El maíz, Zea mays L., representa uno de los logros más significativos de la domesticación vegetal y ha sido un pilar fundamental en el desarrollo de civilizaciones a lo largo de la historia. Su transformación de una gramínea silvestre, el teocintle, en el cereal que conocemos hoy; es un testimonio de la interacción co-evolutiva entre la humanidad y la naturaleza. Aquí de manera resumida, exploremos los orígenes geográficos y genéticos de esta planta milenaria, la evidencia arqueológica que data su domesticación, los mecanismos biológicos implicados en este proceso, su asombrosa dispersión global y el profundo impacto sociocultural y económico, que tuvo en las civilizaciones precolombinas, así como su relevancia actual, como alimento a nivel mundial.
El consenso científico actual, apoyado por la biología evolutiva, la genética y la arqueología, sitúa el centro de origen del maíz en Mesoamérica. El ancestro silvestre más cercano del maíz moderno, es el teocintle, una planta silvestre de la que se conoce como la "madre del maíz". Las investigaciones genéticas han confirmado el origen americano del maíz, y han revelado que los antiguos cazadores-recolectores, se sintieron atraídos por el teocintle, debido a la abundancia y facilidad de extracción de sus semillas.
Cuentan los historiadores investigadores, que hace aproximadamente 10.000 a 9.000 años, en una zona montañosa, la Cuenca del Rio Balza, entre Guerrero y Michoacan, los pueblos originarios protagonizaron uno de los logros científicos más asombrosos de la historia humana: la creación del maíz a partir del teocincle, una hierba silvestre de pequeño tamaño. Los ancestros iniciaron un proceso de domesticación genética, sin herramientas modernas, sin laboratorios; su única tecnología era la observación paciente y la transmisión oral de conocimientos natos, inspirados por la sobrevivencia.
Sorprendentemente este proceso implicaba modificar rutas biológicas complejas, como tb1, gen regulador de plantas y demás genes generadores, asociados a la arquitectura de la planta, la estructura de la espiga; de allí el comportamiento reproductivo, lo que significa que el maíz no fue simplemente seleccionado, fue reconfigurado desde su cimiente genético, hasta volverse incapaz de sobrevivir sin los seres humanos, en un proceso que involucró selección humana gradual y continuó por milenios; por lo tanto es una creación humana, siendo un pilar fundamental de las civilizaciones mesoamericanas y extendiéndose al resto del mundo, después de la llegada de los españoles; un proceso que marca milenios de historia agrícola y cultural. Hace algunos 6.300 años, en la Cueva de Guilá Naquitz Oaxaca, fueron encontrados fósiles de las primeras mazorcas, completamente transformadas. Para entonces el maíz no sólo era alimento, sino cultura, calendario y ceremonia, es una de las creaciones científica, más perfecta realizada por el ingenio humano. Hoy es el alimento que más se cultiva y se consume en el mundo.
Aunque en algún momento se debatió la relación entre el maíz y el teocintle, el hallazgo de cinco genes mutantes, que distinguen el maíz del teocintle, realizado por Doebley, un genetista que ha sido pionero en la investigación de la domesticación del maíz (Zea mays), identificando genes como tb1, que explican los cambios drásticos de su ancestro silvestre (teosintle) a la planta moderna, mediante análisis genéticos, mostrando que el teosinte, es su pariente más cercano. Este genetista en 1990, refutó las dudas, consolidando la conexión evolutiva directa. Los estudios genéticos, sugieren que el teocintle ha sido una fuente continua de alelos beneficiosos para el maíz, o sea, versiones alternativas de un mismo gen, que se encuentran en la misma posición: lugar o ubicación, en cromosomas homólogos, incluso después de su domesticación, lo que destaca la compleja relación genética, y evolutiva entre ambas especies.
La evidencia arqueológica es crucial, para datar y comprender el inicio de la domesticación del maíz. A través del análisis de restos arqueobotánicos, los investigadores han podido trazar una línea de tiempo clara de este proceso. Los sitios arqueológicos en el centro de México han revelado las primeras evidencias de teocintle y de formas tempranas de maíz. La presencia de mazorcas pequeñas, con granos protegidos y una raquis, eje central de estructuras compuestas como las espigas de cereales, el tallo donde se insertan los granos, parte frágil en el teocintle, contrasta con las mazorcas más grandes, con granos expuestos y una raquis o columna resistente del maíz domesticado. Estos cambios morfológicos graduales se observan en el registro arqueológico, documentando la intervención humana en la selección y cultivo de las plantas.
La transformación del teocintle en maíz moderno, implicó cambios genéticos y fenotípicos significativos, orquestados por los antiguos agricultores mesoamericanos. Los rasgos que se seleccionaron incluyen un aumento en el tamaño de la mazorca, la exposición de los granos (al pasar de estar encerrados en una cáscara dura a estar al descubierto), la pérdida de la dormancia: estado de reposo temporal en el ciclo vital de las semillas, lo que facilita una germinación más rápida y uniforme, y una raquis o columna más resistente, que evita la dispersión natural de los granos, permitiendo su recolección más eficiente.
Un modelo matemático y los datos recolectados, han indicado que solo cuatro o cinco genes, son responsables de las diferencias más importantes entre el teocintle y el maíz. Investigadores han logrado identificar lugares de rasgos cuantitativos (QTL), Quantitative Trait Locus, (en español: Lugar de Rasgo Cuantitativo), que son regiones cromosómicas específicas asociadas con estos rasgos genéticos, mediante el cruce de teocintle con maíz y el análisis de la progenie. Estos cambios no solo fueron el resultado de una selección artificial consciente, sino también de una co-dependencia compleja entre humanos y plantas, un proceso evolutivo que permitió el desarrollo de la civilización misma.
La expansión del maíz desde su centro de origen en México, fue un fenómeno notable y relativamente rápido, convirtiéndose en un "viajero sin equipaje", como lo describió el antropólogo mexicano Dr. Luis Alberto Vargas Guadarrama, destacando la increíble capacidad del maíz, para difundirse globalmente y adaptarse a diversas culturas y usos alimentarios, un fenómeno que estudió a fondo en su obra sobre este cultivo fundamental.
El maíz se dispersó por América, acompañando a los grupos humanos en su trayectoria, desde Centroamérica hacia el sur, hasta Sudamérica. Los estudios genéticos han revelado la diferenciación genética del maíz, a medida que se expandió globalmente. La difusión del maíz por el continente americano, se produjo desde hace aproximadamente 1.650 años, llegando incluso al suroeste de Estados Unidos. Posteriormente, con la llegada de los europeos a América, el maíz fue introducido en otros continentes, marcando el inicio de su difusión mundial. Su capacidad de adaptación a diversas condiciones climáticas y geográficas contribuyó a su éxito mundial, convirtiéndose en uno de los principales productos agrícolas a nivel del Planeta, junto con el trigo y el arroz.
Aunque se cultivó en casi todo el continente americano, fueron las culturas mesoamericanas, las que lo adoptaron como su alimento principal. El maíz no fue simplemente un alimento para las civilizaciones ancestrales; fue el fundamento de su subsistencia, su economía y su cosmovisión. En sociedades como la de México, antes de la llegada de los invasores europeos, el maíz fue la piedra angular de la alimentación. Civilizaciones como los Olmecas, Mayas, Aztecas e Incas demostraron un dominio avanzado de la agricultura centrado en el maíz, que era crucial para su desarrollo y sustento. Era más que un grano; era un alimento ceremonial y un pilar cultural. Se consumía fresco, hervido o asado, y también se secaba y molía para preparar alimentos básicos como tortillas y tamales. El maíz estaba presente en mitos y tradiciones, y su culto estaba asociado a deidades en las sociedades nativas, como se ilustró en exposiciones virtuales sobre su origen y domesticación.
La historia del maíz es un relato fascinante de co-evolución, entre la naturaleza y la cultura humana. Desde su origen como teocintle en Mesoamérica, el maíz fue transformado a través de una selección genética y fenotípica intensiva, por los antiguos agricultores originarios. Esta domesticación, evidenciada, por hallazgos arqueológicos y análisis genéticos, implicó cambios cruciales, como el aumento del tamaño de la mazorca y la exposición de los granos. La dispersión del maíz por América y, posteriormente, por el mundo, ilustra su adaptabilidad y su valor nutricional.
Más allá de su importancia alimenticia, el maíz fue un elemento central en la religión, la economía y la identidad cultural de civilizaciones ancestrales originarias del hoy continente americano, moldeando su desarrollo y cosmovisión. La comprensión de este proceso no solo enriquece nuestro conocimiento histórico y antropológico, sino que también ofrece valiosas perspectivas, para la mejora genética de cultivos en la agricultura moderna, al identificar y utilizar rasgos deseables de sus ancestros silvestres. La historia del maíz es un recordatorio de la profunda y duradera conexión entre la humanidad y las plantas que nos alimentan.