(Explorando el amor como libertad)

¿Iguales para qué?

Cuando observo la historia social venezolana y mundial, experimento la fuerte sensación de que hasta ahora hemos cultivado y ejercitado la cara gregaria del amor. Una economía de fuerte dependencia que solo tolera una pobre movilidad. Dicho así esto parece muy abstracto y sin ninguna utilidad. Pero no es tan difícil darle forma, cuerpo, sangre y huesos.

Basta con observar atentamente las miradas y movimientos de cualquier relación de pareja, familia, padres e hijos. A eso le llamamos economía sicológica, atmósfera familiar. Entonces puedes notar que cada mirada pide permiso para hacer un movimiento, parece preguntar ¿puedo, está bien que lo haga, es bueno o malo, no conllevará esto ningún castigo, no perderé aprecio, no heriré tus sentimientos, no traerá eso resentimientos y posteriores venganzas?

¿No es esa una carga demasiado pesada para un simple movimiento? ¿Puede esperarse alguna espontaneidad con esa enorme presión sobre la conciencia para cada decisión o movimiento? ¿Podemos sinceramente hablar de amor y libertad en tales condiciones?

Me puse a buscar en la literatura histórica los posibles móviles de tales conductas, hábitos y creencias. La resultante fue bastante sorprendente para una época que se considera racional, desacralizada, y hasta se burla de la superstición de otras épocas.

Lo que encontré fue la gran necesidad de cada generación de proyectar su vida, su mirada, su objetivo a futuro, para la continuidad de su sistema de intereses. Así parece haber comenzado la apropiación y acumulación de terrenos, objetos y hasta de personas, según como se organizaran las instituciones.

Entonces por ejemplo toda la propiedad paterna es heredada por su primogénito, la continuidad de una obra a través de la sangre o genes. Tierra, sangre y familia fueron las consignas de una larga etapa y aún renacen por un lado y otro tales consignas fundamentalistas, separatistas.

Una vez más me pregunté a que razón o necesidad respondía tal concepción. La respuesta que encontré es que todo el tiempo y actividad de vida pierde sentido ante la discontinuidad corporal. ¿Qué sentido puede tener cualquier batalla cuando la final, la guerra ya está perdida de antemano? Era necesario pues encontrarle algún motivo, algún sentido trascendente.

Y cada época con mayores o menores variaciones buscaron sus propios sentidos. Así pues todo esto estuvo motivado por la intención trascendente del ser humano que no se agota en los actos cotidianos ni en los objetos resultantes de los mismos.

A esto también le hemos llamado sentimiento religioso y ya sabemos que ha producido mundos y moradas postmortem muy llamativas y acordes a cada época, mentalidad, sistema de tensiones a compensar y canalizar. Muchos han llamado a las religiones el opio de los pueblos, opinan que no tienen otro motivo que el temor y que se las usa para esclavizar a los pueblos.

Yo diferencio entre sentimiento religioso y religión organizada y proselitista. Del mismo modo que diferencio entre autoridad y la persona que la representa. Nadie es autoridad sin el temor y la necesidad de otro de que le digan que hacer, como comportarse. Las ínfulas y hábitos de autoridad son inútiles cuando nadie acepta ser pisoteado.

Noto que el sentimiento religioso, la necesidad de proyectarse a futuro es una actividad inherente a la conciencia humana como tantas otras. Una constante histórica que pretendemos ridiculizar y erradicar sin comprender realmente su función sicológica. Pero que renace tercamente una y otra vez, con mayor fuerza aún, como el sentimiento de libertad.

Yo no hago juicios de bondad o maldad, sino que noto que tiene una importante función en la economía síquica de todos y cada pueblo. Veo que condiciona fuertemente toda actividad aunque nos pase totalmente desapercibida.

Por ejemplo un tema sobre el que tantas películas se han hecho y que ya se considera normal. Como que el padre quiera imponerle su profesión, visión y forma de vida a sus hijos, desee que continúen su obra, mereciendo todo tipo de chantajes, desprecios, desheredarlos y negarlos cual hijos si lo decepcionan.

Todo ello es contenido subterráneo que recorre la siquis colectiva de cientos, miles de generaciones sin que tengamos la menor idea de por qué lo hacemos ni jamás lo cuestionemos. Es un modo obvio de imponer el pasado y el contenido personal de mis vivencias y sueños deseando que continúen viviendo en las siguientes generaciones.

Ya sabemos de las vendetas, el ojo por ojo y diente por diente que continúa de generación en generación sin recordar si quiera por qué o como comenzó. Pero es una cuestión de honor, una condición para seguir siendo parte de tu familia y ser aceptado.

No es diferente en el ámbito nacional. Hoy se llama traidores, comunistas y terroristas a los usamericanos que no están de acuerdo con que su país siga haciendo de gendarme y libertador mundial. Metiéndose guerra tras guerra en una carnicería y sangría sin fin de sus hijos y los ajenos. Desentonar con tal sentir nacional en ciertas circunstancias puede merecer la cárcel e inclusive la muerte.

Tras todo esto está entonces la intención trascendental, el sentimiento religioso queriendo darle sentido a una vida, a una dirección de acciones que ve coartada, frustrada y sinsentido al saber ya perdida la última batalla, la de la muerte. Sin estos falsos o temporales sentidos, en lo que a la continuidad de la siquis personal hace, la fuerza de la acción se vería paralizada.

¿Para que actuar, para qué inclusive luchar por la supervivencia, para qué reproducirse? En respuesta a tales preguntas se conciben entonces esta suerte de sentidos temporales que posibilitan que la acción siga en movimiento, que no se detenga el motor histórico de la evolución.

Podrán ser falsos, podrán ser el opio de los pueblos y muchas cosas más, podrán ser movilizados solo por compensación al temor. Pero cumplen una función sicosocial, económica, y son un poderoso motor para la continuidad de la especie y su accionar, sin los cuales no habríamos salido de la época de las cavernas ni estaríamos siquiera aquí.

Cuando comienzas a reconocer estas profundas y subterráneas huellas en toda cultura, en toda organización social, en el trasfondo de toda institución, en la imposición violenta y represiva de una generación sobre la siguiente, te das cuanta que no puedes desechar livianamente todo esto como simple opio de los pueblos.

Porque no es algo lejano y dejado atrás, sino algo operante aquí y ahora, es parte de nuestra siquis, del tropismo de nuestras acciones, y para peor opera desapercibidamente, como un automatismo que no pasa por conciencia, sino que se dispara instintiva o visceralmente. Es una condición subterránea de la economía síquica colectiva.

Entonces tu observas un padre tratando así a sus hijos mecánicamente, tal vez no sea eso realmente lo que desea hacer, tal vez eso que hace le produce profunda contradicción y sufrimiento. Pero no tiene la sensibilidad ni la fuerza de conciencia necesaria, suficiente, para decirlo, afrontarlo públicamente, pedir disculpas, llorar avergonzado de su acción y sobre todo intentar enmendarla.

Porque no nos educan para ser concientes, sino para adaptarnos y encajar en lo preestablecido, para obedecer a la autoridad, para y como vehículos de continuidad de lo heredado. Este es a mi modo de ver el fundamento, el trasfondo desapercibido por el cual seguimos recurriendo una y otra vez en la violencia resultando incapaces para vivir en paz.

Tales circunstancias de la siquis colectiva humana, son comunes a toda cultura, religión, género, clase, raza, porque no hemos aún reconocido siquiera tal trasfondo ni mucho menos por tanto una respuesta apropiada, ya que ni siquiera nos hemos propuesto la pregunta.

Si este es el trasfondo intencional de toda organización social y sus instituciones, no es extraño entonces que estas sean represivas, impositivas y reproduzcan la violencia de generación en generación.

Ya que su móvil es el temor al fin, al sinsentido de la vida, y su objetivo la continuidad. Por tanto el compromiso prioritario de toda economía síquica colectiva es pre-racional. La razón se mueve entonces en la periferia superficial de estos estados anímicos, sin penetrar en profundidad ni reconocer en ellos sus móviles, motivaciones y sentidos relativos de vida.

Una intención verdadera y esencialmente libertadora debería por tanto concebir una educación que discontinúe la imposición violenta de creencias y hábitos que solo reproducen sufrimiento y temor. Su prioridad debería ser el generar conciencia de tales circunstancias y posibilitar que cada cual buscara sus propias respuestas en un tema tan vulnerable y delicado.

Lo primero por reconocer es la intencionalidad tras toda la organización social y sus instituciones, es decir asegurar su continuidad de una generación en otra por la imposición violenta, represiva.

Coartar cualquier posibilidad de nuevas y diferentes alternativas que puedan significar la discontinuidad de la obra colectiva que tantos sacrificios ha costado, en la que tantas expectativas se han volcado. Es lo mismo para un padre con su hijo que para la conciencia o memoria colectiva de la especie con las nuevas generaciones.

De hecho tal guión esencial reproduce sus argumentos con las circunstancias de cada época, en cada relación de los padres con sus hijos, de cada generación con la siguiente. Con la apreciable diferencia de carga que significan los enfrentamientos colectivos, de masas, como apreciamos en una revuelta social o en una guerra.

Es allí entonces donde hay que reconocer lo que buscando continuarse masacra a las nuevas generaciones en nombre de la propiedad privada, el orden y la vida. Comenzando a abrir una brecha en tal tropismo de temor, sufrimiento y violencia mental. El ser humano es capaz de estimular o realimentar su conciencia selectivamente.

Es el conocimiento histórico cual educación masiva lo que genera la personalidad, como son los medios masivos los que realimentan y estimulan virtualmente los temores y egoísmos para orientarlos hacia el consumismo y mantener aletargada la conciencia colectiva.

Y por tanto es allí, en toda realimentación entre seres humanos donde está la verdadera posibilidad de corregir o desviar el tropismo histórico de violencia que se verifica en todas las humanas expresiones y/o relaciones. ¿O acaso hay algún tipo de relación entre géneros, generaciones, clases, razas, religiones, estado-sociedad, individuo-sociedad, que esté libre de violencia?

Hoy en día tenemos a la vista nuevas posibilidades que nos resulta imposible ver desde los viejos hábitos y creencias, instituciones hijas de la violencia, de tanta sangre inocente derramada. Con lo cual ya estoy diciendo que es el trasfondo de temor el que sigue mirando.

Sabemos que con la tecnología ya disponible es suficiente una tercera o cuarta parte de la población activa para producir todo lo necesario. Por tanto unas simples cuentas nos permiten asegurar que con una semana por persona y mes de trabajo, sería suficiente para proveer a toda la humanidad.
Estoy seguro que en todo esto ni siquiera han considerado suprimir el inútil gasto en armamento, toda la comida que lanzan al mar para no aumentar los precios de mercado. Todos los subsidios que pagan los gobiernos para que los países subdesarrollados no puedan competir, todos los intermediarios innecesarios que sacan tajada sin aportar nada.

Pero así y todo estamos en un momento donde ya resultan inviables las viejas formas de acceder a la satisfacción de las necesidades. Porque implicaría que dos terceras o tres cuartas partes de la humanidad se han vuelto innecesarias para producir dividendos a los dueños de todo, por tanto son desechables y podemos prescindir de ellos.

¿Qué les parece la conclusión lógica del viejo tropismo de temor y violencia que nos guía desapercibidamente? Inútil es preguntar donde y como comenzó todo esto y quien es el culpable. Porque el temor y la violencia no son objetos racionales ni son por tanto ubicables en el espacio y el tiempo ni resultan manipulables para la razón.

No son personalizables. Como los virus toda emoción es contagiosa, se desplaza bajo conciencia a gran velocidad. Como los perfumes resulta expansiva y abarca en instantes todo el ambiente, es decir toda la conciencia colectiva. Pero a diferencia de ellos no es tan volátil, por el contrario, con la repetición generación tras generación adquiere enorme carga y fijeza.

Eso lo puedes notar en la diferencia de movilidad emocional entre un niño y un anciano, solo que multiplicado por miles. Las emociones como las sombras poseen gran movilidad y transformismo, pasando con facilidad de un objeto a otro.

Fíjate en la noche, cuando estás cansado, con que facilidad tiendes a mezclar ensueños y deseos con razón. Como confundes un cordón de zapatos con una serpiente o proyectas sobre cualquier ruido tus temores dándoles formas. ¿O es que acaso no has visto al temor y la violencia vistiéndose de amor y amistad para luego convertirse en la persona que más te odia en el mundo, en tu peor enemigo?

Todo un nuevo paisaje está ya a nuestra vista y disposición. La sociedad puede hoy, ya la visualicemos como estado o como comunidades autosuficientes y determinadas, hacerse cargo de todos sus componentes y garantizar sus necesidades y derechos sin condiciones, sin imposiciones. Ya nada de eso es necesario.

Cuando todo ser humano sea libre de elegir las experiencias que desea explorar, siempre y cuando no dañe a nadie, de aprender acorde a su conciencia cual único guía y juez, sin diferencias de género, clase, raza, religión. Sin chantajes ni violencias de ningún tipo para imponerle desde fuera intereses ajenos oscuros, podremos comenzar a hablar de libertad, justicia, igualdad. Podremos comenzar a conocer la libertad como la otra cara del amor.

Esa cara que hasta ahora nos resulta desconocida e inexistente, porque no hemos podido darnos el lujo de ser fieles a nuestra esencia íntima, hemos debido traicionarnos para ser lo que la tradición imponía como bueno o malo según los intereses de su continuidad.

Si miramos los resultados que eso ha producido yo creo que temor debería darnos las inevitables consecuencias de seguir por ese mismo camino, de no poder revertir esa dirección o automatismo heredado. Temor debiera darnos no poder llegar a ser nunca nosotros mismos, seguir siendo por siempre una réplica de otras conductas que no elegimos ni deseamos.

En Venezuela ya se ha reconocido afortunadamente que tras toda educación hay una intención, un modelo social y de vida. No es lo mismo educar para convertirse en personas egoístas y temerosas, para competir como fieras por las migajas de la torta, para visualizar la vida como el hedonismo del consumo personal.

No, no es lo mismo que educar a padres e hijos para que se conozcan a si mismos como parte natural de su comunidad, crezcan participando y tomando decisiones en ella acorde a sus capacidades, sabiendo que tienen aseguradas sus necesidades y derechos por el simple hecho de nacer seres humanos.

Si creces sintiendo la confianza de la gente que te rodea entre si, si no tienes motivos para temer el futuro, sin no percibes la vida como una lucha por la supervivencia entre fieras, entonces no estarás programado ni tendrás motivos para reaccionar violentamente.

Toda tu creatividad podrá estar alegremente al servicio de tu comunidad, porque no te piensas como un ser aislado en continua lucha con su entorno, sino como una función más del mismo que aporta según su capacidad, como un órgano del cuerpo social que se beneficia del estado general de todo el cuerpo así como sufre aquello que lo afecta inevitablemente.

Esta a mi modo de ver es la verdadera respuesta a la búsqueda religiosa. La persona es la resultante de la experiencia y el conocimiento acumulado a lo largo de toda la historia de pueblos y razas. La persona es la resultante moderna de la educación masiva. De hecho la educación como concepción de capacitación para convivir civilizadamente nació en Grecia.

La especialización de funciones sociales diferenciadas, hábitos, creencias, lenguajes. A eso le llamamos economía y cultura, que varían según las geografías y climas, y por supuesto según el tiempo, es decir la acumulación histórica social. No será lo mismo una economía y cultura revolucionada y camino de globalizarse como la nuestra, que la del imperio romano o egipcio.

La función religiosa, ya la concibamos como concepciones postmortem o como modelos de organización social proyectados a futuro, cumple con la finalidad de darle sentidos de continuidad a la siquis colectiva finita, a los tiempos finitos de vidas personales.

Pero también, en mayor profundidad, cumple con la función de reconciliar y sintetizar esas diferencias genéticas y culturales que la experiencia y el conocimiento histórico especializaron. Hoy en Venezuela hasta por necesidad estratégica de soberanía, ya se ha comprendido que la única vía a futuro es la complementación solidaria de las personas y los pueblos, respetando además el hábitat. Sin embargo a mi modo de ver aún no está clara la diferencia entre ideología y conciencia.

Las diferencias son enormes, abismales. Una ideología siempre es fruto y herencia del pasado y no de mi conciencia, experiencia, de mis decisiones y elecciones. Una ideología es siempre una acumulación histórica y una construcción del conocimiento.

Y es justamente esa autoconcepción limitada del ser humano, de si mismo, eso que llamamos persona, la que busca instintivamente continuidad temporal y teme la muerte. Tal ideología aunque pudiera ser la mejor del mundo violenta mi conciencia, mi libertad resultando una imposición, una simple sustitución de una ideología por otra.

Supongamos que sea necesaria para comprender quien es en este momento el enemigo fáctico de nuestra soberanía política, social, alimenticia, de derechos humanos. ¿Y si en medio de esa batalla la violencia que es el trasfondo de todas nuestras instituciones y hábitos se da vuelta y resulta manipulable, convirtiendo amores en odios y amistades en enemistades?

No sería la primera vez que ha sucedido. Y es que mientras las decisiones no son resultado de libres elecciones y conciencia no hay garantías. ¿Quién nos asegura que una gran parte de los revolucionarios concientes o no lucha por asegurar su acceso a satisfacer sus necesidades y deseos? ¿Y si otro los convence de que las garantizará con menor lucha o violencia, esfuerzo?
Hasta ahora el lobo no ha tenido la suficiente inteligencia para vestirse de cordero, ni la suficiente generosidad como para ofrecer nada de eso, solo maneja el temor a perder de la clase media, hace ofertas ridículas y ni siquiera busca nuevos personajes representativos.

Lo condiciona el inmediatismo y su bravuconería que cree estúpidos a todos para llevárselos por delante como de costumbre. Hace rato ya sin embargo que se habla de infiltración de la derecha y del chavismo sin Chávez. Pero supongamos el mejor escenario, que ya haya llegado el momento y nos liberemos global y finalmente de este cáncer heredado.

¿Qué nos garantiza que la bestia del temor y la violencia no renazca dentro de nuestro propio pueblo bajo nuevas formas y vestidos si no hemos reconocido ni extirpado sus raíces? El propio Fidel Castro lo está advirtiendo dentro de la revolución cubana. No teme peligros externos que reviertan la revolución, pero si lo ve posible desde dentro.

Cuba tiene una imagen muy interesante para la transmisión del poder gubernamental al pueblo. El autosuicidio planificado del estado. Sin embargo el momento de soltar el poder no llega nunca. Es igual que de padres a hijos. ¿Uds. han visto alguna vez que un padre se retire totalmente y le deje todo en sus manos al hijo? ¿Han visto algún jubilado capaz de disfrutar su ocio? Pues yo no.

Y el motivo es simple. No nos hemos preparado ni estamos capacitados para eso. No sabemos soltar nuestro tropismo tenso y expectante. No sabemos despreocuparnos de aquello que hemos realizado y administrado toda la vida. No sabemos relajar en profundidad nuestro temor y violencia.

Es una creencia extraña esta de que preocupándonos crecientemente llegaremos a o vamos camino del ocio, que acumulando un día tras otro de sufrimiento nos encaminamos hacia la felicidad. Trabajando o no, jefes o empleados, casados o divorciados seguimos teniendo miedo, buscando seguridad y un sueño al cual aferrarnos para no sentirnos indefensos.

Esa y no otra es la enorme diferencia entre ideologías y conciencia, Lo que realmente sé y puedo hacer, reiterar a voluntad. Y lo que no es más que una idea o creencia superficial que al primer inconveniente se desmorona o convierte en lo contrario.

Por tanto la única garantía que tenemos para construir una sociedad pacífica es educar para la conciencia, para la confianza de unos en otros, para permitir que cada cual haga su experiencia y saque sus conclusiones, viviendo según su propio y libremente elegido sentir.

La imposición violenta de reglas solo surge del temor y la desconfianza en el ser humano, en la vida, y como violencia ejercida que es jamás generará conciencia ni sentimientos comunitarios. Por el contrario cualquier ser humano colabora de un modo totalmente natural en un ámbito donde es recibido afectuosamente y tratado como un igual, sin necesidad de imponer reglas.

Hasta que no entendamos que son las atmósferas anímicas las que regulan por contagio las conductas, no comprenderemos por qué el temor solo genera violencia que se reproduce sin fin, encadenando los seres en asociaciones gregarias de gran dependencia, pobre movilidad e iniciativa.
Cuando uno ha vivido toda su vida en esas condiciones no sabe lo que es la libertad, la espontaneidad, todos sus sentimientos y conductas son una programación, un automatismo. Necesita ambientes cálidos y amables para volver a descubrirse y atreverse a ser nuevamente el mismo sin temor a ser castigado.

De aquí se deduce con cristalina sencillez que el sujeto revolucionario nunca será la masa amorfa fácilmente manejable a través de sus temores, de sus reacciones programadas y previsibles. Sino la conciencia que aprende a pensar, sentir, elegir, tomar sus propias decisiones con libertad como consecuencia y realimentación de sus propias experiencias.

Este proceso implica caer en cuenta y diferenciarse de ese clima colectivo heredado que rige las conductas. Exige que vayamos más allá del pensamiento, de la ideología, que ejercitemos y dispongamos de la fuerza de voluntad suficiente para corregir los tropismos conductuales heredados. Por tanto el sujeto revolucionario ha de ser necesariamente el individuo conciente de si.

Cuando podamos realmente estar con alguien porque lo queremos, cuando y cuanto lo queramos, sin presiones ni chantajes de ningún tipo, entonces podremos comenzar a hablar de amor y libertad.
Cuando reconozcamos que el modo en que nos sentimos, pensamos y vemos a nosotros mismos, es una construcción o autoconcepción colectiva histórica, un vestido que resulta cada vez más estrecho a nuestra sensibilidad y que es necesario recrear, rediseñar acorde a nuestras necesidades, entonces la violencia cederá espacio al íntimo y profundo acuerdo.

Organizar las instituciones sociales para que eso sea posible es lo único que se me ocurre llamar apropiadamente socialismo, humanismo, civilización. Como organicemos nuestras actividades políticas o satisfagamos nuestras necesidades, será entonces la natural manifestación de cómo hemos aprendido a autoconcebirnos, a recrear concientemente la imagen heredada de nosotros mismos, revolucionando así nuestra historia, nuestra siquis individual y colectiva.





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Michel Balivo


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