Justo homenaje póstumo a mi amigo periodista Jorge Chávez, el cazacorruptos que amó a Venezuela

Viernes, 25/07/2025 06:57 AM

Este 24 de julio nos estremeció una noticia que duele profundamente: falleció Jorge Salvador Chávez Morales, periodista íntegro, agudo, incansable y profundamente humano. Nacido en Puno, Perú, y nacionalizado venezolano.

Jorge, a quien muchos llamábamos con cariño "El Cholo" vivió más de 28 años en Venezuela, país que lo acogió como un hijo y al que él le entregó su vida, su trabajo, su compromiso y su amor.

Exiliado por razones políticas, encontró refugio en suelo venezolano luego de ser víctima de persecución durante el régimen de Alberto Fujimori y su siniestro operador Vladimiro Montesinos. Como tantos otros, Jorge huyó con la esperanza de rehacer su vida en un país hermano. Y lo hizo con una dignidad que solo tienen quienes deciden seguir luchando desde la palabra, la verdad y la justicia.

En tierras venezolanas no solo reconstruyó su vida profesional, sino también su vida personal. Fue aquí donde conoció a su esposa, Nieves Anchundia, de nacionalidad ecuatoriana. Juntos formaron un hogar lleno de amor en la urbanización Bucaral, en la ciudad de Valencia, estado Carabobo, donde se ganaron el cariño y respeto de sus vecinos.

De esa unión nació Sandra, hoy psicóloga egresada de la Universidad Arturo Michelena.

Periodismo con mayúscula

Conocí a Jorge Salvador Chávez Morales en 2006, cuando vivía uno de los momentos más brillantes de su carrera y formaba parte de una época dorada del periodismo venezolano. En ese entonces, integraba la Unidad de Investigación del diario Últimas Noticias, perteneciente a la ya desaparecida Cadena Capriles, y trabajaba en la emblemática sección En Domingo, bajo la dirección del maestro Eleazar Díaz Rangel.

Allí Jorge compartía labores con figuras destacadas del periodismo de investigación en Venezuela y en América Latina, como Tamoa Calzadilla, Hilda Carmona, Gabriela Rojas, Luz Mely Reyes, César Batiz, Laura Weffer, entre otros referentes que marcaron una época.

El destino quiso que pasara de ser un lector que admiraba sus reportajes, a convertirme en su amigo.

Entre 2009 y 2010, mientras yo estaba de Comisión de Servicios en el Viceministerio de Participación y Apoyo Académico del Ministerio de Educación, compartíamos los viajes desde Valencia a Caracas los días lunes y viernes. Solíamos almorzar en el restaurante de la Torre La Prensa, justo frente al Panteón Nacional.

Nuestra relación fue cercana y constante: compartíamos partidos de fútbol, celebraciones de cumpleaños, llamadas telefónicas cargadas de largas conversaciones y reflexiones. Jorge era compañía, escucha, risa y complicidad.

Hace apenas unos días, fiel a esa calidez que lo distinguía, me llamó y, en nuestras últimas conversaciones, me pidió insistentemente que saludara a mi padre, quien se encontraba gravemente enfermo, y le enviara un fuerte abrazo de su parte. Ese era Jorge: atento, afectuoso, presente incluso a la distancia, sin esperar nada a cambio.

Aprendí mucho de él. Siempre admiré su brújula ética y su valentía para investigar y denunciar lo que muchos callaban: casos de corrupción, redes de paramilitarismo, violaciones de derechos humanos y crímenes ambientales.

Su blog El Cazacorruptos fue una trinchera digital sin filtros ni concesiones, donde su voz se mantuvo firme y coherente hasta el final.

También dirigió medios importantes como El Metropolitano en Puerto La Cruz, Ciudad Valencia, y Noti Tarde en Carabobo. En cada espacio que ocupó, Jorge fue fiel a su compromiso con la verdad, incluso en los contextos más difíciles y hostiles.

Jorge no solo deja una huella imborrable en el periodismo venezolano y latinoamericano. También deja una marca profunda en quienes tuvimos el privilegio de conocerlo, quererlo y caminar a su lado.

Ecuador: el último frente

En 2018, Jorge emigró junto a su familia a Santo Domingo de los Tsáchilas, en Ecuador. Lo despedimos el amigo periodista Rafael Rodríguez Olmos y yo en el terminal del Big Low Center. Ese día nos abrazamos sin saber que sería la última vez que nos veríamos. Imaginamos —con la ingenuidad de quienes se niegan a aceptar las despedidas definitivas— que el reencuentro estaba a la vuelta de la esquina, ya fuera aquí o allá, en suelo ecuatoriano.

Ya establecido en Ecuador, Jorge continuó ejerciendo su vocación con la misma pasión de siempre.

Se convirtió en conductor del programa de opinión En la Mira, transmitido por Zaracay Televisión. Su labor fue tan respetada que, tras su partida, tanto el canal como el Alcalde de Santo Domingo emitieron notas oficiales de duelo, reconociendo su trayectoria y el impacto de su trabajo en la comunidad.

Aunque se entregó con compromiso a su nuevo país, nunca dejó de añorar a Venezuela.

A comienzos de 2021 compartimos, durante algunos meses, la dirección de un medio digital orientado a la comunidad hispana en Estados Unidos. En esas conversaciones, Jorge me confesaba con frecuencia que soñaba con regresar a la tierra que tanto amaba.

Un año antes, incluso, en enero del 2020 me había recomendado para un puesto en un colegio privado en Ecuador. La entrevista la hice por videollamada de inmediato me comunicaron que sería contratado, pero la pandemia y mi propio apego a mi familia y a mi tierra, me llevaron a declinar esa generosa oferta de ser parte del equipo directivo de un Colegio Privado en tierras ecuatorianas.

No se trataba solo de un empleo: implicaba también su promesa fraterna de recibirme en su casa y acompañarme en el proceso de adaptación.

Así era Jorge: solidario, leal, un amigo de verdad. De esos que la vida te concede pocas veces.

Un ser humano luminoso

Amaba la naturaleza, los animales, la conversación sin etiquetas, sin importar el nivel social del otro. Era cálido, afectuoso, profundamente sociable. Su risa era franca y su palabra, honesta.

Disfrutaba del fútbol con la misma pasión con la que celebraba una buena comida. Amaba tanto la gastronomía peruana como la venezolana, y solía contar —con orgullo y nostalgia— que cada diciembre, en su casa en Ecuador, preparaba las tradicionales hallacas como un ritual para sentirse cerca de Venezuela.

Su universo musical era tan amplio como su alma: desde Mercedes Sosa, Los Kjarkas, Atahualpa Yupanqui y Los Chalchaleros, hasta Facundo Cabral, pasando por el folklore andino y venezolano, la salsa, la cumbia, el rock más intenso, la música disco y las baladas más sensibles. En su playlist, como en su vida, convivían sin jerarquías la emoción, la rebeldía y la ternura.

Hoy, su partida deja un vacío inmenso en el periodismo latinoamericano, pero su voz sigue resonando en cada denuncia valiente, en cada crónica que se atreve a incomodar, en cada joven periodista que opta por investigar en lugar de repetir.

Jorge tenía un talento excepcional y una perspicacia aguda que lo hacían destacar en cualquier medio: radio, televisión, prensa escrita o digital. Era un profesional versátil, pero su corazón siempre estuvo en el periodismo de investigación, ese que no se vende ni se rinde, ese que escarba donde otros callan.

Jorge Salvador Chávez Morales no fue un periodista domesticado por el poder ni intimidado por el miedo. Fue, con todas sus letras, un Cazacorruptos: un defensor férreo de la verdad, un sembrador de afectos, un hombre cuya ética y humanidad fueron su firma más indeleble.

Venezuela lo recibió como a un refugiado. Él la amó como a su propia tierra, con gratitud, entrega y amor profundo.

Nos deja el ejemplo, la memoria, su osadía, su valentía, coraje periodístico, y a vez la ternura de un periodista con rostro humano.

¡Hasta siempre, Jorge! Que tu luz nos acompañe.

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