El sol de la tarde caía como una llamarada sobre el conuco, convirtiendo la tierra en un espejismo de calor que vibraba bajo el cielo azul, impasible y cruel. El periodista, con el sudor pegado a la camisa, se refugió bajo la generosa sombra de la mata de mango, cuyo follaje, verde y abundante, ofrecía un oasis de frescura. A su lado, Pipo, se echó en la tierra fresca.
—Vaya Pipo, qué calor —dijo Juancho, pasándose una mano por la frente.
El perro levantó la cabeza y emitió un ladrido corto, como si estuviera de acuerdo. Luego, con una mirada que denotaba una extraña profundidad, se dispuso a continuar la conversación, una de esas que a menudo tenían.
—Sabes, Pipo, me he encontrado con cierta gente en el pueblo... —señaló el periodista, con el sol resplandeciente. —No sé, tienen una forma de ser... una inmodestia que cansa. Se inflan como sapos, presumiendo de lo poco que son, creyendo que su voz es la única que importa y que sus opiniones son la verdad absoluta.
Pipo se levantó, movió la cola y se acercó a lamer la mano del periodista.
—Es como si el mundo les quedara pequeño —prosiguió el periodista ahora con un tono más reflexivo. —Piensan que con lo poco que han logrado, ya son más que los demás. Y la verdad, es que a veces uno se siente tan solo en este mundo de tanto ruido y tan pocas nueces. Dicen que el ser humano es así, pero yo creo que hay una forma diferente de ser.
El silencio se hizo denso, solo interrumpido por el canto de las chicharras. Pipo, con una seriedad impropia de su especie, se sentó frente al periodista, lo miró fijamente y, con una claridad que heló la sangre al reportero, le dijo:
—Juancho me has enseñado muchas cosas. Me has enseñado que esa gente no se conoce a sí misma y por eso necesitan gritar para ser escuchados. Creen que el mundo cambia con discursos, con grandilocuencia. Pero se equivocan. El mundo no cambia con alharacas ni con vanidad. El mundo cambia, como dice el poeta y escritor Octavio Paz: "Si dos se miran y se reconocen". Solo cuando la humildad de uno encuentra el reconocimiento en los ojos del otro, es que se produce el verdadero cambio, el que comienza dentro de cada uno.
El periodista se quedó sin palabras, mirando al perro con una mezcla de asombro y admiración. El sol comenzaba a bajar, tiñendo el cielo de naranja y púrpura. El conuco, antes un horno, se preparaba para recibir el frescor de la noche. El periodista, bajo la sombra de la mata de mango, comprendió que las palabras de Pipo eran más valiosas que cualquier clase de filosofía.