Fascismos, crisis sistémica y revolución social

Si los estamentos de los trabajadores consiguen comprender

que a través de la Formación y la Virtud pueden hoy fácilmente

superarnos, entonces será nuestro final.

Friedrich Nietzsche

El fascismo del centro.

El debate sobre lo que se menciona desde el campo popular como fascismo en el tipo de acciones violentas que porciones de la oposición han protagonizado durante las últimas semanas requiere en primer lugar de recurrir al análisis de los propios movimientos fascistas “originarios”. Entre otras cosas para verificar si efectivamente el concepto es aplicable a las expresiones violentas que a estas horas llevan adelante grupos provenientes en su mayoría de las franjas medias venezolanas.

Se hace necesario tratar de precisar a los movimientos ultra reaccionarios formados al calor de las circunstancias históricamente irrepetibles del fin de la Primera Guerra Mundial en 1918. Los que una vez en el poder específicamente en Italia y en Alemania y con una capacidad de incidencia y movilización “popular” notable y quizás mayoritaria, contribuyeron de forma determinante a desatar la Segunda Guerra Mundial, al tiempo en que emprendieron un holocausto que no ha podido tener comparaciones hasta el momento, sobre todo producto de la cantidad de seres humanos que fueron llevados a la muerte a través de técnicas sofisticadas cuidadosamente pensadas para exterminar a millones de personas en el menor tiempo posible; judíos, comunistas, gitanos, homosexuales, mujeres, niños y niñas, socialdemócratas, o personas con alguna discapacidad mental o física. ¿Cuáles eran los fundamentos y las inspiraciones comunes no solamente entre los fascistas italianos liderados por Benito Mussolini, y la versión alemana de este movimiento reaccionario, es decir los nacionalsocialistas de Hitler? Además de los Flecha Cruz de Hungría, la Guardia de Hierro de Rumanía, los terroristas croatas financiados por Mussolini, los ustachá. Y en un período de su larga primacía, el régimen franquista en España (1939-1975) o la dictadura de Salazar en Portugal (1932-1968)

En primer lugar estos movimientos son la respuesta más brutal que se haya conocido en contra de las tradiciones situadas temporalmente en el movimiento político e intelectual de la ilustración (siglo XVIII). Fueron respuestas o mejor “reacciones” a la misma idea de cambio social expresada tanto en la democracia liberal como en la noción más radical de revolución social. Coherentes con esta apreciación los movimientos fascistas detestaban especialmente dos fechas vistas como el germen infectocontagioso del principio de igualdad social; 1789, la revolución francesa y 1917, el año de la revolución bolchevique. Por ello, ubicados en el contexto del programa histórico de la ilustración, los fascistas abominaban de la razón, del argumento, de la política, del principio de igualdad, del progreso, del derecho inmanente de la condición humana a la libertad y a la felicidad. Pero no despreciaron a la ciencia, más bien procedimientos científicos fueron utilizados para hacer más asertiva su idea del exterminio de pueblos y someter a la esclavitud a naciones enteras. Fabricaron además una versión de la historia truculenta a través de la cual se trataba de restaurar los fundamentos de grandes imperios establecidos y legitimados por la tradición, las jerarquías y la fuerza, vistas como las verdaderas virtudes que acompañan a un grupo selecto de naciones superiores. Entonces la xenofobia, el antisemitismo, el racismo y la exhortación machista a la fuerza, eran componentes básicos de la “razón” fascista. (En realidad el antisemitismo fue tomado por los fascistas italianos proveniente de los nacionalsocialistas alemanes tan tarde como en 1939) Los veteranos de la primera guerra mundial, sobre todo en Alemania, veían su propia realización como hombres virtuosos en la participación de otra guerra acaso más mortífera que la anterior. Para Hitler, por ejemplo, la paz de postguerra había significado la humillación de Alemania a través del Tratado de Versalles. Esa paz había traído como consecuencia la posibilidad de la revolución y en general del caos, que para ellos era exactamente lo mismo.

El espectro de la revolución social, el crecimiento de la vida urbana, el fortalecimiento de los sindicatos, y la presencia para ellos temeraria del bolchevismo ateo, del leninismo, visto como fuerza mundialmente expansiva del comunismo, componen el escenario en contra del cual reaccionaron los fascistas. A la situación sumariamente descrita se le agregaba la crisis económica mundial que estalló en 1929, lo que determinó en Europa el fin de los regímenes liberales parlamentarios. Pero sus consecuencias se sintieron en el resto del mundo. Sucumbía el mundo burgués del siglo XIX. El movimiento comunista mundial que existía para aquel entonces había pronosticado graves escenarios que preparaban la crisis terminal del capitalismo. El diagnóstico fue parcialmente correcto, en lo que no acertaron fue en las fuerzas que finalmente se iban a beneficiar de la crisis; al contrario de sus pronósticos, la balanza se inclinó hacia la derecha extrema. Los experimentos que moldearon los totalitarismos que surgieron en el período de entre guerras son expresión cabal de la crisis del capital.

El territorio de experimentación del fascismo fue inmejorable. La guerra civil española (1936-1939) demostró lo bien que estaban preparadas todas las derechas, desde los tradicionalistas católicos hasta los fascistas. Y también demostró lo pésimo que estaban las democracias occidentales (Francia, Inglaterra) para confrontar a un enemigo que hasta el último momento quisieron eludir. Más aún, en algún momento guardaron la esperanza las potencias occidentales que creando así las condiciones, se podría trabajar porque los dos extremos, comunismo ateo y fascismo, se exterminaran mutuamente. La realidad tomó una orientación no prevista: el pacto de no agresión firmado entre la Alemania nazi y la Unión Soviética en 1939, a días de iniciarse la segunda guerra mundial, determinó los contendientes de la disputa militar: las potencias occidentales y el eje nazi-fascista. Este pacto le dio más tiempo a Stalin para prepararse para la guerra, pero desconcertó a los comunistas en el mundo entero.

La URSS, y el movimiento comunista internacional tuvieron en el episodio de la guerra civil española una determinación geopolítica más clara para contribuir a la causa republicana. La victoria de las derechas en España y la restauración de su monarquía moralizaron al fascismo y en consecuencia, a su proyecto de colocarse como fuerza dominante internacional con sede en Berlín se potenció. ¿Porque el mundo colonial, con fuerzas igualmente nacionalistas no se contagió en lo fundamental de fascismo? Si igualmente enarbolaban como discurso defensivo, al menos un sector, sus tradiciones, demonizaban de la vida urbana. En todo caso, conservaban un mensaje esencialista del nacionalismo y de sus presuntas y particulares virtudes, tal como lo hacían los fascismos europeos. La respuesta está en la xenofobia y en el racismo militante del fascismo europeo, que pronto hicieron impracticable una alianza con pueblos tenidos como inferiores. Además, donde tuvieron la oportunidad el nacionalsocialismo probó que su proyecto no sólo contemplaba la expansión mundial, sino literalmente la esclavitud y el exterminio de otras naciones: como lo comprobaron rusos y polacos.

La emergencia por doblegar a este movimiento ultra reaccionario con aspiraciones de dominación mundial determinó una alianza posible sólo en aquellas circunstancias excepcionales: la alianza entre los sistemas liberales y las fuerzas comunistas para derrotar a las potencias del eje. Superado el peligro el sistema capitalista vivió una expansión que Hobsbawm la calificó como edad de Oro del capitalismo. Fundamentalmente porque el sistema experimento en cada unidad nacional de los países centrales, incluyendo a EEUU, importantes acuerdos entre los sectores de trabajadores y los sectores del gran capital, cuyos compromisos permitieron el establecimiento del modelo de estados de bienestar, modelo defendido principalmente por las organizaciones socialdemócratas, pero en los hechos también practicada por otras formaciones más hacia la derecha y hacia la izquierda. La verdad es que la abundancia que se experimentó en las zonas centrales tuvo de igual modo algunas formas de expresión en las zonas deprimidas del planeta.

La sensación de optimismo fue casi general, en parte también porque los procesos de descolonización, si bien en muchos casos sangrientos, que ocurrieron en Asia y en África, y los procesos de liberación nacional en Nuestra América, junto con la conquista del poder por parte de los partidos comunistas en Europa oriental, crearon la sensación de que efectivamente “el tiempo está a favor de los pequeños”, como versaba una hermosa canción de Silvio Rodríguez. Claro que en el campo antisistémico existían contradicciones.

La crisis sistémica.

Esas contradicciones surgieron con fuerza a partir de 1968, con las jornadas de protesta que sacudieron al mundo por esos años. En aquellos acontecimientos se gestaron movimientos sociales que han cuestionado tanto las perversiones del capitalismo y del imperialismo, pero también atacaron la política de convivencia de los socialismos reales con respecto a un mundo organizado con el liderazgo de EEUU. Es decir, quedaba demostrado así el carácter liberal de la vieja izquierda. En primer lugar, por haber centrado la revolución acotada en las fronteras de la nación (el socialismo en un solo país). En segundo lugar, por privilegiar una noción operativa e instrumental de la revolución, como la puesta en práctica de políticas de reformas ejecutadas desde los estados (burocratización y verdadero reformismo), y en tercer lugar, por ir tras la creencia según la cual unas supuestas fuerzas de la historia terminarían invariablemente por hacer triunfar el socialismo mundialmente (lo que produjo en los movimientos antisistémicos despolitización y en consecuencia desmovilización).

La situación de bienestar que había alcanzado el capitalismo comenzó a agotarse a partir de 1973. Desde ese momento las élites dominantes del mundo buscaron un proyecto que le permitiera revitalizar al capitalismo y recentrar su poder hegemónico como élite dominante, debilitada durante el período de postguerra, producto de la instauración de los estados de bienestar, y del levantamiento de las fuerzas populares en las zonas deprimidas del mundo. Ese proyecto reaccionario fue el neoliberalismo. En este lapso la emergencia de las élites confirmaba un profundo malestar en el funcionamiento del capitalismo mundial. En realidad estamos en presencia del agotamiento del liberalismo, visto por Wallerstein como el elemento central de la cultura hegemónica mundial fundada en la creencia del desarrollo inevitable.

El neoliberalismo no fue concebido entonces como un proyecto meramente económico, es un proyecto reaccionario. Autores como David Harvey sostienen que el neoliberalismo buscó la recuperación del poder económico diluido durante la Edad de Oro del capitalismo mundial, al tiempo en que aspira a recuperar la estabilización del sistema capitalista. En el primer objetivo el neoliberalismo ha sido bastante exitoso, ha concentrado la riqueza en pocas manos. En el segundo objetivo, recuperar el funcionamiento óptimo del capitalismo, su fracaso histórico es inobjetable.

La crisis estructural del capitalismo ha traído de igual modo la crisis de sus instituciones fundamentales, como la ciencia, los movimientos antisistémicos y las ideologías, es decir, las formas más emblemáticas sobre cómo hemos pensado e intervenido el mundo, en la opinión de Wallerstein. ¿Pero que tiene todo esto que ver con los grupos fascistas que pretenden crear las condiciones para un golpe de estado en Venezuela? Claro que tiene que ver. En todo caso, ¿son fascistas según las nociones generales que registramos arriba?

Fascismo periférico.

Los grupos que ahora atacan toda la infraestructura pública de servicios, (una parte importante se ha construido durante estos años de revolución), no tienen al racismo y a la xenofobia como pilares de un proyecto reaccionario de nación, como sí ocurrió durante la primera mitad del siglo XX. Eso no quiere decir que no sean racistas, muy probablemente lo sean. Estos movimientos han protagonizado en las últimas semanas actos de desprecio en contra de deportistas cubanos de paso por el país en el marco de efectuarse un evento deportivo internacional. Más sistemático es el odio que han creado alrededor de la figura de los médicos cubanos. Con todo, sus discursos (cuando los pronuncian) y sus acciones no revelan una sistemática disposición hacia la construcción de un modelo de sociedad nacional que entre sus objetivos proyecte y demande algo tan lunático como la pureza racial.

Son fascistas concretamente porque expresan una conducta política primitiva. Y porque defienden hasta la exaltación irracional el orden social por medio del cual también son oprimidos por el bloque dominante del que, en rigor, no hacen parte. En concreto, estos segmentos sociales son el producto de unos procesos de “socialización” que han transcurrido en el estrechísimo y exclusivo ámbito de las capas medias, que en el contexto de una intensa movilización de masas y de la expansión de imaginarios populares durante los últimos años, sus respuestas en la mayoría de las ocasiones han resultado anti-políticas o reactivas. Por su parte, el incremento de los actos delictivos potenciados por las empresas privadas de comunicación, favorecieron un tipo de aislamiento social cada vez más paranoico.

En el espacio de la política nacional, si bien tienen partidos como Primero Justicia o Voluntad Popular, las demandas de estas organizaciones no provienen exclusivamente de las capas medias, como fuera lógico en otras circunstancias, porque la política de la unidad electoral les ha condicionado programáticamente a reproducir y propalar al menos retóricamente un discurso ubicado en la generalidad de sus manifestaciones, en un centro ideológico ambiguo. De esta forma, aunque sea motivado por cálculos electorales cuyas expresiones en su mayoría se encuentran en la procura por identificarse con los intereses de las masas populares, los sectores sociales conservadoras o de derechas, encuentran que sus partidos no encarnan sus aspiraciones programáticas, al menos en el plano de la acción electoral. El escenario así descrito retrata una situación esquizoide. En Venezuela no existe porque no es conveniente electoralmente, un discurso genuinamente de derechas. En su lugar existe la Mesa de la Unidad Democrática; una plataforma de organizaciones políticas cuya unidad se fundamenta únicamente en la lucha en contra del chavismo.

Los grupos que actualmente tienen sitiadas las zonas residenciales del este de Caracas y de otras zonas ubicadas en algunas capitales de estados del país, también se han visto históricamente afectados por un proceso de descomposición social que ya lleva más de veinte años. Los sectores medios ahora radicalizados igualmente han asistido a un desgarramiento de valores y frustraciones diversas, que sin duda son expresión ya estructural de una crisis sistémica mundial mencionada más arriba. Frente a esta situación las políticas estatales han priorizado lógicamente atender las demandas de los sectores más vulnerables, lo que quizá haya profundizado la desconexión absoluta de las capas medias con las instituciones públicas, y en general con la nación. En este contexto, y aunque a primera vista parezca paradójico, estos sectores cuando han tenido la oportunidad de expresarse alegan sentirse “excluidos”.

Por otro lado, puedo imaginar a los historiadores y en general a los científicos sociales que se acerquen para comprender este sugestivo e interesante tramo de nuestra historia pasados al menos cincuenta años, y encontrarán un gran desfase entre la retórica habitual, “infantilmente izquierdista”, y las importantes pero modestas conquistas de una revolución cuyo tránsito a estado signado en general por su apego a las leyes. Desde un principio la producción incesante de discursos reivindicativos pero también en algunos casos innecesariamente provocadores han tenido efectos en la acumulación de odios y de patologías sociales que pronto arraigaron y se reprodujeron en las capas medias profesionales. Estos sentimientos han tomado ya un carácter de rechazo a las mayorías populares, cuyas señales se han constituido como expresiones culturales de identidad de una clase.

En esta situación determinada por el malestar de una clase, las empresas privadas de la comunicación con el “entusiasta” concurso de sus periodistas, se condujeron eventualmente como catalizadores de sus anhelos. Pero progresivamente, con la orientación popular del proceso, estos medios (prensa y televisión), han retroalimentado y potenciado estos malestares, al punto que por varios años fueron vistos por la reacción como su mejor escuela de “formación”. En consecuencia, los sectores medios han estado sujetos a una distorsión de la realidad que en verdad los ha hecho víctimas, y ahora, luego de constatar que sus acciones son cada vez más criminales, victimarios de todo aquel que consideren contrario a sus deseos de orden, de meritocracia, y de recuperación de las jerarquías social y culturalmente “convenientes”.

La táctica escogida hasta ahora. Y la respuesta necesaria.

Frente a la arremetida fascista y a su secuela de muertos y pérdidas millonarias producto de sus ataques a la infraestructura pública y privada, el gobierno bolivariano ha elaborado una política: antes que confrontar a la ultra-derecha con las mayorías que acompañan al proyecto revolucionario, su táctica se ha decantado hacia abrir los espacios del diálogo con los factores de oposición que atiendan al llamado, al tiempo en que mantiene a raya a los fascistas disponiendo de la fuerza pública. Aunque han ocurrido movilizaciones, éstas se organizan mostrando a un pueblo fragmentado: motorizados, mujeres, estudiantes, campesinos, etc. Los primeros intentos por desactivar el conflicto se implementaron con un adelantamiento por decisión presidencial de las vacaciones de carnaval y el llamado a una Conferencia por la paz.

Las conquistas más revolucionarias y por eso permanentes durante la revolución han sido producidas como respuestas a la ejecución de los planes golpistas de la oposición. Desde esta perspectiva, los intentos de derrocamiento violento por parte de la oposición fueron respondidos por el gobierno y por Chávez particularmente, en la profundización del carácter popular de este proceso. Esta es una revolución cuyo libreto no ha estado pre-escrito, como diagnosticaba una investigación del colombiano Medófilo Medina; Chávez. Una revolución sin librero. ¿Por qué ahora entonces no pudiera ocurrir de la misma forma? Trato de buscar alguna explicación: es probable que los cálculos que se hayan hecho no favorezcan por el momento a los sectores populares.

Desde el 2006 las movilizaciones populares no han sido significativas. O sencillamente se moviliza a la población para apoyar las opciones bolivarianas en los eventos electorales. Como un resultado no previsto cada vez se expresan señales de burocratización en la relación que el Estado y algunos “funcionarios” han establecido con el chavismo y con el resto de la sociedad. La idea de que se trata de un resultado no previsto es una concesión de quien escribe. La verdad es que la historia de los gobiernos nacidos de una revolución o de un proceso de movilización popular, y la consiguiente captura de las aspiraciones revolucionarias en lógicas instrumentalizadas ocurrió repetidamente durante el siglo XX. En este aspecto no se ha inventado nada. La instrumentalización del movimiento popular ha traído como consecuencia una despolitización progresiva que, aunque en el corto plazo puede reportar beneficios a veces incluso sólo aparentes, o en todo caso pragmáticos, a mediano y largo plazo producen desmovilización y al final la neutralización de grandes porciones del chavismo en lógicas clientelares, es decir conservadoras y potencialmente reaccionarias.

Más aun, la debilidad de la que venimos comentando es producto de un modelo estructural del cual la revolución bolivariana no ha hecho más que afianzar, reproducir y legitimar. El modelo de un capitalismo rentista de Estado si bien ha permitido las satisfacción de demandas históricamente insatisfechas, ha contribuido a la construcción de una infraestructura fundamental para el funcionamiento de la nación, y el hecho de que el Estado haya dispuesto de estos recursos le ha permitido manejarse con más “autonomía” en el ámbito nacional e internacional, son visibles las perversiones de este modelo dependiente. Al “fortalecimiento” del Estado rentista, improductivo y corrupto le ha correspondido unas formaciones sociales progresivamente débiles, como demuestra un artículo de Roland Denis, Desactivar el fascismo. Esta situación estructural requiere la puesta en práctica de una política que contemple pensar una estrategia de transición económica y también cultural a mediano y largo plazo.

No hay forma de vencer al fascismo, un fenómeno que por las circunstancias comentadas más arriba se ha forjado de las propias contradicciones de la sociedad y constituye una respuesta irracional a la incertidumbre producto de la crisis estructural del capitalismo, pero también es consecuencia del desarrollo de la propia revolución bolivariana, si no se moviliza al conjunto de un movimiento popular vigorizado en su carácter autónomo y revolucionario por esta coyuntura. Estos grupos fascistas además están apoyados por una campaña internacional donde el imperialismo se juega otra de sus cartas en contra de Venezuela. Con la esperanza de que la restauración del proyecto desplazado que encarna el bloque dominante, funcione como una fuerza que capture de nuevo el poder político en el resto de los experimentos populares desplegados en Nuestra América.

 

 



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