Alquimia Política

Documento de aparecida

                                                                      Dedicado a: Monseñor Marin 

En días pasados tuve un breve encuentro en el Palacio Episcopal de Guanare con el amigo e insigne representante de la Iglesia Católica, Monseñor Marín; en ese breve intercambio de saludos y afectos, me sugirió que leyera un texto que ya había visto desde hace tiempo en los anaqueles del Museo-librería Coromotano, titulado “Documento de Aparecida”. Al principio lo tomé como una sugerencia amable para profundizar algunos aspectos de la postura de la Iglesia Católica, en razón del continente latinoamericano (dado que el Documento se refiere a las Conclusiones que llegaron los representantes del episcopado en la V Conferencia General Latinoamericana y del Caribe, celebrada en el Santuario Nacional Nuestra Señora de la Concepción Aparecida en Brasil, del 13 al 31 de mayo del 2007). Pero luego, al ir leyendo el Documento se me fue develando toda una postura doctrinaria y social que, definitivamente, hay que comentar desde una postura crítica, pero a su vez responsable y justa. 

El Documento está  constituido por varios apartes. Es significativo el mensaje de su Santidad Benedicto XVI, a los pueblos de América Latina y el Caribe; es un mensaje apasionado, pero a su vez muy racional. Busca responder esas incógnitas que han deambulado el espíritu de identidad latinoamericana. Busca, en cierto sentido, justificar el encuentro de dos civilizaciones (Descubrimiento de América, 1492), así como al producto de ese encuentro que es la Cultura Occidental y por supuesto la Evangelización. Los argumentos acerca de que el Descubrimiento fue un encuentro de la fe en Dios con las etnias originarias de la cual “…ha nacido la rica cultura cristiana de este continente expresada en el arte, la música, la literatura y, sobre todo, en las tradiciones religiosas y en la idiosincrasia de sus gentes, unidas por una misma historia y un mismo credo, y formando una gran sintonía en la diversidad de culturas y de lenguas…” (pp.21-22); no constituye un argumento válido para justificar la barbarie cometida por los europeos en las postrimerías del mil cuatrocientos. No dudo que su Santidad haya pretendido explicar un asunto que hasta el momento no es un tema debate por parte de la Iglesia Católica, porque en muchos documentos pasados se esgrime que lo importante ha sido el trabajo misionero y no la imposición de la fe cristiana. El propio Benedicto XVI responde a este aspecto al decir: “…el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta” (p.22)

Ahora bien: ¿por qué  se trata de ocultar la evidente transculturización a que fue sometido el pueblo aborigen? En este aspecto no puedo coincidir con el mensaje Papal: hubo un proceso de ruptura, de imposición, de barbarie; no se permitió que la cultura precolombina hiciera ese descriptivo de síntesis natural que todas las culturas han tenido a lo largo de la historia. Se cortó de un solo tajo la relación de nuestros aborígenes con sus creencias y mitos, y no satisfechos con eso, se le impuso un veto a las creencias autóctonas, calificándolas de satánicas y malignas. No apreciado Benedicto XVI, no puedo justificar el encuentro de estas culturas bajo la espada imperialista de los Conquistadores. En lo que si puedo coincidir es en que la sabiduría de los pueblos originarios alcanzaron coexistir con sus creencias y con las impuestas, haciéndose una cultura mixta universal, enmarcada en el amor y profundamente identificada con los valores de la equidad y justicia.  

En cuanto al Documento propiamente dicho, parte de la idea central, reflejada en el Evangelio según San Lucas (Lc. 24, versículo 29), cuando los discípulos de Emaús le suplicaron a Jesús, al hacer un ademán éste de retirada: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ha declinado”. El estar de Jesús, tomando el pan y pronunciando la bendición, hizo notar de inmediato de quien se trataba y ante la mirada incrédula de los asistentes desapareció. Es ante este acto mágico que los representantes de la Iglesia en Aparecida, imitan el abrir los ojos de aquellos discípulos de Emaús y la necesidad de responderse lo descrito en el versículo 32: “¿No ardía nuestro corazón en nuestro interior cuando nos hablaba en el camino y nos iba explicando las Escrituras?”. Es el espíritu que deja el Documento de Aparecida: la necesidad de proyectar la misión evangelizadora más allá del compromiso de la Iglesia, invocando la renovación de la fe y la responsabilidad de todos con los más desfavorecidos de la tierra. 

A todas estas, el Documento concluye con aspectos puntuales que por lógica coincido: 1.-Es necesario convertir a la Iglesia, ya creada, mixta y universal, en una Iglesia llena de ímpetu y audacia evangelizadora; 2.- El pueblo pobre de las periferias urbanas o del campo necesita sentir la proximidad de la Iglesia, sea en el socorro de sus necesidades urgentes, como también en la defensa de sus derechos y en la promoción común de una sociedad fundamentada en la justicia y en la paz; 3.- El papel de una Iglesia independiente y propulsora de estructuras justas, que nazcan, como expresa Benedicto XVI, de un consenso moral de la sociedad y sobre la necesidad de vivir los valores colectivos por encima de los individuales; y 4.- Una Iglesia que esté al lado de los pobres, de los indígenas y de los afroamericanos, creando espacio para su cultura e identidad. 

De lo expresado en este Documento, de 350 páginas, defiendo la postura de una Iglesia al lado del pueblo y no al lado de una ideología política; esa Iglesia independiente, doctrinaria y propulsora de equidad y justicia, es la que necesitamos; sólo la palabra de Dios nos permitirá conocer la verdad, pero esa verdad no lo es todo, no es un resultado lo que se debe buscar, sino un proceso, un transito constante entre la fe, la vida y la resurrección divina, espiritual y real. *.-azocarramon1968@gmail.com   



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Ramón E. Azócar A.

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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