Era guanareño y apenas habiendo culminado su bachillerato se fue a estudiar a la Facultad de Humanidades y Educación en la Escuela de Historia de la Universidad de Los Andes en Mérida, era Magdiel Páez. Cursaba sexto semestre y durante una protesta estudiantil en la Facultad de Medicina fue vilmente asesinado.
Fue en la madrugada del 21 de marzo de 1991 cuando cayó abatido por la furia de una ametralladora UZI que le vació una ráfaga a pocos metros de distancia. Lo asesino el Cabo II del Ejército Johnny Vera, autor material, inmediatamente monto otro peine y lo descargo contra cinco estudiantes más. El autor intelectual de aquella masacre fue un sombrío General.
Su nombre era una poesía, Magdiel, a quien conocí y describo como un estudiante integro, era dirigente estudiantil, poeta y pertenecía al grupo de rescate de la Facultad de Ciencias Forestales de la ULA, eran hombres y mujeres que portaban una gruesa braga color naranja con emblemas bordados.
En febrero acababa de cumplir 23 años y días después era asesinado. Contra Magdiel había una persecución por parte de los cuerpos de seguridad del estado, días antes su residencia había sido allanada y todos sus libros de Carlos Marx se los llevaron. Los pocos que pudo esconder los guardo en una caja de cartón en casas de sus amigos.
“Aquella madrugada cuando levante mi cabeza, tenía a Magdiel Páez gravemente herido a mis pies”, así lo recuerda Carlos Pérez, Presidente en aquel momento del Centro de Estudiantes de la Facultad de Medicina de la ULA que lleva el nombre de Domingo Salazar, quien fuera el mejor estudiante de medicina en la época del primer gobierno de Rafael Caldera, cuando ordeno allanar la Universidad de Los Andes con grupos de Cazadores y tanquetas artilladas y Salazar quien era Presidente de aquel Centro de Estudiantes fue fusilado por un militar, mientras muchos más corrieron la misma sombra, otros fueron lanzados vivos por un barranco con más de 300 metros de caída.
La muerte de Magdiel Páez se origina tras el cruento asesinato de un estudiante de apellido Cadenas, perteneciente al núcleo de la ULA en el estado Trujillo, quien falleció el día anterior, exactamente la tarde del 20 de marzo de 1991 cobardemente asesinado por la policía de aquella entidad, fue apuñalado con una peinilla que le habían sacado filo, la cortada fue certera, entro y rompió la arteria femoral. Los funcionarios lo arrastraron por el asfalto hasta su piquete y desde allí lanzaba bombas lacrimógenas y disparos a los estudiantes, mientras Cadenas moría desangrándose.
Desde el suelo fue mostrado a los revoltosos para que observaran como agonizaba Cadenas, mientras la sangre le brotaba a borbotones inundando su cuerpo.
Eran como las cinco de la tarde y una bruma oscura iba tomandose a Mérida, la avenida Don Tulio Febres Cordero anunciaba con fogatas, cauchos, piedras y bolsas de basura la batalla que vendría.
Y así fue, hasta el final de la madrugada rugieron las bombas molotov, piedras y se vieron arder con furia todas las fogatas las cuales alcanzaban hasta la zona residencial del Paseo La Feria y las facultades de Medicina e Ingeniería, aparte, otros fuertes focos ardían por el resto de la ciudad.
La batalla empezó como de costumbre con la Policía del Estado Mérida, no tardo en incorporarse la Guardia Nacional y a la mañana siguiente el Ejército ya estaba tratando de tomarse las calles.
En plena madrugada la policía planifica junto a funcionarios del Ejército que una gandola contentiva de alimentos para la proveeduría militar ubicada en la zona de Glorias Patrias, hiciera su paso por medio de aquella batalla campal.
Y así lo hicieron, justo en la avenida Don Tulio Febres Cordero, frente a las residencias femeninas entre las calles 32 y 33 se ejecuto lo acordado.
Era gobernador el copeyano Jesús Rondón Nucete “El Reyecito”, quien andaba con una caravana de escoltas y motos que escoltaban su lúgubre paso.
Magdiel Páez llevaba un improvisado bolsito con medicamentos de primeros auxilios, al sentir la fuerte descarga trata de agarrar a uno de los primeros heridos, pero las balas lo alcanzan, apenas llega a la emergencia del Hospital Universitario de Los Andes y agonizando muere, teniendo como únicos testigos a un camillero que intenta vanamente montarlo en una sucia camilla y ante el apuro desesperado de sus compañeros murió.
La planificación de lanzar la gandola en medio de aquellos violentos disturbios fue obra de dos represivos oficiales, los inspectores Celis y Marlon Sosa, este último conocido con el remoquete de Robocop, sobre ellos recaen cantidad de violaciones a los derechos humanos y a pesar que intento juzgárseles apenas por pocos crímenes, siempre eludieron la justicia.
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