie más.

La Paz está una vez más en sus manos.

La contraparte.

A la contraparte le llama la atención el tema de la paz por dos razones: una por interés y otra por convicción.

A los que la flauta les suena cuando hablan de paz es porque ven en la firma de los acuerdos de La Habana una oportunidad para hacerse concejales, diputados, alcaldes, gobernadores, senadores (uy qué elegancia…), es decir, no existe en ellos una consciencia histórica de la necesidad nacional de alcanzar la paz sino un interés mezquino y personal. No ven en el horizonte lo que significaría para el país y las futuras generaciones lo que cultural y políticamente avanzaríamos como nación, como sociedad. A estos no se les puede sacar del baile ni mucho menos, que sumen pero que tampoco trepen de forma descarada, la gente se da cuenta y eso aburre y desencanta a quienes llegan desinteresadamente.

A los de la convicción, nos falta mucho. Para empezar, un programa político.

Cualquier proceso histórico serio tiene un programa político, es decir, qué queremos hacer en el gobierno y hacia dónde queremos llevar el país. El POLO tiene su programa pero nos lo dejamos pisotear con los Moreno, seguramente tiene aspectos vigentes. La Marcha Patriótica y el Congreso de los Pueblos tienen sus plataformas políticas pero aún nos dan miedo las elecciones (ya no tanto), por citar las expresiones político organizativas más relevantes de la legalidad. A las FARC y al ELN no les conozco un programa político, al menos actualizado. Y bueno, el proceso con el ELN aún está en una fase preliminar, sus desarrollos y alcances están por verse todavía, aunque sin caer en ligerezas y simplificaciones, creo que parte de lo acordado en La Habana traerá implicaciones positivas para este proceso en contenidos y tiempos.

¿Por qué en vez de hacer esas cumbres de líderes no hacemos un congreso de la unidad de la izquierda? Ojalá a Robledo y Petro el ego se los permita, porque si la Divina Providencia existiera, en este país los hubiesen nombrado Mesías uno y Mesías dos y lo que esa pelea demoraría… Que dicho sea de paso, para ellos la Paz no es un asunto de trascendencia estratégica sino una simple y llana desmovilización, una "paz chiquita" arrugando los ojos y uniendo el índice con el pulgar.

Un Congreso, una Convención, una Cumbre, un Seminario Nacional o como se quiera llamar que convoque a las expresiones de la izquierda del país representadas en las organizaciones nacionales, regionales, locales, barriales y veredales del que salga el programa político que le vamos a llevar al país, para que la gente sepa para dónde vamos y qué queremos y por qué nos tienen que apoyar.

Definir un instrumento organizativo que dé representación a todos los sectores, menos jerarquizada, más horizontal (pero no mucha), que le dé agilidad a la toma de decisiones y con direcciones políticas democratizadas que rindan cuentas públicas y periódicas a sus respectivas bases, para que se nutra y cobre vitalidad inagotable.

¿No resulta mucho mejor una iniciativa como ésta que lo que hemos venido haciendo?

¿No es mejor inventar que seguir errando como hasta el momento?

Por último, ¿no resulta mejor unificar alrededor de un programa político amplio y democrático a todos los descontentos del país, hacerlo valer en las calles y en las urnas de manera conjunta, que seguir actuando como capillas, sectas, feudos marginales que poco o nada inciden en la vida política nacional? ¿Somos tan brutos que no nos damos cuenta que quien tiene el sartén por el mango tiene mucho más poder que nosotros si permanecemos dispersos?

En México la gente le creyó a Pancho Villa y Emiliano Zapata, en Rusia a Lenin y Trotsky, en Cuba a Fidel y el Che, en China a Mao, en Chile a Allende, en Venezuela a Chávez, en Bolivia a Evo, en Ecuador a Correa, en Argentina a los Kirchner, en Uruguay a Mujica y todos triunfaron, llegaron al poder o a los gobiernos, pero en Colombia no le creemos a nadie, pongámonos de acuerdo así sea para equivocarnos.

Con esperanza patriótica de que esta reflexión llegue a buen puerto.

Con afecto,

Gary Martínez Gordon

Miembro de la Marcha Patriótica.

P.D. La derecha continental viene asestando golpes directos y contundentes a los gobiernos democráticos y progresistas, ellos no actúan deliberadamente, ¿por qué nosotros sí?



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