El teatro de sombras en Oriente próximo ¿conflicto calculado?

Miércoles, 25/06/2025 03:33 PM

Desde hace meses, los titulares sobre tensiones entre Irán, Estados Unidos e Israel se suceden como un guion repetitivo: amenazas, ataques limitados, reuniones de emergencia y una retórica que enardece a las audiencias internas pero que, en el fondo, parece más un espectáculo coreografiado que una escalada real hacia la guerra.

El juego de la hegemonía

Estados Unidos, aún aferrado a su rol de potencia dominante en Oriente próximo, despliega su maquinaria diplomática y militar con un doble objetivo: proyectar fuerza ante rivales como China y Rusia, y evitar que Irán —o sus aliados regionales— alteren el statu quo. Sin embargo, su estrategia ya no es la de antaño. Las costosas aventuras militares en Irak y Afganistán han dejado claro que Washington prefiere el poder blando y las sanciones económicas junto a las guerras proxis, antes que otra guerra abierta donde ellos sean los que ponen las tropas.

Por su parte, Irán juega al gato y al ratón. Sus ataques calculados —como el lanzamiento de drones contra Israel en abril o las provocaciones en el Golfo Pérsico— buscan dos cosas: mostrar capacidad de respuesta sin cruzar líneas rojas que desaten una represión masiva, y ganar tiempo para fortalecer su arsenal y su red de aliados (Hamás, Hezbolá, los hutíes).

Israel: el aliado incómodo

Israel, mientras tanto, actúa como punta de lanza de Occidente en la región, pero su gobierno ultraconservador no parece consciente de los límites. Los recientes bombardeos contra objetivos iraníes en Siria, el ataque al consulado de Irán en Damasco, o los ataques mediante los «buscas» fueron acciones que por sí solas podrían haber llevado a una guerra abierta, pero a las que los iraníes respondieron con precisión teatral: lo suficiente para salvar las apariencias, pero sin llegar a una escalada incontrolable.

La danza de las represalias pactadas

Lo más revelador de este conflicto es su naturaleza ritual. Fuentes militares y diplomáticas han sugerido en repetidas ocasiones que, tras bambalinas, hay canales de comunicación —a menudo a través de Omán, Qatar o incluso Iraq— para asegurar que los golpes no sean demasiado dolorosos.

Es como un combate de lucha libre: los golpes están pactados, pero el público debe creer que son reales.

La excepción fueron los últimos doce días, cuando un error de cálculo en un ataque israelí en Irán casi desata una espiral de violencia imparable. Irán respondió con una ferocidad que el régimen colonial israelí no esperaba; parece que quien debiera haber calculado la potencia de fuego del enemigo no hizo bien su trabajo.

Todos temen la guerra abierta pero necesitan el conflicto

En última instancia, ni Washington, ni Tel Aviv, ni Teherán tienen interés en un enfrentamiento total. Estados Unidos no quiere otro frente abierto cuando el europeo aún precisa de su atención y el del mar de la China sigue larvado, Israel sabe que una guerra con Irán sería devastadora, y los ayatolás evitan poner en riesgo su régimen.

Pero el ruido es necesario: para justificar presupuestos militares, para movilizar bases políticas y para mantener viva la ilusión de que alguien está ganando. Mientras tanto, la población civil —ya sea en Gaza, en colonias israelíes o en pueblos sirios bombardeados— sigue pagando el precio de un juego del que, por ahora, no se avista el final.

¿Estamos ante un conflicto real o juegos de poder? quizás la diferencia entre ambos conceptos nunca ha sido tan delgada, o tal vez así se ven las guerras en el S. XXI.

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