La escala del impacto es impredecible,
pero potencialmente peor que la de la reciente crisis de los activos
tóxicos.
El bloque europeo es la segunda economía
mundial, el primer socio comercial de China, el mayor importador de
energía rusa y el primer comprador de materias primas de alta calidad
(mantiene todavía la cuota Hilton, que es la carne más cara del mundo).
En todas las plazas del mundo hay tenedores de deuda europea y muchos
países mantienen parte de sus reservas en euros. China, por ejemplo,
tiene la cuarta parte de sus reservas en esa moneda y es tenedor de
grandes cantidades de bonos griegos, portugueses y españoles.
Sin reestructuración de deudas, con
una quita importante y con vencimientos a más largo plazo, Grecia no
podrá cumplir sus compromisos, al igual que el resto de las economías
sobreendeudadas de la periferia europea; Irlanda, Portugal, España
e Italia, con la consiguiente propagación al resto de Europa, incluso
sobre los países más fuertes.
La ilusión de apagar el incendio prorrogando
los vencimientos de deudas, es apenas eso, una ilusión. Sin quita,
pública y privada, y además prórroga de plazos, el default y la debacle
están a la vuelta de la esquina.
¿Qué significa una reestructuración
de deudas? Significa la renegociación de deudas frente a la imposibilidad
de pago. En este caso se trata de incumplimiento de pagos soberanos
(default soberano). Un país le dice a sus acreedores que no puede pagar
lo que debe y que hay dos opciones: no paga y entra en cesación de
pagos, lo que es una quiebra lisa y llana, o renegocia la deuda, es
decir negocia una quita y paga menos de lo que debe, y con otros plazos.
¿Cuánto menos? Depende del caso, puede pagar un porcentaje de lo que
debe con los mismos plazos de vencimiento, o un porcentaje mayor a plazos
más largos, o incluso pagar toda la deuda pero a plazos todavía más
largos.
Esta última solución no es viable para
el caso griego, con crecimiento real del PIB negativo, déficit fiscal
y de balanza comercial, entre otros indicadores negativos, no hay posibilidad
de pagar una deuda que supera el 150% del PIB, ni siquiera en un futuro
lejano.
En la Cumbre del G-20 en Londres, en
abril de 2009, cuyo dudoso mérito fue el rescate de la banca privada
con dineros públicos, el mundo en desarrollo se compró la idea de
que lo peor había pasado –y los países emergentes se compraron la
idea de que esta vez salieron indemnes de la crisis– y que bastaría
con medidas locales para mitigar los impactos. Las promesas comunes
de regular la actividad financiera y prohibir las operaciones puramente
especulativas quedaron en algún pasillo de Londres. Estas operaciones
están hoy en el centro del incendio europeo.
Europa perdió la oportunidad de
evitar la crisis de hoy. El bloque europeo era el único espacio que
podía regular a tiempo y en bloque la actividad financiera, controlar
o impedir la compra de deudas soberanas por inversionistas privados,
prohibir la calificación de deudas soberanas por calificadoras de riesgos
denunciadas por calificar fraudulentamente como AAA los bonos tóxicos
que se desplomaron a partir de 2007, al tiempo que aconsejaba comprar
seguros de incumplimiento contra esos mismos bonos; controlar la salida
de capitales e incluso imponer algún impuesto a ese sector para crear
un fondo propio de recompra de deuda pública y/o de eventuales rescates
soberanos, y propulsar programas de ajuste y reforma viables, de mediano
y largo plazo. Estas medidas, casi de manual, eran más que nada medidas
de supervivencia.
En lugar de ello primaron las individualidades,
la competencia y la especulación y conveniencia políticas y los países
fuertes impusieron un escenario de sálvese quien pueda, adoptando medidas
unilaterales e imponiendo condiciones hacia el resto del bloque. Alemania
prohibió hace un año las operaciones en corto, por ejemplo; Italia
lo hizo recién la semana pasada. Si Alemania puede imponer su voluntad
a la hora de exigir programas de ajuste, ¿por qué no imponerla para
regular en bloque, evitando que la especulación saltara a plazas no
reguladas? Alemania no es Europa, dicen algunos; Francia tampoco, dicen
otros.
Recién la semana pasada el Parlamento
Europeo aprobó medidas de regulación de los mercados de productos
derivados y seguros de impago, indemnizaciones a inversores privados
víctimas de empresas de inversión fraudulentas, ventas en corto (práctica
financiera especulativa sobre compraventa de activos cuyo precio se
descuenta que va a caer), compra de seguros contra el incumplimiento
de pago por inversores o entidades que posean bonos públicos relacionados
con estos seguros o con acciones de empresas cuyos resultados dependan
de la evolución de los títulos públicos y las operaciones over-the-counter
(compraventas de derivados entre dos partes sin intermediación, que
en 2009 especularon nada menos que con 400.000 millones de euros), pero
estas medidas no están vigentes; deben ser aprobadas por el Consejo
de la Unión Europea. Tampoco a este respecto hay consenso entre los
miembros; algunos rechazan una regulación general de este tipo, de
modo que nadie sabe cuando, o incluso si alguna vez, dichas medidas
entrarán en vigor.
Y en cuanto a los programas de apoyo
a los países en problemas, primero los obligaron a arreglarse como
pudieran, sobreendeudándose hasta límites insostenibles, y luego condicionaron
su apoyo a la aplicación de programas de ajuste con profundas consecuencias
sociales que llevará años revertir, y que impactan además en el resto
de Europa. No estamos diciendo que Alemania, Francia u Holanda
debían prestar a esos países sin condiciones; estos últimos tendrían
que mejorar sus indicadores y gastar con más cuidado, sin duda, pero
no en el marco de programas inviables, que empeoraron la situación
y engrosaron sus deudas.
La deuda griega, por ejemplo, debió reestructurarse el año pasado, cuando ya se sabía que era impagable, y cuando el país y toda la euro zona estaban en mejores condiciones para renegociar con bancos e inversionistas. Por el contrario, optaron por un paquete de rescate de 110.000 millones de euros. Desde entonces los grandes de Europa, con el consejo del FMI, han estado evaluando –especulando– las consecuencias para sus propias economías y sus propios bancos de dejar quebrar a Grecia o rescatarla. Ahora es tarde. Ya no se trata de Grecia. Si Grecia quiebra caerán también otros países de la periferia del sur; y si se reestructura la deuda griega esos otros países reclamarán también la reestructuración de sus propias deudas. Pese a esta realidad Alemania, Francia y los socios del Norte siguen evaluando la conveniencia de la reestructuración de la deuda helena, con algún otro nombre, para esquivar el fantasma del contagio; como si a estas alturas el eufemismo sirviera para algo. Por ahora están enfrentados respecto a una reprogramación selectiva, la recompra soberana y la participación coercitiva o voluntaria de los tenedores privados.
Y para el resto de los sobreendeudados
los ministros de Finanzas de la euro zona firmaron estos días el tratado
de creación de un fondo de rescate permanente, de 700.000 millones de
dólares, algo así como un Fondo Monetario Internacional europeo, que
requiere para su vigencia la modificación del Tratado de la UE y la
ratificación de los países miembros. Su cometido es asistir a países
en dificultades financieras a partir del 1 de julio de 2013.
¿2013? En la crisis de la euro zona
hablar de 2013 es hablar de otro siglo. Los europeos siguen jugando
con el tiempo, como si con el paso del tiempo, algo, las fuerzas del
mercado tal vez, resolverán mágicamente sus problemas.
Las varitas mágicas no existen. Y quizá
el tiempo cure penas, pero ciertamente no apaga incendios. Sin reestructuración
de deudas el colapso europeo está a la vuelta de la esquina y
se llevará consigo la incipiente y dispar recuperación de la
economía mundial. Europa no juega con tiempo, juega con fuego.
Montevideo, julio de 2011