Centro de gravedad

El partido pragmático (Parte I)

El llamado partido de la revolución, el PSUV, es una disposición de poder altamente mediatizada, instrumentalizada y tutelada por la “hipostasiada” presencia -simbólica y productiva- del comandante-presidente, que ahora, luego de la muerte de Chávez, intenta ser Maduro, la cual no cesa de manifestarse, en cualquier decisión de relevancia de este, como signo severo de irreductible control y cuan formula gerencial del management mas eficaz y actualizado de lo publico. Por tal condición la real posibilidad de que al interior de la estructura partidista discurra la opinión y la acción democráticamente y en consonancia con los valores que preservan el derecho a la discrepancia resulta en la práctica improbable, dado que se trata, el PSUV y el Estado que le es consustancial, de una maquina para funcionar y obtener resultados según se determine en la elevada instancia y no para dirimir asuntos conjeturales, de propósitos últimos o de ocurrencias prácticas; siendo que de esta manera los difundidos derechos militantes sobre la materia -incluyendo el de la caduca autocritica- se convierten en pura fraseología huera, incapaz por si misma de permear en la praxis una dinámica militante en la que sean respetados y debidamente tramitados los derechos a la pluralidad de puntos de vista y lo referente a la expresión genuina de estos.

En el Empíreo de la revolución, allá donde se origina todo cuanto es dable que esta transite, se tiene a la maquinaria partidista como un apéndice de la voluntad absorbente del presidente y de sus más prominentes lugartenientes. Desde allí se decreta destinos personales y colectivos, se encomienda la sanción de leyes, se define estrategias de posicionamiento, se pontifica proyectos gubernamentales, se rubrica pública o secretamente disimiles alianzas, se falla sobre casos de punición interna, se determina y organiza selectivos acosos de última generación contra militantes cuya actividad suponga riesgos o disfunciones, se concede graciosos privilegios y se laurea a preferidos, se veta militantes transitoriamente o para siempre, se invoca o cancela liderazgos, se precisa los nombres de sus representantes ante las diferentes instancias, etc. Pero sobre todo se estatuye los límites que permiten la distinguida membrecía a este elevado y por ello exiguo estamento que, en materia de revolución, parece saber y poderlo todo.

Tal vez por ello el ajado y ya olvidado concepto de “cogollo”, que tan manido fue en tiempos ya no tan recientes, deba de ser con prontitud reformulado y rebautizado a la luz de las ignoradas manifestaciones que esta eficaz camarilla de poder, (mas precisamente y desde el punto de vista funcional debiéramos decir: este grupo de accionistas privilegiados), ubicada en el núcleo mismo de la revolución, ha dado en prohijar al interior partidista; muy especialmente porque increíblemente refiere una de las máximas de mayor uso comunicacional de la organización al tema de la “participación” como receta para una mejor democratización de la vida interna. Máxima esta que en el caso del partido de la revolución solo tiene en realidad una perspectiva ruidosamente pasiva que hace prever un incierto porvenir a cualquier iniciativa militante orientada a favor de la diferencia.
(En descargo debemos decir que la centralización del poder y la saturación del liderazgo del presidente dentro del partido, tiene como razón suficiente el elemento funcional o estratégico antes que el meramente subjetivo como solía dominar en las viejas organizaciones ancladas en los liderazgos carismáticos, dado que la presencia de este como centro de gravedad permite una cohesión de tal índole que le garantiza a la maquinaria partidista un estado de cohesión capaz de responder con eficacia y prontitud a la dinámica variable de la producción política y los estados de opinión que esta es capaz de generar para su usufructo. Tal cual el organigrama jerárquico-funcional de cualquier empresa capitalista, en la que se lleva el tema de la utilidad a límites de hegemónica presencia a propósito de toda la cadena de producción industrial)

Partido utilitario y genealogía
Los partidos revolucionarios de la modernidad industrial (y en cierta medida también los que no) eran originalmente en su funcionamiento de una mixtura difusa, tanto porque estaban conformados como fragmentarias piezas de guerra heredadas de la historia de la lucha por el poder y el territorio, como redundancia no analógicas de modelos elementales de las factorías en desarrollo en la época de la industrialización, impuestos estos últimos desde su exterior por el creciente dominio del capital sobre el campo social al que este en buena medida supeditaba; mixtura partidista modelada, claro está, según su grado de dependencia del elemento doctrinario que los identificaba y definía.
De esta manera los partidos se presentaban, por una parte, como distribuciones seudomilitares porque los mismos se encontraban dispuestos y emplazados bajo el entendido dialectico de la lucha entre al menos dos enemigos de suyo excluyentes; porque la organización jerárquica dominaba su dinámica interna y regía su accionar y porque la distinción entre la violencia y no violencia de las luchas no obligaba al partido a transitar mayores barreras principistas si las condiciones así lo definían.
Era, por otra parte, y he aquí su mas visible ruptura con las organizaciones que le precedieron, un constructo que emulaba para su sustentación los rasgos diagramáticos de la lógica funcional de la producción fabril, dado que ameritaba de la inversión, en un espacio circunscrito y ordenado, del trabajo humano- en realidad de la fuerza de trabajo militante como variedad de la fuerza de trabajo proletaria- como canon de excepción para su cabal reproducción, en la que el intercambio dispuesto a partir del producto del trabajo militante no cesaba de generar disimiles e incuantificables niveles de plusvalías que eran aprovechadas por las instancias mas elevadas del partido a propósito de su éxito político o no, y que si bien estas no eran medidas en términos de capital-dinero como en la producción de mercancía, si podían serlo en términos de capital-poder a partir de la generación y construcción de espacios de dominio o autoridad, desarrollándose de esta forma una mecánica productiva que en muchas veces superaba en niveles de explotación a las habidas en las propias concentraciones industriales, y que tenía ostensiblemente como sujeto de explotación no al proletariado sino al militante común, que en la mayoría de los casos participaba de ambas condiciones, para mayor desgracia suya.

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Siendo que la noción tradicional de partido se presenta en la actualidad y ante muchas circunstancias como un arcaísmo en crisis que solo interfiere y crea obstáculos ante las nuevas exigencias del poder, se puede afirmar que la anfibológica y surgida función que le confiere el Empíreo de la revolución a este, lo adecua con suficiente eficacia a las improntas del presente, muy a propósito, sobretodo, de un audaz lance estratégico de resonancias mercadotécnicas y gerenciales que, hasta el momento, ha sido capaz de presentarlo acorde con las exigencias mas acuciantes que impone la voluble y siempre tensa situación de la muy sobrevalorada opinión publica.
No obstante de que el partido de la revolución aparenta y rememora a ratos ser el tipo de vieja conformación disciplinaria y doctrinaria que se instituyó en pleno auge de la modernidad industrial, este, al calor del actual proceso político y a propósito de una férrea dirección que distribuye a través de todo su cuerpo una suficiente sinergia que le concede coherencia y unidad, se ha adecuado como una vasta y remozada maquinaria funcional en disposición de dar constantemente respuestas, en términos de provecho político, al complicado conjunto de adversas condiciones que los sectores de poder antagónicos, tanto internos como externos, le interponen. Es así a tal punto que su funcionamiento ya no solo responde a la destacada instrucción de prosélitos o de sujetos de creencia como prevalecía en tiempos que ya resultan superados; se trata, en ese caso, de la configuración de una apreciable y productiva organización-maquina destinada a formar sistema con las inéditas exigencias de la mecánica de poder de la sociedad actual fundada en lo electoral, aunque ello suponga traicionar o entrar en contradicción con los fines y principios que se supone le dieron origen y la alentaban como opción política.
La radical pragmatización de la lucha política a la que conlleva la necesidad de reproducirse como poder ha obligado al Empíreo de la revolución, en consonancia y de la mano con las recetas mas audaces y expeditas de la prácticas mercadotécnicas y de gerencia empresarial, a invocar la constitución de un prototipo de partido que reclama una ruptura rotunda y profunda con la tradicional formula disciplinaria -Foucault dixit- del partido principista o doctrinario. Razón por la cual el partido actual ya no es solo un medio para motorizar masas y diseñar sujetos de creencia aptos para la conquista de la revolución según sean las prescripciones de sus fines como lo estatuían, verbigracia, los partidos leninistas; de lo que se trata ahora es de establecer y consolidar una organización, aunque profusamente heterogénea y genealógicamente tumultuosa, dispuesta en todo momento a la eficaz funcionalidad muy a propósito de la tarea de reconvertir los estados de la opinión publica en legitimación electoral y constante posicionamiento publico, por encima incluso de los edictos ideológicos o de programación que alguna vez dieron lugar a su propia formación.

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Para el caso que nos atañe del partido de la revolución no es relevante si el lema-estandarte que lo impulsa es el socialismo o cualquier otra opción que reclame un desiderátum anticapitalista; de lo que se trata es de mostrar como participa el partido, para su subsistencia y también para avanzar, de un alto numero de fórmulas de generación del poder ubicadas en la propia sociedad del capital en su más actualizada exhibición y que remiten a un estado de franca convergencia con lo estatuido.
El nuevo partido político revolucionario que esta en constante construcción y reprogramación, muy a pesar del vetusto aspecto que denota formalmente y de las nostálgicas ensoñaciones que parece referir a través de alguna de sus proclamas publicas, se encuentra en realidad delimitado como un ingenio para la acción cuya justificación existencial ya no se presenta suscrita como creencia o referencia intelectual, sino más bien en términos derivados de los procesos destinados a los logros y conquistas de espacios de poder a propósito de técnicas depuradas originadas en el universo de la praxis de la producción capitalista; accionar este que lo obliga a tomar distancia de las agotadas estrategias de corte dialéctico de la achacosa modernidad aferradas al tema de la verdad y de los fines últimos, sustituyéndolas por estrategias altamente dependientes del muy imperioso y arrollador principio de la utilidad practica o de ganancia que suele aparecer en todos los procesos productivos económicos que se establecen bajo la egida del más presente capitalismo.
Sin poder decirlo oficialmente, porque develaría su vergüenza, lo único que garantiza la existencia contemporánea al partido de la revolución le viene conferido por el hecho de ser este parte de una mecánica que lo supera y que lo constituye como un engranaje mas de la complicada lógica de funcionamiento que supone el entramado de poder existente en las actuales sociedades globalizadas, la cual a su vez entraña principalísimamente la presencia del Estado como espacio dinamizador e imanador de estrategias. Es así que por encima de la actual fachada clásica y típica “del partido de la revolución” encontramos subyacente a él y en perpetuo crecimiento, a una dimensión colectiva refinadamente controlada y seleccionada que solo tiene justificación de ser en la medida que es capaz de proveer adecuadamente de insumos a la estrategia primaria que se origina en la más alta instancia de decisión revolucionaria, la cual se encuentra estrechamente en armonía con las demandas propias de funcionamiento tanto del Estado como de los variables limites que estatuyen las nuevas formas del poder que se explayan en la sociedad.
El tema del partido generador de políticas acordes y en armonía con la verdad ideológica que se supone debe impulsar a todo su accionar y en la que el convencimiento juega un rol de primera necesidad, es en gran medida, en el caso que nos ocupa del PSUV, y en la mayoría de los casos de otros partidos hegemónicos de Occidente, una mera simulación, un vacuo atavismo, porque la llamada “verdad ideológica”, técnicamente, por así decirlo, ha dejado de tener lugar relevante en la presente genealogía de los partidos de origen doctrinario y de actualidad pragmática, y ello desde el mismo momento en que aquellos comandos de dirección asumieron como dirección privilegiada de su existencia el ser subsidiarios unívocos y casi unidireccionales de la opinión pública, sin atender demasiado, sin duda por razones de economía, al como esta pudiera presentarse.

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Militancia especializada
Lo que pudiera en la actualidad llamarse partido posmoderno, y el PSUV, sin mucho estar consiente de ello lo es, y que refiere sin duda a la noción del partido pragmático actualmente en boga en el mundo, requiere de otro tipo de militante para responder con eficacia a las nuevas condiciones de la realidad social y a las urgencias con la que esta se construye a propósito del cada vez mas versátil entramado de poder con la que la sociedad se regenera. Ya no se amerita de un militante estrictamente soldadesco, feligrés o proveedor gratuito de fuerza de trabajo en forma de mera voluntad. El actual militante del partido pragmático, a pesar de que sigue siendo sujeto de expoliación y puede fragmentariamente repetir las características del anticuado activista, encuentra en la especialización profesional un nuevo leit motiv existencial que lo singulariza dentro de la organización, siendo de ordinario un realizador, tanto intelectual como práctico, de las distintas programaciones estratégicas que el Empíreo revolucionario requiere para su éxito y el del partido (Que es el suyo propio).
Este estrenado militante se presenta como un agente inducido y proyectado de creación de lo político a propósito de una función devenida de su particular instrucción educativa o de experiencia, la cual será medida en importancia por escalas de división del trabajo que remiten tanto al nivel de preparación que posee como a su eficacia practica en el desempeño de sus responsabilidad, siendo relegado a este respecto y en muchos casos hasta desmerecido, el apreciable grado de observancia a aquellos tradicionales y emblemáticos valores que tanto henchían de orgullo a la añeja dirigencia de los partidos doctrinarios.
Este nuevo tipo de militante es también en cierto sentido, y en esto se presenta como continuador del viejo modelo, un ofertante permanente de fuerza de trabajo, y lo es en tanto que su esfuerzo y compromiso político siempre tenderá a ser recompensado o intercambiado a partir de las bondades crematísticas o de “deseo” que oferte el partido en su estructura interna o en el Estado; ya sea por ejemplo que lo introduzca en la nomina de la burocracia estadal, ya sea que algún beneficio contractual o transitorio se le conceda, ya incluso que pueda obtener beneficios en el orden de lo simbólico mismo, etc.
Es así que este posmoderno militante, en tanto proveedor especializado de trabajo humano en su forma socialmente determinada, será objeto así de una exhaustiva clasificación en la que se precisará su ubicación según las disposiciones protocolares de un inédito tabulador de la mas actualizada división del trabajo en el campo de la producción político-partidista y que sin duda proviene de los modelos que rigen las mas eficaces técnicas del nuevo management empresarial la cual son aplicados, mutatis mutandis, con harta confiabilidad; para lo cual podrá: ora optar cargos de elevada relevancia según su compilación académica, experiencia o liderazgo mostrado; ora desempeñarse como un técnico de nueva generación en las complicadas tareas dependientes de la tecnología de la comunicación; ora formar parte del extenso elenco de escenificadores de lo real del que amerita con mucha demanda la actual lucha política; ora participar como organizador en la necesarias concurrencias militantes en las masivas demostraciones publicas; ora atender tareas colaterales, sin posibilidades de elusión, vinculadas al control interno; ora ser un utlity transprofesional al que se le concederá una gama de mayores oportunidades, etc. Es decir todo un nuevo conjunto de profesionales de la militancia que siempre, en última instancia, dependerán de la posesión de un saber aplicable o de aquellas habilidades o condiciones que refieran al tema de la transacción de la opinión publica a estados de legitimación electoral o de conquista de espacios de poder.
Este nuevo militante, hijo dilecto de las urgencias del capital mediático-global y de su extendida hegemonía, no siendo un sujeto de acción anclado en la perspectiva de la creencia o de la convicción, o incluso de la pasión que estas invocaban tal cual ocurría en los viejos partidos de la modernidad, se nos presenta ahora como un sujeto de acción utilitaria el cual se define en su ubicación jerárquica, mas o menos, por los grados de demanda que ostenta dentro del armazón de poder que surge de la conjunción partido-Estado. Si antes el militante, por regla general, encontraba en su militancia una suerte de destino revelado al que con dificultad se podía substraer por el resto de su existencia, ahora el nuevo militante pertenece realmente al destino incierto y azaroso del particular mercado político en el que se oferta, que es en este caso el de la producción partidista y consecuentemente del poder del Estado, generándose de esta forma, no un militante oportunista o advenedizo como podría desprenderse del enfoque tradicional, sino el único militante posible dentro de la actual dinámica de producción de lo político, en la que el principio de la convertibilidad habrá permanentemente de permear su rol, siendo este uno no fijado en sus convicciones o tendencias subjetivas sino mas bien en su necesidad de convertirse, a propósito de su trabajo invertido, en sujeto de intercambio de un espacio que lo excede y que no es otro que el insurgente mercado laboral del que demanda la reproducción del Estado y el partido, del cual, a su vez, depende de los dictados y limites impuestos desde la denominada opinión publica que actúa como marco permanente tanto de referencia como de posibilidad de existencia.
Entonces ya no se trata del quijotesco militante de sus esperanzas ideológicas anclado en la revelación de la verdad; capaz de transitar gozoso infiernos de desprendimiento y fidelidad si los dictados de los principios así lo exigieran; deseoso de redimir sus penurias vivenciales en la promesa postrera de una justicia terrenal; dispuesto a hacer del partido el altar de sus más honrosos sacrificios y coto de santidad para el culto a sus mayores. Ahora el nuevo militante, facsímil del común hombre de éxito en sus diversas manifestaciones, recrudece ufano en las imperiosas acechanzas del mundo del intercambio laboral, y solo es posible como ente real de generación de productos de valor político en la medida que su esfuerzo sea retribuido en condiciones de crecimiento personal y de erogaciones que mínimamente le satisfagan la regeneración de su vida material y espiritual, muy a propósito del maná infinito del Estado.
Tenemos así pues, que la profesionalización de la militancia –que no el clientelismo, que es fenómeno propio de los las viejas organizaciones de la modernidad- es el ingenio de mayor relevancia con el cuentan los partidos posmodernos o pragmáticos y el único camino dable para lograr un proporcionado y conveniente posicionamiento de la estructura funcional del partido en la jerarquía organizacional del tipo de poder que contemporáneamente destaca y resulta, a ojos vistas, hegemónico.

munditown@yahoo.com


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