Simón Sáez Mérida

Cuando Rómulo Betancourt llegó del exilio en 1958 vivió la incomodidad de que no conocía al Secretario General de Acción Democrática en la clandestinidad. Un profesor de humanidades a nivel de bachillerato llamado Simón Sáez Mérida, con un ideario de izquierda, tan “radical” o “cabeza caliente” como había sido el propio Rómulo desde 1928, en la época que orbitó entre varios partidos comunistas del Caribe.

Para ejercer la Secretaría General de AD en el perezjimenismo básicamente había que tener guáramo. En 1952, en un barrio central de Caracas, había muerto acribillado otro Secretario General, Leonardo Ruiz Pineda. Pero guáramo era lo que Simón Sáez tenía de sobra…

Así como desafió en la clandestinidad a Pérez Jiménez, en la democracia no dudaría de enfrentarse a Betancourt. Porque el recio caudillo no encontró en el joven secretario a un muchacho ambicioso, dispuesto a garantizarse el futuro, sino a un idealista irreductible, apertrechado en sus principios y convicciones.

Simón Sáez Mérida tuvo el gesto quijotesco de renunciar a las mieles del poder, de pasar a la oposición estando en la primera cumbre política y perderlo todo por sus ideales. De haber sido dócil, calculador, maniobrero o propiamente “político”, habría llegado “lejos”. Cuando menos hubiera sido ministro, senador, embajador o rico empresario favorecido por el Estado. Pero escogió el camino de la autenticidad.

El joven promisorio, quien tal vez hubiera sido Candidato Presidencial y hasta sucesor de Betancourt hacia el futuro –porque en 1958 estaba muy por encima de Carlos Andrés Pérez y Jaime Lusinchi- terminó expulsado de AD, fundó un partido de izquierda, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, se fue a la guerrilla, perdió su diputación al Congreso y terminó preso varios años en una oscura mazmorra política.

Muchos años después lo traté muy de cerca. De la cárcel salió a la relativa anonimia, porque su hora de gloria se fue con los años sesenta. Terminó dando clases en la Universidad Central, interactuando en la dinámica gremial universitaria, leyendo y escribiendo muchas horas del día. Viendo su modesto carrito, su sencilla casita de las afueras de Caracas, su vida frugal de profesor jubilado, le pregunté si no lamentaba haber desperdiciado su gran oportunidad.

-¡Que va, chico¡ Perdí el gobierno pero salvé la conciencia y si el tiempo echara atrás, volvería a hacer lo mismo- me dijo cortante y optimista, porque tenía buen humor contagioso, admirable en un hombre que pasó parte de su vida preso y perseguido.

-Betancourt fue el que cambió, no nosotros. Nosotros seguíamos creyendo lo mismo. El fue quien se cuadró con los norteamericanos y mandó sus ideales al carajo- explicaba.

Hoy se murió Simón Sáez Mérida, quien era medio ateo, medio agnóstico y yo juro que se fue directo al cielo. De hecho él fue socialista porque creía que tal era la vía para redistribuir la riqueza, generar desarrollo social y superar la pobreza. Pero como también en el mundo comunista fue un disidente y no se cuadró con las directrices inapelables de Moscú, tampoco pudo disfrutar la protección económica de ese bloque de poder.

Claro que no se puede entender a Simón Sáez Mérida desprendido de la doctora Inés Castillo, la hija del mártir de la isla de Guasina, Guillermo Castillo, quien escribió la emblemática canción “Escríbeme”. “Me hacen más falta tus cartas que la misma vida mía”, decía Guillermo Castillo, a la niña que muchos años después se casaría con otro preso político. Doña Inés, también intelectual y académica, pasó la niñez entre penurias y más bien lo animó –al marido Simón Sáez- a sacrificarlo todo por sus ideales.

Usted sabe, estimado lector, querida señora, que siempre intento ver a los hechos y personajes de forma racional, sin apasionamientos. Escribiendo estas líneas he lamentado el autoritarismo de Pérez Jiménez, quien pervirtió su legado arquitectónico por la feroz represión contra adecos y comunistas. También la intolerancia de Betancourt contra el disenso en su partido. ¡Que lástima que en el contexto de la Guerra Fría no se abriese un espacio para la izquierda venezolana¡ La tragedia vital de tantos pensadores y activistas sociales, excluidos del sistema en los años sesenta y setenta, pesó mucho en el desgaste del sistema democrático. Lo digo por Sáez y Joaquín Marta Sosa, por Luis Beltrán Prieto y tanto izquierdista valioso que la centroderecha no supo asumir como el necesario contrapeso.

La última renuncia de Simón Sáez Mérida fue hace siete años, cuando Hugo Chávez llegaba al poder. Como entusiasta lector de todos los autores de izquierda, Chávez quizás admiraría la impronta del viejo exguerrillero. Hubiese bastado un gesto, una corta diligencia y Sáez con toda justicia quizás habría sido miembro de la Constituyente o alto personero del gobierno. Pero por razones principistas también esta vez se apartó, de forma un tanto discreta. Parece que muchos antiguos dirigentes de izquierda sienten envidia –y no desconfianza ni desilusión- de Chávez. El caso de Sáez es distinto. El no siguió a Chávez porque creía que éste debía asumir una línea más radical y frontal en su Revolución.

Y les estoy contando mis recuerdos de un hombre vertical e inclaudicable, pero también plural y amistoso. Ya viejo era amigo de Ramón J. Velásquez y José Agustín Catalá, los íntimos colaboradores de Betancourt. Y así con gente de otras ideologías, tanto que sin conocerme prologó la segunda edición de mi novela Eustoquio, con entusiastas conceptos, demasiado generosos en este país que nadie arriesga nada sin pedir algo a cambio. Después vino a mi casa, me advirtió que no debía beber mucho licor si quería conservarme lúcido hasta la vejez y al exponerle mis ideales socialcristianos, los lamentó con verdadera pena.

Me duele, me indigna, me abofetea íntimamente que el hampa lo haya matado. De la entraña del pobre pueblo de sus desvelos salió un mal hijo que lo desgració para robarlo. Fue una agonía larga y dolorosa, como el último Calvario para un santo agnóstico que pasó la vida entera intentando hacer bien por su país. Una razón más para reformar ya el Código Penal y tropicalizar el Código Orgánico Procesal Penal. Definitivamente un final trágico para uno de los venezolanos más auténticos de todos los tiempos. Hasta siempre, admirable Simón Sáez Mérida.

raescalante@hotmail.com


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