La intermediación de la Malinche fue clave para el triunfo de Hernán Cortés. Quizás enamorada, y en el amor y en la guerra... Quizás se vengaba de su propio pueblo por cómo la trataron. Quizás estaba harta del dominio de los aztecas. Poco después, el mismo Cortés la desechó regalándosela a un soldado, y todos, incluyendo los muchísimos mexicas que apoyaron a los invasores españoles, quedaron esclavizados definitivamente. Tenochtitlán destruida, sus dioses muertos, muchos de sus hombres muertos y sus mujeres, más que muertas, violadas en pos de un mestizaje que incorporaba al violador como condena. La civilización entró con el látigo del encomendero, un descreído en funciones evangelizadoras. Porqueros iletrados se convirtieron en aristócratas, y pequeños hidalgos arruinados en España, en poderosos nuevos ricos indianos, antecesores de los nuestros. Ya no se sacrificaba a jóvenes en los altares, sino que se mataba indiscriminadamente en cualquier parte. Se practicaron todas las formas posibles de la crueldad. Creámosle una décima parte al Padre de Las Casas y tendremos un holocausto que prefigura a Stalin, Hitler o Netanyahu.
Escupir contra el viento es el deporte preferido de los venezolanos. Es cierto que hay muchas razones para irse del país, y que es injusto juzgar. Que todos tenemos un hijo o un hermano fuera. Pero intentamos que piensen distinto, no sea que de tanto abrir la boca para escupir no se atrevan nunca más a regresar. Nadie duda del derecho a una vida mejor, lo inadmisible es el olor a malinche de cuña del mismo palo. Esos que extraviaron sus destinos y que preguntan si todavía estamos aquí, si se puede salir a las calles, si no nos matamos por comida, o si hay jabón o pasta de dientes como durante la crisis de 2016 a 2019. Se sorprenden de que no estemos aterrados con los poderosos buques de guerra, que bombardean lanchas sin averiguar quiénes van en ellas. Que no presionemos al gobierno a que acepte una rendición incondicional de todos. Y somos traidores porque no gritamos de alegría por el premio a MCM, por las medidas internacionales, por el acoso bélico acercándose a nuestras playas. Tendríamos que aceptar la invasión como inevitable escarmiento, la guerra como solución, el genocidio en tierras del mantuano Bolívar, quien al fin y al cabo también fue traicionado. Todo es mejor que Maduro y su gente, incluso la muerte, claro, la de quienes estamos aquí. Ellos ya tienen bastante intentando evadir la violencia racista de la policía, el frío inmisericorde de la ICE, las armas democráticas de la matanza en colegios o centros comerciales.
Que MCM haya o no merecido el premio no se discute, pues el Nobel hace con su dinero lo que le dé la gana, y en fin es sólo dinero. Que sea o no coherente con lo que dice ser es otra cosa. Pero que ya recibido se lo dedique a Trump es una vileza y un insulto a todos los venezolanos de dentro y de fuera. En particular a quienes la han seguido en su rabia y su impotencia. Son ellos quienes ahora tienen que definirse ante el ataque norteamericano. Como cada judío ante el genocidio que hace Israel, si no quieren provocar un nuevo antisemitismo. Como cada norteamericano ante el despotismo creciente de su gobierno, la violación de los derechos humanos, y la embestida contra el mundo, si no quieren acentuar el antinorteamericanismo.
Dedicarle el premio a Trump parece una broma cruel, pero es un acto servil de Malinche, que trae a los mismos que nos agreden en su tierra, a que nos agredan en la nuestra. No es solo escupir contra nuestro futuro, es escupir desde ya sobre las tumbas de una acción norteamericana: ¿Libia, Irak, Afganistán, Gaza? Modelos hay para escoger. Qué fácil prometer en nuestro nombre la privatización de la industria petrolera, tan corrompida, es cierto, pero que sigue siendo nuestra. En vez de adecentarla bajo el control de todos, regalársela a Trump. Un rescate por traer tropas a nuestras playas, igual que se le exige a Ucrania el pago de su confabulación contra Rusia; igual que se revertirá el costo de asesinar palestinos con campos de golf y resorts en Gaza.
Dedicarle el premio a Trump es un acto inaudito de prepotencia. Es ensuciarse en la careta democrática que decía tener, aprovechándose de un justo desasosiego. Y ratifica su admiración por Milei, Bolsonaro, Bukele, Duque o Netanyahu, de quienes hablan sus propios hechos. Descifra su propuesta para Venezuela, su proyecto moral. La Malinche montada en un caballo de guerra con armas atómicas, reverencia al amo, que le promete destrucción y castigo. La crítica imprescindible, la oposición pacífica, el desmontaje ideológico, intelectual y político de la situación venezolana tendrá que redefinirse y reconstituirse. Habrá que lidiar ahora con esto que reforzará el autoritarismo del gobierno. Pero se hace impostergable la denuncia a la agresión y la autodefinición ante ella. Ya será momento de reflexión profunda sobre quiénes somos o en qué nos hemos convertido. Cómo llegamos a esto. Cómo evitamos que cualquier solución se torne abismo y humillación. Pero nos lo jugaremos aquí y entre nosotros mismos.
Malinche: Go Home!