La trampa de las concesiones: ¡Devuélvanme mi Petróleo!…

Miércoles, 24/12/2025 05:50 AM

"La historia es un profeta con la mirada vuelta atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será".

EDUARDO GALEANO

Anacleto ya estaba allí cuando llegué. Siempre llegaba antes, como si necesitara conversar con el silencio antes de enfrentarse al ruido. La mesa del rincón tenía su taza servida y el cenicero con restos de otra tertulia, quizá de otro siglo. Me senté a su lado. No dijo nada. Yo tampoco. En El Bohemio, el silencio también sabe escuchar. Fue él quien habló primero. «¿Alguna vez te has preguntado de qué están hechas las ciudades que se creen eternas?», murmuró sin mirarme, removiendo el café con una lentitud calculada. «No hablo de acero ni de discursos. Hablo de lo que pisan sin preguntarse de dónde viene». Me miró y casi susurrando me dijo: «He estado imaginando la escena del primer barril de petróleo que zarpó de Maracaibo rumbo a refinerías gringas.» El murmullo recorrió el local. El viejo periodista bajó el periódico. El joven estudiante dejó el teléfono boca abajo. El boticario frunció el ceño. «Washington», continuó Anacleto, «perfeccionó hace tiempo una forma de dominio que no necesita botas ni proclamas. Le basta con convertir la dependencia en costumbre. Y a eso, con descaro, lo llaman alianza». El boticario se aclaró la garganta. «Pero Estados Unidos habla de cooperación… de ayuda…». Anacleto giró apenas la cabeza. «Estados Unidos no se mueve por lealtades, camarita… Se mueve por intereses. Eso no es pecado: es historia. Recordemos lo que dijo Lord Palmerston: "Las naciones no tienen amigos ni aliados permanentes; solo tienen intereses permanentes". El problema es la docilidad de quienes, desde aquí, se prestan a llamar amistad a lo que es subordinación». Bebió un sorbo y añadió: «Y no confundamos gobiernos con pueblos. Dentro de ese país hay sectores que rechazan estas prácticas. Pero las decisiones no las toma la conciencia: las toma el poder». Desde el fondo, la profesora preguntó con cautela: «¿Siempre fue así?».

Anacleto sonrió sin alegría. «Siempre, mi apreciada profe. Solo que antes se llamaba concesión». Hizo una pausa y encendió el cigarrillo. «La historia que nos convoca hoy no empezó con el petróleo, aunque así nos la hayan contado. Empezó con algo más humilde y más revelador: el asfalto». El joven estudiante se inclinó hacia adelante. «¿Guanoco?» «Exactamente», respondió Anacleto. «A finales del siglo XIX, camaritas, las avenidas de Washington y Nueva York comenzaron a cubrirse con un material oscuro y resistente. No cayó del cielo; salió de un lago venezolano». La profesora, sentada en la sombra, comentó con suavidad: «Pero eso fue hace más de un siglo, Anacleto.» «¿Y…?"» Anacleto miró hacia donde su voz nacía. «Un cáncer que empieza en el siglo XIX, si no se corta, para el siglo XXI ya te ha comido los pulmones. El petróleo fue solo la metástasis.» «Les mencionaré números que a lo mejor jamás han escuchado, porque nadie los comenta, pero que son historia viva.» dijo con aires de autoridad y conocimiento, y abrió la libreta verde, esa que siempre lleva, escrita con tinta del color de la bilis. Apoyó el índice en la mesa. «En 1883, el gobierno de Antonio Guzmán Blanco otorgó a la New York & Bermúdez Company una concesión exclusiva por veinticinco años para explotar el lago de asfalto de Guanoco, el mayor del mundo. Tres años después ya tenían su infraestructura. En 1888, la concesión se extendió a noventa y nueve años. En 1891 comenzaron las exportaciones». El viejo periodista intervino: «Pero hubo contratos… leyes…». «Claro que los hubo», respondió Anacleto. «Ahí está la trampa. El saqueo moderno rara vez entra por la fuerza: entra por el papel. La empresa incumplió acuerdos, litigó sin pudor y buscó respaldo político tanto en Caracas como en Washington. Y cuando Cipriano Castro intentó poner límites, la respuesta fue inmediata: presión externa, asfixia financiera, aislamiento». Exhaló el humo con calma. «El libreto estaba escrito antes de que la palabra geopolítica se volviera respetable». La profesora intrigada preguntó: «¿Y el Estado?» «El despojo suele comenzar con un contrato mal negociado» dijo Anacleto «y terminar con una crisis presentada como inevitable. El Código de Minas de 1854 proclamó soberanía, pero dejó grietas. La Ley de Minas de 1904 intentó corregirlas. Fue calificada de "excesiva" por las compañías extranjeras, pese a su generosidad. Cuando una potencia se queja de injusticia», ironizó, «conviene revisar quién escribió las reglas». El pichón de periodista levantó la vista. «Pero luego vino el petróleo». Anacleto asintió. «Y con él, la captura a gran escala. En 1917 comenzó la exportación desde el pozo Zumaque I. Venezuela pasó a ser proveedor estratégico; no socio». El café guardó silencio. «Entre 1917 y 1936 se produjeron más de mil cien millones de barriles», continuó. «¿Saben cuánto quedó aquí? Una fracción, ni el 10%. Juan Pablo Pérez Alfonzo lo dijo sin rodeos: durante décadas, la mayor parte de la renta quedó fuera». Miró alrededor. «¿Puede llamarse desarrollo a un modelo donde más del noventa por ciento de la riqueza se va?». Nadie respondió. «Jamás se deben olvidar las palabras de Kissinger» dijo con amargura mientras apagaba el cigarrillo, «"El petróleo es un recurso demasiado importante como para dejarlo en manos de los árabes o venezolanos".» La profesora, con ironía contenida, comentó: «Entonces así fue como las transnacionales obtuvieron crudo barato, controlaron refinerías y dictaron marcos legales». «Exactamente», respondió Anacleto. «El resultado fue una economía rentista dependiente, una élite local beneficiaria y una soberanía recortada». Aplastó la colilla. «La Ley de Hidrocarburos de 1943 introdujo el 50/50, lo que fue un avance, pero parcial. En 1975 se habló de nacionalización, pero en realidad fue una ruptura negociada cuidadosamente. Hubo indemnizaciones. Muchísimas». Sonrió de lado. «A nadie le quitaron nada sin pagar. Conviene recordarlo cuando hoy hablan de expolio al revés». El coronel retirado preguntó: «¿El verdadero quiebre fue con Chávez en 2001?» «Sí», respondió Anacleto. «Se impuso un control estatal pleno y sistema de empresas mixtas. Dejaron de ganar de manera obscena con recursos ajenos. Y eso no lo perdonan.» Anacleto apagó el cigarrillo. No fue un gesto dramático; fue una pausa de cálculo. De esas que anuncian que lo que viene no es historia, sino presente. Sacó de su portafolio un pedazo de periódico viejo y lo mostró. "Bitumen en la Faja del Orinoco", era el titular. El viejo periodista, sentado a mi derecha, sopló el humo de su cigarrillo antes de hablar. «Lo llamaron bitumen» dijo, con esa voz ronca de quien ha visto demasiados engaños. «Como si fuese alquitrán de segunda, basura geológica.»

Anacleto dejó el recorte sobre la mesa. Lo alisó con la palma de la mano, como si estuviera planchando un fantasma. «Bitumen, camarita,» comenzó, sin levantar la voz. «Palabra bonita para un robo elegante. Los diccionarios gringos son así: convierten el petróleo pesado en 'carbón líquido sin valor', y el expolio en 'favor tecnológico'.» El boticario gruñó: «¡Y el presidente de entonces les creyó! O fingió creer.» «¿Creer?"» Anacleto sacudió la cabeza, una sonrisa amarga en los labios. «Maquiavelo ya lo escribió: 'El que te ayuda a robar, siempre dirá que el botín era basura'. No era ignorancia, era conchupancia. Una coreografía de trajes caros y estudios 'técnicos' pagados por las mismas empresas que abrían los pozos.» La profesora, en la sombra, preguntó suave: «¿Y la meritocracia de la que tanto hablaban?» Anacleto se inclinó hacia adelante, los anteojos de carey reflejando la luz del ventanal. «Ah, la meritocracia,» dijo, arrastrando las erres como si escupiera el término. «Esa palabra que en boca de los poderosos significa: 'los méritos de haber nacido en el lugar correcto, con el apellido indicado'. Una meritocracia donde la mamá de Leopoldo López, sí, esa misma, la del cheque para la creación del juguete político de "su hijito", Primero Justicia con dinero de PDVSA, figuraba en las nóminas mayores. Los 'amos del valle' no se manchaban las manos con petróleo, camarita. Firmaban contratos, asistían a juntas, cobraban en dólares.» Golpeó suavemente el recorte con el índice.

«Todo era teatro. El bitumen era petróleo pesado de gran valor; el 'favor' era saqueo; la 'empresa modelo' era un cascarón elegante para vaciar la tierra. Como escribió Galeano: 'Los expertos extranjeros siempre diagnostican pobreza donde hay riqueza, para que el tratamiento sea extraerla hacia sus arcas'.» El pichón de periodista tomaba notas frenéticas. «¿Y la gente no decía nada?» «¿La gente?» Anacleto encendió otro cigarrillo y el humo envolvía sus palabras «A la gente le hablaban de tecnología, de inversión, de progreso. Le ocultaban que bajo el disfraz del 'bitumen sin valor' latía el mismo petróleo que movería sus industrias, sus guerras, su dominación. Fue el mismo cuento del lago Guanoco, pero con corbata y powerpoint.» Calló un momento, mirando hacia la calle donde el sol del mediodía golpeaba el asfalto. «Y así, camarita, nos convirtieron en productores de espejismos. Ellos extraían riqueza real; nosotros nos quedábamos con el reflejo de una palabra falsa: bitumen, que no es más que petróleo disfrazado de pobreza, para que el robo parezca caridad.» Apagó el cigarrillo a medias. En el cenicero, la colilla humeante se mezcló con las demás. «La faja bituminosa del Orinoco no fue un descubrimiento geológico. Fue un montaje político. Y los actores principales, los mismos de siempre: los amos del valle, los tecnócratas con diploma extranjero, y el presidente de turno que creyó, o quiso creer, que podía bailar con el imperio sin terminar con los pies atados.» El ventilador giraba lento, como la verdad que tarde, pero siempre, termina cortando el aire. Apoyó los codos en la mesa y juntó las yemas de los dedos, para soltar: «No se equivoquen, camaritas», dijo sin elevar la voz. «Primero te roban; luego se hacen los que olvidan que te robaron y después te acusan de haberles robado a ellos. Esto no es nostalgia del imperio ni arqueología del saqueo. Esto es negocio vivo.» El viejo periodista levantó la ceja. «¿Negocio de quién?» Anacleto giró la taza lentamente, como si midiera el peso de la respuesta. «De familia», respondió. «Porque cuando el poder deja de fingir ideología y se organiza como clan, la política exterior se vuelve herencia privada.» Al fondo, la profesora murmuró: «¿Hablas del yerno…, de Kushner?» Anacleto asintió. «Del yerno; del fondo de inversión; del capital saudí; de nuevos mapas que no se dibujan en cancillerías sino en oficinas con aire acondicionado y promesas de ‘estabilidad’.» El pichón de periodista ojeó nervioso sus papeles. «Affinity Partners… energía, tecnología… inversiones estratégicas… tierras raras.» El viejo periodista agregó: «El yerno del zanahorio creó ese fondo de inversión llamado ‘Affinity Partners’, con capital saudí, que ha explorado proyectos en energía y tecnología. Se comenta que ya husmean el Arco Minero». Anacleto asintió. «El guión es el mismo. Solo cambian los disfraces: antes asfalto, luego petróleo y ahora minerales. Cuando algo se vuelve "estratégico", significa que ya lo necesitan… y que no quieren pagar su precio real». Apagó el cigarrillo. «Ya Víctor Hugo lo había dicho: 'Nada hay más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo.' Y a nuestra idea de soberanía le llegó su hora hace un siglo; solo que nos dijeron que eran las once para que llegáramos tarde.» Y prosiguió. «Y cuando escuchan al zanahorio decir que Venezuela les robó el petróleo, no están oyendo un exabrupto. Están oyendo la antesala de una negociación forzada. El insulto precede al contrato.» El boticario golpeó suavemente la barra e insistió. «Pero ahora hablan de tierras, no solo de petróleo.» Anacleto sonrió, esta vez sin ironía. «Porque el petróleo ya fue ordeñado. Ahora vienen por lo que aún no han tocado del todo: coltán, tierras raras, minerales estratégicos. Lo que alimenta los teléfonos inteligentes, los misiles precisos y las guerras limpias.» Hizo una pausa breve «Y fíjense en la coincidencia: amenazas, movimientos navales, sanciones que aprietan y discursos que acusan… mientras los fondos exploran, miden y esperan.» El viejo periodista intervino: «¿Insinúas que la presión política prepara el terreno para negocios privados?» Anacleto apoyó ambas manos en la mesa. «No lo insinúo, lo describo. El saqueo del siglo XXI no necesita banderas ni marines desembarcando. Le basta con crear caos suficiente para que alguien venga luego a ‘ordenar’, a ‘arreglar’… cobrando.» La profesora preguntó en voz baja: «¿Y por eso hablan de que les devuelvan lo que es suyo?» «Claro», respondió Anacleto. «Porque necesitan reescribir la historia para justificar el próximo paso. Primero asfaltaron sus ciudades con nuestro asfalto, luego alimentaron su industria con nuestro petróleo, y ahora, cuando quieren volver por más, dicen que los despojadores fuimos nosotros.» Apagó el cigarrillo con firmeza. «Por eso ahora hablan de "recuperar lo que es suyo", pero el petróleo siempre fue nuestro. Lo que tuvieron fueron "concesiones"; pagadas, indemnizadas, cerradas conforme a la ley». Se incorporó con lentitud. «Las preguntas no son retórica, camaritas. Son jurídicas, históricas y morales.» Miró alrededor, uno por uno. «¿Que le "devuelvan lo que le robaron? ¿Cuáles tierras?; ¿Cuáles activos?; ¿Cuál petróleo, si todo fue concesión, pago y extracción ya amortizada?» Dejó la taza vacía. «Cuando no pueden responder eso, lo único que les queda es la amenaza Con tono de tristeza expresó: «Como ven, camaritas, no era ni es el inexistente "Cartel de los Soles", ni el "Tren de Aragua", ni el combate contra el tráfico de drogas (Recuerden el indulto al ex presidente Hernández, condenado a 45 años por ese delito y a otros). Ahora el nuevo cuento es "que le "devuelvan lo que le robaron": el petróleo, las tierras y los activos. ¿Cuáles? » Se levantó despacio. Yo hice lo mismo. Afuera, la calle seguía llena de pasos distraídos. Anacleto miró la taza vacía. «La dignidad», dijo, «empieza cuando uno decide dejar de caminar sin mirar el suelo que pisa. No nos robaron el futuro: nos cobraron por dejar de robarnos. Y ahora exigen devolución.»

Expolio legalizado: cronología de una dependencia - La relación económica Venezuela-EE.UU. se estructuró sobre marcos legales diseñados bajo presión externa. El primer Código de Minas, en1854, declaró el subsuelo propiedad nacional, pero con vacíos que facilitaron la entrada de capitales sin control real. La Ley de Minas de 1904 del gobierno de Cipriano Castro estableció impuestos simbólicos, 2 bolívares por hectárea, 4 por tonelada, que investigadores como B. S. McBeth calificaron de "extrema generosidad" hacia las operadoras. El punto de inflexión fue la Ley de Hidrocarburos de 1943 de Medina Angarita, que formalizó el esquema 50/50 de reparto de ganancias, pero mantuvo el control operativo y comercial en manos extranjeras. Este andamiaje jurídico no fue mera "apertura económica", sino la arquitectura legal del despojo: convertir la riqueza natural en capital trasnacional, dejando al Estado una renta marginal que perpetuó el subdesarrollo.

Cifras que no mienten: la desproporción del "beneficio" - Según datos del ex ministro Juan Pablo Pérez Alfonzo, entre 1917 y 1936 Venezuela produjo 1.148 millones de barriles de petróleo, recibiendo solo 90 millones de dólares, más o menos 8% del valor. Entre 1917 y 1928, la participación fiscal fue de 8 millones de dólares por 240 millones de barriles extraídos. En el periodo completo hasta la nacionalización, 1917-1975, se extrajeron 38.664 millones de barriles generando 104.167 millones de dólares; el Estado recibió 43.900 millones, 42%, porcentaje que solo aumentó en los años previos a 1975 por presión de la OPEP. Estas cifras desmienten el mito del "desarrollo petrolero": la riqueza se externalizó masivamente. Mientras Standard Oil, Shell y Gulf Oil obtenían crudo barato para su expansión global, Venezuela recibía migajas que, además, concentraron una oligarquía local divorciada de cualquier proyecto industrial autónomo.

Del asfalto al coltán: la estrategia permanente de captura - El patrón iniciado con el asfalto del lago Guanoco, en 1883, se repite hoy con los minerales estratégicos. La New York & Bermúdez Company obtuvo concesiones de 99 años mediante presión política y soborno, financió cambios de gobierno y exportó materia prima sin valor agregado. Un siglo después, la narrativa se reactualiza: el Arco Minero del Orinoco contiene coltán, tierras raras y oro que son críticos para la tecnología digital y armamentística. Jared Kushner, yerno de Trump y arquitecto de política exterior, gestiona Affinity Partners, un fondo con capital saudí que busca inversiones en minerales estratégicos. La retórica de "recuperar lo robado" enmascara el objetivo de capturar estos recursos bajo nuevos mecanismos como fondos de inversión, acuerdos con actores locales, presión geopolítica. La lección histórica es clara: cuando EEUU habla de "tierras" en Venezuela, no habla de soberanía, sino de control.

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