Frente a las interpretaciones distorsionadas y engañosas del darwinismo, como la de los darwinistas sociales que justifican la "prevalencia del más fuerte" en un sentido clasista y racista, una interpretación marxista valora la igualdad biológica de todos los miembros de la especie humana y ve rasgos comunes de la evolución natural y social. La exacerbación de las desigualdades, debido al sistema de explotación capitalista, hace cada vez más urgente, sobre todo para salvarnos del riesgo de extinción, restaurar la igualdad de derechos y oportunidades económicas.
Introducción
Durante mucho tiempo, e incluso hoy, al menos en parte, el pensamiento de Darwin no ha gozado, y sigue sin gozar, de buena reputación entre los marxistas y los intelectuales de izquierda en general. Esto se debe a que, contrariamente a las propias intenciones de Darwin, su teoría, principalmente a través de la obra de Herbert Spencer, se ha representado de forma simplista, de hecho completamente distorsionada, mediante expresiones descontextualizadas como «la supervivencia del más apto», que se prestaban a la fácil, aunque totalmente inapropiada, traducción de «supervivencia del más apto». Esto, en el siglo pasado, contribuyó a allanar el camino para posturas éticamente inaceptables como la eugenesia e, incluso antes, la «misión civilizadora» de Occidente.
Sin embargo, los avances más recientes en el campo del evolucionismo han desmantelado la tergiversación del darwinismo y los prejuicios que aún persisten sobre su supuesta incompatibilidad con la cosmovisión marxista. De hecho, el marxismo, en muchos aspectos, es perfectamente coherente con el pensamiento de Darwin. En efecto, el evolucionismo, entendido en un sentido moderno, que demuestra la igualdad biológica de todos los seres humanos, puede representar una plataforma científica válida para apoyar la lucha contra toda forma de discriminación económica y social contra los más vulnerables, basada en el supuesto de su presunta inferioridad y, por lo tanto, utilizada para justificar su explotación.
La evolución del hombre
La trayectoria evolutiva de las especies de homínidos, y del H. sapiens en particular, representa un rasgo único entre todas las formas de vida que han surgido en la Tierra. El desplazamiento de nuestros ancestros primates a las sabanas al este del Valle del Rift, en comparación con los que permanecieron en los matorrales al oeste, jugó un papel crucial en el surgimiento y la consolidación progresiva de la postura erguida. El hecho de que los humanos fueran los únicos mamíferos bípedos influyó a su vez en todos los desarrollos biológicos, sociales, económicos y, en última instancia, culturales posteriores de las especies de homínidos, y del H. sapiens en particular.
La libertad de las manos, transformadas en finos instrumentos de movilidad, especialmente mediante la oposición del pulgar a los demás dedos, constituyó el prerrequisito decisivo para la fabricación y el uso de herramientas y, al mismo tiempo, desencadenó y favoreció la tendencia paralela hacia el agrandamiento del cerebro, especialmente el de la corteza cerebral. Esto condujo a la transición, hace unos 10.000 años, de sociedades de cazadores-recolectores a sociedades agrícolas y ganaderas, y al surgimiento de agrupaciones humanas mayores que la manada o tribu inicial, gracias al crecimiento demográfico resultante de la capacidad de acumular bienes. Este último, además, estuvo en el origen de las divisiones sociales de clase y la esclavitud (fenómenos no casualmente exclusivos de los humanos entre todas las especies animales), a la que en tiempos más recientes se unió el sistema feudal y luego, con el auge de la industria, dio paso al trabajo asalariado.
Evolución del evolucionismo
Hay dos características del pensamiento de Darwin que desde un principio despertaron la entusiasta aprobación de Marx y Engels: 1. la visión historicista de la evolución por selección natural y 2. su enfoque no teleológico (1). Algunas de sus dudas se relacionaban, en cambio, con la interpretación distorsionada y engañosa del darwinismo por parte de darwinistas sociales como Herbert Spencer, Carl Vogt y Eugen Dühring, quienes tendían a incluir engañosamente el evolucionismo en la lógica reaccionaria, clasista y racista (la llamada "prevalencia del más fuerte") que prevalecía en la sociedad burguesa a finales del siglo XIX. Vogt y Dühring, en particular, fueron objeto de una intensa y polémica oposición por parte de Marx y Engels (2).
A lo largo del siglo siguiente, asistimos a una sucesión de descubrimientos científicos paralela a un desarrollo de interpretaciones filosóficas entre las que prevalecieron las materialistas vulgares del antiguo positivismo, las idealistas de Bergson o Teilhard de Chardin y las materialistas dialécticas inspiradas en el marxismo como las escuelas británica y soviética de los años 1920 y 1930 y la americana de Stephen J. Gould a finales del siglo pasado.
Los descubrimientos más recientes tienden a confirmar la validez de esta última. De hecho, la estrecha interconexión dialéctica entre naturaleza, sociedad y cultura constituye la base de las teorías ecosocialistas modernas de pensadores marxistas como Sebastiano Timpanaro (3), John B. Foster, David Harvey y Jason Moore.
En los años entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la ciencia evolutiva presenció el auge de la genética de poblaciones, que, por un lado, contribuyó a la llamada nueva síntesis y sentó las bases del altruismo genético, desmantelando siglos de teorías basadas en el egoísmo "innato", que justificaban el sistema capitalista y, por ende, las diferencias de clase, la explotación, el colonialismo y el imperialismo. De hecho, las investigaciones sobre el altruismo genético realizadas desde mediados del siglo XX por Hamilton, Trivers, Wilson y otros contribuyeron a desacreditar cada vez más el estereotipo del " homo homini lupus", que pretendía identificar dogmáticamente el egoísmo individual como un rasgo fundamental de la llamada "naturaleza humana".
En realidad, esta concepción se originó en la época de Hobbes como un poderoso fundamento ideológico del capitalismo naciente y, como tal, se consolidó en los siglos posteriores con el surgimiento progresivo de la acumulación privada de bienes en las sociedades industriales. Sin embargo, la ciencia ha demostrado que la flexibilidad genética, más desarrollada en el H. sapiens, contrariamente a las interpretaciones crudamente positivistas del siglo XIX y, hoy en día, a las reduccionistas y mecanicistas, determina la posibilidad de manifestación de actitudes predominantemente egoístas o altruistas según las circunstancias. Esto se debe a la posible adaptación de los impulsos instintivos a las situaciones materiales a las que se expone la persona durante su trayectoria vital, así como a la posible adaptabilidad de las superestructuras ideológicas a los intereses de su clase social.
Por otro lado, sin embargo, la nueva síntesis permaneció firmemente anclada en una visión mecanicista-reduccionista que consideraba a los genes como determinantes en gran medida independientes del entorno, tanto externo como interno, de los organismos vivos. Esta visión fue aparentemente confirmada por el descubrimiento del ADN en la década de 1950. Pero a partir de la década de 1960, y en particular con los descubrimientos de los premios Nobel F. Jacob y J. Monod, la naturaleza flexible de los genes y su relación dialéctica de interdependencia e interacción continua con los estímulos ambientales a los que se exponen gradualmente se hicieron cada vez más evidentes. De hecho, los estudios epigenéticos llegaron a considerar a los genes como herramientas capaces, por un lado, de construir el organismo según un modelo inherente, pero por otro, capaces, a lo largo de la vida del organismo, de modular con precisión su actividad, adaptándola, mediante los mecanismos de activación e inactivación, a condiciones ambientales específicas (por ejemplo, las diferentes cantidades de luz y calor a las que están expuestas dos plantas diferentes, pero genéticamente idénticas). Esto también puso de relieve la profunda naturaleza dialéctica, en el sentido de una influencia recíproca continua entre la naturaleza, la sociedad y la cultura.
Desde principios de este siglo, genetistas y paleoantropólogos han alcanzado un consenso casi unánime al considerar el racismo un mito completamente obsoleto. El imperialismo, el colonialismo, el neocolonialismo y el capitalismo en general, para justificar las desigualdades económicas y sociales en las que se basan —y que, de hecho, crean—, invocan esta interpretación mistificadora y anacrónica de la realidad humana, ignorando por completo la homogeneidad biológica, ahora científicamente indiscutible, de nuestra especie (de cuyo genoma cada uno de nosotros no es más que una variante individual), así como nuestro origen africano común y relativamente reciente.
Evolucionismo dialéctico
La revolución que supuso la escuela de Gould en la ciencia evolutiva se basa en tres pilares fundamentales:
1. la teoría de los "equilibrios puntuados"
2. la teoría de las "exaptaciones"
3. la teoría de las especies como "superorganismos" (clasificación de especies).
El marco doctrinal que sustentaba el pensamiento de Gould consistía en una revisión y reelaboración de la lógica darwiniana respecto al problema fundamental del origen de las especies, a la luz de los descubrimientos del siglo posterior a la muerte de su maestro. Ya en la década de 1960, Ernst Mayr, destacado exponente de la nueva síntesis, había introducido los conceptos de deriva genética, especiación alopátrica y el efecto fundador. Estos conceptos indicaban la posibilidad de que las especies se diferenciaran tras la separación geográfica de un grupo de sus miembros. Esto, por un lado, favorecía la aparición de mutaciones adaptadas al nuevo entorno y, por otro, impedía que los rasgos genéticos particulares de los individuos geográficamente separados se reabsorbieran mediante la reorganización que se habría producido de no haberse producido la separación geográfica.
Gould fue más allá, argumentando que la falta de evidencia fósil detectable en la transición de una especie a otra no se debía a factores aleatorios (es decir, a la imposibilidad de encontrar fósiles), sino a largos períodos de "incubación" en los que mutaciones que no eran en sí mismas determinantes maduraban hasta que una acumulación de dichas mutaciones, reunidas en una combinación particular, daba lugar, en conjunto, a un "salto de especie", es decir, un cambio integral en el genoma que constituía una nueva especie. De hecho, se habían observado ejemplos de esta dinámica en experimentos realizados con bacterias.
Esta interpretación, propuesta por Gould y sus colegas, fue y sigue siendo parcialmente cuestionada por otros científicos en nombre del llamado «gradualismo», que consideraba que el origen de nuevas especies a partir de especies progenitoras se debía a la ocurrencia gradual de mutaciones en todos sus miembros. Sin embargo, esto no explicaba la ausencia de especies intermedias, como se ha comentado previamente. Según la escuela marxista, sin embargo, el gradualismo refleja una visión conservadora de la ciencia burguesa, inconscientemente orientada a excluir la posibilidad de los mecanismos subyacentes de toda una serie de factores de cambio que, al afectar a una masa crítica de individuos, finalmente conducirían a explosiones revolucionarias, modeladas según la historia de las sociedades humanas.
En cuanto a la exaptación, se trataba de un carácter previamente moldeado por la selección natural para una función específica (es decir, una adaptación), que se adopta al poder utilizarse para otras funciones en una fase posterior del desarrollo. Los ejemplos son innumerables (desde el sistema muscular hasta el lenguaje verbal y la escritura, etc.). Gould, en un famoso artículo (4), comparó este fenómeno con las enjutas de San Marcos, donde un efecto secundario de la adaptación arquitectónica de un crucero (cuadrado) a una cúpula (redonda) resultó en la formación de cuatro enjutas conectadas que, a su vez, a menudo se reciclaban como espacios que podían ser ocupados por imágenes pictóricas como los cuatro evangelistas, etc.
Finalmente, la visión dialéctica de la clasificación de especies también fue muy importante, es decir, la selección de especies consideradas superorganismos, dentro de los cuales los individuos, considerados aisladamente, carecen de significado, pero están conectados dialécticamente con el colectivo, que, sin embargo, no puede existir sin individuos. Y esto afectó no solo a los insectos sociales, sino también a todas las demás especies, incluidos los mamíferos y los humanos.
Las deducciones filosóficas que dos de los estudiantes de Gould, Richard Levins y Richard Lewontin (5), extrajeron de estas premisas fueron múltiples:
1. La interdependencia entre las etapas de desarrollo de la unidad cuerpo-mente, genéticamente predispuestas en sus etapas fundamentales, y la influencia que las condiciones naturales, sociales y culturales ejercen sobre ella, moldeándola y orientándola.
2. En este contexto, la interacción dialéctica entre la subjetividad del individuo y la objetividad del entorno, de la cual la subjetividad de los otros es parte integral.
3. Influencias socioculturales (ideologías, religiones, etc.) que afectan la maleabilidad de la mente, que a su vez es evolucionada y genéticamente predispuesta a imbuirse de ellas, y que en cierto sentido representan sustitutos psíquicos de mutaciones físicas, pero a diferencia de estas últimas, son adquiridas y por tanto no irreversibles, es decir, no constituyen una κτῆμα ἐς αἰεί, sino que pueden cambiar en función de las circunstancias a las que se ven expuestos los individuos y las comunidades en el curso de su existencia.
4. Según la perspectiva de los equilibrios puntuados, las mutaciones genéticas que se acumulan en cada especie deben alcanzar, cuantitativamente, un cierto umbral crítico y, cualitativamente, una cierta configuración sinérgica para dar lugar al acontecimiento "revolucionario" del nacimiento de la nueva especie. De igual manera, los acontecimientos revolucionarios que ocurren en la historia humana presuponen el desarrollo "subterráneo" de una combinación de elementos subjetivos y objetivos que interactúan dialécticamente entre sí. En ausencia de uno de estos (por ejemplo, la masa crítica de proletarios adquiriendo conciencia de clase, combinada con las condiciones materiales objetivas que a su vez contribuyen a su creación), la revolución fracasa (por ejemplo, las Jacqueries).
Finalmente, Levins y Lewontin destacaron que la superestructura ideológica también condiciona las visiones científicas en el sentido de orientar la investigación en una determinada dirección funcional a los intereses de las clases dominantes (por ejemplo, la investigación bélica, no sólo hoy sino en los tiempos de Arquímedes o Leonardo, la investigación biomédica orientada a la producción de cosméticos en lugar de medicamentos básicos que salvan vidas para enfermedades relegadas al Tercer Mundo, un mercado evidentemente no rentable, etc.).
Este marco también incluye los problemas inherentes a la llamada "inteligencia artificial". Una máquina que no está construida sobre un sustrato celular de ADN y que, por lo tanto, no está sujeta a las mismas condiciones para las que fue seleccionada, es decir, para nacer, mantener su equilibrio homeostático esencial para la supervivencia, crecer y, potencialmente, reproducirse, es un objeto radicalmente diferente de un organismo biológico. Dicho esto, la robótica, al igual que otros logros científicos, no es positiva ni negativa en sí misma, sino solo en relación con el uso que se hace de ella y, por lo tanto, con el contexto social y político en el que se inserta. Las "máquinas inteligentes", ampliamente adoptadas en un contexto de distribución justa de recursos, podrían ser muy útiles para reducir el tiempo y el esfuerzo laboral de todos, permitiendo que todos los seres humanos se dediquen a actividades creativas y gratificantes. Sin embargo, si se insertan en el contexto actual de la economía del lucro, no tendrán otro efecto que aumentar las filas de los desempleados sin reducir en lo más mínimo el esfuerzo y las horas de trabajo de los empleados (6).
En conclusión, y partiendo de estos supuestos, la continua exacerbación de la desigualdad, la maximización del beneficio y el sistema de explotación basado en el saqueo del trabajo humano así como de los recursos naturales finitos, debido a la globalización capitalista, hace cada vez más urgente, también para salvarnos del riesgo concreto de extinción, restablecer la igualdad de derechos y de oportunidades económicas que reflejen la igualdad biológica de todos los miembros de nuestra especie.
Referencias:
(1) Marx, K.: El Capital . Penguin, Londres (1981), vol. 3, pág. 949
(2) Marx, K.: Herr Vogt . Petsch & Co., Londres (1860)
(3) Timpanaro, S.: Sobre el materialismo. Unicopli, Milán (1997)
(4) Gould, S. J. y Lewontin, R.: Las enjutas de San Marcos y el paradigma panglosiano: una crítica del programa adaptacionista . Actas de la Real Sociedad de Ciencias Biológicas (1161): 581–598 (1979)
(5) Levins R. y Lewontin R.: El biólogo dialéctico . Aakar Books, Delhi (2009)
(6) Crocchiolo, P.:https://www.lacittafutura.it/unigramsci/intelligenza-artificiale-e-intelligenza-naturale (2023)
Fuente: https://www.sinistrainrete.info/marxismo/31828-paolo-crocchiolo-marxismo-ed-evoluzionismo.html
Traducción: Carlos X. Blanco