Danilo Anderson: La historia de un hombre LIBRE



En el barrio El Carmen, de La Vega, transcurrió la mayor parte de su vida. Se destacó como estudiante aventajado, defensor del ambiente y militante activo de izquierda. Este geógrafo y abogado “no le temía a nada y menos al trabajo, tenía energía de sobra”, según su novia.

Agosto de 2004, veinte jóvenes reunidos en las faldas del cerro El Ávila esperaban al coordinador del campamento que los llevaría a descubrir la poca riqueza verde que le queda a Caracas.

En bluyín, sudadera y zapatos montañeros, con el distintivo de voluntario de Inparques, llegó Danilo Baltazar Anderson, de 38 años, geógrafo, abogado, el fiscal con más espacio en los noticieros y programas de opinión en Venezuela.

Muchos arrugaron la cara, se querían ir; otros le dieron la mano y se limpiaron frotándose la ropa. Una muchacha dijo que si su mamá se enteraba de que Danilo sería su instructor, no la dejaría ir más, porque lo odiaba.

Hildebrando Arangú, director de Educación Ambiental de Inparques, y “pana” del escalador, recuerda aquella anécdota con los ojos llenos de tristeza: “En poco tiempo, Danilo se los había ganado a todos. El día que lo asesinaron recibí muchas llamadas de los muchachos, llorando, sorprendidos con lo que veían en televisión”.

El pasado jueves 18 de noviembre, “Balta”, como lo llama su familia, iba rumbo a su apartamento, en la urbanización Los Chaguaramos, cuando una explosión acabó con su lucha por la naturaleza y por la justicia.

Último de los ocho hijos de Alfenix Anderson, Danilo nació y se crió en el barrio El Carmen, de La Vega. El hablar cantado de los chicos de sectores populares de la capital nunca lo perdió del todo.

Más allá del boom mediático, era un hombre sano, con gran apego por su familia, a la que visitaba por lo menos dos veces a la semana en el barrio, un sector con historia de organización social comunitaria.

Su única hermana de padre y madre, Lourdes, quien ejerce la defensoría pública, llora mientras habla de un ser humano “que no se parece en nada a lo que los periodistas mostraban. A mi hermano lo mataron los medios, porque obligaban a la gente a odiarlo”.

Los hermanos se llevan 10 meses: “Dentro de tantas carencias fuimos felices. Nuestra madre y nuestro padre fue Alfenix, a quien le debemos el amor por los animales, las plantas, por la Patria y la libertad. No tuvimos apoyo económico ni moral de nuestro padre biológico a quien prefiero no mencionar, lo conocimos cuando teníamos 16 y 17 años. Como persona, Balta era ordenado, puntual, muy activo, yo diría hiperquinético, desde pequeño, detestaba estar en casa sin hacer nada”.

José Ignacio Anderson, de 47 años, trabaja como conductor en un ministerio de la República. Cinco días después de que 250 gramos del explosivo C-4 volaran el cuerpo de su hermano, “Nacho” se encontraba en un homenaje organizado por el canal del Estado en la planta baja de la Fiscalía, ubicada en la avenida Universidad.

“Se fue de este mundo sin probar una gota de licor, ni un cigarrillo. Prefería el jugo de mora o la merengada de cambur. Cuando lo invitaba a beber, compraba una caja de cerveza y para él una de Coca Cola...le fascinaba”.

José Ignacio baja la cabeza y suelta un suspiro que inmediatamente se convierte el sollozo. Llora como todos quienes conocieron al muchacho blanco, atléticamente delgado que jugaba pelota de goma en los callejones de El Carmen, el mismo que en 1995 tuvo que llevar el cuerpo de su madre a ser estudiado en la Universidad Central de Venezuela: “Murió de mal de Chagas. Balta estaba como loco, gritaba desesperado. Pero, como en todas las cosas de su vida, sacó fuerzas”.

Alfenix los crió vendiendo dulces. Todos los días les cocinaba tajadas de plátano fritas, la comida preferida de Danilo: “Me gustan de plátano más que maduro, podrí’o”.

Néstor Veliz, amigo de Anderson hace 16 años, médico de campamento de Inparques y adscrito a la Misión Barrio Adentro, habla cabizbajo y sonríe: “Era un ser libre, amaba la naturaleza y la defendía con pasión. A finales de octubre de este año se fue en una misión a la frontera con Brasil, para desalojar a algunos garimpeiros. Fueron tres personas y él, se cayó a tiros por allá y regresó con paludismo, así iba a trabajar, incluso el 29 de octubre, día de su cumpleaños”∙

Sus allegados coinciden en que le resultaba incómoda la disposición gubernamental de asignarle un escolta hace dos años: “No quería tener a alguien vigilándolo, estaba seguro de que no le iba a pasar nada. Muchas veces los mandó a su casa temprano, no veía bien que alguien estuviera parado, con hambre, mientras él comía. El chaleco antibalas no se lo ponía porque le daba calor”, comenta Nacho.

Enamorado

Hildebrando Arangú sostiene que el grupo de amigos ecologistas acordó redactar normas para la conservación de los hombres, pues es una especie en extinción: “Echábamos broma con eso, Danilo decía que era demasiado libre como para casarse”.

Así pensó hasta que conoció a Vicney Gómez, de 27 años, con una hija de siete años. Ella y Lourdes se encargan hoy de los trámites postmorten que dolorosamente les toca resolver a los familiares.

La estudiante de segundo semestre de Derecho, en la Universidad Santa María y asistente legal del Ministerio Público, fue conquistada con perseverancia. “Nos conocimos hace tres años en la fiscalía. Yo tenía novio; un día me ofreció la cola cuando la avenida estaba congestionada, pocos días después salimos a almorzar, hasta que se hizo costumbre vernos al mediodía. Me decía que algún día lo iba a aceptar”.

El fiscal llevaba por dentro a un poeta. Fue cuentacuentos en sus años universitarios, cuando estudiaba Geografía de día y Derecho en la noche. Esas cualidades también se las ofreció a su novia: “Me escribía cuentos de amor, bellísimos, donde siempre estaba presente la naturaleza. El 31 de diciembre la íbamos a pasar en la Gran Sabana, su lugar favorito”.

Danilo le pidió matrimonio a la muchacha: “Le dije que esperáramos a tener dos años de relación, y que entonces yo decidía la fecha”.

El centro comercial Sambil era uno de los espacios donde se desestresaba.

Vicney generalmente lo acompañaba al mall a dejar salir el adolescente interior: una mezcla del rockero que le quitaba las cadenas a los materos de su madre para colocárselas en los pantalones, con el excepcional bailarín de salsa y excursionista.

En mayo de 2004 le comentó al diario Tal Cual: “Me encanta el Sambil. Me visto en la Tommy, mis trajes son de Fabiano. Todo lo que cargo, desde los zapatos hasta los cepillos de dientes son de marca. Me gusta vestirme bien. Mi sueldo es bueno, mi mamá murió, no tengo hijos, no soy casado...Pasé necesidades y hambre, todo lo que tengo es porque me esforcé y ahora tengo la posibilidad de darme buena vida”.

El fiscal IV, con competencia nacional, que llevaba casos como la licitación de la basura en Caracas, la imputación de los militares rebeldes en la Plaza Francia, de Altamira, la construcción en áreas verdes del Cocodrilo Rocket Park y la imputación de 400 firmantes del decreto de golpe de Estado, en abril del año 2002.

Tal vez por estas ocupaciones, tal como cuenta la abogada defensora de 110 víctimas de Puente Llaguno cuando el golpe de Estado del 2002, Omaira Corredor: “Cuando llegaba al asensor de la Fiscalía la gente se salía, en señal de desprecio. Lo exhorté a que se lo comentara al fiscal general y me contestó: “No les pares bola”.

Dos símbolos

En un edificio contiguo a la Iglesia a San Pedro, en la urbanización Los Chaguaramos, Anderson vivía alquilado hace tres años.

Justo al frente, Rosalinda, una coversadora mujer habitante de la residencia, tenía un puesto de periódicos y revistas: “No compraba la prensa, yo le guardaba los ejemplares en los que él salía. Le preguntaba sobre sus casos y siempre era muy reservado, sólo sonreía cuando le decía ¿Y cómo están los escuálidos?”.

“La dueña del apartamento 9, donde él estaba, me lo presentó como un abogado forestal y yo me pregunté qué era eso. Después supe que decomisó unas guacamayas y unos loros que vendían en el centro de la ciudad. No tengo nada malo que decir de Danilo. Buen vecino, sencillo. Le encantaban las hayacas, de vez en cuando hacía y le regalaba”.

Ese hombre devoto de la buena comida y el baile, quien salía todos los días de su residencia con música llanera o salsa a todo volumen y estampaba en cada uno de los carros que adquirió en su vida una foto del Che Guevara, “se atrevió a llamar a declarar a un hombre que habla todos los días con los presidentes del mundo, incluido George W. Bush”.

Así se refiere su amigo y vecino en la adolescencia, Carlos Herrera, quien es concejal de la parroquia Libertador, al desarrollo del caso llevado por Anderson de la imputación de los 400 firmantes del “Carmonazo”.

“Me contó que la conversación con Gustavo Cisneros fue cordial, y que elseñor salió con una sonrisa, pero todos sabemos que con los casos que le asignaron se ganó el odio de mucha gente”.

“La próxima medida que iba a dictar Danilo en el caso era la privación delibertad de los 400 imputados, eso debe hacerse pronto, y también investigar a los grupos oficialistas”.

“El apeló la decisión de liberar a los pistoleros del Puente Llaguno; Richard Peñalver y los otros implicados lo odiaban a muerte. Muchos de los presentes en el funeral no lo querían, incluyendo al alcalde Freddy Bernal, porque a su denuncia contra Cotécnica, la empresa encargada de recoger la basura, Danilo no le encontró base jurídica”.

Carlos manotea, sube el tono de voz, está indignado y dolido: “¿Quién era Danilo? Yo lo conocí en 1990 en La Vega, éramos vecinos. Fue comunista desde chamo, encapuchado de la UCV, luchó en contra de la anulación del pasaje estudiantil y otras causas. No era chavista, era justo y objetivo, no lo digo yo, lo dijeron sus acciones”.

El llamado súperfiscal por la mayoría de los chavistas fue visto como un ogro por la oposición.

Este año fue golpeado en el Sambil por el hijo de una señora quien, según Vicney, “le gritaba de todo y él no le hacía caso. Una vez también allí, lo cacerolearon en un restaurante y Danilo empezó a cacerolear también y el grupo se retiró al ver que él no se iba”.

Salón de luto

El Instituto Universitario de Policía Científica (Iupolc), ubicado al lado de la Morgue de Bello Monte, tuvo a Danilo como estudiante durante un semestre.

La directora, Francisca García, recuerda el ingreso del fiscal: “Sus compañeros lo rechazaron al principio. Muchos no querían entrar al salón ‘Simón Bolívar’, donde le tocaban sus clases”.

Con apuntes limpiamente llevados, fotocopias a tiempo, y trato franco, se fue acercando a los 24 cursantes del postgrado de Criminalística.

“La integración fue muy buena, ellos cambiaron la imagen que tenían de él y llegaron a apreciarlo como el excelente ser humano que era, hasta el punto de que acordaron suspender el curso hasta enero, pues pocos tienen el valor de entrar al salón sin ponerse a llorar”.

Como experimentado jefe policial y penitenciario, el consultor jurídico del Iupolc, Alexis Ortiz Rodríguez, comentó sobre la decisión de la institución de que Anderson no continuara el semestre en la sede de Santa Fe, en Baruta, donde le correspondería ver las siguientes materias: “Al principio se negó, dijo que no tenía miedo de ir a una sede ubicada en el municipio que gobernaba Capriles Radonsky, quien fue imputado por él, y que protagonizó uno de los casos más difundidos”.

“Él se sentía un ser humano común, con libertad de acción en su vida privada. Nunca asumió el peligro que lo rodeaba, aunque las amenazas constantes contra su vida lo obligaban a estar armado”.

Desde el restaurante predilecto de Anderson, a dos cuadras de la Plaza Candelaria, la novia, con los ojos desvelados y rojos, asegura: “No le temía a nada y menos al trabajo, tenía energía de sobra”.

Así lo ratificaba el fiscal en una frase que repetía con frecuencia: “En cuanto a ti, muerte, y tu amargo brazo destructor, no creas que podrás asustarme”.

REFLEXIONES
La familia del fiscal exige justicia a la vez que asegura que el Estado debió brindarle mayor seguridad a Anderson.

Su hermana Lourdes asegura que “el Gobierno no cuidó a mi hermano, como lo dijo el presidente Chávez el día del sepelio allá en la Fiscalía. Y no sólo eso, además fue negligente en la vigilancia del único fiscal que llevaba casos tan fuertes y tan importantes para el país. Él defendía la Patria sin más intereses que su necesidad de hacer justicia, con equidad, sin compromisos políticos”.



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