La historiografía tramposa

          De no ser por el advenimiento de la Revolución Bolivariana, la invisibilización y la tergiversación de la verdad habrían abultado, sin enmiendas ni desmentidos, las páginas de la historiografía tramposa que en nuestro caso concreto se comenzó a escribir desde 1498, cuando Cristóbal Colón pisó tierra venezolana, y que con relación a la IV República, elevó a la categoría de “Padre de la democracia” a Rómulo Betancourt, autor del “disparar primero y averiguar después”, y de “Presidente bueno” a Raúl Leoni, creador de la figura de los “desaparecidos”, estampa siniestra que no tardaría en ser calcada por las dictaduras de Argentina, Uruguay y Chile, en el marco del “Plan Cóndor” diseñado y financiado por la administración estadounidense de la época para exterminar a la izquierda emergente en los nombrados países.

          Pero la fórmula Leoni no se conforma con ir más allá de nuestra frontera sur, sino que muta internamente y contagia a los sucesivos gobiernos “democráticos” de Venezuela, y tal es así que cada uno de ellos, llámese socialcristiano o socialdemócrata, tiene sus “desaparecidos”; de allí que resultara oportuno el reciente llamado de Nicolás Maduro, a quienes conocen dónde reposan los restos de esos hombres y mujeres, a revelarlo, a fin de que los familiares de las víctimas tengan el consuelo de darles cristiana sepultura, como ocurrió con los de Noel Rodríguez, entregados en febrero de este año a su señora madre, quien a lo largo de 40 años no desmayó en el esfuerzo de localizarlos.

         A la par de fracasar en el propósito de exaltar a  falsos demócratas, con el advenimiento de la Revolución Bolivariana esa historiografía fraudulenta quedó al desnudo en su intento de satanizar a quienes en los gobiernos de la IV República, por su condición de combatientes revolucionarios, fueron tildados por prensa, radio y televisión de asesinos, bandoleros y asaltantes, entre otros epítetos denigrantes, en una especie de repetición del formato aplicado a sus opositores por las dictaduras de Juan Vicente Gómez y de Marcos Pérez Jiménez.

        Si algo puso al descubierto hasta dónde los medios de la derecha nacional e internacional son capaces de mentir y de tergiversar la información, fue la enfermedad del presidente Chávez. Saltó la vista que desde los medios de mayor tradición como la prensa, la radio, la televisión y el cine, hasta los modernos teléfonos celulares, pasando por los chismes y las “bolas”  boca-oreja, fueron direccionados -aceitados con el odio- hacia un solo objetivo: impedir la recuperación física del líder de la Revolución Bolivariana y llevar el desasosiego a sus familiares y seguidores, dentro y fuera del país.

         Ahora bien, cabe dentro del contexto preguntar: ¿Direccionados por quiénes y por qué?

         No hay dudas que el más interesado en que el presidente Chávez no se recuperara fue el gobierno de los Estados Unidos. Y es que a la luz de su experiencia, “muerto el perro se acaba la rabia”, lo que explica la complicidad de la Casa Blanca en asesinatos selectivos de gobernantes y dirigentes políticos en distintos países del mundo, en el golpe de Estado del 2002 en Venezuela y en el posterior intento de magnicidio contra el líder de la Revolución Bolivariana, con paramilitares colombianos oportunamente neutralizados.

         No hay dudas, tampoco, del interés de la llamada Mesa de la Unidad Democrática en la desaparición física de Chávez, como lo puso de manifiesto, dentro y fuera de la Asamblea Nacional, a través de sus más calificados voceros y portavoces. Y es que así como Estados Unidos piensa que “muerto el perro se acaba la rabia”, el oposicionismo venezolano creía que sin su líder fundamental, la Revolución Bolivariana se vendría estrepitosamente al suelo.

       En la desaparición física de Chávez tuvieron interés, por otra parte, latifundistas que sueñan con recuperar las tierras que desde la década del 60 del siglo pasado, debieron pasar, en el marco de la Ley Reforma Agraria, a las familias campesinas impedidas, desde la época colonial, de ocuparlas y trabajarlas.

        Tuvieron interés en la desaparición física de Chávez, asimismo,  oligarcas, importadores, industriales, comerciantes y hombres de negocios que aunque en la actualidad ganan mucho dinero, se resisten a pagar impuestos y anhelan el retorno a los tiempos cuando los gobiernos de turno les reservaban los ministerios de la economía, desde los cuales compraban y se daban el vuelto.   

        No ocultaron su interés en la desaparición física de Chávez, en el mismo orden de ideas, los herederos de los “amos del valle” de “gracias al sacar” que el escritor Francisco Herrera Luque, en su tiempo, se ocupó de bajar del pedestal de mentiras desde el cual ocultaban sus orígenes, no obstante lo cual aún se creen racialmente superiores al resto de los mortales, por lo que se resisten a aceptar que un mestizo de Sabaneta de Barinas, ocupe la Presidencia de la República.

             Evidentemente que las líneas maestras de la desinformación provienen del exterior, y no desde ahora, sino luego de la publicación del Manifiesto Comunista, cuando se comienza a hablar de “Un fantasma que recorre Europa”. Sin embargo, es a partir de 1945, tras concluir la Segunda Guerra Mundial, cuando la prensa, la radio y el cine estadounidenses -medios  para la época poderosamente influidos por el senador MacCarthy-  le trazan a sus pares en el resto del mundo, normas de conducta.

       Nada hay nada de casual, ni de original, por lo tanto, en las líneas editoriales que adoptan en Venezuela, desde comienzos del siglo XX,  El Nuevo Diario, El Heraldo, El Universal, y posteriormente Ultimas Noticias y El Nacional, para solo citar unos pocos.

        Lo primero que se trató de justificar a través de los medios informativos repicados en la Venezuela de la época, fue la supuesta “inevitabilidad”, por no decir la “necesidad”, para ponerle fin al conflicto bélico, de utilizar la bomba atómica contra las ciudades  de Hiroshima y Nagasaki, cuando lo cierto es que para entonces el militarismo japonés, prácticamente derrotado, había dejado de ser una amenaza para la causa de los aliados.

        La verdad, pura y simple  -y de ocultarla y de tergiversarla se ocuparon los medios informativos de la época-  fue que el presidente Harry S. Truman, inquilino de la Casa Blanca, tenía interés en probar la bomba atómica que mantenía en secreto, y al mismo tiempo, en vengar el sorpresivo ataque del Japón, el 7 de diciembre de 1941, contra la flota estadounidense fondeada en Pearl Harbor, islas Haway.

        Hay otra verdad, quizás la más trascendente, e igualmente omitida, ex profeso, por los medios informativos venezolanos de la época, y es que con el lanzamiento de las dos primeras bombas atómicas sobre igual número de indefensas ciudades japonesas, Estados Unidos le quiso enviar un mensaje  subliminal de superioridad bélica al resto del mundo, y en especial a la joven Unión Soviética.

        Es historia conocida como tras terminar la Segunda Guerra Mundial, en la cual la mayor cuota de sacrificios (vidas humanas y bienes materiales) había recaído sobre la Unión Soviética, Estados Unidos echa por tierra toda reserva moral y emprende una bestial campaña mediática de descrédito contra su ex aliada, y es así como en Venezuela oímos hablar por primera vez de una “Cortina de hierro”  y de un “Telón de acero” tras los cuales se cometerían los más horribles crímenes.  

       A través de la prensa, la radio, el cine, y posteriormente de la televisión, esa campaña  mediática le hace creer a miles de venezolanos y de venezolanos que el enemigo es la Unión Soviética y, por añadidura, cualquier otro país que secunde o comparta las ideas socialistas; de allí que a la lista de proscritos no tardan en ser incluidas Corea, China, Vietnam y Cuba, entre otros países.

 



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Beltrán Trujillo Centeno


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