El Estoicismo del Bambú: Firmeza Interior y Acción Precisa en el Vórtice Geopolítico

Lunes, 13/10/2025 04:38 PM

A mi querido compañero y amigo Rafael, y a Sofía, mi estimada camarada de esas tertulias y exploraciones irreverentes en las nuevas formas de aproximación antidogmática a la observación de los fenómenos sociales y su fascinante paralelo en el mundo cuántico. He recibido su emplazamiento, esa provocación intelectual que tanto aprecio. Me preguntan, con esa agudeza que los caracteriza, cómo ensamblo yo, desde esta trinchera bolivariana y antiimperialista, la milenaria filosofía estoica con la necesaria y urgente acción política contestataria. ¿No es acaso el estoicismo, me cuestionan sutilmente, una suerte de resignación elegante, un refugio interior que podría paralizarnos justo cuando el mundo exige una respuesta contundente?

Les confieso que la pregunta me resonó profundamente, evocando discusiones de aquellos años en la Escuela de Filosofía, donde más que absorber doctrinas, aprendimos a diseccionarlas, a buscarles la pulpa útil y desechar la cáscara ideológica. Y es desde esa práctica, desde esta óptica que he venido construyendo – un prisma que funde la herramienta filosófica, la visión cuántico-pitagórica de las esferas de equilibrio y la sagacidad estratégica del Arte de la Guerra de Sun Tzu – que les ofrezco esta respuesta. No es un simple artículo; es una tesis de acción consciente para los pueblos en movimiento.

Porque estamos en el ojo del huracán, en el VÓRTICE NODAK del que les he hablado: ese punto de inflexión caótico y creador donde el orden mundial unipolar impuesto por el hegón se desmorona, y la multipolaridad, con toda su carga de esperanza y conflicto, lucha por nacer. Es la hora de la caída de las caretas, donde la guerra ya no es solo convencional, sino multiforme, híbrida, librada en las pantallas, en los algoritmos, en la psique colectiva. Frente a esta embestida, la reacción visceral, la rabia incontestada, es justa, pero puede ser estéril e incluso contraproducente. Necesitamos una firmeza que no sea rigidez, una acción que sea pensada, paciente y, por tanto, imparable. Es aquí donde el estoicismo, debidamente depurado y rearmado con una conciencia revolucionaria, se revela no como un ancla que nos detiene, sino como el sistema de navegación para atravesar la tormenta.

I. De la Apatía Estoica a la Ataraxia Revolucionaria: Una Relectura Urgente

El estoicismo nació en un período de crisis y transición no muy distinto al nuestro. Zenón de Citio, Cleantes, Crisipo, y luego sus más célebres exponentes romanos como Séneca, Epicteto y Marco Aurelio, propusieron un camino hacia la eudaimonia (la floreciente felicidad humana) a través de la virtud y la razón. Su piedra angular era el discernimiento entre lo que depende de nosotros (ta eph'hemin) y lo que no (ta ouk eph'hemin). De este principio se desprende la búsqueda de la ataraxia: la imperturbabilidad del alma, la ausencia de turbación pasional.

He aquí el primer escollo. La interpretación burguesa y superficial ha convertido esta ataraxia en una apatía desmovilizadora, en una suerte de "sálvese quien pueda" interior. Pero, ¿y si le damos la vuelta? ¿Y si la ataraxia no es la ausencia de pasión por la justicia, sino la liberación de las pasiones que el enemigo siembra en nosotros: el miedo paralizante, la rabia ciega, la ansiedad por resultados inmediatos, la desesperación ante un revés táctico?

La verdadera firmeza revolucionaria no consiste en no sentir, sino en que lo que se siente no nuble el juicio ni determine la acción. El imperialismo, con su maquinaria de comunicación e intoxicación masiva, busca precisamente lo contrario: generar un caos emocional en el campo popular que nos lleve a la descoordinación, al error táctico, al agotamiento prematuro. Frente a esto, la disciplina estoica es un acto de guerra. Es el cultivo de un interior fortificado desde el cual observar el campo de batalla con claridad.

Como bien señalaba Epicteto, un esclavo que conquistó su libertad interior antes que la física: "No nos alteran los hechos, sino las opiniones que nos formamos de ellos". Esto es de una profundidad estratégica abismal. La noticia falsa, el golpe mediático, la provocación en redes sociales, son "hechos" en el plano de la información. Nuestra "opinión" – nuestra interpretación y reacción emocional – es el territorio real de la batalla. Si logramos, mediante la disciplina mental, desactivar la carga de pánico o ira que esos hechos buscan instalar, le robamos al enemigo su munición más eficaz. No es resignación; es, en términos militares, neutralizar un ataque. Es el primer paso para una contraofensiva efectiva.

Pero, ¡cuidado! Esta es la frontera donde nuestra óptica bolivariana ejerce su crítica más severa. El estoicismo, en su formulación clásica, peca de un individualismo feroz. La virtud es un logro personal. Y si bien es cierto que la revolución comienza por uno mismo, no puede terminar allí. La miseria, la explotación, la opresión nacional, no son "indiferentes" (adiaphora) como pretendían los estoicos. Son males reales, materiales, que exigen una respuesta colectiva y transformadora. No basta con que el oprimido alcance la ataraxia en su rincón; la tarea es abolir la opresión.

Es aquí donde nuestra visión cuántico-pitagórica aporta una perspectiva superior. Así como en la física cuántica el observador influye en el sistema observado, el revolucionario consciente, dueño de su estado interno (su "esfera de equilibrio"), interactúa con el campo social con una potencia mayor. Su acción no es una mera reacción, es una intervención precisa. La ataraxia revolucionaria no es un fin, es el estado base desde el cual se proyecta la acción más eficaz para modificar la realidad material. Es la quietud del centro del tornado, desde donde se puede dirigir la fuerza del viento.

II. El Arte de la Guerra Estoica: De Marco Aurelio a Sun Tzu en los BRICS

Pasemos entonces de la teoría a la estrategia concreta. ¿Cómo se materializa este estoicismo rearmado en el tablero geopolítico actual, en la lucha por la autodeterminación de los pueblos y en la construcción de los polos multipolares como los BRICS?

Imaginemos a un estratega. Tiene un objetivo claro: la victoria. Sun Tzu, en su tratado inmortal, es categórico: "El supremo Arte de la Guerra es someter al enemigo sin luchar". Esto no es pacifismo ingenuo; es la máxima expresión de la eficiencia estratégica. Significa ganar la guerra en el terreno de las ideas, de la economía, de la diplomacia, de la moral, antes de que escale al conflicto armado. ¿Y qué se necesita para ello? Una mente fría, una paciencia infinita y una capacidad de discernimiento que no se deje nublar por las provocaciones.

Marco Aurelio, el emperador-filósofo, que pasó años luchando en las fronteras del Imperio Romano, escribía para sí mismo: "Tienes poder sobre tu mente, no sobre los eventos externos. Date cuenta de esto y encontrarás la fuerza". Traducido a la lucha geopolítica actual: tenemos poder sobre nuestra cohesión interna, sobre nuestra claridad doctrinaria, sobre nuestra capacidad de tejer alianzas (la Diplomacia de Paz), pero no tenemos control directo e inmediato sobre las sanciones ilegales, los golpes de estado blandos o las campañas de desprestigio del hegemón.

La acción estoica-revolucionaria consiste, por tanto, en enfocar toda nuestra energía en lo primero (nuestro poder) y no malgastarla en rabietas impotentes por lo segundo (los eventos externos). La construcción de los BRICS es un ejemplo paradigmático. No es una alianza militar agresiva, es un proyecto paciente, de decades, de soberanías que se encuentran, de sistemas de pago alternativos, de intercambios culturales y tecnológicos fuera del dominio del dólar y el FMI. Es una respuesta estoica por excelencia: ante el hecho externo de la dominación financiera unipolar, no se responde con un ataque frontal y desesperado, sino con la construcción lenta, imparable, de una alternativa estructural. Es la aplicación de la paciencia activa.

Esta misma lógica rige para los movimientos sociales y los gobiernos progresistas que enfrentan la Guerra Híbrida. La provocación constante busca sacarnos de nuestro centro, que reaccionemos de forma exabrupta, que demos el paso en falso que justifique una escalada. El estoicismo nos dota de la constancia en el carácter (prohairesis, como le llamaba Epicteto) para no morder el anzuelo. Es la firmeza del bambú, que se dobla ante el vendaval pero no se rompe, y una vez pasa la tormenta, se yergue de nuevo, intacto.

Frente a la narrativa imperialista, que es pura pasión desbordada (el miedo al "otro", la avaricia por los recursos, la arrogancia del poder), nosotros oponemos una narrativa serena, basada en principios, en el Derecho Internacional, en la invocación a la paz. No porque seamos débiles, sino porque somos fuertes. La serenidad, en un mundo de histeria fabricada, es en sí misma un acto subversivo y un imán para aquellos que buscan un faro en la confusión.

III. La Virtud como Arma: Disciplina, Deber y Cosmopolitismo de los Pueblos

El estoicismo clásico hablaba de cuatro virtudes cardinales: Sabiduría Práctica (Phronesis), Coraje (Andreia), Justicia (Dikaiosyne) y Templanza (Sophrosyne). Ninguna de estas virtudes, en nuestra relectura, es pasiva.

* Sabiduría Práctica (Phronesis): Es la capacidad de analizar la realidad concreta, de discernir las fuerzas en pugna, de identificar los puntos nodales del VÓRTICE. Es lo que nos permite saber cuándo avanzar, cuándo retroceder tácticamente, cuándo negociar y cuándo plantar batalla. Es la antítesis del dogma y el voluntarismo ciego.

* Coraje (Andreia): No es la ausencia de miedo, sino la acción a pesar de él. El coraje del estoico revolucionario es el del médico que opera bajo fuego: siente el peligro, pero su deber hacia la vida (la causa) es mayor. Es el coraje de los pueblos de Venezuela, Cuba, Nicaragua, que han resistido decades de agresiones sin claudicar en su proyecto soberano.

A estos ejemplos contemporáneos, debemos sumar la épica histórica de aquellos que nos legaron la más profunda lección de constancia estoica ante la adversidad. Pensemos en el pueblo de Vietnam, cuya lucha prolongada doblegó a sucesivas potencias coloniales y militares a través de la tenacidad y una estrategia paciente de guerra de guerrillas; en la República Popular China, que tras el "Siglo de la Humillación" se enfocó con disciplina y visión de largo plazo en la reconstrucción de su soberanía económica y política, hoy proyectada en la multipolaridad; en Rusia, cuya historia está marcada por la resistencia inquebrantable ante invasiones que buscaban quebrantar su identidad y soberanía territorial; y en la lucha del pueblo de Palestina, que durante más de un siglo ha mantenido viva su causa de autodeterminación frente a la ocupación y el despojo, en un acto supremo de prohairesis colectiva. De igual forma, el pueblo japonés nos da la lección de la resiliencia y la disciplina indomable, demostrando cómo una nación puede levantarse cual ave Fénix de las cenizas de la devastación total, reconstruyendo su nación con una voluntad de acero. E incluso en la dignidad y la resistencia silenciosa de naciones africanas como Burkina Faso, que pugnan por liberarse de los vestigios del neocolonialismo y construir su propio destino soberano en el corazón de África Occidental. Todos ellos encarnan esa Andreia colectiva.

* Justicia (Dikaiosyne): Es el norte ético de toda nuestra acción. La lucha no es por el poder por el poder mismo, sino por la construcción de un orden mundial justo, donde ninguna nación sea amo y ninguna sea sierva. Es el principio que anima la autodeterminación y la Diplomacia de Paz.

* Templanza (Sophrosyne): Es el autocontrol, la mesura. En la victoria, evita la arrogancia que siembra las semillas de la futura derrota. En la derrota, evita la desesperación que lleva a la disolución. Es la virtud que nos permite manejar el poder sin corrompernos, y la adversidad sin quebrarnos.

Finalmente, el cosmopolitismo estoico encuentra su máxima expresión en el internacionalismo bolivariano y martiano. "El mundo es la patria del hombre", decían los antiguos. Nosotros decimos: "La Patria es la Humanidad". La solidaridad con el Sahara Occidental, con las naciones africanas saqueadas, no es un acto de caridad, es el reconocimiento de que la lucha es una sola: la de los pueblos versus el imperialismo. Es la cosmópolis de los oprimidos, una ciudadanía universal que se forja en la resistencia común.

Conclusión: Por un Estoicismo de Liberación

Compañero Rafael, querida Sofía, he aquí mi respuesta. El estoicismo que propongo no es el de la resignación del esclavo, sino el de la imperturbabilidad táctica del estratega. No es una filosofía para retirarse del mundo, sino una herramienta para transformarlo con mayor eficacia. En este momento histórico, el de la rebelión global de los pueblos, necesitamos con urgencia combinar el fuego sagrado de la indignación con la frieza de acero de la estrategia.

La multipolaridad que anhelamos no se construirá con estallidos de ira, sino con la tenacidad del agua que, gota a gota, paciente y constantemente, horada la piedra más dura. Nuestra acción contestataria debe ser como la del bambú: arraigada en principios inquebrantables (la autodeterminación, la justicia social), flexible ante los vientos contrarios (las tácticas del enemigo), y siempre, siempre, orientada hacia la luz (la emancipación definitiva).

En el silencio de nuestra disciplina interior, en la claridad de nuestro juicio, encontraremos no la paralización, sino la fuente más poderosa de acción consciente y transformadora. Ese es el Estoicismo del Bambú. Esa es nuestra guía para navegar y dominar el Vórtice.

 

 

Hemos jurado vencer y venceremos.

 

Nota leída aproximadamente 916 veces.

Las noticias más leídas: