Y no porque las aspiraciones no sean humanas. Culturalmente se nos ha enseñado que siempre debemos recibir algo a cambio de un servicio. Y aunque en el fondo eso es correcto, no deja de ser una perversión. El tío Miguel decía que una de las cosas que más le había hecho daño a la lucha armada y a la izquierda de los sesenta y los setenta, fue la visión cortoplacista de los procesos. “Nada es de la noche a la mañana –me dijo una vez-, y mucho menos cuando dentro de un proceso se involucran seres humanos con distintas formas de ver la vida, culturalmente formados desde la escuela para aspirar bienes y cosas materiales para supuestamente superar su estilo de vida, pero que termina envileciéndolo porque se hacen esclavos de las cosas materiales. Eso tiene que ver sobrino con dos elementos terriblemente equivocados de la vida: las aspiraciones individuales y los cargos materiales para cumplir esas aspiraciones”.
Si algo me hace feliz, es haber estado junto a Miguel tanto tiempo para aprender a desarrollar una conducta que me ha resultado determinante en la vida. Por convicción, yo creo más en los seres humanos y el crecimiento interno, que en los bienes materiales. Cuando uno acumula y acumula, se convierte en esclavo de lo que acumuló; y eso le impide concentrar tiempo en aprender, soñar, crecer, sentir, cantar, llorar, ser feliz. Al final termina siendo un ser amargado y confundido que despotrica del mundo porque el mundo no le dio los bienes materiales que aspiró y que en todo caso nunca le pertenecieron porque al morir, nada se iría con él.
En el caso de quienes aspiramos a la construcción de una sociedad socialista, el problema termina siendo más complejo. No estamos preparados para entender que la sociedad final no es esta que estamos viviendo, perversa, corrupta, sin patrones, sin moral, sin norte. Pienso mucho en que nos debemos acercar a la utopía de Thomas Moro, aquel genial filosofo inglés ejecutado por defender sus convicciones. Es decir, crear un Estado caracterizado por la convivencia pacífica, el bienestar físico y moral de sus habitantes, y el disfrute común de los bienes.
Me regreso a las zonas terrenales. Pienso que un diputado debería ser no un político de oficio, sino un militante vinculado directamente a su área de producción. Me explico: el médico que es electo diputado, pasa a cubrir sus tareas de parlamentario, pero recibirá el salario que gane en su trabajo original. Si el electo es un obrero, pues será diputado en el Parlamento, pero seguirá recibiendo el salario de la empresa donde trabaja. Es decir, el trabajo que desempeñará en los cuerpos deliberantes, es una labor prestada a la revolución, no remunerada. Una vez que termine su período o será reelecto o regresará a su puesto de trabajo en la empresa. Y eso debe ser igual para cualquier cargo de la administración pública. Yo siento que eso aliviaría la perversión, la ambición desmedida y los criterios que se esbozan para aspirar un cargo. Todo el mundo cree que tiene derecho a ello y que además está capacitado para ello; y en ninguno de los dos generalmente es verdad.
Esa es la perversión de los listados recientemente elaborados por los que cualquiera fue postulado para un cargo, sin méritos de ninguna índole, sin formación, sin capacidad, sin liderazgo. No importa, es amigo de la estructura o es un incondicional de la estructura. Y esa misma persona, termina sucumbiendo a los encantos de un carguito que a final de cuentas no sirve para dar una pelea por la construcción de una sociedad más justa, sino para llenar su ego, sus aspiraciones personales, terminar arrastrándose al mejor postor y borrego de la estructura. Y en esencia, terminan siendo lo mismo que siempre cuestionaron. Un burócrata más se incorpora al parasitismo del pueblo. También saldrá a hacer campaña, ahora a defender lo que siempre cuestionó, pero que a su juicio ahora sí sirve porque está allí y porque encontró la excusa perfecta: “yo no soy igual que ellos”. La bajeza trastoca la moralidad y termina justificando lo injustificable. La ambición personal se traga las utopías, la búsqueda de estatus carcome la ética. Pensará, “me puedo sentar con cualquier bazofia que cuestioné en aras de alcanzar mis objetivos personales”. Entre carguito y revolución no hay contradicción.
Y a final de cuentas, a la estructura le funcionó, putrefacta y descompuesta, deslegitimada y moralmente cuestionada, se renueva, busca ambiciosos de turno para que entren en sus listas, para que obtengan el carguito, eso no importa, no podrá hacer nada si la estructura no lo ordena, pero su puesto en la lista sirvió para oxigenar la estructura. No hizo falta la conciencia revolucionaria. Triste fin.
Todo el que en principio plantee la aspiración de un cargo, es un enemigo en la esencia, porque está pensando en sus apetencias personales, no las colectivas. Y quien piensa de esa manera, no está buscando una sociedad más justa, sino que intenta cambiar todo para que todo quede igual. Esa visión gatopardiana de la vida, es la que consume este proceso y es la primera corrección que debemos hacer.
Caminito de hormigas…
Enzo Scarano y su gente están de mírame y no me toques con los Salas, porque como es su costumbre, están saboteándola unidad y sin aportar nada… El domingo pasado en la noche, se metieron a la emisora Salsera 96.3FM y se llevaron todos los equipos. Cuando la gente de allí comenzó a investigar que gente de la derecha los mandó a robar porque era una emisora muy rojita. Lo increíble ahora es que el 60% de la emisora la está comprando un empresario de la madera… Francisco Rangel Gómez no será candidato nuevamente. Es decir, no será más gobernador. Carga la derrota de Ferrominera en los hombros… Quien no vaya a votar el 7 de octubre, no quiere a su país… pero además, odia a su familia…
rafaelolmos101@gmail.com