Bolívar, Precursor inconsciente de la descolonización y decolonialidad. Monólogo a 195 años de su partida

Miércoles, 17/12/2025 05:45 AM

El escenario es un espacio atemporal, entre la historia y el pensamiento. Simón Bolívar, con su uniforme de gala desgastado, mira hacia un horizonte que es a la vez la llanura venezolana y un vasto auditorio de ideas. A su alrededor, como emanaciones de la memoria y la teoría, aparecen las presencias intelectuales de Aníbal Quijano, Enrique Dussel y Walter Mignolo. No se hablan directamente, sino que sus reflexiones se entrelazan en un monólogo colectivo.

Bolívar: (Con voz cansada pero intensa) No liberé solo para cambiar de amo. No cambié un rey por virreyes criollos. Soñé con un mundo aparte… “Un pequeño género humano”, lo dije en Angostura. ¿Pero cómo gobernarlo? ¿Con las leyes de Montesquieu? ¿Con el contrato de Rousseau? Ellos no conocían esta tierra fracturada por la conquista, este crisol de razas oprimidas y miradas despreciadas.

Quijano: (Voz analítica, surgiendo de la penumbra) Eso que pensaste, Libertador, sin nombrarlo, es la colonialidad del poder. Es una mirada “otra”, más allá de la administración española. Miraste el patrón ideológico: la idea de raza como jerarquía, que ordena y jerarquiza el trabajo, el saber, hasta el deseo. Al llamar “usurpadores” a los españoles, desnudaste la mentira de su superioridad colonializadora. Pero el patrón… es tenaz. Sobrevivió y aun hoy sobrevive a las independencias.

Bolívar: Sobrevive… ¡Lo vi! Por eso en Jamaica clamé: “El lazo con España está roto”. No quería pensar nuestra América con sus categorías. No éramos bárbaros sin historia; éramos y somos una herida que debía y debe aprender a sanar con sus propias palabras y acciones políticas Era un desprendimiento, aunque no supiera esa palabra. Pensar desde la herida colonial, no desde el manual del conquistador, colonizador y colonializador contemporáneo.

Mignolo: (Voz firme, con acento de frontera) Exacto. La Carta de Jamaica es un manifiesto geopolítico decolonial. Rechazaste el relato único, la “hipótesis de Columbus” que nos veía como objeto a descubrir y civilizar. Tú encarnaste las angustias y deseos de liberación. No buscabas descubrir sino fundar para liberar.  El Congreso de Panamá… ese “cuerpo anfictiónico”. ¡Era el sueño de las periferias dialogando de igual a igual! Un sueño Sur-Sur, antes de que existiera el término.

Bolívar: (Agitado, dando unos pasos) ¡Y un sueño que se quebró! Soñé la Patria Grande, la Gran Colombia, un muro contra el nuevo imperialismo que ya olía en el norte… Pero las provincias se fragmentaron. Los caudillos prefirieron su feudo a la federación. Y yo… (se detiene, con amargura) yo cargué con la contradicción. Para evitar la anarquía, que los “pardos”, mi gente, tomaran el poder en el caos, concentré el poder. Me llamaron dictador. Tal vez lo fui. Temí al pueblo al que quería liberar.

Dussel: (Voz grave, filosófica) Ahí está la trampa de la matriz colonial. Te formó la Ilustración, pero también el miedo colonial a la heterogeneidad. Hablabas de “civilización contra barbarie”, una dicotomía que es hija de la conquista. Tu abolición de la esclavitud fue valiente, pero titubeante. Temiste a las élites, incluso a tu propia clase.  ¿Quién podría en tu época?, desmontar toda la base económica de la colonialidad. Eres el criollo ilustrado, atrapado entre el mundo que niegas y el que no logras del todo construir.

Bolívar: (Con los puños apretados, mirando sus manos) Fui de carne y hueso, no un dios de bronce. Fui un hombre, con miedos y sombras. Mi maestro Simón Rodríguez me enseñó o inventar o errar, no a copiar. Inventé… y erré. Mi “poder moral”, mi presidente vitalicio… fueron intentos torpes de crear algo nuevo para una realidad enferma de colonialismo y colonialidad. No eran recetas europeas; eran utopismos prácticos, y muchos fracasaron.

Quijano: Y en ese fracaso, también hay enseñanza. Mostraste los límites de un proyecto de tu época. Tu lucha no fue por la “decolonialidad”, palabra que no existía entonces, tu lucha fue contra la colonialidad del ser. Buscabas una identidad que no fuera reflejo de Europa. “No somos indios ni europeos”, dijiste. Eso es negar la categoría impuesta, empezar a imaginar el ser desde la herida colonial.

Mignolo: Por eso, dos siglos después, los movimientos aborígenes, los descendientes de africanos esclavizados, los intelectuales del Sur Global, recuperan tú chispa. No tu proyecto acabado, sino tu gesto fundacional: encarnar la lucha contra el orden colonial moderno-capitalista hoy en crisis. Fuiste el primero en intentar, a escala continental, una opción decolonial. No la teorizaste; la viviste, la combatiste, la soñaste en medio de batallas, decepciones y deslealtades.

Bolívar: (Suavizando su gesto, con una mezcla de orgullo y melancolía) Entonces… ¿no luché en vano? ¿Mis contradicciones no borran el intento?

Dussel: Al contrario. Te humanizan. Y al humanizarte, desmontaste el mito del héroe perfecto que el poder luego usa para domesticar la rebeldía. Tu grandeza no está en la perfección, sino en haber sido la chispa. La chispa que prende la conciencia de que el poder, el saber y el ser deben ser descolonizados y decolonializados. Eres nuestro precursor inconsciente.

Bolívar: (Dirigiéndose ahora directamente al vacío, como si viera el presente) ¿Y hoy? ¿Siguen la lucha?

Las tres voces decoloniales: (En unísono, como un eco): La seguimos, con nuevos lenguajes, con feminismos comunitarios, con epistemologías del Sur, Altersofías y Hacer decolonial con luchas por el territorio y la memoria. La tarea está inacabada, como tu Patria Grande. Pero la chispa que encendiste sigue ardiendo. Es la lucha por descolonizar y decolonializar el poder, el saber y el ser.

Bolívar: (Con una última mirada de fuego) Entonces, que no se diga que fue en vano. Que la Patria, esta Patria Grande de la conciencia, ni se entrega, ni se vende. Se defiende. Con la vida, con el pensamiento, con la memoria… y con la lucha que prosigue, con pueblo con conciencia crítica, gobernantes que deben gobernar escuchando y obedeciendo al pueblo.

Las figuras intelectuales se desvanecen en la luz. Bolívar queda solo, su silueta proyectándose hacia el futuro, fundiéndose con el horizonte de Nuestramérica. Su monólogo ha terminado, pero la conversación decolonial, que él inició sin saberlo, continúa.

 

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