Proceso de Liberación Colonial en la Alianza de Estados del Sahel (AES), Malí, Burkina Faso y Níger

Martes, 02/09/2025 08:34 AM

La Alianza de Estados del Sahel (AES), compuesta por Níger, Malí y Burkina Faso, representa uno de los movimientos geopolíticos más significativos en la África contemporánea. Surgida formalmente en septiembre de 2023 tras una serie de golpes de Estado respaldados por amplio apoyo popular, esta alianza confederal encarna una ruptura radical con el orden neocolonial francés y una audaz apuesta por la soberanía política, la autodeterminación económica y la seguridad colectiva. Los presidentes que lideran este proceso son el Capitán Ibrahim Traoré de Burkina Faso, el Coronel Assimi Goïta de Malí y el General Abdourahamane Tchiani de Níger. Estos líderes, unidos por una ideología que mezcla un proceso revolucionario y un nacionalismo soberanísta que apunta a la defensa de la autodeterminación de los pueblos de África, canalizan el profundo descontento de sus poblaciones con décadas de explotación económica e interferencia política extranjera.

Los avances y cambios realizados por estos líderes son profundos y abarcan lo económico, social y militar. En el ámbito económico, los tres países han emprendido una nacionalización estratégica de sus recursos naturales. Burkina Faso, bajo el liderazgo de Traoré —frecuentemente comparado con el icónico Thomas Sankara—, suspendió las exportaciones de oro en bruto y nacionalizó importantes yacimientos mineros propiedad de empresas extranjeras, con el objetivo de alcanzar la autosuficiencia y el procesamiento local. Malí implementó un nuevo código minero para exigir mayor intervención estatal y refinamiento interno de sus vastos recursos auríferos. Níger, por su parte, dio un golpe de efecto al expulsar a la empresa francesa Orano después de 53 años de operaciones y revisó los contratos de explotación de su uranio, un recurso vital para la energía nuclear francesa, para garantizar un mayor beneficio local. Estas medidas buscan desvincularse de la arquitectura financiera neocolonial, incluido el franco CFA, y se enmarcan en un proyecto más amplio de integración económica de la AES que incluye planes para un banco de inversión confederal, un mercado común agrícola y megaproyectos de infraestructura como un ferrocarril que conecte las tres capitales.

En el ámbito de la seguridad y la defensa, la AES nació como un pacto de defensa mutua ante la amenaza de intervención de la CEDEAO (Comunidad Económica de Estados de África Occidental) tras la toma del poder en Níger. Los tres países exigieron y lograron la retirada completa de las tropas francesas y de operaciones militares como Barkhane, acusándolas de no solo ser inefectivas contra la insurgencia yihadista sino de perpetuar la dependencia neocolonial. Para llenar el vacío y combatir a grupos como Jama’at Nusrat al Islam wal-Muslimin (JNIM) y el Estado Islámico en la Provincia del Sahel (ISSP), han forjado una alianza estratégica con Rusia. Esta cooperación incluye acuerdos de defensa con el Africa Corps (sucesor del Grupo Wagner), la adquisición de material militar como drones turcos TB2, y el plan de crear una Fuerza Militar Unificada de 5.000 efectivos. No obstante, esta transición se desarrolla en un contexto de seguridad extremadamente volátil, donde la violencia yihadista se ha intensificado, con ataques de alta letalidad que emplean tácticas más sofisticadas, incluyendo el uso de drones y artefactos explosivos improvisados.

La dimensión cultural y el fomento de la identidad es crucial en este proceso de liberación. Los países de la AES han emprendido una "descolonización" simbólica y comunicacional: expulsaron a cadenas mediáticas francesas como RFI y France 24, acusadas de desinformación y servir a intereses neocoloniales; relegaron el francés de idioma "oficial" a "lengua de trabajo"; y anunciaron su salida de la Organización Internacional de la Francofonía (OIF). Además, se han renombrado calles y avenidas que homenajeaban a figuras coloniales para honrar, en su lugar, a líderes independentistas locales. Proyectos como una cadena de televisión conjunta y la organización de eventos culturales y deportivos bajo la marca AES buscan forjar una narrativa común y un sentimiento de pertenencia a un proyecto político compartido, resumido en el lema "Un espacio, un pueblo, un destino".

La oposición externa a este proceso es feroz y está liderada principalmente por Francia y Estados Unidos. Francia ve amenazados sus intereses económicos estratégicos (uranio, oro) y su influencia histórica en la región, sufriendo lo que un analista denominó un "colapso claro de su política en África". Por su parte, Estados Unidos, en el marco de un repliegue estratégico global, está reduciendo su presencia militar en la región, un vacío que está siendo aprovechado por Rusia y China. Ambos países, junto con la CEDEAO a la que la AES acusa de ser un "instrumento de opresión" al servicio de intereses extranjeros, han empleado sanciones económicas y presión diplomática para intentar debilitar la unión de estos tres países. Se señala a estos actores externos como los posibles instigadores detrás de los intentos de desestabilización interna, incluidos los atentados contra el presidente Hibrahim Traoré.

Frente a este cerco, la AES ha diversificado sus alianzas internacionales. Además del crucial vínculo con Rusia, han fortalecido la cooperación con Turquía (como proveedor de armamento) y, de manera muy significativa, han extendido su red diplomática hacia América Latina. La visita del Canciller de Malí, Abdoulaye Diop, a Venezuela para reunirse con el presidente Nicolás Maduro en agosto de 2025 es un ejemplo emblemático de esta estrategia. El objetivo es afianzar la amistad y la cooperación sur-sur, basándose en una visión antiimperialista compartida y el potencial intercambio de recursos energéticos y minerales (petróleo venezolano por uranio, oro, etc.), buscando crear un polo de poder alternativo al dominio occidental.

En conclusión, el proceso liderado por la Alianza de Estados del Sahel es una revolución soberanista en desarrollo que desafía abiertamente el orden poscolonial. Aunque enfrenta desafíos monumentales; una insurgencia yihadista en expansión, sanciones económicas, una frágil situación humanitaria , a la vez que viene conseguiendo avances tangibles en la recuperación de la soberanía nacional y ha catalizado un sentimiento Panafricanista que resuena en toda la región. Los jóvenes africanos, cada vez más críticos con las narrativas occidentales y conectados con las nuevas realidades multipolares, son el principal sustento de este proyecto que, más allá de la retórica, busca construir un futuro donde la dignidad y la autodeterminación dejen de ser una aspiración para convertirse en una realidad. El éxito o fracaso de esta audaz apuesta no solo definirá el futuro del Sahel, sino que servirá como un

referente fundamental para todo el Sur Global, incluyendo el resto de áfrica en su lucha por reconfigurar las relaciones de poder internacionales.

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