Cultura venezolana del siglo XXI

Bello y Rodríguez, la palabra empeñada

  En el horizonte se percibe la proximidad de otra guerra de carácter mundial. La que por inercia, pondrá orden al caos marcial en donde se han sumergido las relaciones internacionales, a causa de las horrorosas guerras imperiales. La urgente necesidad de algunos recursos naturales, imprescindibles para la subsistencia  de la especie humana, se colocan como las razones últimas, y quizá las más sinceras, que justifican esta nueva conflagración. Por lo tanto, el fondo de esa visualización, se convierte en la preocupación del hombre y la mujer de hoy, es decir, se convierte en uno de los problemas existencialistas de nuestro tiempo.

 

 (Claro, esta guerra se aproxima por caminos que parecieran ya transitados, muy parecidos a los del pasado. Basta ver con qué arrogancia se pasean los funcionarios del gobierno alemán por sobre la crisis de la  eurozona, si apenas unos años atrás, difícilmente protagonizaban con timidez en su propio país. Basta con observar, como los amos del mundo, dibujan de nuevo el mapamundi: dividiendo pueblos, rodando fronteras, creando ejes, reventando países, bombardeando aquí y allá para luego reconstruirlos a su imagen y semejanza. Asesinando a millones de personas de la población civil. Exterminando líderes, políticos, científicos, sociales y populares, seleccionándolos como quien elige una pieza de ave para degustar.

 

Ahora, o mejor dicho, en el futuro, se colmará esta necesidad, no para satisfacer la ostentación y el consumo exacerbado como sucedió con otros productos de la naturaleza, ya agotados o por agotarse (el contemporáneo petróleo, o antaño, las especias), sino como una imperiosa necesidad de sobrevivencia, en un planeta cada vez mas debilitado, cada vez más inhóspito y hostil, resultado de la explotación sin limites que permitió el sistema hegemónico que agoniza.

 

 Será el agua o la muerte (habrá que buscarla donde esté). Pero también será el agua o la muerte para quien la tenga y no pueda defenderla, y en esa confrontación de posiciones, va la suerte del mundo. El escenario se va configurando de tal manera, que ya se ve, con suficiente claridad: Quiénes irán a buscar lo que les escasea. Dónde existe en abundancia lo apetecido.  Y en qué forma lo harán suyo. Esa es una guerra que se adivina, se intuye, se huele; que está a la vuelta de un tiempo que bien puede ser subjetivo. Es una guerra que la cultura occidental ha diseñado a su mejor estilo)

 

 Sin embargo, Latinoamérica y el Caribe, por razones históricas, va en otra corriente. La Revolución Bolivariana, epicentro de los huracanes que la recorren, la que no solo vuelve a  ponerle a este continente el significante de “nuevo mundo”, de “nueva esperanza”,  ahora desde nuestra propia perspectiva, sino que desvencija al imperio por doquier, en cualquier terreno, convirtiéndose en la madre de las revoluciones del siglo XXI; recientemente ha presentado su programa de gobierno para el periodo 2013-2019, el cual contempla, en su quinto objetivo estratégico, lo siguiente: “Preservar la vida en el planeta y salvar a la especie humana”. Pero es que no solo en este quinto objetivo, la revolución despliega su manto protector a escala planetaria. En los cuatro anteriores, ya adelanta la lucha por el hombre, la mujer y la tierra, con valores suficientemente universales, y no solo por razones discursivas, sino por razones concretas: El ALBA, Las Misiones, Petrocaribe, El SUCRE, Unasur; Telesur, Los Convenios, La Política Exterior Bolivariana, etc., son creaciones revolucionarias que irradian el camino de la resurrección de los pueblos del mundo. He allí, la resistencia de los movimientos sociales del orbe: las revoluciones en el norte de África y el Medio Oriente, Los Indignados de Europa, Los Ocupas de Norteamérica, encuentran como asidero y único faro, el portento creador de Bolívar en estado de alerta.

 

 Pero la revolución bolivariana, doblegando a su enemigo histórico (la voracidad  de todos los imperios), no vencerá, si no logra espantar lejos, a su enemigo fundamental: la hegemonía cultural del colonizador. Es esta en esencia, una guerra cultural, como lo es toda revolución.

 

 Pedro Berroeta, escritor venezolano de poca remembranza, citaba frecuentemente la siguiente expresión: “Si quieres conocer a un pueblo, lee a sus escritores”. Pero es que en nuestro caso, no solo todos nuestros escritores, de todos los tiempos, escribieron y escriben, en el idioma del dominador (incluyendo a este humilde escribidor), que ya es el primer gran signo de aceptación del vasallaje, sino que a través de él, estamos obligados a pensar como el enemigo, a cultivar la supremacía de la cultura del enemigo. A que éste dicte permanentemente la orientación de la vanguardia intelectual.

 

  La vieja pugna existencial entre Bello y Rodríguez, aquella que sostenía que a través del estudio y la conformación de una gramática idónea para las nuevas republicas, y por lo tanto para el pensamiento americano (nada menos que la del continente de la utopia) se forjaría el espíritu venezolano, aun resulta una lucha, si bien colosal para los fines bolivarianos, estéril para la gesta de la independencia cultural: ambos expresan las ideas lingüísticas revolucionarias en español. Uno con mayor audacia que el otro, El otro con mayor academicismo americanista. Ambos profundamente revolucionarios, pero gramaticalmente vencidos.

 

 La dualidad aun persiste. El influjo de Bello ganó en términos lingüísticos, de allí el gusto de nuestros escritores por la exquisita  gramática francesa, sus giros, sus temas, sus tendencias. No porque Bello fuese de esa corriente, sino porque toda latinización termina bebiendo en las fuentes de la bohemia literaria europea, en donde el liberalismo francés ha blandido su látigo para arriarnos por los senderos del eurocentrismo. A Paris fueron a parar, no solo la mayoría de nuestros escritores y poetas; también nuestros creadores plásticos, intelectuales y artistas de todo género. Al igual que para la diplomacia internacional de hoy, la meca es Washington, hasta no hace mucho, fotografiarse en los bulevares franceses con uno que otro intelectual de moda, constituía  el necesario documento, el perfecto curriculum vitae del intelectual latinoamericano. En ello iba el exilio (dorado o no), el cargo diplomático, el año sabatino, la beca, la aventura o el mecenas. Cualquier cosa para exhibir una pasantía por Europa que arraigara la cultura madre en el cerebro de nuestros pensadores, sin cuya venia no se bautizaba el inculto amerindio, destinado a deambular en el limbo de una cultura marginal si no lo hacia. Por fortuna Robinson tampoco perdió esta disputa, su pensamiento y su practica son fundamentos radicales de la revolución que hoy orienta la sensatez del planeta.

 

 En ello consiste la amenaza: nada fuera de la influencia de la gran cultura hegemónica europea tiene validez, está destinada en consecuencia, a ser bárbara, fea, india, negra, exótica, curiosa (que en términos de ismos o tendencias de moda, equivale a subversiva, producto de consumo burgués), y a lo sumo folclórica, pero en todo caso, vulgar, es decir, popular, por lo tanto peligrosa que en estos tiempos se convierte en terrorista.

 

 Ahora bien, la vuelta al idioma (ya sea el pemón o aimara, caribe o quechua, etc.,) por medio del cual, se conceptualice la civilización, o el mundo que se truncó con la llegada del invasor y que ha de desarrollar la revolución universal inherente a la revolución bolivariana, no inhibe al planeta de otra guerra mundial, quizá le agregue los ingredientes necesarios para justificarla. Sería la razón que aportaría Latinoamérica para sumarse con argumento propio a la barbarie por venir.

 

 Por supuesto, el proceso de desplazar el idioma español de nuestra concepción cosmogónica, es decir, de nuestra filosofía y literatura, de nuestra poesía y nuestras matemáticas y por ende, de nuestro coloquio cotidiano, e ir montando un sistema de idiomas indígenas, de brillantes lenguas, las portadoras del germen de un mundo mejor, de mayor calidad humana, socialistas por antonomasia, es una empresa de largo aliento. Será un proceso cultural que solo el tiempo dará con sus características, que nuestro continente, el Abya Yala, se propone para el siglo XXI. La que desnudaría la verdadera guerra cultural, la que subyace en el fondo de nuestras relaciones, primero con nosotros mismos y luego con el mundo, y que nos coloca en permanente desventaja de reales creaciones, siempre subordinadas de las ocurrencias de Europa y Norteamérica.

 

La guerra que sobrevendrá a partir de esta gesta histórica, ya no será por territorios y recursos de parte del agresor, será por su supremacía cultural, la que a la postre le garantizará todo lo demás, el poder necesario para acceder a lo apetecido como hasta hoy lo hemos padecido. Ella será de nuestra parte, la guerra por la humanidad.

 

En el rumbo de la Revolución Bolivariana, hacia el 7 de octubre, fecha cumbre para la lucha de los pueblos del mundo.

 

miltongomezburgos@yahoo.es



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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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