El sueño y la pesadilla (2)

En este final del Capítulo 2 de la novela, los yernos de Danilo van al edificio del Bronx, uno de los cinco grandes barrios de Nueva York, a vengarse de los dominicanos que les habían vendido droga falsa y, después, hablan del viaje a los cayos de la Florida.                                  

No todos tienen una vivienda ni siquiera tan miserable como la de este capítulo. Hay unas cien mil personas durmiendo en la calle sólo en Nueva York.                          

(Nota al margen: le sugiero a quienes no hayan leído la primera parte de este capítulo que lo hagan para que puedan entender ésta. Sólo tienen que poner en la ventanita de Aporrea, arriba a la derecha, el nombre del escrito sin el (2) y van a ver la primera parte del capítulo. No pude incluir todo el capítulo en un solo escrito porque tiene 18 páginas y es demasiado. Lo que estoy publicando es una versión abreviada de la novela. Saldrá completa cuando sea editada como libro)

CAPÍTULO 2: EL SUEÑO Y LA PESADILLA (conclusión)

El hombre de azabache

Los cristales oscuros no dejan que los miserables que están sentados en la escalera del edificio puedan ver a quienes están dentro del Hummer.

Al subir la escalera, Bob les da tres bolsitas de cocaína, con menos de un diez por ciento de pureza, a la gente fosca y deplorable que está sentada en los escalones de entrada. Uno de ellos abre una de las bolsitas, introduce un dedo en el polvo blancuzco y se lo lleva a la boca.

--¡Perico de buten, papito! --exclama, con enorme alegría--.

Otro hombre que está sentado en el borde de una ventana del primer piso, da un salto, cae de pie en el último escalón, le arranca la bolsita, lo empuja y exclama:

--¡Suéltala! E'to e' mío...

El hombre al que le han quitado la bolsita baja la escalera, corre despacio por la acera, casi arrastrando los pies, y desaparece en la noche como una sombra más.

Los otros huelen el polvo blanquecino y ríen con estridencia, enseñando horribles dentaduras de pocos dientes y harta piorrea. 

Guille saca varios billetes y los reparte entre las mujeres. Una de ellas levanta el rostro y sonríe, enseñando su único diente, casi negro. Todos miran a los recién llegados en forma aviesa, como suelen mirar los miserables que han descendido al más bajo escalón de la miseria.

Guille, Bob, Pulule, Boloña y Cebolla suben una escalera llena de basura que huele a ratón muerto y gato vivo y llegan a la azotea. Están armados con pistolas con silenciadores y Guille lleva, oculta bajo el abrigo, la UZI, con silenciador también. Jairo se queda al timón del Hummer con su escopeta de dos cañones junto a él.

Los cinco hombres atraviesan la azotea de un extremo a otro, se paran ante un muro junto al que hay otra azotea más baja, saltan a ella, la cruzan hasta el extremo de la otra calle y se detienen junto a otro muro. Guille mira hacia abajo y se fija en un hombre vestido de harapos que está sentado en los escalones de entrada, bebiendo aguardiente. Caminan a otro ángulo de la azotea, se agachan y miran por el borde de una pequeña pared que da a un patio interior de la planta baja y al que se asoman las ventanas de los siete pisos del edificio. Pulule va a decir algo, pero Guille le hace una brusca señal para que se calle y se aparte de la pared.

Bob saca un pequeño celular y hace una llamada. De una ventana del sexto piso que da al pequeño patio interior se oye el timbre de un teléfono. Un hombre de piel de azabache que está durmiendo en la habitación de la que sale el ruido del teléfono, se despierta y, con voz ronca y desfallecida, responde:

--Diga.

--Is Mary der? (1) --dice Bob, con voz nasal, después de darse cuenta que el timbre del teléfono ya no sale por la ventana de uno de los apartamentos del sexto piso--.

--No, no Mary aquí --responde el hombre de la piel de azabache--

--Sorry (2) --dice Bob y cuelga el teléfono después que el otro lo hace--.

El hombre de azabache enciende la luz y mira el reloj despertador que está junto al teléfono. Son las dos y cuarenta. En la habitación contigua, un hombre muy flaco duerme junto a una mujer desnuda de tez canela y largos cabellos negros que le cubren toda la espalda y las caderas. Al lado de la cama, sobre una silla, hay un bolso de piel con 24,500 dólares en billetes de cincuenta y veinte. Ropas sucias y desperdicios se amontonan en varias partes del pequeño apartamento. Un escaparate grande y viejo está incrustado contra la ventana que da a la escalera de incendio. Detrás de la puerta de salida, que está al fondo de un pasillo de madera, hay una mesa pequeña con varios vasos de cristal.

La ventana que da al cuarto en que duerme el hombre de azabache consiste de una doble hilera de persianas de madera con un cristal de fino espesor en el centro. El cristal, que tiene unos cuatro pies de alto por tres de ancho, está intacto, lo cual es ya casi un milagro, pero varias persianas están rotas y otras no cierran bien.

Si se abre la puerta del pasillo, que es la única salida del apartamento, el ruido de vasos se oiría en todo el edificio. 

El hombre de azabache se acuesta y, como es joven, se queda dormido en unos segundos. El hombre flaco y la mujer acanelada no han oído el timbre del teléfono y siguen durmiendo. La calefacción está un poco alta y los cristales de las ventanas están cubiertos de una fina capa de agua.

EL ASEDIO

Mirando hacia todas partes para ver si hay alguien en las azoteas o en las ventanas de un edificio más alto que está  a media cuadra, Guille y Pulule regresan al muro que da a la calle. Guille se empina sobre el muro que le da al pecho y se fija en la escalera de incendio que, comenzando en la azotea llega hasta la mitad del primer piso, a un salto de la acera. De una ventana del cuarto piso que da a la escalera de incendio sale una luz rara y oscilante que no parece eléctrica, sino de vela, lámpara de kerosene o papeles en llamas.

Guille contempla, con fijeza, la escalera de incendio, las ventanas, la solitaria azotea y, además, todo lo que le permite ver la niebla que aún no se ha disipado.  

En el momento en que unas suaves ráfagas de viento aclaran un poco la bruma, se ve, en la distancia, unas extensas hileras de luces que parecen de feria, pero son del extenso puente que, con el nombre de Triborough, une el sur del Bronx con el norte de Queens y el este de Manhattan.

Guille le hace una señal a Pulule y Boloña para que no se muevan de donde están, sube al muro, entra en la escalera de incendio y la baja hasta el sexto piso, agachado y tratando de no hacer ruido alguno, pisando con sumo cuidado con sus zapatos de suela de goma. Nadie lo ha visto. La calle está desierta y el hombre que bebe la pequeña botella de aguardiente sigue mirando hacia el piso y se tambalea como si estuviera a punto de desplomarse sobre los escalones.

Guille saca una pequeña linterna de un bolsillo, la enciende sobre el cristal de una ventana y ve, a través de las compactas gotas de agua que la cubren por dentro, la gruesa pared del escaparate que está junto al cristal. Apaga la linterna, mira hacia la acera y la calle y regresa junto a Pulule y Boloña.

Los tres hombres atraviesan, otra vez, la azotea, escalan un muro, cruzan todo el largo de la otra azotea, bajan por la escalera en que el hedor a orina de gato es aun más fuerte que la fetidez a ratón muerto, llegan al primer piso, bajan la pequeña escalera en que la gente  detestable está usando aún el polvo blanquecino que tiene de cocaína lo que la fantasía pueda tener de realidad, y entra al Hummer. Guille mira a los alrededores, cierra con los seguros eléctricos las cuatro puertas del Hummer, le hace una señal a los otros cinco para que se le acerquen y les detalla el plan que se le acaba de ocurrir. Jairo se mantiene en el Hummer y los otros cinco hombres salen después de chequear sus armas y esconderlas bajo sus abrigos.

Los hombres suben la escalera, llegan a la azotea, la atraviesan a todo lo largo y se detienen ante el muro que da a la otra calle.

Jairo mira, fijamente, a los cuatro miserables que están sentados aún en los escalones de entrada y siguen riéndose y hablando entre ellos. Nadie más ha visto a los hombres salir del Hummer ni entrar al edificio. El barómetro desciende y la brisa aumenta. Son las tres de la madrugada.

Guille, Pulule y Boloña bajan por la escalera de incendio, con todo sigilo, y se paran ante la ventana del apartamento. Guille enciende una linterna, mira hacia dentro a través del cristal empañado y se da cuenta que el escaparate está muy pegado al cristal y que por allí no pueden entrar. Siguen bajando por la escalera, sin hacer el menor ruido y, al llegar al final, saltan a la acera. El hombre que bebía la pequeña botella de aguardiente está tirado sobre los escalones, dormido. Todo se halla en calma: las calles están desiertas, la bruma se ha disipado un poco y las luces de los coches que transitan por el Triborough se distinguen con más claridad.

Los tres hombres entran a la escalera interior del edificio, encienden dos linternas, suben al sexto piso y llegan ante la puerta del apartamento que buscan. Boloña esgrime una pistola Star 0.45; Pulule, una Ingram de treinta tiros, y Guille, la UZI.

Hay tantas ratas en el edificio que los inquilinos prefieren tener gatos que perros, por lo que los hombres llegan hasta allí sin un solo ladrido.

Pulule introduce en la cerradura de la puerta una pinza de acero del largo de un dedo meñique y del ancho de dos palillos de dientes. Inserta, además, por debajo de la pinza, en el propio hueco de la cerradura, una pequeña pieza de metal en forma de L. Mueve la pinza hacia arriba y hacia abajo, mientras presiona la L hacia la izquierda.

Bob y Cebolla, que se han quedado en la azotea, afianzan una escalera de soga en dos alcayatas llenas de moho que están en el muro que da al patio interior, halan con fuerza las sogas para cerciorarse de que las alcayatas estén bien sujetas al muro y que la escalera ha encajado bien. Desenrollan la escalera y, poco a poco, la dejan caer sobre la pared que da al apartamento interior, muy cerca de la ventana de cristal junto a la que duerme el hombre de azabache.

Con sumo cuidado, tratando de no hacer el menor ruido en la abertura del patio, Bob desciende por la escalera hasta el sexto piso y se detiene justo al lado de la ventana. Tiene en una mano una linterna pequeña y en la otra, una pistola con silenciador.

Cebolla desciende, también, por la escalera de soga hasta que sus pies rozan la cabeza de Bob. Tiene una linterna de ancha esfera en una mano y la Colt 0.45, con  un silenciador, en la otra. Ambos se hallan en la escalera de soga, junto a la pared, en silencio absoluto, inmóviles. Nadie los ha visto. Visten ropas oscuras.

Pulule siente que la L cede hacia la izquierda y, con extremo cuidado, saca la pinza, le da media vuelta a la L, muy despacio, y la cerradura queda abierta.

Guille apaga la linterna. Pulule se guarda la pinza y la L y esgrime la Ingram. Boloña toma la Star 0.45 con una mano.

Frente a la ventana que da al patio interior, Bob vira el rostro hacia atrás y con las manos protegidas por guantes de lana, rompe el cristal con un golpe instantáneo, se lanza dentro de la habitación y cae de pie junto a la cama del hombre de azabache, que se acaba de despertar en este instante.

Cebolla baja varios peldaños de la escalera de soga, pues ésta se movió como un columpio después del salto de Bob, y alumbra con la linterna hacia la habitación, tratando de que la luz no le dé a Bob.

EL ASALTO

Al oír el ruido de los cristales y el estruendo que hace Bob al caer de pie sobre el piso de madera, el hombre y la mujer que estaban durmiendo en la otra habitación se despiertan con gran sobresalto. El hombre toma una pistola que tiene en la mesa de noche y se pone de pie. La mujer se queda acostada, aún desnuda, y se cubre con la frazada hasta la cabeza.

Guille le da una fuerte patada a la puerta del apartamento. Los vasos de cristal y las cazuelas que estaban situados en el pasillo, junto a la puerta, hacen un ruido tremendo. Guille se agacha, con la UZI en una mano, y Boloña alumbra todo el largo pasillo.

El hombre que dormía junto a la mujer, toma el bolso con el dinero, se lo cuelga de un brazo y se coloca junto a la puerta cerrada de la habitación, con la pistola en una mano, a oscuras.

En la otra habitación, Cebolla alumbra al hombre de azabache, Bob le dispara una cerrada descarga con su pistola y el hombre cae, de bruces, al piso. Los tiros suenan como si alguien hubiese dado con una mano, rápidamente, en una caja de tabacos vacía. Bob mueve la perilla de la pistola de tiro de ráfaga a tiro simple, y le da dos tiros en la cabeza, matando aun más al muerto. Guille, Boloña y Pulule avanzan por el pasillo.

Algunos vecinos que viven en los otros pisos que dan al pequeño patio interior, curiosos por el estruendo de los cristales, se asoman por las ventanas y ven la  sombra de Cebolla cuando salta de la escalera de soga a la habitación en la que yace el hombre de azabache con el pecho y la cabeza ensangrentados. Uno de los curiosos abre bien los ojos y exclama:

--¡Ése sí e' el bárbaro! Con soga y to' como el hombre-araña. Ése e’ el rey de lo’ caco’. 

Un viejo que vive en el segundo piso toma un teléfono, llama a la policía, da la dirección del edificio y dice que ha visto a un hombre vestido de negro lanzarse hacia dentro de un apartamento después de romper una ventana. El oficial de turno anota la dirección y cuelga el teléfono. Se vira hacia un colega y le dice:

--Si e'te muelto de hanbre cree que vamo' a ir allí 'ta loco...

LA SELVA

De pronto, una sombra salta al pasillo y, cuando Guille le va a disparar, Boloña alumbra y se da cuenta que es Bob.

El apartamento tiene sólo dos cuartos. Bob y Guille lo saben. El Cibaeño debe estar en la otra habitación, la que tiene la puerta cerrada.

Guille se para junto a esa puerta, con la UZI en una mano, apuntando hacia el techo.

--Cibaeño, el negrito 'ta ñámpiti gorrión –dice Guille, en alta voz--. Jíñame la e'tilla y te salva del e'meril.

El Cibaeño guarda silencio y se mantiene inmóvil junto a la puerta. La mujer, aterrada, llorando aunque sin hacer el menor ruido, se mete debajo de la cama. Bob arrastra el cadáver de El Negrito del Batey y lo coloca ante la puerta. 

--Cibaeño, no sea' gil --insiste Guille-. El pellejo vale ma' que la e'tilla. Dame la' veinticuatro luca' y te ahorra el guiso. Vaya, quédate con una luca pa' ti. Aquí, al pie mío, 'ta El Negrito del Batey. Ya no puede cantar ma’ bolero’ ni merengue’. Abre y lo verá'. Nosotro' somo' cinco y tú 'ta solo. No tiene' e'cape, no sea gil.

El Cibaeño saca cuatro fajos de cincuenta billetes de veinte dólares cada uno, se para junto a la cama y los lanza debajo. La mujer abre bien los ojos cuando uno de los fajos le golpea un seno desnudo, pues teme a las ratas más que a los intrusos.

El hombre abre la puerta y lanza al pasillo el maletín de cuero. Bob lo recoge y comienza a contar los fajos de billetes. Pulule enciende la luz del pasillo. El Cibaeño sale de la habitación, con las manos en alto, vistiendo sólo un calzoncillo tipo tanga de color violeta.

La mujer que está debajo de la cama siente que algo peludo le roza un muslo y da un grito ahogado. Guille se agacha y le dice a la mujer que salga. Ésta se desliza  por  el  piso hacia afuera de la cama empujando los cuatro fajos de billetes. Se pone de pie, enteramente desnuda, y baja la cabeza con un gesto de pena y miedo.

Bob comienza a registrar el apartamento. El único dinero que hay es el del bolso y el que Guille ha recogido junto a la cama. No hay drogas ni nada más de valor. Se ven varias bolsitas regadas por el suelo con restos de "perico" y "yerba".

Han pasado ocho minutos desde que Bob rompiera el cristal de la ventana. Las personas que vieron a Cebolla lanzarse desde la escalera de soga hacia la habitación se acuestan a dormir. Los otros vecinos ni se han enterado del asalto. Todos están acostumbrados a que en los otros apartamentos haya mucho ruido de madrugada y los tiros de la UZI han sonado como si alguien estuviese tocando sobre una mesa un merengue apambichao.

Los hombres mueven el escaparate que da a la escalera de incendio. Guille le dice al hombre y la mujer que vayan al fondo del pasillo y cuando ve que ya el escaparate no bloquea el acceso a la escalera, levanta la UZI a la altura del pecho, con el silenciador puesto. Boloña alza los brazos y exclama: 

--¡A la enyena no, consorte, a la enyena no!

Guille dispara todos los tiros que le quedan a la UZI y el hombre y la mujer caen abatidos, él de bruces, ella de espaldas. Bob le arrebata la pistola a Cebolla y le da dos tiros al hombre en la nuca y uno a la mujer en la frente. Boloña cierra los ojos y aprieta los dientes con fuerza.

Los cinco hombres salen por la escalera de incendio, suben a la azotea, la atraviesan a todo lo largo, de calle a calle, bajan por la escalera de la peste ratonil y gatuna, y llegan al Hummer. No hay nadie en la escalera exterior. Los miserables duermen, soñando, tal vez, que ya no hay miseria.

Boloña se acerca a Pulule y le dice casi al oído:

--Que su’to pasé, consorte, yo creí que El Negrito del Batey era Alberto Beltrán  ¡y con lo que me gu’tan a mí lo’ bolero y lo’ merengue!

--Alberto Beltrán cantó El Manisero hace do’ año’, bróder.

LA FAMIEMPRESA

Luego, cuando el Hummer pasa frente al Yankee Stadium para llegar al mismo puente que había cruzado dos horas antes, Jairo mira a Guille, que va sentado junto a él, y le dice:

--¿Y tú crees, cuña, que el cucho sirva para eso?

--¡Danilo e' el mejor químico de Cuba, consorte! Una ve’ e’tuvieron a punto de dasle el O’car de química.

--¿Cómo el Óscar de Química?!

--Sí, el premio grande ése que le dan a la gente del bronce.

--Oh, tú dirás el Nóbel de Química.

--Ése mi’mo –dice Guille--. Mira, consorte, de'pué' del hambre que debe haber  pasa'o en 'eto ocho año’ de perío’ e'peci'á, el tembo se jama vaya ha'ta un guanajo con pluma' y to'.  Y el puro no e' calambuco, no... ¡e' tremendo filtro!

--¡Eso es lo que necesitamos, cuñas! --exclama Jairo--. Un buen químico para coronar el laboratorio allá en Antioquia. Tenemos que entucar el negocio y formar una empresa familiar, a la que allá en Colombia le decimos famiempresa. Está bueno ya de vender cosos por ahí. Eso es muy peligroso. Miren lo que tuvimos que hacer hoy. La cosa se puso peluda. ¡No, cuñas, no vale la pena! Un día de éstos los tombos nos meten en la guandoca y se tragan la llave. Escúchenme la conversa, cuñas. Necesitamos un laboratorio no un jibariadero --añade Jairo, casi gritando ya, con todas las ventanas del Hummer cerradas--. ¡Nos toca frentiar! Si no frentiamos nos vamos a quedar líchigos... ¡o en la guandoca! ¡Tenemos que ganar melones, no lucas, parceros! ¡Me lambo por conocer al cucho, cuñas!

Los tres bandidos regresan al departamento de Guille y les pagan a los tres sicarios, quienes regresan a sus madrigueras. Van a dar las cinco de la madrugada. Los seis jóvenes se acuestan y se duermen enseguida, como si nada hubiera sucedido.

El encargado del edificio halla los tres cadáveres al día siguiente, pues le llama la atención que los cristales de las dos ventanas estén rotos y por los comentarios de quienes vieron a Cebolla saltar desde la escalera de soga. Llama a la policía y catorce horas después se aparecen dos perseguidoras y un detective. Éste entrevista al encargado, quien les dice que ese apartamento ha estado vacío por varias semanas hasta que el día anterior se lo alquiló a quienes después serían asesinados, y no sabe nada en absoluto sobre ellos. El detective descuelga la escalera y recoge los sobrecitos con restos de drogas.

En las ropas que están colgadas sobre clavos en las paredes aparecen identificaciones falsas como si los tres hubiesen nacido en Puerto Rico, no en la República Dominicana, por lo que el detective no puede averiguar sus verdaderos nombres ni encontrar familiares ni amigos. No hay autopsia y ni una sola nota del múltiple crimen se publica en los periódicos. Los tres cuerpos son enterrados en una fosa común, sin flores ni lágrimas, pues nadie reclama los cadáveres, y al día siguiente el detective cierra el caso. Los muertos serán olvidados para siempre, pues ni siquiera sus nombres aparecerán sobre los huecos de tierra removida ☼

LOS BANDIDOS:

Guille, cubano, esposo de Natalia.

Bob, estadounidense, esposo de Nancy

Jairo, colombiano, esposo de Rosemary.

Pulule, Boloña y Cebolla: sicarios cubanos.

El Cibaeño y El Negrito del Batey: dominicanos, vendedores de drogas.

(Próximo artículo: Capítulo 3: La canción del recuerdo –saldrá publicado este martes día 24 a la misma hora--.

TRADUCCIÓN:

          1-. ¿Está ahí María?

2-. Lo siento.

VULGARISMOS:

De buten: del bueno.

Lo’ caco’: los cacos, los ladrones.

‘ta ñámpiti gorrión: está ñámpiti gorrión, está muerto.

Jíñame: entrégame; jiñar: entregar.

E’meril: esmeril, muerte; dar esmeril: asesinar.

Gil: tonto.

Pellejo: el pellejo, la vida.

Guiso: muerte; dar guiso: asesinar.

Pinza: minúscula pieza de metal que sirve para abrir cerraduras.

Enyena: mujer joven.

Cantó El Manisero: falleció.

Cuñas: cuñados.

Cucho: viejo.

Tembo: viejo.

Jamar: comer.

Entucar: mejorar, levantar.

Cosos: paquetes de drogas.

Candeleo: lío, problema grave.

Bullaranga: escándalo.

Tombo: policía.

Ñeros: compañeros.

Guandoca: cárcel, presidio.

Jibariadero: sitio pequeño en que se vende o se consume droga.

Frentiar: dar el frente.

Líchigo: pobre.

Melones: millones.

Parcero: socio, amigo, compañero.

Me lambo: me desespero.

carlos.rivero@att.net



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