La Traición como Destino, cuando se pierde el norte

Domingo, 21/12/2025 09:10 AM

En la historia de América Latina, pocos actos políticos alcanzan el nivel de abyección que representa la renuncia voluntaria a la soberanía nacional. No hablamos aquí de las derrotas militares, ni de las imposiciones coloniales del pasado, sino de algo mucho más grave: la entrega consciente y celebratoria de la patria por parte de quienes dicen representar su liberación.

La reciente declaración de una figura opositora venezolana marca un punto de inflexión que trasciende las disputas políticas internas. Lo que presenciamos no es simplemente un desacuerdo ideológico o una estrategia controversial, sino la manifestación desnuda de un servilismo que habría avergonzado incluso a los colaboracionistas más célebres de la historia. Cuando alguien que se presenta como alternativa democrática propone la anexión territorial de su país como solución política, no estamos ante un debate sobre modelos de gobierno, sino ante la negación misma de la existencia nacional.

La gravedad de estas posturas radica en su ataque directo a los cimientos de la identidad venezolana. Deslegitimar las luchas independentistas, reducir siglos de historia a un error que debe corregirse mediante la subordinación total, y ofrecer los recursos naturales de toda una nación como tributo a una potencia extranjera constituyen actos que ningún marco de referencia democrático puede acoger. Esta no es oposición política; es capitulación ontológica. Quizás el aspecto más revelador y ofensivo de estas declaraciones sea el ataque directo contra Simón Bolívar, a quien se califica despectivamente como "bárbaro" mientras se niega su papel en la independencia venezolana.

Esta revisión histórica no es meramente ignorante; es deliberadamente insultante hacia la memoria colectiva de todo un continente. Bolívar, con todas sus complejidades y contradicciones históricas, representa el símbolo más poderoso de la lucha anticolonial en América Latina. Atacar no es simplemente cuestionar a una figura del pasado, sino intentar deconstruir la legitimidad misma de la existencia de Venezuela como nación independiente. Atribuir la independencia venezolana exclusivamente a una potencia extranjera mientras se denigra a quienes lideraron las batallas y sacrificaron sus vidas por esa causa constituye una falsificación histórica de proporciones grotescas.

Este revisionismo no busca matizar la historia o comprenderla mejor; busca destruir los cimientos simbólicos de la identidad nacional venezolana para justificar su entrega. Es, en esencia, un parricidio simbólico: matar al padre fundador para legitimar la venta de la herencia.

Lo más perturbador es el lenguaje empleado: referencias a "majestades", ofrecimientos de servicio incondicional, la transformación de la soberanía en deuda pagadera con territorio. Este vocabulario no pertenece al siglo XXI ni a ninguna tradición democrática reconocible. Evoca, en cambio, las relaciones de vasallaje medieval o los tratados coloniales más humillantes del siglo XIX. Que esto se presente como posición política en pleno siglo XXI revela una desconexión profunda no solo con Venezuela, sino con los principios básicos de autodeterminación que sustentan el orden internacional moderno.

La oposición democrática genuina, en cualquier país del mundo, se construye sobre la defensa de la soberanía nacional y la dignidad del pueblo, no sobre su negación. Se puede disentir sobre modelos económicos, políticas sociales o estructuras de poder, pero la integridad territorial y la independencia nacional son líneas rojas infranqueables para cualquier fuerza que aspire a representar legítimamente a su pueblo. Cruzar esas líneas no es ser opositor; es ser otra cosa completamente distinta.

Venezuela enfrenta ciertamente crisis profundas que requieren soluciones urgentes. Pero ninguna crisis, por severa que sea, justifica la renuncia a existir como nación independiente. Los pueblos pueden cambiar sus gobiernos, reformar sus instituciones, replantear sus modelos económicos, pero no pueden subcontratar su soberanía a cambio de promesas de salvación externa. La historia está repleta de ejemplos de líderes que, enfrentando situaciones desesperadas, optaron por soluciones que sacrificaban la independencia nacional. Ninguno de ellos es recordado como libertador.

Vivir fuera de Venezuela puede ser una experiencia transformadora que agudiza la comprensión de lo que significa la patria. Pero también puede convertirse en una cámara de eco que distorsiona las prioridades y desconecta a quien lo padece de las realidades y sentimientos de quienes permanecen. Cuando se vive fuera de la patria se prolonga y se vive en círculos cada vez más cerrados, el riesgo de perder perspectiva se multiplica. Lo que estamos presenciando parece ser el resultado final de ese proceso: una alienación tan completa que se es capaz de proponer como proyecto político aquello que cualquier venezolano común, independientemente de su posición ideológica, reconocería como traición.

Las consecuencias de estas posturas van más allá de lo inmediato. Legitiman las narrativas del gobierno venezolano actual sobre la oposición como títere de intereses extranjeros. Desacreditan la lucha democrática genuina de millones de venezolanos que aspiran a cambios sin renunciar a su país. Y envían un mensaje devastador a la comunidad internacional: que la alternativa al autoritarismo en Venezuela no es la democracia, sino la subordinación colonial.

La verdadera tragedia es que Venezuela necesita desesperadamente una oposición seria, democrática y patriótica. Necesita líderes capaces de ofrecer alternativas viables que respeten tanto las libertades individuales como la soberanía nacional. Lo que no necesita, lo que ningún país necesita, son figuras dispuestas a subastar su existencia misma en el altar de ambiciones personales o ideologías desquiciadas.

La historia juzgará con severidad este momento. No por las opiniones políticas expresadas, sino por la renuncia fundamental a la dignidad nacional que representan. Y ese juicio, inevitablemente, emplea la palabra que estas posturas merecen: traición.

NO HAY NADA MÁS EXCLUYENTE QUE SER POBRE

Nota leída aproximadamente 258 veces.

Las noticias más leídas: