Caníbal del rancherío: Devorando su propia casa para alimentar su apetito

Sábado, 20/09/2025 05:55 AM

La historia contemporánea de Venezuela es de contrastes extremos, una narrativa cíclica de auge y colapso, de promesas incumplidas y de una riqueza colosal que, lejos de servir de cimiento para un proyecto nacional soberano, ha funcionado como el motor de su propia disolución. Una tesis central, y profundamente pesimista, recorre este análisis: la estructura de poder económico venezolana, surgida y consolidada bajo el Rentismo Petrolero del Siglo XX, no ha sido sustancialmente alterada; por el contrario, se ha transmutado y adaptado, multiplicando su fortuna y su poder, mientras el país se hunde en una crisis multidimensional sin precedentes.

La llamada "clase magnífica" del pasado, los "nuevos ricos" de la bonanza, y la emergente "Boliburguesía" del presente, comparten un ADN común: una mentalidad parasitaria y anti-nacional que se atiborra de una dependencia exterior, destruyendo sistemáticamente los logros del siglo XX y exportando la responsabilidad del monstruo que han creado. El vínculo inextricable entre la Desigualdad Social Obscena, el Desastre Ecológico Acelerado y la Crisis Cultural es el hilo conductor de esta tragedia. La pregunta que se alza, entonces, es tan radical como la situación:

¿Puede evitarse el colapso final sin la desaparición de esta clase ultrarrica forjada a costa del Estado?

El siglo XX venezolano puede leerse como el proceso de gestación de este monstruo. La transición de la Venezuela agroexportadora del café y el cacao, dominada por una oligarquía regional decimonónica, a la Venezuela petrolera, no significó la desaparición de las élites, sino su metamorfosis y reforzamiento. Como documentó el antropólogo marxista Rodolfo Quintero en su obra fundamental "La Cultura del Petróleo", la irrupción de las compañías petroleras extranjeras no solo implantó un enclave económico, sino una "Cultura del Petróleo", una mentalidad importada, anti-agrícola y consumista que despreciaba lo nacional y veneraba lo foráneo. Quintero argumenta que se creó un "proletariado rural desarraigado" y, crucialmente, una nueva clase social intermediaria: la "burguesía compradora" o "alta burguesía sirviente".

Estos agentes locales, contratistas, abogados, políticos y especuladores, se enriquecieron no mediante la producción nacional, sino como apéndices de la industria transnacional, gestionando la dependencia y lucrando de la renta que generaba. Su riqueza no era producto del trabajo ni de la innovación, sino de la conexión y la intermediación. Miguel Acosta Saignes, desde la sociología histórica, complementa esta visión al analizar cómo las viejas familias oligárquicas, lejos de evaporarse, invirtieron sus capitales en la importación, la banca y el comercio, afianzando su posición en la nueva economía rentista. Así, los "Multimillonarios del Pasado Siglo XIX" no solo no desaparecieron, sino que encontraron en el petróleo la gallina de los huevos de oro para multiplicar sus fortunas, tal como se señala en la premisa.

La Venezuela "moderna" que se construyó a partir de los años 40 y 50, con sus grandes obras de infraestructura y su ilusión de progreso, se erigió sobre esta base frágil y corruptora. La Democracia Puntfijista instaurada en 1958 intentó, con relativo éxito inicial, administrar esta renta a través de un Estado de bienestar y un proyecto de sustitución de importaciones. Sin embargo, como demuestra Héctor Malavé Mata en "Génesis del Subdesarrollo Venezolano", el modelo era intrínsecamente perverso. La acumulación de capital no se dirigía a diversificar la producción interna, sino a fortalecer el circuito importador-comercial-financiero, controlado por los mismos grupos de poder.

La riqueza se distribuía de manera piramidal, generando una ilusión de movilidad social para una clase media emergente, mientras la estructura de la desigualdad se cementaba. La "cultura de la nación venezolana", en palabras de Malavé Mata, fue suplantada por una "cultura de la renta", donde el esfuerzo productivo fue reemplazado por la expectativa de la distribución petrolera.

El desemboque lógico de este modelo fue la crisis de la deuda de los 80 y el Caracazo de 1989. El Estado, ante la caída de los precios del petróleo, ya no pudo sostener el pacto de distribución de renta, y las élites económicas, lejos de sufrir, se enriquecieron aún más con las políticas de liberalización y la fuga de capitales. El sistema se desnudó: era una máquina de generar desigualdad y dependencia, que funcionaba admirablemente bien en la bonanza y se desentendía por completo de la nación en la crisis. La llegada al poder de Hugo Chávez en 1998 se presentó como la gran ruptura, la revolución que barrería con estos "escuálidos" y construiría una patria soberana y productiva.

La crítica aquí debe ser feroz y precisa: el chavismo, en lugar de desmontar esta estructura, la replicó y la potenció hasta su paroxismo criminal. No desapareció a la antigua oligarquía; en muchos casos, negoció con ella (como lo demuestran los períodos de control de cambio y la sobrefacturación de importaciones). Pero su pecado cardinal fue crear una nueva clase dominante, la "boliburguesía", que es la encarnación más pura y grotesca de la "cultura del petróleo" que denunciaba Quintero. Esta nueva casta de "nuevos ricos", surgida de las filas del gobierno, la burocracia y los militares, no ha aprendido nada.

No pretende cambiar nada. Su objetivo no fue industrializar el país o fomentar la producción nacional, sino apoderarse del control del Estado rentista y de su principal empresa, PDVSA, para succionar la renta con una voracidad que hubiera avergonzado a los Puntosfijistas. Destruyeron deliberadamente lo logrado en el siglo XX: PDVSA, que era una empresa técnicamente competente y eficiente, fue convertida en una caja chica clientelar y corrupta; la industria nacional, ya de por sí débil, fue aniquilada por un control cambiario que premiaba la importación fraudulenta; y el tejido social fue demolido por una hiperinflación inducida por la corrupción y la impresión descontrolada de dinero.

El resultado es la profundización abismal de la desigualdad. Venezuela se ha convertido en el país más desigual de América Latina, según el coeficiente de Gini. La crisis social es apocalíptica: una diáspora de más de 7 millones de personas, salarios que no alcanzan para un día de comida, y el colapso de los sistemas de salud, educación y servicios básicos. Y sin embargo, en medio de este infierno, la clase ultrarrica, la amalgama de la antigua oligarquía adaptada y la nueva boliburguesía, no solo sobrevive, sino que prolifera. 

Su fortuna ya no depende de la producción petrolera nacional (que está en niveles de 1945), sino de su control sobre las importaciones de alimentos y medicinas, del lavado de dinero, de la minería ilegal, de la especulación financiera y de la fuga de capitales. Su dependencia de lo exterior es total: viven en Miami, educan a sus hijos en Europa, mantienen sus capitales en offshore y consumen productos de lujo importados, mientras el país que saquean se muere de hambre. Es aquí donde la crisis social nacional se quiere globalizar. La estrategia de esta élite depredadora es presentar la catástrofe venezolana como un problema puramente político, un simple conflicto entre un régimen autoritario y una oposición democrática.

Al hacerlo, externalizan la responsabilidad. El desastre, nos quieren hacer creer, es culpa exclusiva de "el socialismo" o de "la dictadura", eludiendo por completo su rol protagónico en el desguace de la economía. Quieren que el mundo crea que son víctimas o simples opositores, cuando en realidad son coautores y principales beneficiarios del caos. Su monstruo, el Estado fallido y criminal, les es funcional. En la anomia, sus negocios ilícitos florecen; en la hiperinflación, se endeudan en bolívares irreales y compran activos duros a precios de remate; en la represión, encuentran un socio que garantiza el control social sobre una población famélica.

Este modelo de acumulación por destrucción tiene su correlato en un desastre ecológico de proporciones épicas, que es la máxima expresión de la desigualdad. El Arco Minero del Orinoco, otorgado por el gobierno a consorcios nacionales e internacionales en condiciones de opacidad absoluta, es el ejemplo paradigmático. Es un proyecto concebido y ejecutado por la alianza entre la boliburguesía en el poder y capitales transnacionales, que sacrifica la soberanía nacional, envenena las fuentes de agua y devasta millones de hectáreas de bosque tropical, todo para extraer oro y minerales que servirán para lavar dinero y enriquecer a una mínima élite.

Es la "cultura del petróleo" llevada a su extremo lógico: la conversión de toda la nación, de su territorio y su gente, en un mero objeto de explotación para el beneficio inmediato de los parásitos de turno. Las comunidades indígenas son exterminadas, los ecosistemas únicos son borrados del mapa, y el futuro del país es hipotecado por un puñado de dólares que irán a parar a cuentas en Panamá o Zúrich. La desigualdad aquí es ecológica: quienes toman la decisión de destruir la tierra no viven en ella, ni sus hijos sufrirán las consecuencias. Exportan los minerales e importan el agua embotellada para sus urbanizaciones privadas.

La crítica de Federico Brito Figueroa a la "historia patriótica" de las élites criollas encuentra aquí su máxima vigencia. La historia de Venezuela no es la de una élite ilustrada que construye nación, sino la de una clase dominante que siempre ha visto al país como una finca personal, como un botín a ser repartido. Desde El Latifundio del Café al Latifundio Petrolero y ahora Al Latifundio Minero, la lógica es la misma: apropiarse de la renta de la tierra, Sin Importar el Costo Humano o Ambiental.

La pregunta final, entonces, es desesperada pero necesaria. Dada la naturaleza estructural y profundamente arraigada de esta clase depredadora:

¿Puede Venezuela tener un futuro? ¿Puede evitarse el desastre climático y social terminal?

La respuesta lógica, desde esta perspectiva histórica, es que no. No es posible mientras exista una clase cuya riqueza y poder están directamente vinculados a la destrucción del aparato productivo, a la depredación de los recursos naturales y a la perpetuación de la miseria.

Su desaparición no implica necesariamente una liquidación física, sino la erradicación de su lógica, de su modelo mental y de su poder económico. Implica una revolución que vaya mucho más allá de un cambio de gobierno; una transformación radical que expropie no solo los medios de producción, sino el imaginario nacional, que desmonte el Estado Rentista y Construya uno Productivo, que Redistribuya no solo la renta sino el poder. Es una tarea titánica, casi utópica, frente a la cual el colapso parece un destino más probable. La tragedia venezolana es el espejo más nítido de hacia dónde conduce la alianza mortal entre una élite sin ética y un Rentismo sin futuro.

El mundo haría bien en mirarse en él, porque la globalización de la crisis venezolana no es solo una estrategia de sus verdugos, es una advertencia de lo que puede ocurrir cuando la desigualdad se convierte en el principio organizador de una Nación”.

Tribuna Popular. Partido Comunista de Venezuela de la Dignidad

Referencias Bibliográficas

  1. Acosta Saignes, Miguel. (1962). Vida de los esclavos negros en Venezuela. (Aunque esta obra se centra en la colonia, la metodología y análisis de Acosta Saignes sobre la formación de las élites es fundamental)

  2. Brito Figueroa, Federico. (1966). La estructura económica de Venezuela colonial. Universidad Central de Venezuela. (Su crítica al colonialismo y su análisis de las clases dominantes es esencial)

  3. Malavé Mata, Héctor. (1974). Génesis del Subdesarrollo Venezolano. Universidad Central de Venezuela. (Obra clave para entender la deformación económica del país) 

  4. Quintero, Rodolfo. (1968). La Cultura del Petróleo. Universidad Central de Venezuela. (Texto fundacional para el análisis sociológico de la Venezuela moderna)

  5. El análisis de la boliburguesía y la economía contemporánea, los informes e investigaciones de organizaciones como:

Transparencia Venezuela, Aporrea, Tribuna Popular, Provea, Observatorio de Gasto Público de la Asamblea Nacional (2016-2020), Informes sobre el Arco Minero del Orinoco de organizaciones ambientalistas como Wataniba y SOS Orinoco. 

 

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