Deseo, agonía y libertad.
“La dialéctica del amo y el esclavo” propone el principio de la historia, el comienzo de las conexiones humanas, y acorde a Hegel se inicia mediante el antagonismo de dos deseos. ¿Qué ansían ambas conciencias? Sin embargo, ¿qué es el deseo (Begierde)? Su significado procede de desiderium o el deseo de lo carente, la predisposición consciente hacia un objeto que con anterioridad se conoce como bueno y tal vez puede tener alguna razón ética. Aunque el deseo en la tradición de la filosofía se supone como el prototipo de lo irracional, por lo demás debe sujetar la racionalidad y organizar las expectativas del hombre. También se entiende con significación positiva en determinados sistemas filosóficos como una expresión más completa que la racionalidad. Está el caso de Spinoza quien con la cuestión del anhelo se vincula a Hegel, Spinoza (en su Ética demostrada según el orden geométrico) testifica que el deseo consiste en la esencia del hombre y a ella recurre con coraje para su supervivencia. “Además, entre ‘apetito’ y ‘deseo’ no hay diferencia alguna, si no es la de que el ‘deseo’ se refiere generalmente a los hombres, en cuanto que son conscientes de su apetito, y por ello puede definirse así: el deseo es el apetito acompañado de la conciencia del mismo” (III, prop. IX). Incluso el conatus –la voluntad— del cuerpo y el alma para persistir en la vinculación con el Ser y alcanzar la felicidad. “El deseo, en efecto, de vivir y obrar, etc., es la esencia misma del hombre, es decir, el esfuerzo que cada uno realiza por conservar su ser” (IV, prop. XXI).
En consecuencia se separa el deseo humano del deseo animal, ya que éste apetece cosas de la naturaleza, por instinto, para comer. Afirma Hegel que el hombre ambiciona el anhelo del otro, para que lo reconozca como superior y se le someta. Es evidente que el hombre no ansía elementos naturales y lo adelanta al escribir que: “La primera autoconciencia no tiene ante sí el objeto tal y como este objeto sólo es al principio para la apetencia, sino que tiene ante sí un objeto independiente y que es para sí y sobre el cual la autoconciencia, por tanto, nada puede para sí, si el objeto no hace en sí mismo lo que ella hace en él”. En efecto, el movimiento consiste en la reproducción de la actividad de las dos autoconciencias que se observan realizando lo mismo. “El hacer unilateral sería ocioso, ya que lo que ha de suceder sólo puede lograrse por la acción de ambas”.
Hegel advierte que la conciencia desea, así él se aparta de lo permanente del pensamiento en el idealismo subjetivo, mientras gravita en la subjetividad. Entonces ocurre que: “Se reconocen como reconociéndose mutuamente. Hay que considerar ahora este puro concepto del reconocimiento, de la duplicación de la autoconciencia en su unidad, tal como su proceso aparece para la autoconciencia. Este proceso representará primeramente el lado de la desigualdad de ambas o el desplazamiento del término medio a los extremos, que como extremos se contraponen siendo el uno sólo lo reconocido y el otro solamente lo que reconoce”. Al mismo tiempo los dos hombres, las dos conciencias que tienen aspiraciones, saben que se instalan en una lucha a muerte de alguno de los dos; por la subordinación, la verdad y el dar la razón al otro.
Al momento el riesgo implica dilapidar o adquirir la independencia para conservarla como factor legítimo de la autoconciencia y en seguida tomar posesión como persona a plenitud de “ser para sí” y no como una simple cosa. “Y deben entablar esta lucha, pues deben elevar la certeza de sí misma de ser para sí a la verdad en la otra y en ella misma. Solamente arriesgando la vida se mantiene la libertad, se prueba que la esencia de la autoconciencia no es el ser, no es el modo inmediato como la conciencia de sí surge, ni es su hundirse en la expansión de la vida, sino que en ella no se da nada que no sea para ella un momento que tiende a desaparecer, que la autoconciencia sólo es puro ser para sí. El individuo que no ha arriesgado la vida puede sin duda ser reconocido como persona, pero no ha alcanzado la verdad de este reconocimiento como autoconciencia independiente (...) y tiene que intuir su ser otro como puro ser para sí o como negación absoluta”.
El desafío se solventa ya que uno de ellos siente temor a morir y sustituye su deseo de ser reconocido por el otro, cuando se encuentra de frente con el miedo a la muerte. A la vez en el otro su aspiración es más fuerte que la angustia de morir y reduce al adversario en la agonía (de ἀγωνία, agonía y ἀγών, agón: contienda, lucha y peligro). En la confrontación el que pierde dobla la rodilla, inclina la cabeza, se da por vencido y se entrega frente a la intimidación; humillado se transforma en “cosa”, un objeto, a los ojos del amo. Llegando a esa condición, en la que uno esclaviza al otro. ¿En qué se convierten ambos? ¿Y qué articulaciones sobrevendrán? “En esta experiencia resulta para la autoconciencia que la vida es para ella algo tan esencial como la pura autoconciencia (...) La disolución de aquella unidad simple es el resultado de la primera experiencia; mediante ella, se ponen una autoconciencia pura y una conciencia, que no es puramente para sí sino para otra, es decir, como conciencia que es o conciencia en la figura de la coseidad. Ambos momentos son esenciales; pero, como son, al comienzo, desiguales y opuestos y su reflexión en la unidad no se ha logrado aún, tenemos que estos dos momentos son como dos figuras contrapuestas de la conciencia: una es la conciencia independiente que tiene por esencia el ser para sí, otra la conciencia dependiente, cuya esencia es la vida o el ser para otro; la primera es el señor, la segunda el siervo”.
Historia: reconocimiento, libertad y cultura.
En el amo se formaliza la representación del vencedor, la alegoría del que domina, su codicia de ser distinguido es más fuerte. El otro, el esclavo, establece el emblema del que teme a la muerte y deja a un lado su esperanza de ser reconocido, ya no le importa y entra por el aro al tornarse en un cautivo al ser sometido por el amo. Entonces se crea los arquetipos del amo y el esclavo, en ellos Hegel localiza la causa de la historia de la humanidad. De improviso el señor siente la contrariedad porque el siervo que lo reconoce deja de ser un sujeto autónomo, puesto que es un esclavo de su propiedad quien lo acepta, un sujeto subordinado y no alguien igual a él, ante ello se hunde en la incertidumbre. ¿Ahora qué clase de correspondencia es esa? ¿Qué es necesario hacer? “Para el reconocimiento en sentido estricto falta otro momento: el de que lo que el señor hace contra el otro lo haga también contra sí mismo y lo que el siervo hace contra sí lo haga también contra el otro. Se ha producido solamente, por tanto, un reconocimiento unilateral y desigual. Para el señor, la conciencia no esencial es aquí el objeto, que constituye la verdad de la certeza de sí mismo. Pero, claramente se ve que este objeto no corresponde a su concepto, sino que en aquello en que el señor se ha realizado plenamente deviene para él algo totalmente otro que una conciencia independiente. No es para él una conciencia tal, sino, por el contrario, una conciencia dependiente; el señor no tiene, pues, la certeza del ser para sí como de la verdad, sino que su verdad es, por el contrario, la conciencia no esencial y la acción no esencial de ella”.
De allí el amo deduce: soy reconocido por alguien que tuvo miedo a la muerte, que no luchó hasta el final y optó por renunciar a su anhelo; aquello que lo convertía en humano lo cambió por el temor a perder la vida. En consecuencia no me da la razón un ser humano sino un esclavo, un individuo inferior, sin duda, no tengo reconocimiento alguno; esa lucha me llevó a no ser aprobado, ya que sólo es un esclavo desautorizado. Entonces el señor termina inmovilizado por lo que considera una derrota y de esta suerte dispone que el siervo trabaje, que lleve la carga como un explotado y sude la gota gorda.
Ante tal situación se hace pertinente distinguir el proceso dialéctico: el esclavo produce para el amo que permanece limitado al ocio, al goce, a la pasividad como un parásito o una planta y recibe lo que el sometido vasallo le ofrece. Sin embargo ocurre algo culminante cuando el siervo trabaja la materia para el patrón, comienza a crear la cultura. La actividad que el hombre ejerce sobre la naturaleza conduce a la cultura y a su autonomía sobre la realidad, puesto que transforma la materia y sobresale su perfil entre las culturas históricas. Así vislumbra la liberación a través de su labor; por medio de ésta obtiene conciencia y conocimiento: “el miedo al señor es el comienzo de la sabiduría, la conciencia es en esto para ella misma y no el ser para sí. Pero a través del trabajo llega a sí misma. En el momento que corresponde a la apetencia en la conciencia del señor, parecía tocar a la conciencia servidora el lado de la relación no esencial con la cosa, mientras que ésta mantiene su independencia (...) El trabajo, por el contrario, es apetencia reprimida, desaparición contenida, el trabajo formativo. La relación negativa con el objeto se convierte en forma de éste y en algo permanente, precisamente porque ante el trabajador el objeto tiene independencia. Este término medio negativo o la acción formativa es, al mismo tiempo, la singularidad o el puro ser para sí de la conciencia, que ahora se manifiesta en el trabajo fuera de sí y pasa al elemento de la permanencia; la conciencia que trabaja llega, pues, de este modo a la intuición del ser independiente como de sí misma”.
Cuando en el esclavo la historia se vuelve conciencia, descubre que su faena para el amo tiene articulación creativa con la materia. En tal sentido David de los Reyes López, en Observaciones a Hegel, indica: “La historia es dialéctica en Hegel, no puede acontecer sólo en el ámbito del esclavo. En su reflexión deja entrever que el amo es requerido pues es el que le proporciona la cultura, por ende, su formación mediante la negación de sí y el convertirse, por un tiempo, en un ser-para-otro (...) esta sería una visión un tanto marxista ortodoxa de la historia. La relación es importante pues sólo en ese sometimiento ‘formativo’ el hombre sale de su ser ‘natural’ y se convierte en un ser ‘cultural’, espiritual”.
Creatividad –producción— que le suministra la cualidad de la autoconciencia al siervo y la sensación de considerarse más humano que el amo. De tal manera encuentra su libertad el esclavo hegeliano, ya que modifica la naturaleza y origina la cultura mediante el trabajo formativo; a lo cual Hegel denomina bildung (cultura), un proceso de aprendizaje y de autorrealización educativa. Por ello la Fenomenología del espíritu ha sido caracterizada como un Bildungsroman –o una novela de formación—, en efecto, traduce forma, figura, imagen; y en simultáneo implica un desarrollo en construcción dialéctica. Además Bildung supone en la Fenomenología un caso de extrañamiento respecto a la naturaleza. Asimismo se describe a modo de conformación y cultura, o un compuesto de ambos. Luego la cultura resume el progreso del esclavo trabajador y hay cultura porque él siervo la crea con su actividad. Mientras el señor permanece pasivo y subsiste siendo cosa, materialidad, naturaleza como un animal que sólo depende de lo que come; entretanto el esclavo termina siendo pura humanidad.
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