El Cálculo del Riesgo:

Guyana y el Casus Belli de Reserva

Martes, 09/12/2025 09:06 AM

Cuando un imperio agota sus mentiras, recurre a sus mapas viejos. El Esequibo no es una disputa, es un botón de pánico histórico.

Si la arquitectura de tres ejes explica la fortaleza de Venezuela (como analizamos ayer), existe, sin embargo, un cálculo más oscuro y peligroso en el manual de la desesperación imperial. Cuando la narrativa del "espectáculo" caribeño se desgasta y la arquitectura tripartita de Venezuela resiste, Washington tiene preparado un guion de reserva, escrito hace más de un siglo en las cancillerías de Londres y ahora repintado con los colores de ExxonMobil: la fabricación de un casus belli en el Esequibo. Este no es un conflicto fronterizo; es la válvula de escape planificada para una presión que no logra reventar su objetivo, y su activación representaría un fracaso calculado que arrastraría a la región—y al orden mundial—al borde del abismo.

El Guion Preescrito: Diplomacia, Petróleo e "Incidentes" Oportunos

La historia de este guion es una crónica de despojo. Nace con el Laudo Arbitral de París de 1899, un fraude diplomático urdido por un tribunal dominado por potencias coloniales que amputó 159,500 km² del territorio venezolano. Durante el siglo XX, fue un expediente archivado, una herida abierta pero gestionada. El descubrimiento de masivas reservas de crudo en aguas del Esequibo, sin embargo, convirtió la herida en una mina de oro geopolítica. La narrativa cambió: de una reclamación histórica pendiente, pasó a ser presentada por Washington y Londres como una "amenaza venezolana" a un "pequeño aliado democrático".

El libreto actual sigue un cálculo cínico y repetido. Primero, la militarización del lenguaje: la embajadora Nicole Theriot declara un "compromiso inquebrantable" con Guyana, un eufemismo para la garantía de protección a la extracción de ExxonMobil en la zona en reclamación. Luego, la amenaza explícita y personalizada: el senador Marco Rubio advierte de un "día muy malo" para Venezuela si toca "a Guyana o a ExxonMobil", delineando de antemano el pretexto para una represalia. Finalmente, la orquestación de "incidentes": las denuncias de la Fuerza de Defensa de Guyana (GDF) sobre supuestas "incursiones" venezolanas en marzo y septiembre —carentes de evidencia y curiosamente sincronizadas con ciclos electorales en Caracas y Georgetown— cumplen la función de normalizar una tensión artificial y preparar la opinión pública para el "desafortunado incidente" que Theriot ya mencionó. Es un guion previsible: crear la víctima (Guyana), identificar al agresor (Venezuela) y posicionarse como el sheriff indispensable (Estados Unidos).

El Error del Cálculo: Subestimar la Memoria Histórica y la Ley

Este "Plan B" es, sin embargo, un cálculo profundamente errado. Y su error radica en una triple subestimación.

Subestima, en primer lugar, la solidez jurídico-histórica de la causa venezolana. La reclamación no es un capricho expansionista; se sustenta en el Acuerdo de Ginebra de 1966, un tratado internacional vigente que anuló el Laudo fraudulento y estableció una solución negociada como único camino. Cualquier acción militar estadounidense en defensa de pretensiones unilaterales de Guyana violaría este acuerdo y el principio fundamental de la prohibición de la amenaza o el uso de la fuerza (Art. 2.4 de la Carta de la ONU).

Subestima, en segundo lugar, la conciencia histórica latinoamericana. La región no olvida que el Esequibo es un territorio robado por el imperio británico. Ver a su heredero geopolítico, Estados Unidos, amenazar con guerra para defender ese botín colonial reactiva la memoria colectiva del despojo, de la Doctrina Monroe aplicada con cañones. Lejos de aislar a Venezuela, este guion empujaría a las capitales del Sur a cerrar filas, no por ideología, sino por el instinto de evitar que se siente el precedente de que las fronteras se redibujan por corporaciones petroleras y marines.

Subestima, por último, la inteligencia del mundo. El patrón es demasiado obvio: Iraq tuvo sus "armas de destrucción masiva", Siria su "ataque químico", y ahora Venezuela tendría su "incidente en el Esequibo". La comunidad global, hastiada de pretextos belicistas, reconocería este casus belli por lo que es: un remedo cansado de un juego sucio que ya nadie cree.

Sin embargo, la verdadera amenaza de este guion fallido no es su probable fracaso, sino el catastrófico precio que el mundo pagaría si, en su desesperación, el imperio decidiera activarlo de todos modos. Esa posibilidad —por irracional que parezca— es precisamente la que define el ‘cálculo del atraso’.

El Cálculo del Atraso: La Última Carta y su Precio Civilizatorio

Activar este guion, no obstante, trascendería el mero error táctico. Sería la materialización de un cálculo del atraso, la decisión consciente de un imperio en retirada de incendiar los cimientos del orden que dice defender para obtener una victoria pírrica.

Representaría el suicidio del derecho internacional. Implicaría enterrar la Carta de la ONU y el Derecho del Mar bajo los intereses de una corporación (ExxonMobil), consagrando que la ley es solo la voluntad del más fuerte.

Significaría el retorno al siglo XIX en pleno siglo XXI: la era donde las fronteras se mudaban con flotas y donde la soberanía de un país del Sur era un dato negociable en las bolsas de Londres y Wall Street. Sería la negación absoluta de la descolonización y un mensaje a todo el Sur Global: su independencia es condicional, sujeta al veto de los intereses extractivos.

Encarnaría, en definitiva, la ley de la jungla como principio rector global. Un mundo donde la seguridad no se basa en tratados, sino en alianzas militares con el hegemón; donde los recursos no pertenecen a los pueblos que los habitan, sino a quienes puedan proyectar poder para robarlos. Es el cálculo de una potencia que, al ser incapaz de liderar a través de la innovación, la cooperación o el ejemplo, elige liderar a través del miedo y la destrucción, condenando a todos —incluidos sus propios ciudadanos— a un futuro de perpetua inseguridad y conflicto.

La Línea Roja de la Historia

Frente a este cálculo desesperado del atraso, la arquitectura de resistencia venezolana y la serenidad de su pueblo adquieren una dimensión ética universal. No se defiende solo un territorio, sino el principio de que la historia no puede retroceder a la barbarie del despojo. El casus belli de Guyana es, por tanto, la prueba final: revela que el imperio, acorralado por su propio declive y por la firmeza calculada de sus adversarios, no tiene un plan para el futuro, sino solo guiños para reciclar los peores fantasmas del pasado.

Rechazarlo —con la firmeza del derecho, con la cohesión regional, con la misma calma estratégica que desarma los espectáculos— no es un acto de política local. Es el cálculo indispensable de la especie: la decisión colectiva de que el mañana debe ser algo más que un eco sombrío del ayer, de que el progreso humano no puede ser rehén de la nostalgia imperial por un mundo de amos y siervos. En el silencio tenso del Caribe y en las aguas disputadas del Esequibo, no se juega solo el destino de una nación, sino qué versión de la humanidad prevalecerá: la que construye, o la que, en su agonía, solo sabe destruir.

edgardomivale@gmail.com

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