A los 60 años del triunfo contra el fascismo

Japón ¿Nunca jamás?

Nota de Aporrea: Antonio Fernandez Arce, es uno de los periodistas mas conocidos en China, experto con 45 años de residencia en este pais oriental. testigo de todo el proceso de transformaciones en China. Fernandez Arce es periodista peruano, fue presidente de la Federacion Latinoamericana de Periodistas.
El 7 de julio de 1937, el ejército imperial japonés que en 1931 invadió Manchuria, dijo haber perdido un soldado en ejercicios militares que realizaba cerca de Beijing (entonces Peiping).

Lógicamente, no se le permitió buscarlo en territorio controlado por el ejército chino de resistencia. Entonces, Japón desencadenó la invasión total de China.

Jamás encontró al soldado supuestamente extraviado. Pero en 8 años de inenarrables vesanias, el militarismo nipón arrasó pueblos y naciones, esclavizó trabajadores, prostituyó a centenares de miles de jovencitas en burdeles militares, diseminó armas bacteriológicas y químicas, masacró prisioneros, ancianos, mujeres y niños, devastó inmisericordemente todo un Continente y causó más de 50 millones de muertos, 35 millones de ellos chinos.

La Humanidad sigue celebrando en estos días el sexagésimo aniversario de la Victoria sobre el fascismo, sellada con la capitulación de Japón el 15 de agosto de 1945.

En Asia, particularmente en China, donde por primera vez la estabilidad política carbura la prosperidad de la región que se ha convertido en la locomotora de la economía mundial, se conmemora con júbilo el suceso. Pero no sin temores.

El peligro nipón

Hay consenso en que la conciencia de paz que comenzó a cimentarse en Alemania tras la derrota del nazismo, no germinó en Japón, la otra gran potencia del Eje fascista. Por lo menos, no en su clase dirigente.

Reconstruido sobre los cimientos intactos de su industria bélica -- que sólo fue reconvertida-- y nutrido por sus oligopolios financieros, el fascista Mikado subsistió. Lo revitaliza ahora la desvergonzada e inmoral dirigencia fascista del Partido Liberal Democrático (PLD), que detenta el poder desde el fin de la guerra.

Hoy el poder del neofascismo desafía nuevamente a sus vecinos, víctimas (como el propio pueblo japonés) de su mentalidad retrógrada y sus ambiciones expansionistas. No ha escarmentado. En nada ha cambiado.

En el discurso cotidiano de los jerarcas del PLD persiste la raíz ideológica de las inverosímiles atrocidades perpetradas por el militarismo nipón contra otros pueblos y contra el suyo propio: Su fanatismo fascista y su abyecta “Sumisión al Emperador”. Desde sus orígenes, el fascismo nipón está enraizado en el feudalismo.

En la teoría y en la práctica, su prerrequisito esencial es mantener la dictadura feudal. El ejército imperial, que hoy es resucitado bajo el eufemismo de “Fuerzas de Autodefensa”, es la vanguardia de esa conciencia feudal y es formado por los militaristas, desde siempre, como una fuerza despiadada y feroz.

La política de la desfachatez

Violando su propia Constitución de paz, que le impuso EE. UU., potencia ocupacionista y luego su socio protector, Japón se rearma, revive sus emblemas y símbolos fascistas (La Hinomaru y el Kimigayo, bandera e himno), amenaza con “ataques preventivos”, impulsa una “OTAN Asiática”, rehusa arrepentirse de sus crímenes ante las naciones que desangró ni compensar a las víctimas, niega los hechos históricos, maquilla sus acciones criminales del pasado y adopta el segundo presupuesto militar más elevado del mundo.

El llamado “Incidente del Puente Marco Polo”, es decir la invasión del resto de China con el pretexto de buscar a un soldado perdido, no fue sino la segunda etapa de la ocupación de China. El entonces emperador Hirohito, jefe supremo de las fuerzas armadas imperiales, sugirió que China sería ocupada en tres meses. (La primera invasión fue la de Manchuria para asegurar los recursos logísticos previstos en los planes de la futura guerra de expansión).

Cinco años después de ocupar Peiping, Shanghai y la entonces capital china de Nanjing, y tras la inmolación de millones de chinos que heroicamente se enfrentaron a los poderosos invasores en las campañas de Shanghai y Wuhan, el espinazo de las tropas niponas estaba quebrado.

Con un frente de guerra de mil kilómetros de extensión, con más de 5 millones de soldados regulares y 2 millones de guerrilleros, China, principal teatro bélico en el Extremo Oriente, contuvo y desbarató el avance de 2 millón es de soldados del ejército invasor y un millón de las fuerzas títeres. Así impidió que se cumplieran los planes nipones, coordinados con Alemania, de atacar a la Unión Soviética por el norte.

Al comenzar la guerra del Pacífico, más de dos tercios del ejército imperial nipón estaban en el frente chino. De las 51 divisiones con que contaba el ejército nipón, 35 fueron enviadas a luchar en China.

Poco después, las guerrillas del Partido Comunista destrozaban la retaguardia nipona. Ya los japoneses tampoco pudieron enviar refuerzos al Pacifico Sur, donde sus tropas eran aniquiladas por las de EE. UU.

Fue ese el gran aporte chino a la derrota total del fascismo a nivel mundial. Con Japón enfangado en Oriente, el frente europeo fue desventurado para el Eje. La Guerra de Resistencia Contra la Agresión Japonesa, lanzada por el PC triunfaba inexorablemente.

Pero la epopeya de esta guerra de resistencia, que abnegadamente fue apoyada por organizaciones, voluntarios y personalidades de muchas partes del mundo, especialmente de EE. UU., sigue opacada por la propaganda occidental. Mucho fue ocultado y algo sale ahora a la luz.

Para que se haga realidad el lema “Nunca Más”, que inflama a la juventud y a los trabajadores y políticos honestos de Japón y de todo el mundo, es necesario tomar conciencia de los peligros, y enfrentarlos. El pasado no debe ser olvidado, sino ecarmentado. Hechos horrendos como el de la hasta ahora olvidada masacre de Nanjing, deben ser conocidos.

La masacre de Nanjing

En los países asiáticos que fueron víctimas de las atrocidades niponas, se llama a denunciar los nefandos propósitos de historiadores, políticos y militares japoneses que minimizan y distorsionan los hechos históricos para encubrir las atrocidades cometidas por la soldadesca imperial del Mikado en la guerra mundial y en las constantes guerras de agresión lanzadas contra China y otros países de la región.

Se exige que Japón declare sincero y público arrepentimiento y que compense a las víctimas, como lo ha hecho Alemania en el caso del nazismo. Y que renuncie a su ya inocultable remilitarización. China exige que reconozca la barbarie perpetrada en Nanjing donde, desde el 13 de diciembre de 1937 y durante seis semanas, sus soldados asesinaron a más de 300 mil prisioneros, mujeres, ancianos y niños.

Hace poco falleció la escritora sino-estadounidense Iris Chang, autora del libro "The Rape of Nanjing". Sus pacientes investigaciones han revelado irrebatibles monstruosidades perpetradas por las tropas niponas en Nanjing. El libro registra decenas de ediciones en EE. UU. y llama a la masacre de Nanjing "el holocausto olvidado". Recrimina a los historiadores de EE. UU. --cuya prensa en 1937 fue la primera en informar y denunciar esa matanza-- el no haber escrito sobre tal holocausto o de haberlo eludido durante la etapa de la guerra fría, cuando las relaciones entre China y EE. UU. eran de hostilidad y Japón se había convertido en bastión y base militar de Washington.

Iris Chang relata, basada en testimonios y en documentos, cómo los chinos fueron ejecutados en masa, decapitados, pasados a bayoneta, enterrados vivos, las mujeres violadas, muchos asesinados por reclutas japoneses que ensayaban disparos y horribles torturas.

Ella hurgó en archivos del gobierno estadounidense y desempolvó reveladores documentos, como aquel mensaje codificado enviado en diciembre de 1937 por el entonces canciller japonés Hirota Koki a su embajador en Washington, Saito Hito. El mensaje, que fue interceptado y descifrado por la inteligencia estadounidense, exigió a Saito impedir que retornaran a Nanjing trabajadores de la embajada norteamericana, que podrían enviar de vuelta informes sobre los crímenes japoneses. Dice Iris Chang que esa fue una táctica propia del militarismo nipón, que en vez de enmendar rumbos cuando se denunciaba sus crímenes, desataba campañas de distorsión.

Inclusive la dirigencia japonesa llegó a publicar después que lo de Nanjing fue obra de saqueadores chinos, o que fue una lucha entre facciones chinas. Y que las tropas japonesas "liberadoras" fueron recibidas calurosamente por el pueblo, porque iban a terminar con los delincuentes. Los jefes militares nipones hasta llegaron a hacerse ofrecer recepciones de gratitud por empresarios chinos cómplices.

Liu Wusun, escritor y traductor de la obra de Iris Chang, ha aclarado algunos conceptos de la autora, que considera erróneos. La Chang dijo que, ávido de inversiones y de forjar una alianza, el gobierno de la República Popular China había dado por olvidados esos negros capítulos de la agresión japonesa.
Liu aclaró que jamás han sido olvidados las decenas de millones de chinos muertos a causa de esa agresión. Que tampoco han sido ni serán olvidadas otras monstruosidades como la masacre de 3 mil civiles, dos terceras partes de ellos mujeres y niños, en la aldea de Pingdingshan, en las afueras de la ciudad minera de Fushun, en setiembre de 1931. Ni tampoco que en Guilin, hoy hermoso paraje turístico del sur de China, las tropas japonesas emplearon en l944 gas venenoso para matar a más de 800 soldados chinos heridos que se habían refugiado en una mina.

La experiencia china no ha sido la única, dice Liu Wusun. Los agresores japoneses infligieron duros tormentos y monstruosidades a los pueblos que fueron víctimas de su expansionismo, como Corea, Vietnam, Malasia, Singapur, Birmania, Filipinas, y la hoy Indonesia.

Afirma que la tristemente célebre Unidad 73l y otras semejantes de los japoneses, usaron prisioneros de guerra de varios países para realizar experimentos biológicos, como si fueran conejillos de Indias. Tampoco hay que olvidar, dice, que algunos miembros japoneses de esas unidades fueron después transportados por vía aérea a Estados Unidos para continuar sus experimentos sobre guerra bacteriológica.

Pero no todo ha tenido un contenido oprobioso. También el libro de Iris Chang muestra el humanitarismo de misioneros y de destacadas personalidades y empresarios de Estados Unidos y de otros países, quienes, en la masacre de Nanjing y en otros negros capítulos del militarismo nipón, actuaron con altruismo para salvar la vida de decenas de miles de personas.

Mención especial hizo del alemán John Rabe, quien, creando una zona de seguridad en sus predios de Nanjing, salvó de la carnicería nipona a decenas de miles de chinos.

Pero los fascistas nipones de hoy en el poder, como el primer ministro Junichiro Koizumi, suelen acudir, pese a las protestas de otros países y del noble pueblo japonés, al santuario de Yashukuni, donde están enterrados los principales criminales de guerra. Por supuesto, les rinden pleitesía.


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