Crónica de un asalto.

Al abordar el pasajero la unidad el chico del cuarto asiento se persignó nerviosamente dejando notar un leve temblor en la mano con la que se santiguó tres veces seguidas.

El viejo que iba en el puesto de atrás observó aquella actitud del chico sin entender la causa de aquel repentino nerviosismo.

La mayoría de los pasajeros permanecían en sus asientos adormilados mientras la unidad se desplazaba rauda por aquella avenida y salvo el chico que parecía nervioso, el viejo del asiento trasero y el nuevo pasajero que al entrar escrutó con mirada de ráfaga a sus adormecidas víctimas, sólo el chofer mantenía activos sus sentidos totalmente despiertos volcados en la vía, mientras pensaba en completar el recorrido de su ruta superando esta vez el tiempo que regularmente ésta suponía.

Repentinamente el pasajero nuevo se acercó al chofer y aprisionando su mano contra su entrepierna dejando notar la potente culata del arma dijo, en tono que no dejó lugar a dudas, sigue manejando tranquilo chofer que nadie haga nada y que todo el mundo entregue los riales y sus teléfonos. Inmediatamente el chico que se levantó y abrió un pequeño bolso donde comenzó a echar lo que cada uno de los nerviosos pasajeros comenzó a entregar.

El hombre volvió a decir en tono amenazante, insistiendo en empuñar el arma sin mostrarla, sigue manejando tranquilo chofer, entreguen todo y no pasará nada.

Mientras el chofer seguía la instrucción del hombre, cada pasajero entregaba sus pertenencias. El hombre recorrió el pasillo escrutando ligeramente a los pasajeros quienes temerosos colocaban teléfonos y billetes, de baja denominación en la mayoría de los casos, sacado de sus bolsillos. El hombre dijo cartera y todo, que entregue todo a un pasajero que tímidamente se atrevió a decir no tiene dinero ya lo entregué. El hombre arrebató la cartera con rudeza y la echó al bolso que sostenía el chico.

Chofer detente en la próxima te paras y tranquilos, que nadie haga nada, dijo acercándose, Dale chofer, aquí se queda sólo él, yo sigo con ustedes, cuidado con una vaina.

En la próxima escalera detente, cuidado con una vaina, nadie se baja. Malditos a ninguno se le ocurra seguirme. No te detengas chofer.

Apenas la unidad se aproximó a la acera, el hombre saltó como un lince mientras la unidad reingresaba a la avenida para seguir su marcha confundiéndose en el tráfico de vehículos que a esa hora transitaban por aquella avenida transitada avenida.



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Juan González


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