Las divisiones en la MUD: sí nos interesan

No pocas veces, con sentido de doble filo, el titular de una noticia no refleja exactamente el contenido de la misma o de una entrevista. El escritor don Camilo José Cela, ganador del Premio Nobel de Literatura 1984 reconoció, ante una pregunta sobre idiomas, que no estaba interesado en aprender inglés porque aún no sabía hablar y escribir correctamente su idioma: el español, que era muy rico. En verdad es muy rico y hasta puede permitir que a cierto nivel se confundan los términos, pero una vez traspasada esa frontera esa confusión se transforma en una fuente de graves errores.

 Nosotros sentimos un gran aprecio por la camarada Iris Varela y, mucho más todavía, un profundo agradecimiento por sus gestos solidarios, porque es una camarada que a la hora de las chiquitas no elude esos gestos de solidaridad que son vitales para quienes los requieren. Un titular de prensa reseñó que la camarada Iris Varela les dijo en una entrevista: “Divisiones en la MUD no nos interesan” cuando, en verdad, lo que dijo fue “Los desencuentros de la MUD no nos interesan en nada”. Según el diccionario de la Real Academia Española, división, entre otras cosas, significa: una acción o efecto de dividir mientras que no aparece el significado de la palabra desencuentro. Pero si hacemos uso de la política, que es lo que interesa para emitir un juicio sobre lo dicho por la camarada Iris Varela, podemos concluir en que división es cuando se fractura o se rompe la unidad de algo por choque o contradicciones –se supone- esenciales sobre un determinado pensamiento o acción mientras que desencuentro podría ser no coincidir en criterios o juicios sin que aparezca la palabra división en el medio. Entonces, llegaríamos a la síntesis de que no es lo mismo división que desencuentro. Si estamos equivocados, mucho agradeceríamos a un lingüístico nos ilustre con sus argumentos para corregir inmediatamente nuestro desacierto o error gramatical o de lenguaje o conceptual.

En verdad, desconocemos el motivo, para que la camarada Iris Varela haya expresado ese criterio, porque más pensamos que en el fondo de su creencia política y revolucionaria, no es ni debe ser indiferente a las realidades y, mucho menos, a las contradicciones en la MUD, a las pugnas internas de los adversarios del proyecto o programa de gobierno en que la camarada Iris Varela cree muy conscientemente. Ella sabe, como muchos, que para la política es de vital importancia conocer bien al contrario.

Para cualquier tendencia política –en general- o para cualquier político –en lo particular- (sea de derecha o de izquierda, de centroderecha o centroizquierda o, simplemente, del centro) no sólo debe interesarle las contradicciones en el seno de sus adversarios o contrarios sino, es un principio de la política, debe incentivarlas, desear que no sólo existan sino que se agudicen, que se dividan y, en determinados momentos de tensión, que se aniquilen entre sí. No estamos concibiendo ese aniquilamiento como un hecho que se maten entre sí y no quede uno solo vivo. No, lo que queremos destacar es que sea tan real su pugnacidad que se logre, como mínimo, que un importante número (el mayor si es posible) de sus fuerzas, producto de sus propias contradicciones insalvables, quede de tal manera desarticulado y decepcionado que no vuelva jamás a esas filas políticas. Si no se pensase y se actuase de esa manera la lucha de clases no tendría importancia alguna; la división de los partidos no significaría absolutamente nada; y ninguna fuerza se preocuparía por el avance de una tendencia que le dispute poder político. En política, cosa de vital importancia, es que sobre la base de los errores de un bando se beneficia el otro que le combate o se le opone. En política, y ésta trata de la lucha por el poder para implementar programas de gobierno en función de un determinado ideal, la división debilita las fuerzas mientras que la unidad las fortalece. Eso tiene validez para todas las organizaciones políticas sin importar su tendencia de pensamiento o su ideología.

Otro principio importante y vital y, especialmente, para un proceso revolucionario, es tratar de implementar políticas que no sólo dividan a los adversarios sino, muy valioso, arrancarle y atraer hacia sus filas el mayor número posible de sus militantes, que otro se neutralice y reducir a la mínima expresión el porcentaje que alberga a los más acérrimos enemigos de una causa. Quien logre eso, tiene la mayor ventaja en sus manos y puede hasta dormir tranquilo teniendo muy bien ubicados a sus escasos enemigos que quieren derrocarle por la razón de las armas y no por las armas de la razón. ¿Cuánto hubiese ganado el mundo si el nazismo se hubiese dividido y puesto a combatirse entre sus tendencias por el poder antes de haber invadido a Polonia o haber hecho pacto con lo que fue la Unión Soviética? Para que un movimiento o un proceso revolucionario elabore y aplique políticas correctas de combate a sus adversarios tiene, obligatoriamente, que conocer muy bien el nivel de sus contradicciones, cuál es la principal y cuáles las secundarios, dónde se encuentran más fuertes y dónde más debilitados. Si no la hacemos así, corremos el riesgo que nos lo hagan a nosotros y obtendrán provecho político para dividirnnos y debilitarnos.

Si un partido político, de cualquier género estando o no en el poder político, llama a sus adversarios o enemigos a que se unan para combatirlos, está haciendo uso de una consigna totalmente errada, porque lo correcto es tratar de dividirlos para golpear con más fuerza y efectividad, por partes, donde mejor se den -para la victoria- las circunstancias concretas de tiempo y lugar. Los bolcheviques, cuando Lenin en el gobierno, aplicaron con maestría esa política. Por eso, entre otras cosas, pudieron derrotar a los imperialismos que le hicieron la guerra desde fuera y a los contrarrevolucionarios que se la hicieron desde dentro. Sin embargo, por otro lado, hicieron de todo lo posible por ganarse para la causa de la revolución, incluso, a los mencheviques, a los anarquistas y a los socialrevolucionarios de izquierda. Pero por encima de todo, las políticas de la revolución eran para ganarse a la inmensa mayoría del pueblo, quitarle el mayor número de obreros, campesinos, intelectuales y soldados, que militaban o simpatizaban con partidos que no eran precisamente el bolchevique.

Si una organización política, que levante las banderas –por ejemplo- del socialismo, no capta las contradicciones en sus enemigos y no hace nada por incentivarlas, perdurará dependiendo exclusivamente de los achaques recelosos de los partidos que sostienen el régimen capitalista. Y al mismo tiempo, siempre se debe sentir profunda preocupación por cualquier división en el seno de las fuerzas revolucionarias y, especialmente, cuando los principios no están en juego de pugnacidad irreconciliable como para poner en peligro una unidad revolucionaria.

¿Cuánto, por ejemplo, quisieran los revolucionarios de este mundo que, por un lado, los imperialismos se dividan antagónicamente en su interioridad particular y entre ellos mismos en lo general, se peleen internamente y entre ellos, se destruyan internamente y entre ellos mientras que, por otro lado, los proletarios se unan internamente y sin fronteras y aprovechando las divisiones y los desencuentros de los capitalistas y sus organizaciones políticas les resulte mucho más fácil derrotarlos y más fácil construir el socialismo? Eso es una dialéctica de la política. Nada debemos hacer para unir a los enemigos en contra de una revolución mientras que todo lo correcto de hacer debe ser una tarea constante para dividirlos, para derrotarlos y lograr la victoria definitiva del socialismo. No es realmente revolucionaria esa política que se fundamenta en que es imprescindible una oposición política para que pueda marchar victoriosamente una revolución. No, porque en la medida que exista menos oposición es mucho mejor, producto de la aplicación de un programa de transformación y humanización de la sociedad, de conquistas materiales y espirituales que convenzan a la aplastante mayoría y cada día a más personas en el reconocimiento de que ese es el aseguramiento del destino que más les conviene; en fin, en la medida que los mismos resultados de las políticas revolucionarias, favorables a la inmensa mayoría de la población, sean el arma más poderosa para vencer los obstáculos sociales, en esa medida se irán reduciendo a la mínima expresión los enemigos de una revolución sin necesidad de mayores medidas coercitivas. Ahora, es soñar en falso que se haya producido o se vaya a producir una revolución socialista sin enemigos. Pero a éstos, hay que repetirlo, es imprescindible combatirlos alimentando en ellos, con políticas revolucionarias y productivas de beneficio social, la división para que cada vez más sea menor el peligro de oposición que representen a una revolución. Entonces, logrado eso, comienza el Estado a perder sus facultades de supremacía en una sociedad y el pueblo empieza a dar pruebas de su enorme capacidad para aprender a administrarse por sí mismo.

Sólo nos resta decir que seguimos guardando profundo respeto y profundo agradecimiento por la camarada Iris Varela, aunque no coincidamos con lo expresado por ella en la entrevista que le hicieran en Panorama sobre los desencuentros en la Mesa de la Unidad (MUD). Esta, en cambio, constantemente está publicitando, con razón o sin ella, la deserción en las filas del proceso revolucionario, buscando dividendos. Ojalá, muy pronto, se dividan y se desencuentren para siempre todos los enemigos de la causa de la emancipación social de todos los explotados y oprimidos por el capital. De esa manera, la victoria del socialismo estará más cerca de hacerse una realidad mundial definitiva.



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El Pueblo Avanza (EPA)


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