La llanura costera de Gaza, un estrecho enclave de 365 kilómetros cuadrados, se ha convertido en el epicentro de un experimento macabro de la modernidad. Lejos de ser un mero episodio de violencia desbordada o un "conflicto" entre pares, la realidad de Gaza representa la culminación de un proyecto político-ideológico: el Sionismo, en su expresión más expansionista y ethonacionalista, ejecutando una limpieza étnica de manual bajo la égida de un poder militar y cognitivo sin precedentes.
Este proceso no es espontáneo; es la materialización de una lógica que combina la brutalidad física de la maquinaria de guerra israelí —sustentada incondicionalmente por los Estados Unidos —con una sofisticada Guerra Cognitiva destinada a enmarcar, justificar y perpetuar el genocidio y la desaparición final del Estado palestino. La narrativa dominante, fabricada en los laboratorios de think tanks y reproducida acríticamente por grandes medios de comunicación, no es un error de interpretación, sino un arma de destrucción masiva conceptual. Su objetivo no es solo ganar una guerra en el campo de batalla, sino aniquilar la posibilidad misma que Palestina exista como entidad política, histórica y humana en el imaginario global.
El sionismo político, desde sus orígenes en el siglo XIX, se estructuró en torno a la premisa de establecer un "hogar nacional para el pueblo judío" en Palestina, una tierra ya habitada por una mayoría árabe palestina. La realización de este proyecto requirió, desde el principio, la creación de un marco conceptual que justificara la colonización. La narrativa sionista clásica de "una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra" constituyó el primer y más fundamental acto de Guerra Cognitiva: la negación de la existencia del pueblo palestino. Esta negación no era un simple descuido; era una condición necesaria para deshumanizar a la población nativa y presentar su desplazamiento como un acto de progreso y redención nacional.
La Nakba de 1948 —la catástrofe palestina que supuso la expulsión de más de 700,000 palestinos de sus hogares— fue, por tanto, tanto un acto militar como un acto de borrado cognitivo. Los palestinos que fueron masacrados en Deir Yassin y otras aldeas, o los que huyeron aterrorizados, fueron transformados en una abstracción, en "árabes" sin historia ni derechos, que simplemente "abandonaron" sus tierras. Este marco conceptual ha sido refinado durante décadas. Hoy, el lenguaje utilizado por los portavoces israelíes —referirse a Gaza como un "nido de terroristas", describir a todos sus habitantes como "colaboradores" de Hamas, o calificar cualquier acto de resistencia como "terrorismo"— no es retórica inflamatoria "casual".
Es el vocabulario cuidadosamente diseñado de la deshumanización, un requisito previo para la perpetración de un genocidio, tal como lo definió el académico y sobreviviente del Holocausto Raphael Lemkin y como fue codificado en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio de 1948. La Convención define el genocidio no solo como el asesinato masivo, sino también como la "infligir deliberadamente condiciones de vida calculadas para provocar la destrucción física del grupo" y la "adopción de medidas destinadas a impedir los nacimientos en el grupo".
El bloqueo de Gaza, impuesto por Israel desde 2007, es un claro ejemplo de "infligir deliberadamente". Es un acto de violencia lenta que precede a los estallidos de violencia rápida, diseñado para debilitar a la población, hundirla en la miseria y controlar hasta el último gramo de alimento y medicamento que entra. Cuando un alto funcionario israelí se refiere a los palestinos como "animales humanos" o cuando un ministro habla de lanzar una "bomba atómica" sobre Gaza, no estamos ante simples declaraciones extremistas. Son la verbalización de una ideología que ha despojado a los palestinos de su humanidad, allanando el camino para su exterminio físico. La retórica es el andamiaje conceptual sobre el que se construye la matanza.
El brazo ejecutor de esta ideología es el Estado de Israel, pero su columna vertebral es, indiscutiblemente, el poderío militar y diplomático de los Estados Unidos. La relación no es de una alianza entre iguales, sino de una siniestra simbiosis donde Israel actúa como el laboratorio de campo para el complejo militar-industrial estadounidense y como el gendarme de los intereses geopolíticos de Washington en una región estratégica. La ayuda militar anual de Estados Unidos a Israel, que asciende a más de 3,800 millones de dólares, es solo la punta del iceberg. Es el veto sistemático en el Consejo de Seguridad de la ONU el que proporciona a Israel la impunidad absoluta.
Cada resolución que exige un alto al fuego, que condena la construcción de asentamientos ilegales o que pide la rendición de cuentas por crímenes de guerra es bloqueada o diluida por la diplomacia estadounidense. Este respaldo incondicional transmite un mensaje claro: Israel puede actuar con total libertad, sin temor a consecuencias internacionales serias. En cada bombardeo sobre Gaza, es tecnología estadounidense la que cae sobre edificios residenciales, escuelas de la ONU y hospitales. Las bombas de 2,000 libras, que pueden arrasar manzanas enteras, son suministradas por Washington. Los aviones F-35 que las lanzan son tecnología estadounidense.
Esta complicidad no es pasiva; es activa y determinante. Estados Unidos no es un mero espectador que "apoya" a Israel; es un coautor del genocidio. Su papel garantiza que la asimetría de poder sea tan abrumadora que la noción de "conflicto" resulte obscena. Es una ocupación, una colonización y un asedio de un poder nuclear contra una población civil sitiada y desarmada. La dependencia israelí de este respaldo ha moldeado su cálculo estratégico, permitiéndole llevar a cabo operaciones que, de otro modo, enfrentarían sanciones devastadoras. La masacre en Gaza es, por lo tanto, un producto "Made in the USA", tanto en sus componentes materiales como en su licencia política.
Es en este punto donde la Guerra Cognitiva despliega su potencia más letal. El término, popularizado en los círculos militares y de inteligencia, se refiere a las acciones destinadas a debilitar, influir y dominar la percepción, el razonamiento y la voluntad del adversario. En el contexto palestino, no se dirige solo a los palestinos, sino, crucialmente, a la audiencia global. Su objetivo es ganar la batalla de la narrativa, reescribir la realidad para que el genocidio sea visto como una legítima defensa y la víctima sea presentada como victimario.
Esta guerra se libra en múltiples frentes:
El primero Frente el del Lenguaje. Términos como "daños colaterales" se utilizan para describir la muerte de familias enteras. "Llamada de teléfono" o "aviso con golpe en el techo" se presentan como gestos de humanidad, enmascarando el hecho de que no hay un lugar seguro al que escapar en la cárcel al aire libre que es Gaza. La ecuación moral se invierte sistemáticamente: la resistencia palestina armada es siempre "terrorismo", mientras que la violencia estatal israelí es "derecho a defenderse". Cuando Israel bombardea un hospital, la maquinaria de Guerra Cognitiva se activa inmediatamente para sembrar dudas, culpar al "bando equivocado" o minimizar las cifras de víctimas, un proceso que el intelectual palestino Edward Said habría calificado de "intelecto de la ocupación".
El segundo frente el Lawfare, o la guerra jurídica. Israel y sus aliados invierten enormes recursos en utilizar un lenguaje seudolegal para justificar lo injustificable. Afirmar que se actúa de acuerdo con el "derecho internacional humanitario" mientras se bombardean sistemáticamente infraestructuras civiles es un acto de Guerra Cognitiva. Buscan vaciar de contenido las normas legales, transformándolas en un escudo retórico en lugar de un marco de rendición de cuentas.
El tercer frente Medios de Comunicación y "Redes Sociales". A través de un sofisticado aparato de relaciones públicas y una intensa presión sobre las redacciones, se logra que la cobertura periodística se enmarque casi exclusivamente desde la perspectiva israelí. La historia comienza el 7 de octubre, borrando 75 años de ocupación, colonización y limpieza étnica. La desproporción de la violencia —decenas de miles de palestinos muertos, en su mayoría mujeres y niños, frente a las bajas israelíes— se presenta como un detalle técnico, no como la esencia del crimen. Esta Guerra Cognitiva tiene un efecto anestésico en la conciencia global.
La repetición constante de eufemismos y medias verdades cansa, confunde y, en última instancia, paraliza la capacidad de juicio moral. El horror, cuando se presenta de forma fragmentada y descontextualizada, se normaliza.
La intención última de este proyecto combinado de violencia física y conceptual no es simplemente castigar o debilitar, sino hacer desaparecer al Estado Palestino como una posibilidad política tangible. La solución de dos Estados ha sido sistemáticamente saboteada por la expansión continua de asentamientos israelíes en Cisjordania y Jerusalén Este, que han creado un archipiélago de bantustanes desconectados e inviables.
En Gaza, la estrategia es más directa: hacer la vida literalmente insostenible. La destrucción metódica de viviendas, universidades, archivos históricos, sistemas de agua y saneamiento, y tierras agrícolas no es un daño colateral de la guerra.
Es una campaña de destrucción nacional. Al arrasar la infraestructura física y social, se busca borrar cualquier vestigio de soberanía, identidad colectiva y futuro. Es un intento de resolver la "cuestión palestina" no mediante la creación de dos estados, sino mediante la erradicación de uno de ellos. Los discursos de políticos israelíes que abogan abiertamente por la "reubicación voluntaria" de los palestinos fuera de Gaza, o que se refieren a la Franja como un territorio que debe ser anexionado y "limpiado", son la prueba fehaciente de esta intención. No se trata de gestionar un conflicto, sino de terminarlo mediante la eliminación de una de las partes.
El concepto de "Genocidio" aquí alcanza su dimensión más completa. No es solo la matanza en masa, sino la destrucción de las condiciones que permiten la reproducción de la vida social y cultural de un grupo. Cuando se bombardean todas las universidades, se asesinan a artistas, poetas y académicos, y se destruyen bibliotecas y museos, se está atacando el alma de una nación. Se está intentando cortar el hilo que conecta el pasado palestino con su futuro, condenando a los supervivientes a un presente perpetuo de desposesión y trauma. El sionismo, en su lógica final, no puede tolerar la existencia de un "otro" nacional con derechos soberanos sobre la tierra que reclama exclusivamente para sí.
La desaparición de Palestina es, por lo tanto, el horizonte ideológico inevitable de este proyecto, y Gaza es su campo de pruebas más avanzado y cruel.
En definitiva, lo que ocurre en Gaza es la manifestación de una lógica totalizadora. El sionismo, como ideología colonial de asentamiento, encuentra en el poder militar estadounidense su garrote material y en la Guerra Cognitiva su escudo y su justificación. Juntos, forman una tríada mortífera que está llevando a cabo, a cámara lenta pero acelerada, un genocidio contra el pueblo palestino. La aniquilación no es solo física, mediante bombas y bloqueos; es también espiritual e histórica, mediante un asalto a la verdad y a la memoria. La deshumanización conceptual allana el camino para la destrucción física, y esta, a su vez, busca hacer irreversible el borrado cognitivo.
Frente a esta fábrica de la anulación y del olvido, la resistencia palestina no es solo militar; es, sobre todo, una resistencia de la memoria, de la existencia testaruda, de la capacidad de seguir narrando su propia historia. La tarea de la comunidad internacional consciente es romper el cerco cognitivo, señalar el Genocidio por su nombre, denunciar la complicidad estadounidense y exigir no solo un alto al fuego, sino la desmantelación del sistema de opresión que hace posible esta catástrofe.
"El Futuro de Palestina, y de la conciencia humana, depende que logremos ver a través del humo de las bombas y las mentiras, y reconozcamos en los escombros de Gaza no solo una tragedia humanitaria, sino el rostro de un proyecto político cuyo nombre es exterminio y No termina allí".
Partido Comunista de Venezuela de La Dignidad.
Referencias Bibliográficas
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