Así, me enseñaron la historia

Tres mujeres en la historia de Venezuela: En este país de padres de paso, de no haber sido por la mujer venezolana: valiente, abnegada y estoica, no queremos imaginarnos a dónde hubiésemos llegado. Lo que sucede es que antes de la II Guerra Mundial, en que la mujer comienza a liberarse, es muy poca, o ninguna, su proyección individual y significativa en la Historia.Como en la historia no hay héroes anónimos, se nos hace imposible traer a colación las grandes mujeres venezolanas de nuestra historia, que sí las hubo, como Luisa Cáceres y Eulalia de Barcelona y otras. Su acción no fue lo suficientemente destacada como para trasponer los límites de lo trascendente.Hay, sin embargo, tres mujeres, que por las razones que luego veremos dieron tales muestras de valía que bien valdría un esfuerzo para redondear más profundamente sus semblanzas, pues de ellas apenas tenemos algunos rasgos; pero lo suficientemente significativos, como para presentir una totalidad armoniosa y ejemplar.Innumerables mujeres, han podido tener todo el talento necesario; pero la falta de oportunidad las dejó en el anonimato.

Doña Dominga Ortiz, esposa de José Antonio Páez, nació en cuna humilde, el 1º de noviembre de 1796, en la aldea de Cunaguá, provincia de Barinas. Era una mujer recia y valerosa, que, al igual que cualquier soldadera, siguió a su marido, por su sangriento itinerario. Los soldados según cuenta el Capitán Bowel la adoraban al igual que a su jefe.

(Disparos lejanos. Dos o tres heridos se quejan.)

Doña Dominga: (Enérgica) ¡Date vuelta, mijo, para limpiarte esa herida!

Soldado: (Avergonzado) Pero, doña Dominga, si no es nada de particular. ¿Y cómo va estar usted, la esposa del Tío, ensuciándose las manos con la sangre de un pobre negro como yo?

Doña Dominga: (Imperativa) ¡Déjese de zoquetadas y haga lo que le digo! ¡Obedezca, carrizo!

Doña Dominga: (Compasiva) ¡Ya está! ¿Te dolió mucho?

Soldado: (Emocionado) No, mi vieja Dios se lo pague

Doña Dominga: (Alzando la voz) Vamos mujeres, del cipote, que hay mucho herido que atender.

Dejamos a Doña Dominga Ortiz y a José Antonio Páez en el año de 1818, en que, muy jóvenes ambos, alternaban los furores de la guerra con un plácido embeleso trashumante y vayamos hacia un pueblo del oriente venezolano, años después.

Hacía más de una década que había llegado a las vecindades del pueblo un empobrecido cacique de la más pura raza caribe, aunque fue bautizado y tuviese por apellido Marrero. Vivía en las afueras de la población con sus dos hijas, ambas muy hermosas, llamadas Benita, la mayor, y Clara la siguiente. Arrinconado en aquel pueblo, privado de sus tierras y rebaños, el pobre cacique Marrero, en otros tiempos temido y poderoso jefe, veía caer la tarde de su vida, rodeado de los pocos miembros de su tribu que aún le acompañaban en su derrota. Una tarde un cuerpo de ejército entró a sangre y fuego en el pueblo al grito de: ¡Viva el General Goyito!

El tal General Goyito tomó el pueblo como su cuartel general, enamorándose de Benita, la hija del cacique, a quien se llevó a su lado haciéndola su mujer. El cacique Marrero no pudo resistir la afrenta y, sin dichos ni protestas dio por terminada su vida. Clara, la menor, muerto el padre se fue a vivir con su hermana. No pasaron muchos años sin que Benita, luego de darle dos hijos al caudillo abandonase este mundo. Antes le pidió a su marido que contrajese matrimonio con su hermana Clara.

Goyito y Clara se casaron y, por mucho tiempo fueron dichosos. Clara tenía las bellas facciones caribes tantas veces cantadas desde los tiempos de la conquista. Era de tez clara, ojos muy negros y levemente achinados y el pelo abundante que le caía en crinejas. Tenía el alma limpia y precaria de todo ser racional, lo que deleitaba al General, que al fin y al cabo era un buen hombre, y muy enamorado de su india.

Dejemos por un momento al General Goyito y a su hermosa india y trasladémonos a la Caracas de 1847. El General José Antonio Páez, en la cumbre de su poder y gloria, ha impuesto como Presidente de la República al General José Tadeo Monagas, casado con una noble dama de Barcelona, de nombre Luisa Oriach. Páez, a diferencia de Monagas, que es un monógamo empedernido, hace ya mucho tiempo que ha puesto de lado a Doña Dominga Ortiz, su abnegada compañera de los primeros años, para echarse de amante a una hermosa y frívola mujer llamada Barbarita Nieves, a quien impone al mundo y a la oligarquía, como si se tratase de su mujer legítima. Los hombres de pro no vacilan, con tal de asegurar su preminencia, en rendirle pleitesía a Barbarita, haciéndose acompañar en sus visitas por sus empingorotadas mujeres.

Luisa Oriach de Monagas, a despecho de conveniencias políticas, se abstuvo siempre de tributarle homenaje a la amante de Páez, reservando todas sus atenciones para la sufrida doña Dominga.

Un día, para sorpresa de todos y aguda congoja del León de Payara, murió Barbarita en plena juventud. La ciudad, siempre adulona, se desbordó en manifestaciones de duelo. Ante el féretro desfiló lo más granado de la sociedad venezolana y hasta Juan Vicente González compuso una elegía. Doña Luisa, consciente de su responsabilidad, como primera dama, se abstuvo de toda manifestación de duelo, lo que fue muy comentado por toda la ciudad, enardeciendo aún más el amor propio de Páez. Al poco tiempo y en medio de un acto oficial se toparon Páez y doña Luisa. El autócrata, sin poderse contener, le observó acre a la primera dama:

¿Qué tal Doña Luisa? Estoy muy extrañado por su actitud.

Doña Luisa: (Haciéndose la sorprendida) ¿De cuál actitud, general Páez?

Páez: De que no me haya dado el pésame por mi mujer.

Doña Luisa: (Altiva) Perdone usted, general, pero no sabía que doña Dominga hubiese muerto.

Cuentan que a partir de ese momento se inició el divorcio político de José Antonio Páez y de José Tadeo Monagas, quien luego de atentar contra el Congreso pretendió perpetuarse en el poder, imponiendo como sucesor en 1851 a su hermano el General Goyito, el amante esposo de la india Clara, de pura raza caribe.

Pero esto sí que es el colmodeJosé Tadeo Monagas; (dicen los sifrinos(as) de la mafia amarilla de la época) que encima de calarnos a su hermano, nos imponga como esposa del Presidente de la República a una india de guayuco y plumas.

Clara fue motejada por la buena sociedad venezolana, la misma que no vaciló en inclinarse ante la concubina de Páez. Doña Luisa de Oriach, su concuñada, hizo lo indecible para que aprendiese buenos modales y la etiqueta palaciega. Fue inútil. La tímida y hermosa primera dama se abroqueló en su casa cerrándoles el paso a la cohorte de adulones y adulonas. Era bondadosa y abnegada con sus esclavos y se cree que mucho pesó su influencia para que su presidencial marido lanzase uno de los más importantes decretos de la historia de Venezuela. Ella misma se lo comunicó a los beneficiarios. Esa misma mañana al amanecer, despertó a la esclavitud al grito de:

Clara: Despiértense, muchachos Levántense negras y negros.

Esclavos: (Adormilados) ¿Qué es lo que pasa, mi ama?

Clara: ¡Que mi marido, el General Goyito, acaba de firmar el decreto por el cual se acaba en Venezuela, de una vez por todas, la esclavitud.

Esclavos: (Confusos) No entiendo, mi ama

Clara: ¡Que son libres de una vez por todas! Que pueden ir y venir a donde les dé la gana sin tener que rendirle cuentas a nadie, ¡que se acabó la esclavitud en Venezuela!

Al término del período presidencial del General Goyito, el libertador de los esclavos, retornó a la Presidencia José Tadeo Monagas. José Antonio Páez se alzó en armas; fue derrotado y confinado en el Castillo de Cumaná. José Tadeo desplegó frontal la más recia autocracia. Esa mañana doña Luisa Oriach de Monagas fue sorprendida por la noticia de que doña Dominga Ortiz de Páez, la envejecida y relegada esposa del Centauro, quería hablar con ella.

Doña Luisa: (Nerviosa) ¿Doña Dominga Ortiz? ¿La esposa del general Páez? Pero, ¿dónde está?

Sirvienta: Está en la sala

Doña Luisa: Ya voy a recibirla Corre y adelántate ¡Pobre mujer!

Doña Luisa: (Con cariño y admiración) Pero, doña Dominga, ¡Cuánto honor tenerla en casa!

(Solloza doña Dominga.)

Doña Luisa: (Compasiva) ¿Pero, qué le pasa, mujer de Dios? ¿Usted como que se ha vuelto loca para que se me arrodille? ¡Levántese y dígame en qué puedo servirla! ¡Para eso soy su amiga!

Doña Dominga: (Entre sollozos) Se trata de José Antonio Se me va a morir en ese castillo de Cumaná Yo le ruego por lo más sagrado que le pida al General Monagas que lo echen fuera del país Él está viejo y sin amigos ya no le puede hacer mal

Doña Luisa: (Severa) ¿Y usted todavía lo quiere?

Doña Dominga: (Sollozo) Sí, lo quiero

Doña Luisa: Con todo lo que le ha hecho

Doña Dominga: Con todo

Doña Luisa: Deje eso en mis manos y veré que puedo hacer. Déjeme hablar con José Tadeo.

La esposa de Monagas logró lo que parecía imposible: que el déspota permitiese que José Antonio Páez se fuese al exilio con Doña Dominga. El primer rey de la baraja fue liberado de su prisión y conducido al barco que habría de llevarlo a Nueva York. En el muelle lo esperaba doña Dominga rodeada de sus hijos. Páez no pudo contener su emoción al ver por primera vez, y después de muchos años, a la recia llanera. Luego de sollozar y pedirle perdón por sus infidelidades, a un reclamo del capitán de que abordase la nave, dijo a su esposa:

Páez: Ven Sube Tú primero.

Doña Dominga: (Seca) ¿A dónde?

Páez: (Desconcertado) A Nueva York

Doña Dominga: Yo no voy a ninguna parte con usted

Páez: (Confuso) ¿Cómo?

Doña Dominga: Como lo está oyendo. Yo cumplí con mi deber de esposa de pedir su libertad Pero conmigo no cuente Adiós y que le vaya bien.

¡Gringos Go Home! ¡Libertad para los cuatro antiterroristas cubanos héroes de la Humanidad!

¡ChávezVive, laLuchasigue!

¡PatriaSocialistaoMuerte!

¡Venceremos!



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Manuel Taibo


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