Todo el mundo comete errores. Y la gravedad de los mismos llevan al éxito o fracaso de las acciones que se emprendan. Pero, así como se yerra, se puede perfectamente rectificar, sin que eso necesariamente signifique que la ruta escogida sea equivocada, pero sí que su trayecto o la velocidad del recorrido deben ser modificados, de manera de evitar o superar los naturales escollos, que se encuentran en todos los caminos. La ausencia de tal rectificación o la creencia de que basta con avanzar a mayor velocidad, para superar los obstáculos, es generalmente fatal para el logro de los objetivos planteados. Es muy cierta la expresión que "de los errores, se aprende", pero también es cierto que, si no se los toma en cuenta, se fracasa.
Los errores de lo que se autodenominó revolución bolivariana comenzaron desde el inicio mismo del gobierno de Chávez, aunque esto, sus adoradores, no lo comprendan o no lo quieran aceptar. Ha sido largo el camino, más de un cuarto de siglo, para que las cosas llegaran a dónde hoy están y Venezuela se encuentre en una peligrosa encrucijada. Insistir en que todo se hizo bien y que la responsabilidad total es de los enemigos del "proceso", no sólo es totalmente errado, sino además inoficioso en relación con la salida exitosa de la coyuntura. En todo desarrollo, hay fuerzas que lo facilitan y fuerzas que se le oponen, representadas en el caso de la política por los sectores sociales participantes y sus intereses. El desenlace depende entonces de ambos grupos en pugna: de sus fuerzas, sus estrategias y tácticas de lucha y de la acertada comprensión del momento y sus posibilidades.
Polarizar puede ser importantísimo en determinados instantes de la lucha, pues deja claro cuáles son y dónde están las fuerzas involucradas en la diatriba, pero también puede a ser contraproducente para los actores y para el resto de la sociedad, sobre todo cuando el discurso polarizador deja de significar algo para la nación entera. Chávez se cuela exitosamente en el medio de las contradicciones políticas, económicas y sociales, de la llamada democracia representativa de la segunda mitad del siglo pasado, polariza contra los partidos representantes de aquel orden y termina imponiéndose por mayoría relativa de fuerzas, pues jamás llegó a tener el apoyo de más de la mitad de la sociedad toda. Tampoco lo tenían tampoco sus adversarios.
Esa realidad ha debido ser interpretada correctamente y no asumir que se debía seguir el camino político de la imposición, en el momento de aprobar una nueva Constitución para el país. Se han debido evitar actos que llevaran a polarizar en términos extremos y durante tanto tiempo a los venezolanos. El primero de esos actos, fue la conformación de una Asamblea Constituyente, que no representó la correlación de fuerzas reales del país en ese momento. Y menos, instrumentar el control de dicha asamblea con una triquiñuela: "el Kino Chávez", criticado por algunos de sus seguidores en aquel momento, típica "viveza" criolla que se aprovecha de la gran debilidad de sus adversarios, para un avance coyuntural sin analizar sus consecuencias a mediano y largo plazo. El inmediatismo político venezolano, presente tanto en el gobierno como en la oposición.
Mientras en el 70% de los votantes de la sociedad venezolana, la proporción de fuerzas era 4 a 3 a favor de Chávez, en la elección de los diputados para integrar la Asamblea Nacional Constituyente, el Kino produjo el "milagro", muy celebrado, por cierto, de que el chavecismo tuviera una proporción de 130 diputados suyos a sólo 6 diputados opositores, aproximadamente, lo que significa 4 a 0,18. De esa composición, era imposible pensar que la Carta Magna resultante tendría, como era deseable, un apoyo mayoritario amplio. Lejos de haber producido una ley fundamental de gran consenso en el país, se obtuvo un instrumento sentido, por una parte, muy importante de la gente, como una imposición contra sus deseos y derechos. Las insurgencias civiles y militares posteriores, inmediatas y mediatas, fueron una clara consecuencia de esa forma de administrar la polarización.
La Constitución debe ser el resultado de un pacto nacional, un consenso de por lo menos el 75 por ciento del país. No es un dispositivo para aplastar a casi la mitad del mismo. Ése es el pecado original de la "revolución bolivariana", del cual no ha podido desprenderse, pues ha marcado toda su conducta desde entonces, impulsada por las respuestas violentas de la oposición y el condimento del imperialismo gringo, presto a pescar en rio revuelto en función de sus intereses. Comprender esta realidad y rectificar en consecuencia es un deber de quienes gobiernan, si quieren lograr la unidad necesaria para la defensa de la patria.