La revolución peligra

La Revolución bolivariana, a pesar del deseo de muchos, siempre estará en peligro. Y no hay contradicción en esa afirmación con el esfuerzo que vienen haciendo internamente –pese a la resistencia de otros- algunos sectores revolucionarios, dirigidos a ampliar la participación hacia un gobierno más diverso; una dirección que no sólo repose en el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), sino que se comparta con el resto de los sectores revolucionarios que apoyan y trabajan por esta causa. Y lo más difícil de lograr y comprender en las filas de la Revolución, la apertura hacia aquellos que no necesariamente se califican como chavistas, pero su conducta honesta y patriota les hace estimables de un espacio para la participación.

Las dificultades en los procesos que desde siempre se forjaron para lograr la Revolución, que ahora está tallándose con todas sus contradicciones, siempre han estado presente, haciendo que peligren en trayecto y permanencia. Y este proceso, diverso, contradictorio, plural, no es la excepción.

En el pasado, las luchas revolucionarias -desde los años 60 hasta entrados los 90- fueron en cierta medida derrotadas militarmente, pero no así en lo ideológico, ni en lo político, cuyo fruto lo saboreó el Comandante Hugo Chávez, quien llegó al poder a raíz de las condiciones económicas y sociales que se produjeron en esos años. Tales condiciones fueron enfrentadas inicialmente por dichas generaciones de combatientes, cuyos luchadores y luchadoras, a quienes no nos atrevemos a denominar trasnochados ni derrotados, afrontaron valientemente la injusticia de un régimen oprobioso que se manchó las manos de sangre y que recorrió con su caravana de muerte todo el territorio nacional. Masacrando, encarcelando, y torturando a estudiantes, trabajadores, luchadores sociales, deportistas, políticos, etc.

Esos compañeros y compañeras que pusieron el pecho, no eran ni funcionarios de gobierno ni diputados; lo hicieron en la clandestinidad, perseguidos ellos y ellas y sus familias; condenados a abandonar sus estudios universitarios, la Patria incluso.

Muchos fueron sentenciados a pagar largas condenas en las cárceles venezolanas, cuando ni se soñaba con programas para dignificar la población penal, ni mucho menos se pensaba en comisiones que desde el propio gobierno trabajaran para defender sus derechos humanos; construir mejores edificaciones donde prepararse para ser reinsertados en una sociedad solidaria.

Podemos apenas mencionar algunos, un reducido número, quizás

algunos de los más emblemáticos de los miles de desaparecidos en los regímenes de la Cuarta República o del llamado puntofijismo. A decir, Argimiro Gabaldón, Fabricio Ojeda (que renunció al Congreso para entregarse a la lucha armada), Livia Gouverneur, Noel Rodríguez, Alberto Lovera, Dilia Rojas, Jorge Moscoso, Yulimar Reyes, Belinda Álvarez, Sergio Rodríguez, a quienes no podemos omitir decirles, Honor y Gloria, Camaradas!.

Esta izquierda, vanguardia de las luchas por la construcción de un proceso revolucionario, no vivió la libertad de hoy, por el contrario, fue víctima de la tortura, de las desapariciones forzadas. Las mujeres violadas por los policías; los luchadores ahorcados en los módulos policiales o en las sedes de las prefecturas; estudiantes descuartizados y paremos de contar. Era otro país, y en el actual, sólo se les puede calificar como héroes y heroínas de la Patria.

Camaradas que hicieron frente a los Teatro de Operaciones, a las bases militares que instaló el Pentágono estadounidense para disminuir a los grupos guerrilleros que se enfrentaron a los gobiernos adecos y que sirvieron para avivar la llama revolucionaria que desde Cuba inundaba el continente.

Estos compañeros resistieron el peligro en la cotidianidad, un peligro que hoy nos acecha con otros ingredientes. Internamente se cocinan a diario acciones que violentan el proceso; se conspira desde los sectores políticos opuestos y desde la empresa privada que se resiste a compartir con los trabajadores el fruto de las jornadas. Y éstos se apoyan en herramientas como los medios de comunicación que vomitan a diario su desprecio por las clase pobre, esa misma clase a la cual dirigen sus mensajes ideológicos que inyecta cual veneno imperialista, a través de la publicidad, de las telenovelas y de la música cuyo contenido violenta los valores y la dignidad del ser humano.

Derribar un proceso Maduro

Luego de 15 años de este proceso de transición hacia un sistema socialista, que permita a las mayorías el disfrute de sus derechos, sin discriminación, los ataques no han amainado. Por el contrario, las armas se han enfilado en contra de Nicolás Maduro, a quién le ha tocado una de las más difíciles tareas para hombre, alguno, suceder en la dirección del poder al líder del proceso bolivariano, Comandante Eterno, Hugo Chávez Frías.


Ante la ausencia física del Gigante Chávez, medios, empresas privadas y sectores militares traidores, iniciaron los ataques en contra del gobierno de Maduro. A las llamadas guarimbas se sumó la guerra económica, sazonada con los sabotajes eléctricos y de otras índoles, donde se cuentan los traidores y “vendepatria” mimetizados en el rojo revolucionario que hacen vida en las instancias burocráticas, en los diferentes poderes del Estado. Y aquellos que sin saberlo, sabotean desoyendo el clamor del pueblo o las demandas que hace. Obviando la realidad real y asumiendo la mediática oficial que en no pocos casos se dedica a halagar, aplaudir y justificar, antes de encender el alma revolucionaria con la palabra.


Desde afuera la conspiración se ha fraguado. Incluso el ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe está acusado de dirigir, apoyar y hasta financiar la conjura para derrotar el proceso en Venezuela. Jóvenes al mejor estilo de los miembros de la Hitlerjugend o Juventudes Hitlerianas, planifican actos terroristas con la vista gorda o la buena pro de quienes se hacen llamar “líderes” de la oposición, revuelta en un espacio nada democrático ni unido como la tildada Mesa de la Unidad Democrática.

Volar discotecas y licorerías, lugares preferidos de los jóvenes; derribar puentes; asesinar a funcionarios y cuadros de la Revolución, son parte del proyecto sangriento de los menos que se saben derrotados siempre en el campo democrático y que apelan sólo a las armas de los miserables cobardes que asesinan, masacran a los más, invisibles a sus ojos, no reconocidos, no tolerados, no respetados.

Estos intentos por desestabilizar el proceso que se viene desarrollando en el país, que transita hacia el socialismo, aunque dentro de un sistema capitalista, donde la mayor parte de los medios de producción aún están en manos de privados, son dirigidos desde el imperio. Las burguesías trasnacionales que sólo las une el interés económico, el poder financiero internacional, sufren de náuseas cada vez que se aprueba alguna política que favorece o da poder al pueblo. Entonces se activan para acabar con “la barbarie”.

La situación de Venezuela hoy es de cuidado; todos los sectores se han activado para derrocar a Maduro que es el pueblo, que es Chávez multiplicado. Por ello hay que activar la creatividad y empujar la lucha para que ese Chávez fragmentado en todos los hombres y mujeres que lo han seguido y defienden hoy su legado se haga uno para enfrentar esta batalla. Que el pueblo, en las organizaciones sociales, consejos comunales, comunas, intelectuales, luchadoras y hombres de bien, se conviertan en una fuerza hegemónica capaz de destruir el mal que se levanta en su contra con fuerza y sin piedad.

A pesar de las contradicciones, Nicolás Maduro requiere, necesita y ha pedido el apoyo, la ayuda del pueblo que lo eligió por voluntad de Chávez. Y el pueblo tiene sobre sus hombros la defensa del legado de Chávez y Maduro es parte de esa herencia.

Estamos en peligro, siempre lo hemos estado, pero hoy, luego de 14 años de recorrer Revolución con Chávez, estamos graduadas, y graduados, debemos demostrar lo que aprendimos. No sólo hablar Chávez; andar Chávez, amar Chávez y luchar Chávez para defender la Patria querida que nos quieren arrebatar.



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Hindu Anderi


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