No hay excepción: ejercer el poder y la política desgasta, y eso no entiende de ideologías ni de fronteras. Es una verdad brutal que atraviesa países, épocas y generaciones.
Le pasó a Margaret Thatcher en Inglaterra, a Felipe González en España… y hoy le pasa al Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia.
La Dama de Hierro fue la primera mujer en ocupar el cargo de Primera Ministra y la que más años sirvió en el siglo XX, un total de 11. Sin embargo, el desgaste de su popularidad la obligó a dimitir antes de concluir su mandato.
Algo similar ocurrió con Felipe González, quien gobernó España durante 14 años. En su último período, su administración se vio marcada por escándalos de corrupción y controversias relacionadas con terrorismo de Estado, que involucraron a funcionarios de su gobierno. Finalmente, José María Aznar ganó las reñidas elecciones y lo sucedió en el poder.
En Bolivia, el 17 de agosto de 2025, el MAS vivió su propio terremoto político: después de casi 20 años de dominio, obtuvo apenas 3,16% de los votos, y su candidato, Eduardo del Castillo, ni siquiera pasó a la segunda vuelta. Una caída histórica para un partido que alguna vez gobernó con amplio respaldo popular y que incluso exportó su modelo político a la región.
Los líderes del MAS están cavando su propia tumba
Este desastre no vino solo por el paso del tiempo. Fue una pelea intestina que desgarró al partido desde adentro. Evo Morales y Luis Arce convirtieron lo que era una relación de mentor y discípulo en una guerra por el control.
Morales, inhabilitado para competir, no dudó en dinamitar su propia obra: llamó al voto nulo, impuso candidatos a la fuerza y terminó marchando contra el gobierno que alguna vez levantó su figura.
Arce, en lugar de reinventarse, se perdió entre discursos repetidos, una gestión sin brillo y una desconexión creciente con la gente.
El resultado está a la vista: el MAS no cayó por sus enemigos, cayó por sí mismo.
El espejo uruguayo
Mientras Bolivia se hundía en su laberinto, Uruguay eligió otro camino. El Frente Amplio también sintió el desgaste después de 15 años en el poder: perdió en 2019 por apenas 1,6%. Pero no se quedó llorando su derrota. Se abrió al debate, escuchó, corrigió y renovó liderazgos.
Cinco años después, en 2024, volvió al gobierno con Yamandú Orsi, demostrando que el desgaste no es sentencia de muerte si hay voluntad de cambio.
Uruguay es un ejemplo a seguir
Uruguay es hoy la democracia más sólida de América Latina, destacada por sus libertades civiles y derechos políticos.
Ese legado lo construyeron líderes como Tabaré Vázquez y José "Pepe" Mujica, quienes demostraron que la izquierda podía gobernar con eficacia, respetando siempre los resultados de sus opositores y fortaleciendo las instituciones. Uruguay enseñó que la política no es un asunto de eternos caudillos, sino de renovación y diálogo.
Cuando no se cambia, se muere
La comparación con Bolivia es evidente:
· En Bolivia, el MAS se aferró a viejos liderazgos y terminó en el abismo.
· En Uruguay, el Frente Amplio cedió espacio, escuchó, se renovó y resurgió con fuerza.
En política, el desgaste es inevitable. Lo que no es inevitable es desaparecer. Solo los que saben escuchar, adaptarse y cambiar, sobreviven.
Una advertencia necesaria
Gobernar bien no basta. También hay que saber retirarse, saber perder, renovarse y volver a escuchar a la gente.
Los pueblos no perdonan la soberbia ni el caudillismo eterno. Quien no cambia, muere políticamente.
Venezuela lo sabe muy bien: Acción Democrática y COPEI se creyeron eternos, poderosos e intocables… y hoy no son más que cenizas políticas. No son ni serán los únicos en convertirse en cenizas políticas.
El MAS está a un paso de correr la misma suerte si insiste en aferrarse a viejos liderazgos y conflictos internos.
La lección es clara: los partidos que se aferran al pasado, sobre todo al sectarismo, terminan en el museo; los que saben escuchar, adaptarse y cambiar, sobreviven.
La historia de Bolivia, Uruguay y Venezuela nos recuerda que en política el estancamiento es mortal y la renovación verdadera a través de una democracia plena a nivel interno es la única vía de supervivencia.