El reto bolivariano

El desenlace victorioso de la campaña electoral, por estar inscrito dicho evento en el proceso revolucionario que se despliega en nuestro país, no basta para demostrar que nos hemos deslastrado del triunfalismo que tanto rechazamos a todo lo largo y ancho de su desenvolvimiento. Del maridaje del vocablo triunfal con el sufijo ismo nace el cariz único que le estipula al triunfalismo su nocivo significado como corolario de la transgresión del carácter bifacético que tiñe a la dinámica universal y, por tanto, social.

El deslastre del triunfalismo también lo tenemos que garantizar a posteriori de dicho evento electoral mediante su transmutación en triunfal borrándole las últimas cuatro letras que le asigna el carácter dialéctico, contradictorio, bifacético, que le da validez en el ámbito de los procesos sociales y le invierte su talante negativo. Como corolario nos encontramos con que, en el ámbito del resultado del proceso electoral, triunfalismo es tomar sólo en cuenta la cuantía absoluta que nos indica un incremento cercano a los 946.812 votos y triunfal es añadirle el valor relativo que nos señala un decrecimiento aproximado de 15,87% de haber coincidido con el aspecto absoluto antes señalado.

El precedente porcentaje obliga a los revolucionarios, en aras de aplicar los antídotos adecuados, a determinar las porciones de éste que corresponden, entre otros, a los siguientes factores:

Al miedo que generó el juego que el discurso bolivariano hizo a la intencionada matriz de opinión que implantó la contrarrevolución en el sentido de que no acatarían los resultados y, por tanto, se generaría la desestabilización del país.

Al menoscabo de los contrastes en los estilos de vida de los dirigentes políticos bolivarianos, a excepción de Chávez, que necesariamente debe existir con respecto a sus símiles contrarrevolucionarios, tal y como lo indica las camionadas de papeles con las carencias del pueblo que el candidato recogió durante la campaña.

A las siguientes insuficiencias de la eficiencia y eficacia de las instituciones del Estado que refleja las armas melladas del capitalismo: el carácter rentístico y monoproductor de la economía venezolana; el burocratismo y el clientelismo; reglamentos internos heredados de la IV República que no se han trastocado ni con el pétalo de una rosa; el calco las reglas de juego testamentarias del puntofijismo en las entidades creadas en la V República; el funcionariado público que, por comisión y omisión obstaculicen el acercamiento a la ciudadanía; la ampliación de la nómina de las instituciones públicas mediante procesos de selección del personal en los cuales el tráfico de influencia suplanta las indispensables probidad, capacidad y compromiso revolucionario y, la multiplicidad de cargos que en algunos casos hace recaer en un funcionario las funciones de supervisor y supervisado, de regente y regido.

Al grado de disociación, baja autoestima y transculturización del pueblo venezolano

nicolasurdaneta@gmail.com


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