En una oportunidad, hace ya muchos años, escuché a alguien, dentro de un grupo de personas interesadas en los temas de historia y crónica, emitir este juicio:
"Don Salomón de Lima, el cronista de Barcelona, en verdad no es cronista; pues sus trabajos están llenos de embustes".
Aquel juicio, tan demoledor, referido a un cronista que gozaba de mucho respeto y era muy leído en el conurbanismo Barcelona-Puerto La Cruz, a través del diario El Tiempo", aquel fundado y entonces todavía dirigido por Jesús Alvarado, me pareció inapropiado. Por eso, sin mostrar incomodidad alguna, más bien deseos de aprender de quien aquello dijo, pregunté el fundamento de ese juicio.
"Él", dijo mi contertulio e interrogado, "suele meter muchos embustes en sus trabajos e inventarles cualidades e historias a sus personajes".
Opté por escuchar esa, su respuesta, la que también fue escuchada por casi todo los que aquel grupo formábamos. Ninguno de ellos le contradijo y hasta hubo quienes, entre risas, eso asintieron. Siendo yo el más joven del grupo, apenas había escrito pocas cosas y ellos bastante, me pareció prudente callar; más cuando comprendí que ellos asumían la crónica como asociada al realismo y para nada al narrar lo imaginado; el cronista debía tener pruebas. Pues esa es una noción oficializada del concepto de crónica, que debe acogerse a los hechos reales, el narrar en orden cronológico convencional, como quien marcha en una tropa. Pero hay una contradicción, cuando ese concepto admite como valederos las informaciones de personajes reales que vivieron los hechos, dando como cierto, sin prueba alguna que, lo que esos testigos cuentan o contaron, como las tantas fantasías de los llamados "cronistas de indias". Y se niega lo que el "cronista", a través de esos testigos y él mismo como tal, escriba.
Como dije, lo anterior pasa por alto que, la crónica española de la etapa de la conquista y la colonia, está llena de comentarios acerca de la percepción de cronistas que nada tienen que ver con el real proceder o intención del hombre americano, sino son el reflejo de lo que ellos, los cronistas, interpretaron a partir de su cultura y experiencias.
Por esto, pensando al revés, desde la perspectiva del escritor americano acerca de la vida europea, cito a Germán Arciniegas, de "Los comuneros", "cuando la conquista de América derramó sobre la península montañas doradas, esas montañas se disolvieron como la luz de la tarde sobre los retablos de las iglesias".
Es esa, la de Arciniegas, una bella manera, como danzando, de decir algo tan real, que vi en España.
Hay una estereotipada y hasta muy añeja idea que, confunde la crónica con la historia. En este sentido, crónica o base para ella, serían aquellos hechos del pasado, hasta lejano, de aparente poca significación o relacionados con personajes que poco se destacaron. Y en el caso contrario, cuando se cuenta algo insignificante, de la vida rutinaria, relacionado con un personaje de gran significación y trascendencia, con el interés nada oculto de exaltar, haciéndole más humano. La guerra de independencia y la colonia, para algunos, es la única fuente de crónica. Porqué la historia estaría reservada, casi exclusivamente a hechos trascendentes y heroicos. La crónica entonces es como una historia pequeña y debe ser lineal, rígida, nada de hacer gimnasia, como diría García Márquez y como lo hizo Arciniegas y en Venezuela Enrique Bernardo Núñez.
En ese concepto de crónica, el estilo narrativo es lineal, rígido, como el usado en la historia. Porque como dije antes, la crónica es una historia pequeña, menuda. Y debe ser cuidadosamente narrada, tal como aconteció o dicen los textos o documentos que así fue. Está preestablecido que, una cosa va detrás de la otra, en estricto orden cronológico, saltarse el tiempo o jugar con él, en un va y viene, es hacer trampa literaria y según algunos, en la crónica esa estrategia no tiene cabida.
Por supuesto, el lenguaje coloquial y el convencional del periodismo, llama crónica el relato de un acontecimiento que, por la naturaleza y fin del trabajo, el narrador está obligado sujetarse a ciertas formalidades; y, aun así, no es extraño que el periodista deje sentado o escrito algo subjetivo y hasta incierto. Como que es habitual que el periodista aluda a versiones de segunda mano.
En la crónica, según algunos, no se puede narrar algo que el personaje sobre el cual se habla, hizo estando en el vientre de su madre o lo que el narrador ve, pero no está al alcance de cualquier observador. La historia debe comenzar con su partida de nacimiento, lo determinado en los documentos; los del Estado. Fuentes orales y además imprecisas, de gente poco respetable, de nada valen, pues la crónica no da oportunidad para la imaginación. Pese la crónica de indias, está llena de embustes. Hablar del personaje en el pasado, hasta darlo por muerto y más adelante narrar acerca de él, como si siguiese vivo, para cierta idea de lo que es la crónica, no tiene validez. El muerto está muerto y en el hoyo.
Los cronistas de indias, narraban aquello que miraban y percibían. No tuvieron otra opción. Su función era contarles a sus regiones de origen, a su gente, lo que estaban viendo, en lo que llamaron América. Pues ese era el interés de sus posibles lectores, unos por saber, conocer, con un fin u otro. Sus narraciones, pese hubiese en ella percepciones muy objetivas de la realidad o imaginaciones, fantasías de los cronistas, dada la cultura que en ellos prevalecía, están enmarcadas dentro de un ritmo y orden lineal. O para decirlo, de manera más precisa, el cronista de indias narraba lo que veía y entendía, lo que creía era. De donde pudiera habernos caído a embustes, sin que esa fuese su intención y, en efecto lo hizo, a sus lectores.
Para muchos, al parecer, la crónica está asociada al pasado y sobre todo a lo colonial y, en Venezuela, hasta a los tiempos de lucha por la independencia. De acuerdo a eso, la crónica es una variante de la historia, que se encargaría de narrar hechos de poca trascendencia o hablar de personajes de baja significación. Pero eso sí, ligados o sacados del pasado. La crónica, según eso, es ajeno al presente y a la vida diaria, lo cotidiano, pues en ello, según esa percepción, no hay hechos ni personajes para escribir la crónica. Entonces la crónica deja de ser creativa, pues debe sujetarse a lo acontecido y a lo que ya otros contaron.
Por eso uno ve tantos trabajos de escuelas de cronistas, sacados de textos de historia. Y, en la mayoría de los casos, el mérito está, en haber liberado un pequeño hecho y hasta algún personaje que algún mérito tuvo, del olvido o en el encierro en un viejo texto. O para ser más exacto, volverlo a nombrar para que las nuevas generaciones lo conozcan. Porque esa falsa idea de la crónica, además, está asociada a personajes "trascendentes", influyentes, aunque sea en una pequeña comunidad. De modo que el vendedor de arepas o "La pureta", aquella humilde dama que "la cogió" por barrer las calles de Barcelona diariamente o la "loca" Carmelita, aquella que rondaba el antiguo mercado cumanés, a su vez ella rodeado de gatos, no son dignos de la crónica.
Y como antes dije, todo eso, lo digno de la crónica, debe ser narrado de manera lineal, rígida, como quien escribe historia.
La crónica, no es ajena a la poesía y la libertad del lenguaje y hasta a la imaginación. Tampoco al diálogo, bien sea éste entre intelectuales o gente humilde y de hablar sencillo y coloquial. Por eso García Márquez, pese se le llame novela, habla de la "Crónica de una muerte anunciada". Porque un rasgo de la crónica es brevedad. Pero ella no es ajena a la imaginación, al diálogo y hasta la poesía. Como es crónica y no historia, la obra de Eduardo Blanco, "Venezuela Heroica", donde la narrativa no es nada lineal, rígida, sino flexible y hasta "curvilínea, altamente imaginativa, poética, al estilo romántico, donde a los personajes, como Bolívar, se le atribuyen rasgos propios de los dioses, como en la épica griega. Tanto que uno, imitando a aquellos que juzgaron a Don Salomón de Lima, pudiera decir que Eduardo Blanco, nos cayó a embustes en "Venezuela Heroica", como cuando narra la toma de la Casa Fuerte y lo relativo a Antonio Ricaurte, volando un polvorín, dado hay una narrativa según la cual eso no fue cierto.
La crónica no es ajena al presente, a lo que transcurre diariamente y a la gente que, con uno convive y convivió, pocos o muchos años atrás.
Este concepto de crónica, lo vengo mencionando en tertulias y hasta lo hablé una vez ligeramente con el recientemente fallecido Juvenal León, un importante cronista anzoatiguense, quien por cierto compartía el mismo criterio. La última vez que nos vimos acordamos volvernos a ver para discutir sobre el tema y hasta escribir algo en común. Cosa que no pudo darse por las limitaciones que la edad de ambos y la salud de él, nos impusieron.
Sobre lo mismo bastante he hablado con Luis García, el cronista oficial del Municipio Sotillo. Suelo escribir crónicas, tengo más de 200 escritas y hasta participé en un concurso literario, en el campo de la crónica, del cual no dieron resultado y ni siquiera lo declararon desierto. Y estoy seguro, que mi libro de crónicas, que le llamé "Crónicas de Cumana y cumaneses", lo calificaron de no pertinente, porque no entra en la idea estereotipada y falso concepto que prevalece en mucha gente, sobre la crónica.