El imposible “consejo racional” entre la derecha e izquerda

La aguda confrontación política entre la oposición y el gobierno se ha tornado muy preocupante para la mayoría de los venezolanos que aspiran a una convivencia pacífica para el desenvolvimiento de su vida cotidiana. Con asiento en esta preocupación se preguntan qué hace tan difícil la tolerancia entre unos y otros si ambos se atribuyen ser democráticos, esto es, de reconocer la pluralidad política y la búsqueda de acuerdos para la coexistencia. Por ello es necesario aproximarnos a una posible explicación del agravamiento de la conflictividad política.

Para empezar, definiremos “lo político” como el ámbito producido históricamente por la humanidad para la reflexión y estudio de los antagonismos y conflictos surgidos históricamente también en las sociedades, y, a “la política”, como el arte y la práctica de la resolución o atenuación de esos conflictos para dar sostenibilidad a la convivencia social. Dichas contradicciones sociopolíticas tienen su origen en lo que se ha denominado por los historiadores y analistas, divisiones sociales (económicas, culturales, étnicas, de género, espaciales, etcétera), y que se expresan genéricamente en la división política de “izquierda y derecha”, según sea correspondientemente que se quiera acabar con las determinaciones de las divisiones sociales o regularlas y atenuarlas sin desaparecerlas. En ambas subsiste por razones distintas, la creencia en que es posible alcanzar un “consenso” por vía del ejercicio de la democracia sin compartir la definición de la misma. Para la derecha, en su discurso o teoría, la democracia (liberal o representativa) consistiría principalmente en la garantía de defensa de los derechos individuales o individualistas, privilegiando la posesión irrestricta de bienes de producción social rentables o capitalizables de modo privado, y la garantía de ejercerlos en libertad o liberalmente ( sin frenos o límites) en una democracia que no iguale o anteponga los derechos colectivos y de las mayorías sociales a los individuales o individualistas. Aquí hay que destacar que en esta concepción obviamente hay una contradicción teórica y práctica entre liberalismo individual y democracia como forma garante de justicia igualadora o igualmente libertaria para todos que no han podido resolver sus más sesudos y connotados intelectuales, por ejemplo, John Rawls. Con respecto a la democracia representativa que defienden, la entienden como elección por parte de los ciudadanos de representantes u otros para que los gobiernen, sin que aquellos ejerzan verdadera contraloría sobre sus actuaciones o gobiernen directamente. En los hechos se convierte en una cesión o secuestro de la soberanía ciudadana o popular paradójicamente en nombre de ella.

Para la izquierda, la democracia se concibe en su forma prevaleciente de ejercicio directo de soberanía popular o ciudadana en la que el gobierno por delegación o democrático representativo está disminuido y subordinado a aquel y a la contraloría ciudadana o popular. En ella se gobierna obedeciendo al pueblo. Una de sus formas podría ser, según sea formulada, el anunciado “gobierno de calle”. Sería una democracia radical y pluralista, radical porque, además de lo ya expresado, atendería justicieramente a la igualación de los derechos y deberes de todos, haciendo prevalecer los derechos colectivos ante los individualistas o individuales, así como reconociendo y tratando la diversidad y las diferencias sociales con equidad. No obstante, el gobierno democrático radical y pluralista, actuaría primordialmente sobre las determinaciones o causas que producen las divisiones sociales para erradicarlas como fuente originaria de la conflictividad y antagonismo en la sociedad.

Esas divisiones sociales, actúan sobre las identidades socioculturales de los grupos sociales, constituyendo el “nosotros” y el “ellos” a partir de la sobredeterminación de su identidad individual que no individualista, que incita desde su nacimiento la sociedad como necesaria en cada individuación de la denominada “conciencia de sí mismo”. Todo individuo necesita inicialmente afirmarse diferencial e identificadoramente ante los demás (sus padres, hermanos, etcétera). Esta relación identificadora e individuadora se da o estabiliza desde su comienzo social en la unidad diferenciadora del “yo/tú”. Por lo tanto, las relaciones sociales diferenciadoras del “nosotros/ellos”, basadas en la sobredeterminación de las “yo/tú”, son requeridas antropológicamente para apuntalar relaciones que son convivenciales porque consolidan identidades colectivas frente a otras de otros, que cristalizan y cohesionan comunidades de distintos tipos (culturales, territoriales, étnicas, religiosas, etcétera). Sin embargo, hay que resaltar que no por ser diversas las identidades de este tipo, impiden reconocerse identificadoramente con otras en propósitos comunes (éticos, morales, culturales, políticos, etcétera). En cambio, existen divisiones que promueven identificaciones ideológicas (“nosotros a diferencia de ellos”) que son negadoras o excluyentes de otras y de quienes las portan, como las fundamentalistas o patológicas, y que, en consecuencia, no favorecen ni abonan a la convivencia y a la paz social porque alimentan la conflictividad social. Esas divisiones son las que hacen suponer en quienes creen en ellas, afirmaciones privilegiadoras para ellos y negadoras o invisibilizadoras de la condición dignificadora de los otros. Cuando ello ocurre, el riesgo o la incertidumbre ante la posibilidad o realidad de perder o recuperar dichos privilegios o prerrogativas excluyentes ocasiona desvaríos o sinrazones que obturan la posibilidad de entendimientos y mucho menos, de aceptar consensos racionales, y se piensa como masa o rebaño obsecado maniobrable o utilizable por quienes aparecen como guías o dirigentes. Aquí es cuando se puede entender que se inclinen de manera extrema y violenta a reclamar sin razones valederas, a rajatabla o violentamente, sus derechos individualistas a contrapelo de cualquier forma democrática igualitaria y justiciera y de sus instituciones.

Finalmente, esperamos haber contribuido a evidenciar la naturaleza antagonista de la democracia mientras se quiera contraponer el dominio de los intereses individualistas por encima de los colectivos y no se acabe con las determinaciones de las divisiones sociales que ocasionan la conflictividad social. Por todo lo dicho, no es posible en las actuales condiciones esperar que se concrete un consenso racional sino la construcción de una hegemonía o prevalencia sociopolítica racional de las instituciones que reduzca y enfrente el riesgo de actuaciones destructivas contra ellas.

diazjorge47@gmail.com


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Jorge Díaz Piña

Doctor en Ciencias de la Educación (ULAC), Magister en Enseñanza de la Geografía (UPEL), Licenciado en Ciencias Sociales (UPEL). Profesor universitario de la UNESR

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