¿Salarios justos y equitativos?

Alrededor del sistema económico capitalista giran todas nuestras relaciones actuales. El capital ofrece y demanda. No da puntada sin dedal. Alimenta falsas necesidades. Obliga, arremete, condiciona y enajena. Circulan nociones extrañas: compra y venta, libre mercado, préstamos, hipotecas, crecimiento, Producto Interno Bruto, Índice per cápita, flujo de capitales, tasas de interés, cuentas bancarias, tarjetas de crédito, plusvalía, acaparamiento, sobreprecio, capitales golondrinas, bolsa de valores y globalización.

Sólo en algunas sociedades primitivas (como ocurrió en el principio de la humanidad) aún no se ha establecido este método tan perverso. Viven en comunidad y los bienes son colectivos. Todos trabajan para todos. Comparten como en cooperativas. Todos comen en la misma mesa. No hay amos ni esclavos. Ni distinciones de clases ni individualidades. Cada quien pone sus experiencias y facultades al servicio de la mayoría. No existen egoísmos ni mezquindades. No necesitan armas, automóviles, bancos ni desean visitar otros planetas. El paraíso está en la tierra y viven en perfecta armonía. Los medios de producción no tienen dueño. Ninguno quiere saber de desarrollo ni tecnología ni avances científicos. Ni cuánto vale un barril de petróleo. No necesitan OEAs, ONUs, OTANs ni CIAs. No están organizados en sindicatos ni en partidos políticos. No tienen jefes ni horarios ni salarios. La vida diaria es su escuela. No trafican influencias ni drogas de consumo masivo. Compiten sana y alegremente. Desconocen la existencia del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial. Nunca han conocido luz eléctrica ni televisión ni transacciones electrónicas. No maltratan a la naturaleza. No les hace falta un seguro de vida ni cirugía facial. La muerte es cuestión simple y natural. Desean poco, y lo poco que desean lo desean poco, diría Santo Tomás.

Pero a nosotros no nos ocurre lo mismo. Deseamos más cosas cada día. Compramos y atesoramos bienes y riquezas. Soy ladrón por culpa de la propiedad privada, señala Facundo Cabral en alguna canción. Ese tipo de propiedad establece desequilibrios. Unos pocos tienen mucho; otros, no son capaces de suplir sus necesidades más inmediatas. Las naciones desarrolladas, para mantener su hegemonía, explotan diariamente a quienes menos posibilidades tienen de sobrevivencia. El mundo entero está dominado por estos “misericordiosos” mecanismos. Como hemos dicho en otras oportunidades: mientras más pobreza exista sobre la tierra, nunca estaremos exentos de exacerbadas reacciones violentas. La violencia en cualquier rincón del planeta es el resultado directo del sistema económico imperante. No alcanzan plegarias de las jerarquías religiosas para incluir a los excluidos y lograr la tranquilidad. No basta rezar, hacen falta muchas cosas para conquistar la paz, cantaba Alí Primera. Quienes tienen de sobra, deberían repartir sus riquezas entre los más necesitados. Sólo así podríamos vivir en un mundo menos violento. Y la paz dejaría de ser una utopía.

Los expertos en cuestiones económicas deberían explicarnos, en términos sencillos, cuándo se estableció la brecha entre ricos y pobres; y cuándo la propiedad colectiva pasó a ser privada. Y podrían ofrecernos soluciones reales para que todos podamos disfrutarla sin violencia ni discusiones ni enfrentamientos.

Alguien preguntará acerca del porqué hacemos este planteamiento, que parece un sinsentido. Sin embargo, sí lo tiene. Pues, como están establecidas las cuestiones hoy día, el capitalismo arrecia sin mirar a quien se lleva por delante. Todos estamos en esa espiral. Todos merecemos salarios justos y equitativos. Vida digna. Pero, sólo a algunos les alcanza lo que devengan. Al resto le están negadas las reivindicaciones salariales, porque la riqueza de las naciones no está distribuida en forma equilibrada. Y el capital siempre creará condiciones para que esta realidad se mantenga. Luchar contra ella debería ser nuestra bandera. ¿Quién tira la primera piedra? ¿Quién será capaz de entregar su abundancia para compartirla con quienes no la tienen? Urge la aparición de otro sistema. Uno más humano. Que no nos considere meras mercancías ni objetos de explotación. Que respete las relaciones entre los seres vivientes y su entorno. Si no aparece, estaremos obligados a buscar otro planeta donde vivir.


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Giandomenico Puliti

Nació en Mérida el 10 de abril de 1961. Hijo de inmigrantes italianos, de 43 años de edad para el momento de su deceso. Casado y con dos hijos. Al cumplir un año, su familia se traslada a Tovar. Su padre, Arnaldo Puliti, junto a Giustino Sciamanna y Cósimo Salvemini, funda el ?Taller Roma?; empresa metalúrgica familiar de reconocida trayectoria en el Valle del Mocotíes. Cursó todos sus estudios en Tovar. En el Ciclo Diversificado José Nucete Sardi obtuvo el título de Bachiller en Ciencias. Formó parte de la Selección Nacional Juvenil en Campeonatos Panamericanos y Mundiales de Ciclismo. Estuvo compitiendo en Italia, Colombia, República Dominicana, Uruguay y Norteamérica. En la Universidad de Los Andes obtuvo el título de Licenciado en Letras. Cursó estudios de postgrado en Literatura Iberoamericana.


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