Sin sublevación en el lenguaje no hay revolución

Rufino Blanco Fombona dice que Bolívar también fue el Libertador del idioma castellano. Si en Venezuela hubiera nacido un genio como Francisco Umbral no lo habría dejado escribir en ningún medio de comunicación. Nosotros todavía somos esclavos de los gachupines que nos tenían esclavizados. Guardamos todavía con mucho respeto esa corrección de corte escolástica que nos impusieron los hombres de espada y garnacha.

Imaginemos a un Bolívar expresándose como un cura español en sus discursos y proclamas: “No os contentéis con la libertad que habéis recibido de vuestros bisabuelos, ni permitáis sucumbir bajo el amparo de estos ilegítimos dueños...” Con esa explosión de saliva cada vez que pronunciaban una z.

Llegó Bolívar y le cayó a martillazos a esa pudibúndica, cadavérica y pútrida manera de hablar. Se quitó primero eso de don Simón “de” Bolívar, se arrancó la caspa metafísica y sotanera de sus antepasados, y comenzó a hablar su propio lenguaje el que produjo una revolución más importante en el pensamiento nuestro, que la propia gesta de Independencia (porque aquella se perdió mientras que la de su lenguaje sigue viva y palpitante). Bolívar con ese lenguaje no se parece en nada a un español.

Todo en sus palabras se revela nuevo y fulminante. Ese verbo produjo un corte total con todo lo pasado. Esa revolución tenemos hoy que profundizarla con los aportes dados por el Comandante Chávez.

Hasta en el sexo hizo Bolívar una revolución, pero resulta que muchos de sus conciudadanos todavía viven en las cavernas apestosas de los purpurados adoradores de Fernando VII.

Bolívar en sus frenesí de lucha y combates, echaba mano de cuanto pasaba por el ardiente volcán de sus ideas y deseos, y llegó a crear todo un nuevo lenguaje que aquí, que somos tan flojos, todavía no hemos descubierto ni mucho menos estudiado.

A vuelo de pájaro me detengo en los neologismo introducidos por él y que recoge en su extraordinario libro “Léxico de Bolívar”, la peruana Martha Hildebrandt, con las expresiones: canana, caricatura, cosaco, coy, curro, testaferro, fehaciente, influyente, nómade, ...

Pero Bolívar habla de “las chocherías de Jesús...”, que “el viejo Zea le echa a Ud. (Santander) su andanada por la muerte de los prisioneros..”, y cuando estalla con ese desesperado clarín de angustias: “Cada canalla quiere ser soberano, cada canalla defiende a fuego y sangre lo que tiene, sin hacer el menor sacrificio...”. Y podríamos así escribir varios volúmenes de hermosa, noble, silvestre y fulgurante prosa. Que uno nunca se cansa de leer y de pensar. Porque Bolívar como sabio y filósofo es de los pocos que nos hacen pensar.

Tuvo que darse primero una revolución del lenguaje, del pensamiento, de la fascinación por la gloria y de sueños de libertad, cosas éstas todas de las que carecía (y carece) España. Ahí comenzamos a ser totalmente diferentes a ellos. Ya aquel atormentado ser que había padecido horribles tragedias no tenía nada que ver con lo español. En 1813 estaba estallando una gran conciencia, plena de palabras nuevas y sacudimientos sustantivos que elevaban el sentido de la vida a una dimensión trágica desconocida, que calaba hondo y que rompía la modorra escolástica de tres siglos de servidumbre. En América no se pensaba ni había pensamiento. Aunque por un bastardo misterio, por una súbita involución, todavía cueste pensar.

Ocurre por aquel año de 1813 el surgimiento de una suprasensibilidad que arrostrará lo insólito de querer analizarlo con profunda crudeza todo. Es además la aparición de un ritmo lirico violento y visionario, con aterido fuego de claridades que abre la compuerta de un mundo jamás concebido por genio o demonio alguno. Que alerta que el camino no es el de Europa ni el de Estados Unidos. Un volcán de ideas, un frenesí de desafíos y de voluntades sublimes. Se trata, pues, del creador de linderos imposibles, de fulminantes acciones políticas para procurar dejar en América un sistema social sólido, estable, profundamente humano.

Simón Bolívar va denominando sus gestas y acciones, sus ideas y proyectos con obras de universal destello; el primero de ellos es el llamado Manifiesto de Cartagena en 1812, y el segundo, en 1813, la llamada Campaña Admirable. Luego nos encontraremos con la Retirada a Oriente, la Carta de Jamaica, la Invasión de Los Cayos, El Paso de Los Andes, la Liberación del Sur, El Congreso de Angostura, La Proclama de Ayacucho, el Decreto con el que se funda Bolivia, el Congreso Anfictiónico de Panamá y finalmente el Congreso Admirable. Sin tomar en cuenta en este listado, todas las batallas memorables que se escenificaron en Venezuela, Nueva Granada, Ecuador, Perú y el Alto Perú.

Pero entre este ser y sus contemporáneos hay una distancia de dimensiones siderales. Se carece de un pueblo que esté la altura de su genio.

El tormentoso agitador de aquel mar muerto es un genio de la propaganda y de la transfiguración del Estado en un concierto de luces, valores profundos de hermandad americana, de estabilidad y justicia social. Y tuvo que hacer de la nada una república, porque ya en la Carta de Jamaica advertía que el papel de lo que se podía llamar “pueblo” entre nosotros, era el de gente que vegeta, gente que entonces no ocupaba otro lugar en la sociedad que el de siervos regodeados en su miseria o el de simples consumidores. En plena guerra hubo de decir, que el pueblo estaba representado por los soldados en armas que estaban dispuestos a derramar su sangre por la Independencia. Se ve que Bolívar recelaba de los leguleyos (intelectuales de salón) que, a fin de cuentas, fueron los que acabaron desintegrando su proyecto de la Gran Colombia.

Aquello de la multiplicación de los panes, se hizo para Bolívar un milagro cotidiano.

Aquel pueblo con el que tiene que hacer la independencia está infeccionado por la cobardía de tres siglos de esclavitud, de prejuicios abominables, de supersticiones religiosas, de vileza y perversiones inoculadas por las bandas de forajidos y criminales que conquistaron estas tierras desde la llegada de Colón. Por eso, no van a ser precisamente los españoles los que destruirán la primera y segunda república, sino nuestros propios compatriotas dirigidos por sus jefes, monstruos realistas: “nuestros compatriotas (opositores) se han prestado a ser el instrumento odioso de los malvados españoles (pro-yanquis hoy). Dispuestos a tratarlos con indulgencia a pesar de sus crímenes (como el día que Chávez les sacó la cruz a los ultra-derechistas), se obstinan no obstante en sus delitos, …1 Mis sentimientos de humanidad no han podido contemplar sin compasión el estado deplorable a que os habéis reducidos vosotros, americanos, demasiado fáciles en alistaros bajo las banderas de los asesinos de vuestros conciudadanos… una incontenible demencia les hizo tomar las armas para destruir a sus libertadores y restituir el cetro a sus tiranos. Así parece que el cielo, para nuestra humillación y nuestra gloria, ha permitido que nuestros vencedores sean nuestros hermanos y que nuestros hermanos únicamente triunfen de nosotros… No os lamentéis, pues, sino de vuestros compatriotas, que instigados por los furores de la discordia os han sumergido en ese piélago de calamidades, cuyo aspecto sólo hace estremecer a la naturaleza, y que sería tan horroroso como imposible pintaros. ”

1 A esto habría que agregar en esta época, la espantosa impunidad desatada en el país producto de que una vez que estos malditos terroristas cometen sus monstruosos crímenes y robos, saben que cuentan con el feroz apoyo de un imperio cuyos intereses forman parte del conglomerado que sostiene a la prensa internacional, y así, automáticamente, son convertidos en perseguidos políticos, en víctimas de un régimen dictatorial, en sufridos y maltratados ciudadanos a los que se les niega toda defensa y sus legítimos derechos humanos.

 



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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