La Degradación del Término "Colectivo" en Venezuela (1998-2025)

Viernes, 05/09/2025 02:14 PM

La Degradación del Término "Colectivo" en Venezuela (1998-2025): Análisis Sobre la Implantación del Individualismo en la Memoria Colectiva Venezolana (Investigación en desarrollo).

"El caso venezolano representa un ejemplo paradigmático de cómo el poder político puede utilizar la violencia sistemática para reconfigurar lo conceptual, mediante los cuales las poblaciones comprenden, marcan y organizan su realidad social, demostrando la importancia crítica de defender los espacios semánticos de la democracia como una de las condiciones, necesaria, para la preservación de la Libertad Política".

Partido Comunista de Venezuela de la Dignidad. Tribuna Popular.

El presente documento es un resumen de un estudio que realizan Militantes de Partido Comunista de Venezuela de la Dignidad en el Municipio Mario Briceño Iragorry. El mismo pretende, entre otras cosas, analizar el proceso deliberado de degradación semántica del término "colectivo" en Venezuela entre 1998 y 2025, a partir del cual el régimen chavista-madurista logró instalar el individualismo como estrategia de supervivencia psicosocial en la memoria colectiva de la población, especialmente en la parroquia El Limón, donde la presencia de grupos armados progubernamentales es constante.

A través de una metodología Histórico-Política Crítica que articula fuentes gubernamentales, informes de ONGs nacionales (PROVEA, UCAB-ENCOVI) e internacionales (Human Rights Watch, Amnistía Internacional), testimonios ciudadanos y producción académica local, se reconstruyen cuatro fases que van desde la re-significación inicial del concepto hasta su conversión en sinónimo de amenaza existencial. El objetivo es demostrar que la mutación del "colectivo" no es un efecto colateral de la polarización de las que se vale el gobierno-partido para gobernar, sino una operación de ingeniería social destinada a destruir el tejido asociativo autónomo y garantizar el control territorial mediante la atomización del cuerpo social.

Durante la IV República (1958-1998) el vocablo "colectivo" aludía a organizaciones vecinales, sindicatos y cooperativas que articulaban solidaridad, participación y bien común; la crisis del modelo neoliberal y la represión del Caracazo (1989) rompieron la confianza en la acción colectiva canalizada por partidos tradicionales, pero no en la organización comunitaria per se. La llegada de Hugo Chávez en 1998 capitalizó ese vacío con la creación de los Círculos Bolivarianos (2001), estructuras financiadas con 140 millones de dólares que, bajo la retórica del "poder popular", establecieron la primera antítesis del colectivo tradicional: Dependencia Absoluta del Ejecutivo, Disciplinamiento Ideológico y División Amigo-Enemigo.

La oposición tempranamente los denominó "Círculos del Terror", advertencia que lo "confirmaron" el 11 de abril de 2002 cuando en defensa dispararon desde el Puente Llaguno contra la policía de Caracas y franco tiradores apostados en la Av. Baralt, mediáticamente e impacta en la memoria del venezolano La criminalización de la protesta y la asociación semántica entre "colectivo" y violencia parapolítica.

La segunda fase (2002-2013) consistió en la consolidación y militarización de grupos tras el fallido golpe y el paro petrolero. El Estado les proporcionó armas, motocicletas, radios y jurisdicción paralela en los barrios, donde la policía formal no podía ingresar; muchas agrupaciones transitaron de centros culturales a milicias urbanas que "resolvían" la inseguridad a cambio de impunidad. Chávez los describió públicamente como "el brazo armado de la Revolución", mientras ministros simultáneamente los presentaban como meras asociaciones cívicas. Esta ambigüedad calculada permitió al gobierno negar su existencia armada ante tribunales internos y externos, al tiempo que disponía de una fuerza de choque capaz (Contras las madres de presos políticos frente al Tribunal Supremo de justicia), disolver marchas, amedrentar sindicatos independientes, judicializar Partidos Políticos (Partido Comunista de Venezuela de la Dignidad) y controlar el voto en barrios estratégicos, sembrando en la población la ecuación implícita: organizarse fuera del chavismo equivale a exponerse a la violencia.

El punto de inflexión se alcanza en la tercera fase (2013-2025) con la muerte de Chávez y la crisis de legitimidad de Nicolás Maduro. Ante la explosión de protestas en 2014 y 2017 (Las Guarimbas), los "colectivos" pasaron de parapolicial a paramilitar: allanamientos selectivos, asesinatos Racistas por parecer Chavista, ataques a iglesias que albergaban manifestantes y control del tráfico de alimentos y drogas (en barrios que ya abarcan el 20 % del territorio urbano nacional. La Asamblea Nacional (2019) los declaró grupos terroristas; HRW y Amnistía los califican de "bandas armadas con impunidad" y "partidarios armados tolerados por el Estado". La financiación evolucionó de subsidios directos a la extorsión, el "bachaqueo" y CLAP, lo que les otorgó autonomía criminal y consolida la percepción ciudadana que toda forma de asociación colectiva está infiltrada o puede ser usada por mafias parapolíticas.

El miedo se vuelve racional: en la Urb. Caña de Azúcar, testimonios coinciden en que "salir a protestar es no volver", y en El Limón vecinos calculan rutas para evitar cruces de fronteras simbólicas controladas por facciones rivales.

El resultado es lo que Miguel Ángel Latouche denomina "individualismo paradójico venezolano": un 62 % de la población cree que el éxito depende solo del esfuerzo personal (Pew, 2014), pero ese individualismo no es liberal y emprendedor, sino fisiológico: la única forma de proteger a la familia ante la ausencia de mecanismos colectivos de defensa. ENCOVI 2020 revela que el 95 % vive en pobreza y el 54 % en pobreza reciente; ante la hiperinflación y el colapso de servicios, el ciudadano se refugia en redes primarias de sobrevivencia que no trascienden el cercado. La acción colectiva autónoma fue desplazada por el "auto-cerco": cada quien se organiza para sí, evitando espacios públicos que puedan ser interpretados como amenaza por colectivos armados o por la misma policía que los tolera.

El daño psicosocial es profundo: la mera mención de "organizarse" genera rechazo instintivo incluso en sectores ideológicamente proclives a la cooperación, porque el lenguaje ha sido capturado: "colectivo" ya no evoca solidaridad, sino motos sin placas, encapuchados armados y disparos al aire para dispersar una Asamblea de Ciudadanos (que ya no existen).

El proceso se inserta en una "guerra cognitiva" de mayor alcance: destruir los marcos semánticos que hacen posible la democracia. El régimen monopolizó la palabra "pueblo" mientras desmantelaba sus formas históricas de organización; exaltó la "participación" mientras cierra espacios autónomos; y criminaliza la "sociedad civil", al ciudadano, mientras crea gremios paralelos dependientes del "Ministerio del Poder Popular del gobierno-partido" destruyendo la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. La experiencia traumática validó empíricamente la narrativa: si los únicos colectivos visibles son armados, la conclusión lógica es que toda coordinación vecinal es potencialmente violenta y aislarlas.

En las capitales esta lógica se materializa en "Heterotopías Ontológicamente Irreductibles" (Comunas): la ciudad se fragmenta en micro-territorios con normas propias, donde coexisten realidades incompatibles (zona de colectivo vs. área de franela) y los flujos cotidianos (ir al trabajo, llevar los niños a la escuela) se convierten en rutas de riesgo calculado. El espacio urbano deja de ser un bien común para convertirse en un tablero de fronteras movedizas que refuerzan la atomización.

Las consecuencias trascienden la coyuntura. En el plano inmediato, la destrucción de lo social priva a los venezolanos de mecanismos para resistir abusos estatales o exigir Derechos cuando es negada la posibilidad, cierta, de cumplir con el deber constitucional que son violentados en: sin sindicatos autónomos, sin consejos comunales y organizaciones vecinales viables, sin asociaciones de profesionales efectivas, el ciudadano enfrenta solo al LEVIATÁN. A mediano plazo, el miedo condicionado se convierte en obstáculo para cualquier transición "democrática": reconstruir la vida asociativa requerirá tiempo y terapia colectiva, pues la desconfianza está internalizada y es de práctica común.

A largo plazo, el modelo venezolano exporta una fórmula replicable: bastan dos décadas de violencia selectiva y deslegitimación discursiva para que un pueblo olvide que la libertad también es un bien colectivo.

"La investigación demuestra que la lucha por la "democracia" no puede circunscribirse a instituciones formales; es, en buena medida, una batalla por los significados: recuperar la palabra "COLECTIVO" es condición necesaria para que el miedo deje de ser la única forma de organización social en Venezuela."

Referencias Bibliográficas:

Chaverry, Ramón. (2018). Biopolítica y Heterotopía: una mirada ontológica sobre el espacio. https://revista.reflexionesmarginales.com/biopolitica-y-heterotopia-una-mirada-ontologica-sobre-el-espacio/

Latouche, M. A. (2014). "El paradójico individualismo venezolano". En PanAm Post, 20 de octubre. https://panampost.com/miguel-angel-latouche/2014/10/20/el-paradojico-individualismo-venezolano/

Encuestas del Pew Research Center (2014) https://www.pewresearch.org/global/2014/10/09/emerging-and-developing-economies-much-more-optimistic-than-rich-countries-about-the-future/

Gómez, Elvia. (2020). ENCOVI 2019-2020: Venezuela es el país más pobre de Latinoamérica. https://retopaisvenezuela.org/encovi-2019-2020-venezuela-es-el-pais-mas-pobre-de-latinoamerica/

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