“Enseñar el cuerpo” tiene dos significados. Designa por un lado el acto pedagógico de instruir en un arte o ciencia ―en este caso el arte o ciencia de la corporeidad. Y por otro, refiere al acto de mostrar/se o desnudar/se ante otro. Ambas acepciones son válidas para decodificar el lance poético/ hermenéutico que talla Valenthina Fuentes en su poemario Sumergida, merecedor del Premio Fernando Paz Castillo 2012 concedido por el CELARG.
Como Simón Rodríguez, Valenthina rastrea el cuerpo para enseñar a otros ―y para enseñar/se algo a sí misma. Como Antonin Artaud se desviste desde las regiones liminales de la palabra para inquirir una cierta carnalidad/ espiritualidad que habla de un cuerpo históricamente burlado y maltratado, proscrito y desollado por el poder. Las complicidades entre la colonialidad del poder y del saber son trozadas:
“Me enseñabas a hablar/ recorría la palabra inexacta/ su borrosa textura/ erraba en todos los nombres / erraba/ no entendía las letras, las vocales/ repartía sonidos en el aire/ los más raros sonidos/ y decía una palabra por otra/ las cambiaba por cosas, por espejos/ tú llegabas con manojos de palabras correctas/ y yo usaba aparatos para recordar/ yo hundía mis manchas en tus moldes/ y usabas mi garganta para irradiar tu voz.”
Para Valenthina el poder no sólo mora en la institucionalidad. Sobre todo se reproduce en las instituciones económicas y políticas, jurídicas y tecnológicas. Y en la episteme que legitima su propio marco de enunciación, naturalizando y eternizando una racionalidad y un gobierno patriarcal y logo-céntrico que vigila y coloniza incluso el cuerpo íntimo/ subalterno/ femenino/ doméstico.
La poeta denuncia una voz/ mirada/corporeidad/espiritualidad personal y colectiva, confiscadas por la persistencia del poder colonial. Enfrenta, conflictúa y reinstala la imagen del canje de perlas y piedras preciosas, por espejitos, en tiempos de la conquista. Arraigo y femineidad, intuición y valentía, intimismo y memoria, logos en entredicho y sensibilidad contra-colonial fundan en Sumergida un sedicioso cosmos de silencios y preguntas que exigen un lector dispuesto a hacer y devenir alquimia.
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