El surgimiento de la nobleza como poder absolutista es un proceso político que se consolidó en la Edad Moderna, principalmente en Europa Occidental. Este sistema representa la máxima concentración de poder en la figura del monarca, quien generalmente pertenecía a la alta nobleza, y se basó en la centralización estatal, tras el declive del feudalismo. El poder del Estado se concentraba totalmente en un monarca, quien ejercía el poder sin restricciones, creyendo que su autoridad provenía de Dios. Este sistema, predominante en Europa entre los siglos XV y XVIII, implicaba que el rey controlaba los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, y su voluntad era ley, sin rendir cuentas ante el pueblo.
El absolutismo monárquico surgió en Europa Occidental durante los siglos XVI y XVII, siendo Francia bajo la dinastía Borbón (especialmente con Luis XIV, llamado el "Rey Sol"). En Francia se caracterizó por la centralización del poder, el decaimiento de la nobleza, el apoyo de un ejército profesional y la aplicación del mercantilismo, consolidando la autoridad real, por encima de otras instituciones, hasta su fin con la Revolución Francesa.
En España el absolutismo se consolidó en un periodo donde la monarquía buscaba centralizar el poder y unificar los reinos que conformaba España: Castilla, Aragón, Navarra y Portugal, además del reino nazarí de Granada. Estos cinco reinos se repartían la Península Ibérica, con los cuatro primeros como reinos cristianos y Granada, como el último reducto musulmán hasta su conquista en 1492.
La llegada de la Casa de Borbón al trono español, en 1700, se consolidó un absolutismo de tipo francés, que generó resistencia y desencadenó la Guerra de Sucesión Española, que fue una guerra internacional entre las grandes potencias europeas, que duró desde 1701 hasta la firma del Tratado de Utrecht en 1713. Los reyes borbónicos, con el modelo francés, impusieron un absolutismo centralizado y burocrático que se mantuvo durante el Antiguo Régimen, caracterizado por una monarquía absoluta, una sociedad estamental dividida en privilegios y una economía agraria y mercantilista, que evolucionó hacia el despotismo ilustrado, una forma de gobierno adoptada en la segunda mitad del siglo XVIII, donde los monarcas acogieron ideas de la Ilustración, para modernizar sus estados y mejorar el bienestar de sus súbditos, sin renunciar a su poder absoluto. Se caracterizó por reformas económicas, sociales y educativas impulsadas por los reyes, quienes se veían a sí mismos como "el primer servidor del Estado", pero sin conceder participación política al pueblo.
En Rusia, el absolutismo monárquico, conocido como zarismo o autocracia, se caracterizó por la concentración de todo el poder político y religioso en la figura del zar, quien gobernaba con autoridad ilimitada hasta la Revolución de 1917. Este sistema se fortaleció notablemente bajo la dinastía Romanov, especialmente durante el reinado de Pedro el Grande (1682-1725), quien modernizó el estado, creó un poderoso ejército y consolidó la administración centralizada. El zar, considerado un líder teocrático, controlaba también a la nobleza y reprimía severamente cualquier oposición política.
La transición del sistema feudal, al absolutismo no fue espontánea, sino el resultado de procesos históricos complicados: la necesidad de instaurar el orden post-feudalismo, tras siglos de fragmentación del poder en manos de señores feudales, y de constantes guerras civiles y religiosas, como las Guerras de Religión en Francia, que fueron una serie de enfrentamientos civiles, que se desarrollaron en el reino de Francia, y en el reino de Navarra, durante la segunda mitad del siglo XVI, ante tal situación la población y la élite burguesa, anhelaban un poder central fuerte capaz de garantizar la paz y el orden.
El crecimiento de los reinos y las costosas guerras modernas, que requerían ejércitos permanentes, no feudales, obligaron a los reyes a crear un sistema de impuestos centralizado y una burocracia eficiente. Esta burocracia, compuesta generalmente por gente de origen burgués, que dependía directamente del rey, quitándole poder a la nobleza local, promueve una alianza tácita Rey-Burguesía, en la que los reyes se aliaron indirectamente, con la creciente burguesía. El rey garantizaba un mercado unificado, protegía las rutas comerciales y proporcionaba seguridad legal, todo lo cual beneficiaba los negocios de la burguesía, mientras esta clase, a cambio, financiaba las arcas reales con impuestos. El sistema ideológico que proporcionó la justificación fundamental al poder absolutista, fue la teoría del Derecho Divino de los Reyes.
Entre los Propulsores ideológicos del Absolutismo están: en teólogo francés Jacques Bossuet, como principal teórico, sostuvo que el poder del monarca venía directamente de Dios, lo que hacía su autoridad sagrada, paternal y, crucialmente absoluta, sin rendir cuentas a nadie más que a Dios, y Jean Bodin, también francés, antes que Bossuet enunció el concepto de soberanía como un poder "absoluto y perpetuo" del Estado, que reside en el monarca. El postulado central era, que La ley del rey, era ley divina. Desobedecer al monarca se consideraba no solo un acto político, sino una herejía o pecado. Esto destruía cualquier base legal, para la resistencia o la crítica.
Debido a su propia rigidez interna y al surgimiento de nuevas fuerzas sociales e intelectuales, las bases del absolutismo se erosionaron, lo que llevó a su eventual decadencia a finales del siglo XVIII, siendo la principal causa: la crisis financiera crónica, que produjo el lujo excesivo de las cortes, como Versalles; las costosas guerras dinásticas y un sistema fiscal ineficiente, donde la nobleza y el clero estaban exentos de impuestos, que conllevó a los Estados absolutistas, a la bancarrota, más el ascenso de la Burguesía Liberal, que ahora poseía la riqueza y por ende, el control financiero, y la educación.
Ante tan complicado contexto, la burguesía estaba profundamente frustrada, por la falta de poder político y la persistencia de los privilegios aristocráticos, lo que los hacía exigir, la conformación de un sistema que reflejara su poder económico y político, como efecto ocurrió. Los Filósofos, como Locke, Rousseau y Montesquieu atacaron la base del absolutismo, negando el Derecho Divino, proponiendo el concepto de Soberanía Popular y defendieron la separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) para evitar la tiranía
Las Revoluciones Liberales dieron el golpe de gracia, para la materialización de estas ideas, en forma de revoluciones, siendo la "Revolución Gloriosa de Inglaterra" (1688-1689), que se refiere a los eventos que sucedieron en esta fecha en Inglaterra, que dieron como resultado el derrocamiento de Jacobo II, y el ascenso al trono de su hija, María II y su esposo Guillermo III, príncipe de Orange y Estatúder de las Provincias Unidas de los Países Bajos; y podemos decir que a partir de este momento, se ascelera la caída del Absolutismo, que se concreta de forma definitiva, con la Revolución Francesa (1789). Son estos, los eventos que desmantelaron el absolutismo, descabezaron el Derecho Divino y dieron paso a los regímenes parlamentarios y republicanos, impulsados por potestad de la burguesía, que asume el poder, y desde entonces controla gobiernos, bajo el sistema económico capitalista.
En resumen, el absolutismo fue la respuesta de la nobleza a la crisis feudal, un intento de perpetuar su dominio bajo el manto de la autoridad divina. Sin embargo, su incapacidad para adaptarse a los cambios económicos, generados por la burguesía y su rechazo a las ideas de la Ilustración, sellaron su destino, marcando el fin de una era y el comienzo del Estado moderno, signado por la propiedad privada de los medios de producción, el libre mercado, regulado por la oferta y la demanda, la competencia entre empresas, la búsqueda del interés propio como motor de la economía y una intervención mínima del Estado, la libertad de empresa y el trabajo asalariado como pilares esenciales del sistema capitalista.