El Venezolano con el guayabo a cuestas, pero con el café colado

Lunes, 06/10/2025 05:57 AM

Hablar de resiliencia en Venezuela se siente a veces como usar una palabra de un diccionario ajeno para describir el aire que respiramos. No es una charla de psicólogos ni una frase motivacional; es el simple acto de abrir los ojos cada mañana y decidir, una vez más, no dejarse vencer por el entorno. Es la fuerza que nace no se sabe de dónde para inventarse un día a la vez, en un país donde la incertidumbre es el pan nuestro de cada día.

Para nosotros, la resiliencia tiene el sonido del motor de una nevera que un vecino ingenioso arregló con una pieza de carro. Tiene el sabor de una comida familiar hecha con lo poco que se consiguió, pero que sabe a gloria porque se comparte. Se ha convertido en un verbo, "resolver", esa gimnasia mental diaria para estirar el dinero, para encontrar un camino cuando todos parecen cerrados, para hacer que las cosas funcionen cuando todo a tu alrededor se desmorona. De esa necesidad han nacido miles de pequeños negocios, los que venden café en un termo, los que ofrecen sus tortas por WhatsApp, los que hacen delivery en motos. Cada uno de esos emprendimientos es un acto de rebeldía, una declaración de que, a pesar de todo, seguimos creando, seguimos luchando.

Pero esta armadura pesa, y es de necios no admitirlo. Esta lucha constante deja cicatrices que no se ven. La procesión va por dentro, y se manifiesta en una ansiedad que aprieta el pecho, en un cansancio mental que ninguna noche de sueño puede reparar. La depresión se ha vuelto una sombra silenciosa en muchos hogares, alimentada por la silla vacía de los que se fueron, por la frustración de sentir que corres en una cinta sin avanzar. Ser fuerte todo el tiempo es agotador, y reconocer ese dolor, esa tristeza profunda, también es parte de nuestra realidad. No somos héroes de película; somos gente de carne y hueso sintiendo el peso de años muy duros.

Y sin embargo, aún en medio de esa fatiga, la vida se abre paso. La oportunidad de seguir adelante no aparece en grandes carteles, sino en las cosas pequeñas: en la solidaridad del vecino que te guarda un poco de agua, en el chiste que te saca una carcajada en la cola de la gasolina, en la alegría de un reencuentro. La esperanza reside en la terquedad de nuestra gente, en esa capacidad de aferrarse a la familia, a los amigos, a la fe. Seguir adelante es entender que, aunque el panorama sea gris, siempre hay un color que podemos pintar nosotros mismos. Es la decisión, a veces dolorosa pero siempre valiente, de apostar por un nuevo amanecer, porque rendirse, simplemente, nunca ha estado en nuestro ADN.

 
 

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