Los distintos intentos históricos de agrandar y fortalecer esa unidad hispanoamericana han sido siempre enfrentados y frustrados por la gran potencia mundial norteña, prácticamente desde su formación como nación. Siempre han conspirado y actuado beligerantemente en este sentido. Allí están los casos de la Colombia de Miranda, Bolívar, San Martín y muchos otros; la unidad de Centroamérica, adversada además por Gran Bretaña y el propio México; su interferencia en la independencia de Cuba, de la que nos queda aún Guantánamo como recuerdo; el caso inaudito de Puerto Rico, situación colonial que persiste aún en el siglo XXI; las Malvinas, la separación de Panamá de Colombia, la manipulación de los misquitos centroamericanos, Honduras británica hoy Belice, el Esequibo venezolano y la fragmentación actual de Bolivia en 36 naciones indígenas y las acciones de grupos ecologistas extranjeros y nacionales, que han excluido una gran parte del territorio boliviano de las posibilidades de su utilización para el desarrollo del pueblo boliviano.
Es intrigante y peligroso para la patria, como muchos funcionarios de un gobierno que se dice antiimperialista y socialista no están atentos a las maniobras separatistas o desmembradoras de nuestras naciones, que se esconden detrás de las ONG internacionales y sus derivados venezolanos, bajo el manto de los derechos de los “pobladores originarios”, que parecen estar por encima de los derechos del resto de los habitantes de nuestras naciones; la protección a ultranza del ambiente sin importar el bienestar de nuestros pueblos y, más recientemente, la separación de quienes llaman afrodescendientes. Las presiones (acuerdos) internacionales llevaron a la inclusión en el Censo de la pregunta racista que exige la calificación de cada quien sobre la base del color de su piel; lo mismo han hecho en el resto de los países de Latinoamérica. Pero incluso han ido más allá, al tratar de crear, como lo veremos más adelante, la existencia de poblaciones afrodescendientes en nuestros territorios.
Un funcionario del Censo 2011 confiesa, incluso en forma inocente, que “Estas preguntas son parte de los acuerdos internacionales firmados en Durban para promover el auto reconocimiento de las poblaciones” (Últimas Noticias, 15-8-2012). Es decir que hay que crear un auto reconocimiento que hoy no existe, porque la gente se reconoce como venezolana y punto. Más adelante afirma: “(…) la pregunta sobre la afrodescendencia es un asunto de derechos humanos”, algo que las ONG internacionales y locales, al servicio de los intereses imperiales, han logrado meter en las cabezas de muchos funcionarios honestos y trabajadores, independientemente de sus posiciones ideológicas y políticas, como si en nuestro país existieran los mismos problemas que existen con la población negra o latina en EEUU, o con los refugiados africanos en los países europeos.
Ante la poca respuesta positiva de los venezolanos a reconocerse como afrodescendientes, se llega incluso a afirmar que “(…) el censo es un ejercicio que nos ayudará a mejorar esa decisión”. Mejorar esta decisión… Es decir, hacerlos que decidan lo que otros piensan deben decidir, con lo que se reconoce que un instrumento diseñado para conocer la realidad está siendo utilizado, por la ejecución de convenios internacionales firmados en forma poco alerta, para inducir reconocimientos y conductas extrañas a nuestro gentilicio. Esta introducción de divisiones, hasta ahora inexistentes en nuestras sociedades, en absoluto favorece los intereses de los venezolanos en general ni de los venezolanos pobres en particular.
Construir propuestas nacionales en poblaciones divididas en grupos raciales enfrentados no sólo es imposible, sino que la existencia nacional de esos pueblos se hace muy frágil. Si los ejemplos de África y de los países árabes son insuficientes, allí están los casos de la vieja Yugoeslavia, fragmentada en varios “paisitos” víctimas de sus propias miserias; el caso de Checoeslovaquia y de varias otras naciones de Europa oriental, incluso los peligros que soporta hoy la Federación Rusa, ante un occidente hostil e implacable en dividirla; las amenazas a China, todas ellas disfrazadas de defensa de los derechos humanos y legitimadas incluso por la Organización de las Naciones Unidas. De nuevo señalo, y llamo la atención de quienes hoy dirigen el Estado, así como de quienes lo dirigirán mañana, sean quienes sean, a no permitir el desmembramiento de Venezuela en republiquitas de acuerdo al color de la piel o de lo supuestos grupos “originarios y ancestrales”.
Como me lo expresó en una nota electrónica, una amiga profesora de la Escuela de Idiomas de la UCV, “cualquier exaltación de un grupo humano en particular es racismo. Llámenlo racismo inverso o como sea”. La posibilidad de unidad hispanoamericana de nuestras patrias es un peligro latente para el imperialismo mundial; no existe excusa posible para ayudarlos en sus intenciones disgregadoras y separatistas. Sería una gran traición a las patrias de Bolívar, San Martín, O’Higgins, Hidalgo, Morelos, Artigas y Morazán.