La delincuencia es un fenómeno estructural extremadamente complejo. Creo que nunca se le trató en su justa dimensión como tal. Durante la Cuarta República se cortaba por lo sano, es decir, matar a los delincuentes o llenar las cárceles. Lo que la clase política de ese momento nunca quiso aceptar, es que efectivamente ese delincuente cometía delitos soportado en su necesidad de sobrevivir, más bien existir. Son muchas las anécdotas de presos con retardo procesal de hasta diez años que cometieron el delito de robarse una mano de cambur en un supermercado. Es decir, en tiempos de la Cuarta República y nacida la Quinta, la delincuencia era la consecuencia de una enorme desigualdad social. Había que robar para comer.
Pero es un hecho, y el gobierno no lo quiere aceptar, aunque Chávez tampoco lo aceptó, que la delincuencia mutó. El delito hoy no es por hambre, sino por un derrumbe de la estructura moral de la sociedad. El lumpen que categorizó Marx, es ahora una especie de Frankestain, extremadamente peligroso y groseramente violento.
Uno de los primeros errores de Maduro, de los tantos que ha cometido, fue aceptar de los militares la petición de eliminar los portes de armas, bajo una ley con características peligrosamente fascistas. Sigue sin entender que las armas no matan a las personas. Son las personas las que matan a las personas. Esa ley desarmó a todo aquel que tenía un arma guardada en su casa para defenderse. Fue el momento crucial para el delincuente, pues estaba convencido de que podía entrar a una casa y no le iban a disparar. Es más fácil ahora, entrar a cualquier vivienda y no esperar un disparo. Es decir, la ley condujo a que los crímenes se incrementaran.
Hoy día, la delincuencia es un complejo problema estructural. Combatir el delito obliga necesariamente a la presencia de un Poder Judicial no podrido y ni penetrado. Exige un Sistema Penitenciario que no esté en manos de la delincuencia, y un Sistema Policial no aliado a las bandas, o no conformado en bandas. De hecho, la mayoría de los enfrentamientos, no se producen porque la policía estaba persiguiendo a unos malandros, sino porque a los malandros les hicieron un tumbe y éstos se la desquitaron. Es decir, un vulgar enfrentamiento entre bandas, solo que una es la representante de la ley. Investiguen un hecho que en Aragua y Carabobo se conoció como "El tumbe de San Vicente" y verán lo que digo.
Ya desbordado el gobierno por el hampa, optó nuevamente por la improvisación: unos operativos exageradamente costosos que utilizan hasta 900 hombres, en donde se cometen excesos aunque no se quiera y cuyos resultados son realmente pírricos, para no llamarlos mediocres. O díganme si la utilización de 700 efectivos, equipos, helicópteros y toda la parafernalia del caso, para agarrar a un malandro con un chopo y un machete, no es un resultado mediocre. Hay sin duda muchas conclusiones inmediatas, pero eso lo tocaré en otra oportunidad.
La delincuencia hoy es diametralmente distinta a la de hace 20 años. Lo que llamábamos malandros hace 30 años, eran hermanitas de la caridad frente a los de ahora. Aunque había pichones de malandros, no había malandros pichones. Era tarea de adultos. También habían códigos: en el barrio no se roba, a la gente del barrio se le protege.
Nada de eso existe hoy. Comenzando porque ya hay niños de 12 años con cuatro muertos encima. Hay niños que a los nueve años ya han matado y hay niñas de 15 con una capacidad de violencia tal que impresionan a sus propios compinches. Son partes de ese fenómeno.
Esta delincuencia de ahora no es solitaria, no actúan motus propio, son gregarios, operan por grupos. Hay una voz de mando, lugares tenientes y tropas. Todos tienen que bautizarse, es decir, matar a alguien para pertenecer, si mata a alguien de otra pandilla, el reconocimiento es mayor. Se reparten territorio y en algunos casos se respetan la fuente de ingresos. Esta actuación por bandas los ha hecho más peligrosos aún. Ahora no solo tienen recursos, sino logística, territorio y mucho dinero para comprarle armas a quienes luego mataran, a policías y militares. Un fusil cuesta 1.5 millones, una pistola 9mm 900 palos. Una ametralladora .50 cuesta entre 2 y 3 millones, una granada cuesta entre 200 y 300 palos, pero si compran la caja tienen una rebaja. Hay bandas de hasta 200 hombres, cuyo control del territorio, conlleva a que toda la comunidad se involucre de una u otra forma. Los que se niegan ya saben qué les toca. Y han acumulado tal poder, y se sienten tan protegidos que son capaces ya de poner sus propias alcabalas en las carreteras del país para atracar a la gente. Eso acaba de ocurrir cuando una pandilla de delincuentes, muy jóvenes por cierto, puso una alcabala en la vía de oriente y secuestraron a dos militares. Y no es la primera vez que se ponen alcabalas de ese tipo en el país, son más comunes aún en algunas vías del llano, donde un sujeto apodado El Picure, se ha burlado del Estado como le ha dado la gana. Sin duda que con complicidad.
Dos elementos nuevos se incorporan a este fenómeno: uno, el paramilitarismo que controla territorios, manda en las barriadas y decide qué se hace y qué no, es un fenómeno terriblemente preocupante tanto por su poder de fuego, como por su poder económico y el terror que infunde en las comunidades; y dos, la incorporación de sectores de la Fuerza Armada al hamponaje. Ya podemos hablar de muchos oficiales detenidos por delitos de diversos tipo como el narcotráfico, o el caso reciente de dos sargentos de la Guardia de Honor, nada menos, atracando a un ciudadano con sus armas de reglamento. Hay un agregado más al tema de los militares, y es la extracción de armas del parque para venderlas a la delincuencia. De la cárcel de San Antonio en Margarita, sacaron dos mil armas, según expresó la propia Iris Varela; de El Marite sacaron fusiles R-15 y 9mm de los que usa la Guardia Nacional comprados hace poco porque son armas de combate urbano, escopetas de repetición y granadas, muchas granadas. Cómo armas que son del exclusivo monopolio de la Fuerza Armada, están en manos del hampa y en las cárceles del país.
Ni el llamado a la paz de Maduro, ni la propuesta de entregar las armas a cambio del perdón, pudieron eliminar el hampa. Por el contrario, la inseguridad es hoy mayor que en la Cuarta República, los barrios regresaron a niveles de marginalidad que nadie puede imaginar, los pranes controlan las cárceles, los oficiales del ejército van a la cárcel a rogarle al pran que le entregue su vehículo, el hampa está organizada en bandas de hasta 250 hombres que controlan territorio, cobran vacunas, controlan el narcotráfico, controlan escuelas, liceos, tienen negocios establecidos y tienen sociedad con la policía y sectores militares.
Eso es absolutamente real hoy en Venezuela. Después de las cinco de la tarde es imposible ver una patrulla, y las comunidades están comenzando a tomar la justicia por sus propias manos. Por ejemplo, los medios no reseñaron el ajusticiamiento de cinco delincuentes en un barrio del sur de Valencia. Tenían entre 25 y 17 años. Participó una turba de más de 60 personas donde había hasta niños de diez años, mujeres y hombres para lincharlos. Les tiraron bloques de escombro en las caras, quizás para borrar a aquellos seres de la faz de la tierra, quizás para que quedaran irreconocibles. Eso está ocurriendo cada vez con más regularidad en los barrios de Venezuela.
Mientras tanto, los niños son los espectadores de lo que ocurre en ese 70% del cordón venezolano que jamás imaginé estuviera convirtiéndose de nuevo en el tan cacareado Cordón de Miseria de la Cuarta.
Una amiga me narró llorando que le preguntó a su hijo de 10 años qué quería ser. "Quiero ser como Niño perro, te acuerdas mamá. Quiero tener muchas carajitas, billete y una pistola para que todos lo respeten. Si alguien miraba a Niño Perro, les daba un tiro, lo escupía y se iba riendo, pero era poderoso, ya lo mataron". Su mamá no supo que responderle sino que se puso a llorar, "Rafael, Niño perro tenía 15 años cuando lo mató la policía. Ya no hago más que llorar, quiero irme de aquí". "Y no quieres estudiar", le preguntó. "Para qué mamá, eso no da billete".
Ese hecho narrado por mi amiga, es una consecuencia de la delincuencia de hoy, su poder y la imagen que refleja en los más pequeños.