Toda revolución, “… si es verdadera…”, diría el comandante Che Guevara, es un acontecimiento telúrico que conmociona el conjunto de una sociedad, con una fuerza tal que modifica la organización y funcionamiento de sus instituciones, dispersando la conducta de sus integrantes y poniendo en cuestionamientos las bases fundamentales que sustentaron el viejo orden establecido, provocando la apertura de un nuevo ciclo histórico, en el cual convivirán por un largo período, lo viejo que se resiste a perecer y los nuevo que pretende suplantarlo y que, como esta históricamente demostrado, puede ser reversible u orientado en una dirección distinta a la originalmente perseguida.
Tal sismicidad y su fuerza expansiva, generan, de suyo, la confrontación natural de actores y factores principales y subalternos, que concurren en esa realidad y quienes, atendiendo a sus intereses de clase, a su visión acerca del futuro necesario de la sociedad en transición o, por razones o motivos humanos subalternos – muchas veces generados por fuerzas externas al ese escenario- , se van inevitablemente colocando en los extremos de la realidad, no como una decisión racionalmente asumida, sino como derivación lógica, de afirmarse en medio de ese holocausto político, social, económico y cultural que se ha desatado.
De allí que la extremización de las posiciones políticas en un proceso revolucionario, y su consecuente poralización social, va estableciendo el comportamiento de los dos bloques fundamentales que definen la defensa del pasado y la pretensión transformadora del futuro, quedando en medio de ellos, como residuo desconcertado e invertebrado de la realidad revolucionaria, un sector de la sociedad que se distancia de las partes confrontadas pero sin capacidad, voluntad e ideas para presentarse como factor determinante del curso de los acontecimientos políticos. La historia confirma esa consecuencia del hecho revolucionario.
Es que acaso la burguesía no se polarizó frente a la realeza en la lucha por el triunfo de la Revolución Francesa?. Quien puede negar la polarización entre esa misma burguesía gala frente a la insurgencia proletaria de la Comuna de Paris?. Y la revolución de independencia de Nuestra América no nos polarizó entre patriotas y realistas?. No se extremaron las posiciones sociales y políticas entre los obreros y campesinos rusos y la realeza feudal zarista en la Revolución de Octubre?. Como pueden ser considerado sino como polarización la confrontación entre el México campesino y el México feudal que dio origen a la Revolución ?. Y, la lucha contra el colonialismo en Africa y Asia no estuvo signado por la polarización entre colonialista y anticolonialistas?. Y en el Chile de Allende acaso no se polarizó entre elproyecto socialista de los trabajadores y la resistencia de la burguesía y el imperialismo?.
La polarización política y social en una revolución, incluso en un escenario signado por reglas democráticas de legitimación del poder, como en el caso venezolano, ha sido, es y seguirá siendo, una constante de toda revolución, porque su existencia esta determinada por el mismo hecho revolucionario, pero cuya fraticidad y efectos destructivos dependen de las condiciones objetivas y subjetivas como se desarrolle el conflicto de clases y la incidencia de factores externos al mismo; sea que conduzca a la aceptación de la victoria definitiva de uno de los bloques o, la matización de la relaciones confrontativas de tales bloques, mediante mecanismos de atenuación de las expresiones de la situación revolucionaria planteada.
Por eso y POR AHORA, en esta revolución bolivariana, la viabilidad del llamado “centro político”, como lo diría la canción de nuestra Lilia Vera, “.. es una quimera…”, un recurso retórico para quienes ya no están en la revolución o nunca estuvieron, y buscan captar las ilusiones de los no comprometidos, con el fin de preservar sus intereses pequeño-burgueses en los escenarios por venir.
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