Permítanme compañeros, colegas escribientes, la poesía no debe ser vista como un mero adorno. No es un lujo del espíritu ni un susurro ornamentado. En momentos de crisis, cuando la historia se enreda en traiciones y luchas, la poesía se transforma en barricada, tambor, arma y memoria. En la contienda, la poesía tiene un papel crucial. Tiene valía porque articula lo que otros callan, porque entona lo que otros temen y porque rememora lo que el poder busca eliminar.
Desde los cantos de quienes fueron esclavizados hasta los grafismos en las calles, la expresión poética ha sido el hilo conductor que confiere unidad a generaciones de rebeldes. No es casualidad que aquellos que luchan canten. No es coincidencia que los mártires de las montañas hayan dejado versos en servilletas, piedras pintadas o muros marcados. La poesía representa la forma más profunda de la insurrección.
En mi poema titulado ¿Por qué no nos dejamos?, la palabra se eleva como un puño, un tambor o un torrente. No es un texto para ser susurrado. Es un llamado a gritar en los rincones, a recitar en asambleas y a grabar en la memoria corporal. Porque la resistencia no se limita a lo militar o político; es también simbólica, estética y espiritual. Allí es donde la poesía encuentra su valor.
La poesía tiene voz cuando el campesino levanta su escardilla y canta. Tiene eco cuando el trabajador clama "¡Basta!" al compás del Himno Nacional. Resuena cuando los cocoteros de La Guaira desafían el estruendo de los cañones. Se manifiesta cuando las mujeres traen al mundo la patria entre gritos de libertad. La poesía no es un mero espectador; es una participante activa.
En esta actualidad, cuando la patria enfrenta nuevas amenazas de opresores, cuando la indiferencia se disfraza de modernidad y la traición se presenta como progreso, la poesía es más necesaria que nunca. No para consolar, sino como arma. No para evadir, sino para afirmar nuestra existencia.
La poesía también es relevante porque nos hace humanos. Nos recuerda que somos más que cifras, más que votos, más que datos estadísticos. Somos cuerpos que sienten, territorios que sueñan, voces que resisten. Cada verso contiene una genealogía de lucha, una herencia de dignidad.
Por esta razón, a través de los senderos de la dramaturgia ritual, desde los homenajes de la comunidad y las canciones elegíacas, afirmo con firmeza: la poesía no se deja vencer. No se rinde. No se somete. La poesía es del pueblo. Y cuando el pueblo canta, no se deja ir.
¿POR QUÉ NO NOS DEJAMOS?
¿Sabes qué gringo? ¡No nos dejamos!
Porque no nos rendimos, ni nos arrodillamos,
porque por nuestra sangre, corren los ríos,
habitan los animales y los arboles más altos de la selva,
y nuestra palabra es como piedra, es honor y lealtad.
Porque nuestro cuerpo es sagrado,
sólo manos amorosas pueden tocarlo,
el aire se desliza como si fuera un templo sagrado,
porque el frio y el calor nos habla,
porque los animales sienten afecto,
y nos reconocen como parte del territorio.
La guerra para nosotros no era guerra,
era honor, respeto y valor,
era danza y canto, magia y mito,
defensa, castigo, irreverencia, cuido,
luchar no es nuestro oficio, sino nuestra obligación.
¿A qué vienes después de tanto tiempo?
¿Acaso no te hemos complacidos más de 200 años?
Te olvidaste de nuestra amistad, cuando nos visitas,
vienes bravo, y alterado, tratas de hacernos creer que eres feliz,
pero tu amargado rostro, te delata.
Soy libre, pero no lo aceptas, crees tener poder sobre mí,
te molesta mi irreverencia, mi creatividad, mi aguante
mi resistencia.
Somos dignidad, hermano, ¿Si te puedo llamar hermano?
Te tengo temor, eres como Abel.
Pero ¿Sabes qué? No soy Caín.
Cuando llegaron los hermanos de otro continente,
se hicieron hermanos nuestros y compartieron nuestros pesares,
nuestro trabajo, nuestros dolores y nuestras torturas.
Ansiaban la libertad al igual que nosotros,
retumbaron los tambores, y su lucha se convirtió
en una fiesta de tambores.
Y cuando el amo, le dio por la libertad,
le dio por emanciparse de otros blancos,
nos vieron sufrir, los vieron sufrir a ellos también,
dijeron ¡Basta, y envainaron sus espadas!
Y gritaron como mujeres y las mujeres gritaron como hombres,
¡Libertad!
¡Y parieron la patria!
Y aunque las sombras acecharon siempre,
nunca oscurecieron los corazones de todos los blancos.
En la memoria persisten episodios de cañones y amenazas,
pero en la memoria está la valentía de un pueblo que no se deja.
Quisieron hollar el pueblo sagrado de la patria,
y tampoco no dejamos.
Hundieron barcos, cañonearon el puerto,
pero hasta los cocoteros de la Guaira resistieron.
¡Había dignidad!
¡Pidieron cacao!
Cuando los cañones se cansaron,
y en papeles acordaron,
no nos rendimos,
ellos cedieron,
a la palabra sagrada.
Los campesinos con escardillas y machetes,
estuvieron esperando,
la palabra habló y volvió la esperanza,
pero no nos dejamos,
la rebeldía cundió la república,
y la llenó de libertad.
Otra vez como en el pasado.
¡No nos dejamos!
La rabia apagada resurgió como lava,
los obreros gritaron ¡Ya basta!
Y empuñaron sus herramientas como única arma,
Al son del Himno Nacional.
Por esos campos y montañas,
Corría la voz de la traición.
¡Otra vez! La historia se repetía,
los nuevos lacayos se ofrecían
para vender la patria mía,
y con pistolas, barbas y cantimploras
subieron a las montañas,
a buscar los campesinos,
la guerrilla se iniciaba.
Y rugieron como animales,
entre triunfos y traiciones,
dejando para el futuro,
historias de vida y lecciones.
Los artistas se abocaron,
a gritar la desesperanza,
la traición que socavaba,
el sacrificio de la montaña.
Pintaron las serranías,
Los ríos y los mares,
y dejaron para siempre aquella frase:
¡Y no nos dejamos!
Ni sumisos ni blandengues,
bailamos salsa, vallenato y merengue,
nos gusta el rock y el panfleto,
el reguetón con residente,
y atrás dejamos el siglo XX.
Somos viajeros y emigrantes,
y aunque la envidia está latente,
sigue aún en la sangre
una historia vigente.
Cruzo fronteras, soy combatiente,
busco mejoras para mi gente,
pero no me dejo, lucho de frente
Yo soy rebelde, soy insistente.
Andamos juntos, por estos mundos,
la diferencia no nos importa
la indiferencia no nos comporta,
somos amigos aquí y siempre,
porque en el mundo somos gente,
pensantes, corrientes, y consecuente.