A modo de Reflexiones desde la ética republicana latinoamericana.
En un mundo donde los discursos se multiplican, pero las prácticas se vacían de sentido humano, hay una voz que insiste suave pero firme en recordarnos lo elemental: el poder no pertenece a quienes lo ejercen, sino a quienes lo delegan. Esa voz no es de un partido, ni de una bandera: es la del ciudadano del mundo, del hombre y la mujer que madrugan, trabajan, cuidan, sueñan y, sobre todo, piensan.
Desde los albores de nuestra emancipación, los pensadores que forjaron nuestra conciencia republicana dejaron claro, con palabras que hoy resuenan con urgencia, que gobernar es, ante todo, un acto de responsabilidad moral.
Es necesario recordad al Padre Bolívar, en su Discurso de Angostura (1819), advirtió:
El gobierno es, en sí, un ser moral que debe tener todas las virtudes sociales: justicia, humanidad, protección y beneficencia para con los individuos que lo componen.
Y más aún…
El pueblo es la fuente de donde mana toda autoridad legítima.
No se trataba de una retórica ceremonial. Era una advertencia ética: cuando el poder se separa de la justicia y la humanidad, deja de ser legítimo.
Simón Rodríguez, maestro y visionario, insistió incansablemente en que la educación y la participación eran los pilares de una verdadera soberanía. En sus Sociedades Americanas escribió:
Gobernar no es mandar, es formar ciudadanos.
Para él, un pueblo ignorante, manipulado o excluido no puede ser soberano:
No se puede hacer libres a los pueblos por decreto; hay que hacerlos capaces de serlo.
Mientras tanto, Ezequiel Zamora, voz de los desposeídos, elevó al rango de principio ético lo que para muchos era solo una consigna táctica. Su proclama Tierra y hombres libres no era un eslogan: era un diagnóstico y una exigencia.
En su Manifiesto del 4 de enero de 1859, dejó en claro que la justicia social no es gracia ni dádiva, es derecho del que trabaja, del que siembra, del que defiende la patria con su sudor antes que con su sangre.
Y cuando dijo… Grito de guerra: horror a la oligarquía, no llamaba a la violencia contra personas, sino a la resistencia contra todo sistema que convierte a los ciudadanos en súbditos.
En nuestro bloque histórico contemporáneo, el comandante Hugo Chávez, en múltiples ocasiones y especialmente en sus juramentos como Presidente, recordó que la autoridad emanaba del pueblo y solo al pueblo debía rendir cuentas. En su discurso del 2 de febrero de 1999, afirmó:
El poder no está en las instituciones: está en la calle, en el pueblo, en los barrios, en los campos. El poder es del pueblo, y punto
Y reiteró, con énfasis ético…Un revolucionario no puede jamás traicionar al pueblo. Porque si traiciona al pueblo, traiciona la historia, traiciona la patria, y sobre todo, traiciona su propia conciencia.
Estas voces, distintas en tiempo y estilo, convergen en un mismo horizonte.
El poder no es propiedad es custodia. No es conquista es confianza. No es dominio …es servicio.
Cuando se reduce a los seres humanos a cifras, cuando se condiciona el acceso a lo básico a la lealtad política, cuando se silencia la disidencia, no solo se violan derechos: se traiciona esa larga cadena de pensamiento ético que nos legaron quienes lucharon y algunos murieron por una república digna.
Un país no es una torta que se reparten quienes se creen dueños de ella. Es un pacto moral, renovado cada día con cada acto de justicia, con cada escuela abierta, con cada voz escuchada incluso, y sobre todo, la que disiente.
El ciudadano del mundo no pide utopías imposibles. Solo pide coherencia: que quienes hoy ocupan cargos recuerden que, como dijo Bolívar, la moral es el código de los gobernantes; que, como enseñó Rodríguez, No hay república sin ciudadanos libres y pensantes; que, como proclamó Zamora, la tierra y la dignidad no se negocian; y que, como reiteró Chávez, gobernar es, ante todo, amar al pueblo y amar, en política, significa respetarlo, escucharlo, protegerlo, aun cuando diga lo que no queremos oír.
Al final, no se trata de cambiar el mundo de golpe. Se trata de hacerlo más humano, un acto de memoria y coraje a la vez. Porque si no recuperamos la humanidad en la manera en que nos gobernamos si olvidamos que el soberano es, y siempre será, el pueblo, entonces ya no habrá nada que gobernar… solo restos de lo que un día fue una promesa de justicia.
Hagamos a nuestro mundo Más Humano .